No es propiamente un libro de historia pero como si lo fuera. Las fuentes informativas -páginas 529-542- no ofrecen duda de la investigación realizada. Tampoco las notas -páginas 491-527- que acompañan a cada apartado. Que sean fuego las estrellas tiene, además, la fuerza narrativa de los textos y biografías del autor. Como sus novelas policiales, […]
No es propiamente un libro de historia pero como si lo fuera. Las fuentes informativas -páginas 529-542- no ofrecen duda de la investigación realizada. Tampoco las notas -páginas 491-527- que acompañan a cada apartado. Que sean fuego las estrellas tiene, además, la fuerza narrativa de los textos y biografías del autor. Como sus novelas policiales, como su biogafía del Ché que tanto gustaba a Francisco Fernández Buey.
En total, 84 historias breves -algunas muy breves- y un epílogo -«De donde se dan noticias de algunas de los personajes que cruzaron por este libro». Una sugerencia de lectura: un capítulo por día por la mañana si les es posible, pensando-meditado durante la jornada, releído por la noche. Tres meses de lectura, no se precipiten. Tendrá material y sustancia para muchas reflexiones, para hacerse idea de lo que era aquella Barcelona de principios del siglo XX, de las actuaciones de la patronal, de los gobernadores militares y de sus aparatos de represión y muerte.
No cabe decir nada crítico que sea sustantivo de este magnífico libro. Acaso que algunas erratas ortográficas y sintácticas hubieran podido evitarse (tendrá que ver seguramente con las condiciones de trabajo) y que un índice nominal hubiera sido totalmente necesario en este caso. También una cronología sucinta para ayudar al lector/a a ubicarse mejor.
El ambiente de aquella Barcelona cenetista, nada que ver con la que luego algunos quisieron que fuera «la millor botiga del món» queda recogida en estas palabras (hay muchos otros ejemplos): «En estos últimos cuatro meses[estamos en 1920] se han practicado en el Hospital Clínico de Barcelona 230 autopsias, la mayoría por crímenes sociales. Pedro Más de Valois dirá: «Yo no intento decir que nosotros, los del único, fuéramos santos incapaces de movernos, pero también he de hacer constar que el 90% de las cuestiones que ventilábamos a tiros por las calles eran buscadas por los mismos del Sindicato Libre, para así favorecer la acción de los gobernantes» (p. 356).
Desde un punto de vista metodológico e historiográfico el autor se sitúa en estas coordenadas: son tan solo seis años los narrados en el libro «pero nada avanza en línea recta en una historia como esta: todo progresa en zigzag, demasiados actores con agendas propias, demasiados pasados que indicen en la cronología». Por otra parte, se nos advierte, los libros se hacen con otros libros, pero también contra otros. «Durante la investigación tropecé con visiones sectarias y excluyentes (casi inevitable en una historia que no termina en el 23 sino hasta 1939 en el fin de la Guerra civil [SLA: o acaso más tarde, los primeros asesinados en el Camp de la Bota eran cenetistas]), pero el choque más profundo se produjo contra la historiografía estadounidense y su pretendida objetividad». Casi toda ella, en opinión de Paco Ignacio Taibo II, se encuentra recorrida por una voluntad de encerrar la historia en conceptos preelaborados, ajustar la realidad y por tanto a información a la tesis, maldita tesis, que se impone sobre los hechos». Textos, prosigue, que parecen solazarse en lo lugares comunes que los estudios sobre el anarcosindicalismo han producido: atraso político agrario de una clase obrera de reciente origen campesino, anarquismo como expresión de ese atraso, irracionalidad, aventurismo, locura política, etc. El autor polemiza -explícita o implícitamente- con varios libros y autores que sostienen esas posiciones en algunos capítulos de su libro.
¿Vale o no vale la pena el tiempo invertido en la lectura de este libro de más de 500 páginas? La prueba del algodón propuesta:
¿Les dice algo esto por ejemplo? «La mayoría de los cuadros de la CNT tienen un origen proletario, infancia campesina los menos, o baja clase media, casi ninguno. Trabajan desde niños: Salvador Seguí a los 12, Ángel Pestaña a los nueve, Ricardo Sanz a los 12, Simón Piera los seis, David Rey a los 15, Juan García Oliver a los ocho, Buenaventura Durruti y Paulino Díez a los 14, Joan Peiró a los ocho. No tienen educación formal, las 12 horas del taller, el tajo o la fábrica no dan tiempo libre para estudiar. Peiró aprender a leer a los 22 años. La manera en que su hijo lo narra resulta memorable: ayudado por un jubilado de correos que le lee los periódicos sindicales, copia cartas sin saber qué dicen: las muchas estancias en la cárcel van puliendo su lectura y su lenguaje. Son autodidactas, se educan en los libros, los folletos, la prensa libertaria, pasan las tardes del domingo en el ateneo de la calle Alcolea de Sants, asisten a conferencias en que se hablaba de la inexistencia de Dios, leen a Victor Hugo y a Bakunin. De esa clase obrera vamos a contar la historia».
¿Y esto que les copio a continuación les dice algo esto? «El 4 de octubre [1919] en la mañana Pestaña volvía a intervenir ahora en el Teatro de la Comedia [de Madrid]: «Camaradas: En Cataluña es muy común, es corriente que el púbico que escuche al orador, sobre todo en nuestros medios, se abstenga de aplaudir; nosotros no somos toreros, nosotros no vamos a conquistar ningún pedestal, nosotros somos trabajadores». Los adoran. Son una voz nueva repleta de ilusiones, de sinceridades. España Nueva le dedica la primera página completa. El Sol lo reseña ampliamente, hasta los periódicos conservadores le dan un gran espacio. Pestaña y Seguí se encontrarán en una modesta pensión de la calle Echegaray en la que van a vivir. Mientras estén de gira la Confederación Regional les pagará sus salarios de obreros, con estos más que modestos ingresos viven» (p. 168).
¿Nada, no les dicen nada en ningún caso? No es un libro. ¿Quienes son, pues, los no lectores del libro? El autor lo sugiere desde las primeras páginas (p. 12): «Esta pura aproximación excluye a muchos lectores. Los que piensen que no puede haber épica proletaria, que la épica es propiedad de los griegos de las Termópilas, o de los jinetes azules de Custer, o de los estudiantes del 68, se hallan ante el texto equivocado». Asimismo, añade, quienes piensen «que el pasado no existe se han equivocado de libro». Así, pues, no se equivoquen.
Como han adivinado, un verso de un soneto de William Shakespeare da título al libro. Paco Ignacio Taibo II lo complementa con una cita de Oscar Wilde: «Todos vivimos en el fango, pero algunos miramos las estrellas». Tal vez todos vivamos en el fango, pero algunos más que otros y disfrutan con ello… Y sacan partido, para ellos y para sus descendientes. Que sean fuego las estrellas también habla de ellos y nos presenta las formas de actuar y los procedimientos de la burguesía catalana que alguien, hace unos años, ya presentó como la más dura o una de las más duras de España.
Fuente: El Viejo Topo, diciembre de 2016.
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