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Hermano Víctor

Fuentes: El Telégrafo

La historia deja sus marcas, la memoria nos las trae al presente. 35 años después, aparecen los asesinos. 12 de septiembre de 1973. Al día siguiente del golpe de Estado fascista de Pinochet, los prisioneros arrancados de la Universidad Técnica del Estado son llevados al Estadio Chile. En la forzada fila, es reconocido y separado […]

La historia deja sus marcas, la memoria nos las trae al presente. 35 años después, aparecen los asesinos.

12 de septiembre de 1973. Al día siguiente del golpe de Estado fascista de Pinochet, los prisioneros arrancados de la Universidad Técnica del Estado son llevados al Estadio Chile. En la forzada fila, es reconocido y separado del grupo. A empellones, es bajado hasta una cámara, era el principio: a su paso encontró decenas de cuerpos masacrados, desmembrados, ensangrentados; cuerpos que, después, eran subidos en camiones para ser abandonados en las calles. El estadio estaba lleno: eran más de cinco mil las personas prisioneras de la codicia de sangre. Los militares lo habían reconocido y él nunca negó ser quien era, jamás se arrepintió de lo que dijo e hizo: lo torturaron durante varios días. A veces, pudo ver en el pasillo a los otros prisioneros, sus compañeros. Ellos lo vieron con los ojos hinchados y el rostro amoratado y, ¡horror!, sus manos, aquellas que llevaron por todo Chile sus canciones y su pensamiento, pero principalmente su compromiso, aquellas manos diestras en escribir y tocar la guitarra, habían sido fracturadas a culatazos…

Pero, cuentan los sobrevivientes, que, con esa gran nobleza muy suya, Víctor se preocupaba por los otros. Pudo escribir un poema -con esas manos destrozadas- y pudo entregarlo a un compañero. A Boris Navia, en una de las sesiones de tortura, le descubrieron el escrito oculto en un calcetín: lo medio mataron; sin embargo, de alguna forma, copia tras copia tras copia de los prisioneros, el poema ‘Estadio de Chile’ sobrevivió: ‘¡Canto, que mal me sales cuando tengo que cantar espanto!’.

‘¡Canto, que mal me sales cuando tengo que cantar espanto!’.

Los asesinos comenzaron a trasladar con urgencia a los prisioneros al fatídico Estadio Nacional. Era ya el último grupo cuando el despreciable comandante Manrique hizo salir de ese grupo a tres personas y los llevó abajo. Según declaraciones últimas (mayo, 2009) de dos hombres quienes, en aquella época, eran conscriptos, en la habitación, rodeado de militares, se encontraba Víctor. Fue insultado y agredido por su condición de comunista. Ante otro despreciable, un tal teniente Haase, un subteniente tomó su revólver y comenzó con la ruleta rusa en la sien del cantautor. El disparo sonó y, ya en el suelo, ráfagas de fusiles atravesaron su cuerpo. 44 impactos de bala en la noche del 16 de septiembre. Los otros 15 prisioneros también fueron acribillados.

Su cuerpo fue encontrado en una calle.

En 35 años, el asesinato de Víctor Jara se hundía en la espesa niebla de la complicidad policial y judicial. A punto estuvo de cerrarse el caso el año anterior, si no fuera por la infatigable batalla de muchos para quienes la memoria es también el presente, como Joan, su compañera, y sus hijas. Tras una exhaustiva búsqueda de los conscriptos que estuvieron en el Estadio Chile, se localizó a dos de ellos que presentaron sus declaraciones. Aunque todavía se esperan los nombres de las jerarquías mayores. Víctor, hermano, te cuento que los ojos se me llenaron de lágrimas al saber esta noticia. Y te cuento que sigues demasiado vivo, hermano.

http://www.eltelegrafo.com.ec/opinion/columnista/archive/opinion/columnistas/2009/06/07/Hermano-V_ED00_ctor.aspx