La desaparición de los niños Josué, Ismael, Saúl y Steven en Guayaquil ha conmocionado profundamente al Ecuador. Este hecho estremece al país y despierta inevitables paralelismos históricos con pasajes como el de «Los Santos Inocentes» narrado en el Evangelio de Mateo. En ambos casos, la vida de niños inocentes es arrebatada por la obsesiva necesidad de perpetuar el poder, poniendo de manifiesto la indiferencia por el sufrimiento humano cuando se trata de proteger intereses propios. En esta comparación, analizamos las acciones de Herodes el Grande y el actual gobierno de Daniel Noboa, cuyas decisiones han dejado una huella de dolor y desolación.
Herodes el Grande, gobernante de Judea bajo la tutela del Imperio Romano, se destaca en la historia por su brutalidad y paranoia. Según el relato bíblico, al enterarse del nacimiento de Cristo, quien según los Magos era el «futuro rey de los judíos», Herodes ordenó la matanza de todos los niños menores de dos años en Belén y sus alrededores. Esta acción, conocida como la Masacre de los Inocentes, buscaba eliminar cualquier amenaza a su trono, sin importar las consecuencias humanas.
Aunque algunos historiadores debaten la veracidad del episodio, lo cierto es que el reinado de Herodes estuvo marcado por una dinámica de terror, ejecuciones arbitrarias y un ego desmedido que lo llevó a priorizar su poder por encima de la vida misma. Herodes no solo buscaba eliminar a un posible rival, sino también enviar un mensaje de fuerza y control absoluto. De acuerdo con la tradición bizantina, se calcula que el número de niños asesinados podría ascender hasta 14.000, aunque otros relatos reducen la cifra a centenares. Independientemente del número, la acción refleja la crueldad de un gobernante dispuesto a sacrificar a los más vulnerables en nombre del poder.
En el Ecuador contemporáneo, los ecos de Herodes resuenan en las calles de Guayaquil. En un hecho indignante y profundamente racializado, 16 uniformados de las fuerzas armadas secuestraron a cuatro niños afroecuatorianos: Josué, Ismael, Saúl y Steven. La operación, ejecutada con una frialdad y organización propias de un ejército entrenado para la guerra, deja al descubierto una práctica que no sólo violenta los derechos humanos, sino que también evidencia un acto de racismo estructural.
El gobierno de Daniel Noboa ha sido acusado de actuar con indiferencia frente a estos hechos. Su obsesiva búsqueda por mantener el control y demostrar fuerza en un contexto de inseguridad ha resultado en la desaparición de menores, quitándole la Navidad no solo a tres familias, sino a todo un país que ahora clama por justicia y por el regreso de los niños vivos, porque vivos se los llevaron. Las similitudes con la acción de Herodes son inevitables: ambas situaciones están marcadas por una visión del poder como un fin supremo, donde el costo humano es irrelevante.
En la narración bíblica, las tropas de Herodes, entrenadas y equipadas por el Imperio Romano, ejecutaron su orden con eficacia y brutalidad. En el caso ecuatoriano, las fuerzas armadas, también preparadas con recursos del «imperio» moderno, han perpetrado un acto que se siente como una declaración de guerra contra los sectores más vulnerables de la sociedad. Los niños afroecuatorianos no solo fueron víctimas de una acción militar injustificada, sino también de un sistema que los ha marcado por su raza y su lugar en la estructura social.
La racialización de este acto no es menor. En un país donde el racismo estructural sigue siendo una realidad dolorosa, la desaparición de cuatro niños afroecuatorianos no es un hecho aislado. Es un reflejo de una sociedad que aún no reconoce plenamente la humanidad y los derechos de todas sus personas, especialmente de aquellas que descienden de la diáspora africana. Este hecho no solo apunta al fracaso del Estado como garante de la vida, sino también a su complicidad en perpetuar sistemas de opresión racial.
El 28 de diciembre, cuando se recuerda la matanza de los Santos Inocentes, será una fecha especialmente dolorosa para las familias ecuatorianas que lloran la desaparición de sus niños. Este gobierno ha manchado de sangre una época que debería estar llena de esperanza y alegría. Igual que Herodes, Noboa ha robado la Navidad, dejando un legado de tristeza y desamparo en su búsqueda de preservar el control y satisfacer los intereses de quienes lo sostienen en el poder.
La paz, tan anhelada por el pueblo ecuatoriano, solo será posible si estos niños regresan vivos. Sus nombres no deben ser olvidados, y su desaparición no debe quedar impune. Este acto debe ser un llamado a la acción para que la sociedad ecuatoriana reconozca las fallas de su sistema y exija un gobierno que priorice la vida, la justicia y la dignidad de todos sus ciudadanos, sin importar su origen.
Queda claro que tanto Herodes como Noboa han actuado con una visión distorsionada del poder, en la que los inocentes se convierten en víctimas de su ambición. El Ecuador tiene la oportunidad de cambiar este rumbo, pero solo si todos levantamos la voz y exigimos justicia, verdad y reparación para Josué, Ismael, Saúl y Steven. Porque vivos se los llevaron, y vivos los queremos de vuelta.
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