En algún libro de crítica literaria recuerdo haber leído que en el paso de abandonar la literatura del realismo social a la literatura experimental ¡por fin! «los escritores españoles habían dejado atrás el lenguaje chabacano de los obreros». No aclara que es que los escritores esos que tanto propagan quienes rechazan «el lenguaje chabacano de […]
En algún libro de crítica literaria recuerdo haber leído que en el paso de abandonar la literatura del realismo social a la literatura experimental ¡por fin! «los escritores españoles habían dejado atrás el lenguaje chabacano de los obreros». No aclara que es que los escritores esos que tanto propagan quienes rechazan «el lenguaje chabacano de los obreros» son burgueses, o dicho de otro modo, defensores de los intereses y punto de vista sobre el mundo de la burguesía capitalista, los mismos que a ellos los utilizan de difusores de su diarrea verbal. Eso es carácter de clase. Eso es despreciar el lenguaje de la clase obrera y a la misma clase obrera. ¿El autor considera inferior a la clase obrera? ¿»infrahumanos»? como el programa regeneracionista español denominaba a los obreros y que luego el fascismo se miró en el.
El lenguaje como convención está fundamentado en la conciencia del que habla o escribe; establecer «lo que está bien» y «lo que está mal» es propio y es una facultad del poder, de la clase que tiene el poder. Despreciar a los trabajadores, a su lenguaje, es despreciar su vivencia, su conclusión, su forma expresiva, su conciencia de clase, su ser de trabajador que produce en el medio en el que sobrevive una cultura y por tanto un lenguaje.
Ahora bien, nos debemos felicitar, la literatura que habla de los trabajadores de nuestros días la encontramos viva y muy viva, entre los numerosos ejemplos debemos leer «Panfleto para seguir viviendo», de Fernando Díaz.
Proust cuenta en su novela «Por el camino de Swan» que la abuela del personaje, puede decirse que de él mismo pues la novela es muy autobiográfica, le escogía libros con lenguaje e ideas, el uno es la cáscara de las otras, que le divirtiesen y fuesen banales. Todo su libro, sus libros que forman «En busca del tiempo perdido» son un ejemplo de individualismo absoluto, está diciendo continuamente: yo, yo, yo, yo,…, su mundo le viene dado por su posición económica en la sociedad, siempre al margen y sobre los demás. Su lenguaje sí le debe de gustar a ese crítico ¿solo su lenguaje?
A Fernando Díaz le importa lo de la mayoría, el mundo en el que vivimos, el mundo de los trabajadores, y el punto de vista elegido, primera persona, narra fijándose en lo que sucede, en los conflictos y contradicciones de los seres humanos que están en activo, los que las 24 horas de cada día son considerados por los burgueses como recursos humanos; entre todo eso, como parte de la vida trabajada, por la narración pasan las relaciones sexuales del protagonista -rememorando en la primera de sus maneras de entenderlas al Pijoaparte, personaje de Juan Marsé en «Ultimas tardes con Teresa»- para verle transformarse bajo la presión que le generan las condiciones en las que vive. Y ahí, ante nuestros ojos, va a revolverse contra su vida infructuosa, contra quienes borran día tras día el conocimiento de la clase obrera, su visión, la suya, de la realidad que le rodea; le vemos ensayando sus pasos primeros para aprender a dirigir su palabra, su quehacer sumando horas, esfuerzo tras esfuerzo, contra quien oprime.
No creas, amigo lector, aquí hay realidad pasada por el tamiz de la literatura, y entre otras cosas aparece las tortas para el que traiciona, se mete a mercenario o es un trepa, y ahí Fernando Díaz saca a Julián Sorel, protagonista de Rojo y Negro, de Stendal: ninguna concesión a los arribistas, ninguna concesión a quienes miran por encima del hombro, ninguna concesión a quienes tragan con todo y cínicamente llevan a los demás a tragar, así declara el protagonista: «La única canción que me interesa es la que diga a los responsables de este puto porvenir: Os vais a enterar. Que ellos asuman su responsabilidad y nosotros asumiremos la nuestra, así es como va la historia».
Y también nos llama para que veamos los momentos de brazos caídos por no tomar un camino, por la frustración de no hacer lo que uno desea, por las contradicciones, hasta que a uno le saca del atolondramiento un final tan engañoso como el de Thelma y Louise «donde dos tías machacadas por la vida saltan al vacío en un coche y se supone que eso es la libertad sólo porque después no nos ponen el coche estampado contra el barranco y los cuerpos de las dos tías aplastados, quemados y muertos».
Fernando Díaz nos sigue convocando a ver lo que resulta del libremercado, mercado laboral, que es libertad para alquilar trabajadores, libertad para quien ejerce ese papel en la sociedad, que le da un poquito de aire al que trabaja y lo mantiene en un hilo haciéndole defender al que tiene el hilo; también nos sentamos frente al padre de familia que en su casa cuenta historias de resistencia a los hijos; otra cara más, la alegría más triste: el hastío y los brincos con ojos bien abiertos, agonía de pez fuera del agua, «Gol en el campo, paz en la tierra» que interpreta «La Polla Records».
«Preferiría -dijo Jack London- ser un soberbio meteoro antes que un planeta dormido y permanente». Jack London es un meteoro que cruza de una vez, como se rasga una tela, toda la novela, ¿o no es novela?, nos pregunta el autor Fernando Díaz sobre «Panfleto para seguir viviendo».
Pero, qué es éste libro que saca de nosotros lo que pocas veces sacamos, lo que nos reprimen y lo que reprimimos. Es un libro contra las formas de hablar del orden, contra la ñoñez y el miedo social, un libro para cambiar aquello en lo que nos han educado por esto que somos. Ese es el punto a partir del cual la novela, ¿novela realista?, empezamos a aprender: comunicarnos, disponernos a hacer para nosotros, así empieza todo lo que nos queda por devolvernos, y abajo con lo bonito y lo sublime de que habla Borges, lo bonito y lo sublime parecen dos pescados fuera del agua y Borges está ciego, ciego más allá de las palabras pescado fuera del agua bonito y sublime.
Y seguimos aprendiendo lo que somos y los que somos, sobre las condiciones favorables y desfavorables, sobre la relación entre el hacer y el conseguir, y aprendemos la importancia de formarnos, de adquirir conocimiento, de elegir con criterio la lectura, de ahondar para tener más horizonte. La contradicción a resolver es la de ser uno mismo y ver y comprender el mundo de los que son como uno, o, ser lo que otros quieren que uno sea, y ver y aceptar el mundo de ellos; leer el mundo y hacerlo equivocadamente o acertar. El ejemplo de Martín Edén, personaje que da título al libro de Jack London, entra de lleno en ese torrente de pensamientos en lucha. Con ello irrumpen una serie de preguntas sobre qué haría una revolución, y con semejante intención de averiguar nos adentramos aún más en la búsqueda de la novela para luego repasar la imagen distribuida, gratuitamente por el poder anticomunista, de lo que fue la Unión Soviética, y una película que contrasta con eso otro: «Estrella del Norte», rodada en EEUU y escondida, donde resulta que encontramos que la gente sentía sus conquistas sociales. Entonces ¿dónde está la verdad? ¿en aquello que quienes viven de la explotación de las mayorías dan gratis, o en lo que ocultan? Saber o no saber, esa es la cuestión. Se hace necesario saber la compostura de los hechos históricos, y, repasando el incendio del Parlamento en Berlín se descubre que fueron los nazis y cómo aprovecharon el momento del shock para prohibir y destruir las organizaciones democráticas como el Partido Comunista, para poner las bases de lo que iba a ser la 2ª guerra mundial. Recuerda tanto, tanto, al caso de las Torres Gemelas de NY y lo que ha venido después. Las mentiras en las que nos educan son innumerables. El narrador de «Panfleto para seguir viviendo» nos cuenta lo que ha salido a la luz tras las investigaciones de un historiador, Zemskov, con acceso a los archivos en Rusia: después de habernos hablado machaconamente de los 20 millones de crímenes cometidos por el comunismo, resulta que se quedan en 1 millón cuatrocientos mil; no hay nada que justificar, pero hasta esa verdad se oculta.
El narrador se escandaliza, nos escandalizamos cuando la novela -¿o esto no es una novela?- hace luz sobre una vida, la suya y la de todos los que nos sabemos abajo, ya dirigida, ya cerrada, nos enseña a todos con el problema crucial de la explotación en nuestra existencia antes de nacer, el principal problema y generador de los demás problemas. Él mismo dice haber leído la siguiente frase: «Un problema es un desafío, una contradicción es un problema que no se puede resolver sin un cambio de sistema», y hace una invitación precisa: «… quédate» entonces «… será más lo que tengamos». Piensa en lo siguiente y súmate a la resistencia: «una idea justa desde el fondo de una cueva puede más que un ejército», así lo dijo hace mucho José Martí», que es el Procer de la Patria Cubana.
Para terminar, Fernando Díaz elige y pone en la voz de su personaje protagonista lo dicho por el embajador de Cuba en Venezuela tras el golpe contra la revolución bolivariana en 2002 ante el asedio al que los fascistas sometieron a los miembros de la embajada cubana, sin luz, ni agua, ni alimentos, el embajador refiriéndose al territorio de la embajada, territorio cubano declaró: «Defenderíamos este pedazo de tierra hasta con nuestras propias vidas. Y esto no es un discurso».
Fernando Díaz nos propone, nos invita, a pensar sobre nuestra propia vida y sobre la vida de quienes viven como nosotros, busca el «efecto», como él dice, para que ocurra algo, y lo consigue en el lector.
Muy bien por Fernando Díaz. Los cambios en la vida de los personajes son fruto de la experiencia, de la necesidad, lo que hace de la obra un libro de aprendizaje: descubrir, asimilar, y resolver con un cambio de sistema.
Léalo, páselo, coméntelo: una novela así de fuerte con la conciencia, con las relaciones humanas, de sexo, de familia, de trabajo, de limitaciones, de búsquedas, de nacimiento a la realidad y al saberse perteneciente a una clase con su propia historia oculta.
Una novela así hay que leerla y discutirla.
Título: Panfleto para seguir viviendo.
Autor: Fernando Díaz.
Editorial: Bruguera.