No es por alimentar el morbo, pero lo normal en los terremotos y en los tsunamis es que la gente muera y que las víctimas pongan cara a la catástrofe. Ocurrió en Haití y en Indonesia, donde los supervivientes sangraban y los muertos mostraban sus siluetas entre el fango y las ruinas o se apilaban […]
No es por alimentar el morbo, pero lo normal en los terremotos y en los tsunamis es que la gente muera y que las víctimas pongan cara a la catástrofe. Ocurrió en Haití y en Indonesia, donde los supervivientes sangraban y los muertos mostraban sus siluetas entre el fango y las ruinas o se apilaban en los camiones que debían trasladarlos a las improvisadas fosas comunes. En el de Chile aún se vieron fotografías de ataúdes y del rescate de algún muerto de entre los escombros. En cambio, poco de eso nos llega desde Japón, como si la destrucción sólo hubiera afectado a edificios vacíos y las riadas que arrastraron casas, vehículos, barcos y trenes hubiesen cumplido el pacto de respetar a los seres humanos.
Sabemos que no es así porque el recuento de víctimas no deja de aumentar y ayer mismo se anunciaba que cerca de 2.000 cadáveres habían sido localizados en la costa oriental de Miyagi, donde se suponía que el maremoto había engullido una población de 10.000 personas. Como en Irak, donde morían los soldados estadounidenses y se impedía ver sus féretros, el drama de Japón se nos representa con la asepsia propia de un quirófano.
Lo que machaconamente se trasmite es orden en el casos: ciudadanos esperando su turno para ser atendidos por los servicios médicos, militares cargando con ancianos, personas que tratan de recuperar alguna de sus pertenencias de las montañas de cascotes o una variedad de rostros compungidos. Ni las columnas de humo elevándose de las centrales nucleares dañadas tienen su corolario en alguna escena de pánico de la población. No hay nada que trasluzca la verdadera dimensión del horror vivido, en un intento de mostrar al mundo que no hay penalidad capaz de impedir el triunfo de la civilización frente a la barbarie.
Quizás sea esta la manera más adecuada de adentrarse en la tragedia y salvaguardar la dignidad de las víctimas. Lo que no se entiende entonces es el tratamiento descarnado y casi pornográfico que se nos ofreció desde Puerto Príncipe. ¿Tenía más interés para la opinión pública mundial los cuerpos inertes de los haitianos? ¿O acaso eran más fotogénicos?
Fuente: http://blogs.publico.es/escudier/663/%C2%BFhay-muertos-en-japon/