Traducido para Rebelión por Carlos Sanchis
Introducción
Muchos estudiosos, periodistas y expertos, sobre todo en los Estados Unidos, confían en los conceptos de hegemonía o globalización, en lugar del de imperialismo en las discusiones de las relaciones de los EE.UU. y Latinoamérica.
La «Globalización» no explica los inmensos flujos de capital, beneficios, patentes, pagos de intereses y lavado de dinero que fluyen desde América Latina. Ni explica la red de bases militares y misiones de los EE.UU., ni las operaciones del ejército y la inteligencia a través de los cuales Washington interviene en América Latina. La globalización no describe el control y la explotación por parte de los EE.UU., de bancos multinacionales y firmas inversoras sobre las finanzas, la energía, el comercio y las materias primas de Latinoamérica.
«Hegemonía» no es un concepto útil excepto en circunstancias y tiempos muy limitados. La mayoría de las políticas norteamericanas del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) para la privatización de las comunicaciones, el agua y la energía, son vehementemente contestadas por la gran mayoría de los pueblos de América Latina a través de protestas masivas, derrocando a los regímenes clientelares de los EE.UU. que las apoyan o refrendan. Esta claro que los EE.UU. no ejercen «hegemonía» sobre el 70% de la población urbana y rural, sobre todo sobre los obreros, campesinos y empleados públicos. La influencia ideológica norteamericana o hegemonía es ejercida sobre la élite política y económica. Es más, incluso entre la élite política, bajo la presión de las masas, a través de huelgas generales o amenazas de levantamientos populares, hay quienes, por lo menos temporalmente, rechazan las políticas norteamericanas, de ahí los esfuerzos de Washington por derrocar al presidente de Venezuela popularmente elegido.
Las relaciones EE.UU.- América latina, en tanto que afectan a la gran mayoría de la población de la última, están basadas en la dominación, las amenazas económicas, militares y en la intervención directa e indirecta. La noción de imperialismo capta mejor la dual naturaleza de las relaciones de dominación, explotación y colaboración de la élite clientelar de los EE.UU. con Latinoamérica; lo que, en cierto modo, no lo hacen las de globalización y hegemonía.
Imperialismo y resistencia hoy
El imperialismo es una estructura y una relación. La estructura imperial incluye la inmensa red económica que se aprovecha de América Latina, las agencias estatales imperiales y su penetración en las instituciones internacionales (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional y análogas) y sus recursos políticos en las estructuras estatales de los regímenes latinoamericanos. Los conflictos nacionales y de clase entre el imperio y las organizaciones socio-políticas de masas juegan un papel determinante para definir las políticas, estructuras y dirección latinoamericanas. El ejercicio del poder imperial depende de la correlación de clase y de las fuerzas nacionales en un país y momento dado.
Durante los últimos treinta años, el imperialismo norteamericano, con el apoyo de las elites latinoamericanas, ha tenido un gran éxito imponiendo un «mercado libre» o modelo económico-político neo-liberal a lo largo del continente y ha producido extraordinarias transferencias de riqueza a los bancos de EE.UU. y multinacionales; se estima en alrededor de 1.5 billones (1.500.000.000.000) de dólares durante los últimos 15 años.
El resultado de este modelo de acumulación «de concentración imperial», ha sido el inmenso empobrecimiento de la población rural y urbana, la descendente solidez de los empleados del sector público y de los obreros, y el crecimiento de un «sector informal» de bajos salarios de entre el 50-80% del total de los trabajadores.
Dados los íntimos vínculos entre el modelo imperial concentrado en el «mercado libre» y la aguda polarización social, no es sorprendente que el respaldo de los EE.UU. a los regímenes clientelares y a las políticas neo-liberales haya sido el blanco de las protestas masivas que se han llevado a cabo, de los levantamientos e incluso de los desafíos electorales.
Desde la década de los noventa al 2005, los presidentes clientelares norteamericanos han sido desalojados de Venezuela, Brasil, Ecuador (3 veces), Bolivia (2 veces), Perú y Argentina. Han sido derrotados referéndumes para privatizar empresas públicas en Uruguay (agua y sistemas portuarios), Perú (agua), y Bolivia (agua). Los principales levantamientos han tenido lugar para re-nacionalizar el petróleo y el gas (Bolivia), para acabar con el pillaje financiero de los bancos extranjeros (Argentina), y para acabar con los programas intrusos de erradicación de cosechas de la hoja de la coca (Perú y Bolivia). Dos movimientos importantes de la guerrilla colombiana, con 25.000 combatientes, han rechazado con éxito un programa de contrainsurgencia de tres mil quinientos millones de dólares dirigido por los EE.UU. y tienen el control de un tercio del territorio. En Venezuela, mayorías populares superiores al 60% respaldan al presidente Chávez y su programa nacional-populares, sus iniciativas constitucionales y las alianzas gubernativas y del congreso. Un golpe financiado por los EE.UU. y apoyado por la élite militar fue derrotado por una movilización popular masiva unida a militares constitucionales.
Los principales movimientos democráticos y sociales de la región se oponen unánimemente a las políticas imperiales norteamericanas y en muchos casos, han llevado a cabo programas significativos de redistribución de la riqueza. El brasileño movimiento de trabajadores sin tierra (MST) ha ocupado miles de haciendas y asentado a más de 1.5 millones de campesinos. Los sindicatos de cultivadores de coca en Perú y Bolivia se han asentado cultivando tierras, aumentado sus ingresos substancialmente. El movimiento de obreros desempleados ha tomado y opera más de 200 fábricas, al tiempo que 3 millones de desempleado argentinos se han asegurado la renta de subsistencia del gobierno nacional, en contra de los programas de austeridad del FMI. En Ecuador los sindicatos y los movimientos indios han bloqueado la plena privatización de la industria del petróleo estatal.
Mientras que los movimientos sociales de masas han demostrado los «límites» del poder imperial norteamericano – económico y militar – no puede decirse lo mismo de los partidos electorales de «centro-izquierda» que han capitalizado el descontento popular para ganar elecciones.
La mayoría de los periodistas y académicos norteamericanos continúan refiriéndose al régimen de ‘Lula’ Da Silva en Brasil, al gobierno de Kirchner en Argentina, al régimen de Lagos en Chile y más recientemente a la presidencia de Tabare Vázquez en Uruguay como de «centro-izquierda» aún cuando estos regímenes han abrazado casi sin excepción toda la agenda neo-liberal. Esta caracterización errónea está basada en la trayectoria pasada de estos regímenes (su pasado izquierdista), o, en algunos casos, en sus demandas demagógicas o en auto-identificación. De hecho los regímenes de centro-izquierda han aumentado y extendido la privatización y el excedente del presupuesto para pagar la deuda externa, procediendo a reducir los sueldos, las pensiones y el empleo del sector público, abriendo el país a más destrucción ecológica subvencionando la expansión de explotaciones agro-mineras en la Amazonía y otros entornos frágiles.
El imperio norteamericano ha fracasado en el avance por la vía coercitiva, en la intrusión militar y con las políticas represivas contra los movimientos de masas pero ha tenido éxito en sus objetivos utilizando a los partidos electorales de centro-izquierda. El problema es, sin embargo, que el pueblo pronto se desencanta profundamente con lo que percibe como traición por parte de las elites políticas de centro-izquierda y regresa al único método intentado y probado de acción directa: las protestas de masas, huelgas generales, bloqueos de carreteras y ocupaciones de tierras. Mientras que los movimientos sociales han sido, en principio, los vehículos a través de los cuales la clase obrera, los campesinos y los empleados han desplazado a los políticos venales, realizado reformas sociales y bloqueado las políticas más atroces promovidas por Washington, la realidad es que no han podido tomar el poder estatal. Cada presidente derrocado o echado del cargo es reemplazado por otro, salido de la misma élite y siguiendo las mismas políticas neo-liberales. Esta ‘rotación’ o ‘circulación’ de elites, a las que los publicistas imperiales se refieren, con aprobación, como ‘cambios constitucionales’ ha bloqueado los esfuerzos de los movimientos por provocar cambios estructurales amplios e irreversibles.
Dentro de algunos de los principales movimientos de América Latina, particularmente en Bolivia, Ecuador, México y Brasil, hay debate y discusión sobre crear un nuevo instrumento político de clase basado en la toma del poder estatal. Sin embargo la relación entre la dinámica de los movimientos sociales y la cuestión del poder estatal todavía es muy problemática. Lo que ha inclinado la balanza en una dirección más favorable, en el gran combate entre los movimientos latinoamericanos y el imperio norteamericano, es la enérgica estrategia ‘regionalista’ propuesta por el presidente Chávez de Venezuela. Los amplios programas de bienestar socio-económico, particularmente en salud y educación, del presidente Chávez, proponen un desafío serio al modelo imperial de concentración promovido por los EE.UU. Las derrotas de Chávez a los esfuerzos norteamericanos para desestabilizar su gobierno, su oposición a la invasión norteamericana de Haití y su venta de petróleo subvencionado y gas a los países caribeños le ha ganado la simpatía en lo que se llamó «el patio trasero de Washington.» La diversificación de relaciones comerciales con China, Irán, Libia, India, Rusia, así como su propuesta de Chávez de una compañía regional latinoamericana de petróleo y de un bloque comercial ha demostrado ciertamente, incluso a las elites latinoamericanas, que las alternativas a la dominación norteamericana son factibles y prometedoras.
Las estrechas relaciones comerciales y políticas entre Venezuela y Cuba proporcionan un modo de cooperación regional: Venezuela suministra a los cubanos petróleo a precios subvencionados y Cuba mantiene los programas educativos y de salud a los venezolanos. La emergencia de un modelo venezolano basado en una economía mixta, en el bienestar social, en la política exterior nacionalista e independiente y en la masiva participación popular en el proceso político, bajo el liderazgo de un presidente afro-venezolano presenta un formidable ‘punto de referencia’ para el florecimiento de los movimientos sociales en América Latina.
La declaración del presidente Chávez en junio del 2005 de que él era un socialista del siglo XXI, y que no ve ningún futuro en la explotación capitalista e imperialista, ciertamente, relegitima un Marxismo renovado, que busca unir a la nueva configuración de las fuerzas sociales radicalizadas – los indios, los negros, los obreros precarios y los descendentes empleados públicos – con los sectores militantes de los sindicatos obreros y movimientos campesinos.
La agenda extremista de Washington, su postura beligerante hacia Venezuela y Cuba ha polarizado América Latina contra los EE.UU., como lo demostró la reciente (junio de 2005) reunión de la Organización de Estados Americanos, votando en contra de las propuestas de Condoleza Rice para «vigilar» las medidas autoritarias tomadas por regímenes latinoamericanos (léase Venezuela).
Las relaciones de EE.UU. con Latinoamérica en un futuro previsible continuaran estando marcadas por un intenso conflicto, sobre todo en el ámbito de los movimientos de masas. Washington continuará beneficiandose del reciclaje de los regímenes putativos de ‘centro-izquierda ‘, pero estos continuarán teniendo, probablemente, un apoyo popular de corta duración. Es posible que en un futuro no demasiado lejano, una u otra coalición de los pobres urbanos y rurales llegarán «a lo más alto» y tomarán el poder, probablemente en uno de los países andinos, poniendo así en movimiento un nuevo desafío al imperio y a los movimientos de solidaridad internacionales y regionales.