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El oficial y el espía, de Polanski

Historia de una ignominia (y algo más)

Fuentes: Rebelión

He visto la película El oficial y el espía de Roman Polanski. Lo hice gracias a mi amigo Chema, que me recordó su reciente estreno. Curiosamente, por coincidencia, fue ayer mismo cuando el diario Público sacó el artículo que Begoña Piña dedico a la película: «La verdad estalla en el cine de Polanski». Un cineasta […]

He visto la película El oficial y el espía de Roman Polanski. Lo hice gracias a mi amigo Chema, que me recordó su reciente estreno. Curiosamente, por coincidencia, fue ayer mismo cuando el diario Público sacó el artículo que Begoña Piña dedico a la película: «La verdad estalla en el cine de Polanski». Un cineasta famoso y un tema conocido. Un cineasta polémico en su obra y en su vida. Y un tema que socavó en su momento los cimientos políticos de Francia y cuya ola aún perdura. Esta mañana he estado husmeando en un montón de críticas sobre la película. Tenía interés en hacerlo, porque me permite sondear cómo se respira en el ambiente del mundo del cine. Pero vayamos por partes.

La historia. Previsible en casi todo, porque se atiene a lo ocurrido. Un hecho muy grave, que fue resuelto en su momento. El oficial Alfred Dreyfus, vil e injustamente condenado, lo fue por ser judío. El coronel Georges Picquart, que desmontó la conspiración, lo hizo en nombre de su propio honor. El escritor Emile Zola, que escribió el celebérrimo artículo «J’accuse», puso su atrevimiento desde la holgura de su fama y hasta de su edad. Y es que todo manó de un clima de antisemitismo que, no por soterrado, emergió con ferocidad en el ejército y en una parte de la sociedad. Esa Francia reaccionaria que, lejos de haber desaparecido con la revolución de 1789, continuó a lo largo del siglo XIX y luego, ya en el siglo XX, alimentó el colaboracionismo en la Segunda Guerra Mundial y enlazó con el lepenismo. No lo olvidemos: Picquart era también antisemita, pero, honor (o conciencia) aparte, era el responsable del servicio de contraespionaje del ejército y como tal no podía permitir que una chapuza como la organizada contra Dreyfus fuese dejada al lado, olvidando quién era el verdadero pasante de información al ejército alemán. Un detalle que Polanski nos deja al final de la película: Picquart, que sólo vio una vez a Dreyfus tras su puesta en libertad, rechazó la (justa) petición que éste le hizo para ver reconocidos su años de servicio mientras estuvo recluido en la isla del Diablo.

El estilo. He leído de todo. Desde lo excelente, en la línea del gran Polanski, hasta lo contrario, como un cineasta decadente. Y lo de siempre: que si el ritmo, que si las luces, que si los tonos de esas luces, que si tal escena, que si tal otra, que si los diálogos, que si el vestuario, que si los bigotes… de lo que cada cual ha valorado como una cosa o como su contraria. No me gusta meterme en este campo, porque por mi parte es donde tengo menos que decir. Sí digo, sin embargo, que se nota que estamos ante un cineasta de los que ya van quedando menos. Parece que estamos en los años 60, 70 e incluso 80, por ejemplo. Lo cual no me parece mal. Y es que (en secreto) buena parte del cine de nuestros días no me llega.

La intencionalidad. Lucrecia Martel, presidenta del jurado del Festival de Venecia, se negó a asistir a la entrega del premio como mejor película, en protesta por los delitos sexuales sobre menores en que se encuentra sumido Polanski. Éste tampoco acudió a recibirlo. Entre la crítica ha sido redundante referirse al trasfondo personal que contiene la película. Se dice que el propio Polanski se reivindica como víctima de varios atropellos judiciales. Puede que así sea, pero también me atrevo a ir más allá. Nos lo recuerda Begoña Piña en el artículo antes referido: ¿acaso Julian Assange, detenido en el Reino Unido y reclamado por las autoridades de EEUU, no está sufriendo algo parecido? Y voy algo más allá: el antisemitismo en su día expresó la búsqueda de un enemigo interno para desviar la atención de lo realmente peligroso; hoy se lleva poco lo del antisemitismo, pero existen otras formas de inventar enemigos que funcionen como chivos expiatorios. ¿Lo habrá pensado así Polanski?

Y una acotación final. Discrepo de la práctica (o mala costumbre, o manía…) que existe en este país de titular las películas de manera diferente al original cuando están rodadas en otro idioma diferente al castellano. ¿Por qué El oficial y el espía y no Yo acuso? Sigo entenderlo.

Post scriptum

He leído otros dos artículos sobre la película. Sirven de muestra de las diferentes valoraciones que se están haciendo y de la controversia suscitada en torno al director: uno es de J. Casri, publicado en Rebelión y el otro de Francesc Miró, en eldiario.es, para quien, matando dos pájaros de un tiro, se trata de un «tedioso intento de Polanski por blanquear su imagen».

Publicado el día 3-01-2020 en https://marymeseta.blogspot.com/2020/01/el-oficial-y-el-espia-de-polanski.html

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.