¡Qué extraordinario diplomático, qué fino embajador habría tenido en Obama el gobierno estadounidense si no lo hubieran reelegido presidente en estos días! Y como demostración de su talante conciliador, de su delicada mesura sólo al alcance de un Nobel de la Paz, nada más oportuno que sus declaraciones al respecto de la penúltima salvajada terrorista […]
¡Qué extraordinario diplomático, qué fino embajador habría tenido en Obama el gobierno estadounidense si no lo hubieran reelegido presidente en estos días!
Y como demostración de su talante conciliador, de su delicada mesura sólo al alcance de un Nobel de la Paz, nada más oportuno que sus declaraciones al respecto de la penúltima salvajada terrorista israelí en Palestina.
«Israel tiene derecho a su defensa porque, además, es el país agredido» comenzó diciendo Obama pero, ahí mismo, el presidente cedió la palabra al diplómatico para que, en un virtuoso alarde de templanza, añadiera: «aunque sería preferible defenderse sin provocar una escalada militar en Gaza».
Tan resuelto a veces, tan enérgico y rotundo como se muestra Obama en su rol de presidente cuando es otro el mapa sobre el que sacudir exigencias y amenazas, qué acusado contraste el que ahora revela su exquisita retórica para, si fuera posible, puedan corregirse ciertas desproporciones en el uso de la fuerza… dado que serían preferibles algunos muertos menos. Tal vez un centenar fuera suficiente.
Y «sería preferible», agrega el diplomático mientras exhibe su más sutil condescendencia «no sólo para Gaza, también para los soldados israelíes que podrían morir en la incursión…».
Tampoco Obama es el único que escribe a Santa Claus. La Unión Europea no se queda atrás y pide una solución para el conflicto.
De momento los muertos, los heridos, los «daños colaterales», son palestinos, como es costumbre que los sean cada vez que las urnas israelíes emplazan a las bombas y las bombas convocan a los votos.
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