El primer paso está dado. Tiene un alcance estratégico fuera de lo común. Sacudirá derechas e izquierdas, a Oriente y Occidente. Entrará como tromba en cada organización política, sindical o social, en cada lugar del planeta.Una sensación de vértigo atrapó a decenas de miles de hombres y mujeres que por televisión o internet escuchaban a […]
El primer paso está dado. Tiene un alcance estratégico fuera de lo común. Sacudirá derechas e izquierdas, a Oriente y Occidente. Entrará como tromba en cada organización política, sindical o social, en cada lugar del planeta.
Una sensación de vértigo atrapó a decenas de miles de hombres y mujeres que por televisión o internet escuchaban a Hugo Chávez en la noche del 20 de noviembre, víspera de la inauguración del Congreso extraordinario del Psuv, cuando ante delegados de partidos de una treintena de países, presentó una propuesta tan esperada como imprevista: poner manos a la obra para edificar la Vª Internacional.
Lo dijo el Presidente de una revolución en marcha. Y lo apoyaron de inmediato los representantes de otros tantos que afrontan la misma responsabilidad en Bolivia, Ecuador, Honduras. Los que están en el crudelísimo inicio de la transición y los que aspiran, con tierra bajo los pies, a comenzar el recorrido.
Es explicable el vértigo. En un año quedó completado un ciclo que transformó al mundo, a tal punto que pocos tienen conciencia plena de la nueva realidad y continúan actuando con los parámetros del pasado. Primero fue el derrumbe de la arquitectura financiera mundial, colocando a la vista de todos la realidad insoslayable de una crisis agónica del capitalismo. Luego la aceleración estadounidense por el camino de la guerra. Ahora la respuesta estratégica: una nueva Internacional. Ha llegado la hora de las definiciones.
Nada sorprende más que lo esperado durante mucho tiempo. El grueso de quienes escuchaban a Chávez en un Hotel alzado en la cima del Monte Ávila (por caso, nacionalizado y refaccionado por el gobierno revolucionario) saltó como resorte oprimido al que libera de pronto la palabra mágica: una ovación espontánea, cargada de asombro y complacencia, manifestó del modo más elocuente un respaldo que antes de todo responde a una necesidad siempre sentida, casi nunca expresada.
Salir del paréntesis histórico
Si el primer paso requería fuerza real, lucidez y osadía, los siguientes plantean exigencias aun mayores. Aunque la creación de cada Internacional ocurrió en el pasado en medio de grandes debates y confrontaciones ideológicas, el abigarrado conjunto de fracciones que a escala mundial se define como izquierda muestra hoy un grado de confusión ideológica y diversidad política sin precedentes. Será tarea difícil aunarla, darle organicidad y dirección de marcha. Desde que la derrota de la Comuna de París destruyó la 1ra Internacional, en cada paso, a la par de victorias y derrotas, grandes contingentes concluyeron asimilándose al sistema al cual originalmente combatieron. Además, al otro lado de la barricada, el capital acumuló infinita experiencia y poderosos tentáculos listos para la acción. El reformismo es una constante. Pero hay más: aparte las excusas reformistas, las incógnitas a resolver son inmensas y a prueba de oráculos:
1. ¿qué definiciones ideológicas y programáticas trazarán el contorno de la Vª Internacional?
2. ¿qué organizaciones concurrirán a su formación? ¿qué relación habrá entre las grandes formaciones con responsabilidades gubernamentales y los demás partidos o agrupamientos revolucionarios?
3. ¿qué estructura adoptará la organización internacional, cómo se seleccionarán sus dirigentes y cómo se expresará en el plano nacional?
4. ¿cómo se integrará a este conjunto multifacético la clase obrera mundial, que hoy no cuenta en lugar alguno con el vigor y la conciencia imprescindibles?
Hemos defendido posiciones netas respecto de estos temas. Rompiendo una tradición de esta columna, vamos a citar un texto propio, publicado en la revista Crítica en octubre de 2007:
«En la historia ha habido, conceptual y realmente, cuatro organizaciones internacionales anticapitalistas. La 1ra, en cuya fundación fueron figuras clave Marx y Engels, agregaba diferentes corrientes revolucionarias anticapitalistas. Surgió directamente del impulso de los propios obreros en lucha contra el sistema en Europa; las dos corrientes principales eran la que a poco andar se denominaría marxista, y la anarquista. La 2da, definida como socialdemócrata (con el sentido que tenía por entonces esa palabra, inverso al actual), se apoyaba en grandes partidos socialistas obreros de masas que para ese entonces se habían conformado en toda Europa, en Estados Unidos y en varios países latinoamericanos. La 3ra, fundada por Lenin y Trotsky, se definió como comunista, contraponiéndose al nombre de socialdemócrata, ya para entonces identificado con posiciones de sujeción a los intereses de las burguesías de cada país; su base de sustentación fueron los propios partidos socialdemócratas de masas, todos los cuales se fraccionaron dando lugar a Partidos Comunistas, que fundarían la Internacional con ese nombre. La 4ta, en realidad no llegó a ser una verdadera organización internacional con arraigo en la clase trabajadora. Nació como resultado de la degeneración stalinista en la Unión Soviética y la extensión de esa caída a la organización, el programa y la política de la 3ra Internacional a partir de su 5° Congreso. Su base de sustentación fue la Oposición de Izquierda en la Unión Soviética y su proyección en PPCC de todo el mundo. Luego tomaría el nombre de su principal promotor, León Trotsky. Asesinado éste en 1940, la organización degeneró a su vez, dando lugar a innumerables organizaciones casi invariablemente sectarias y minúsculas.
En la actualidad, por razones objetivas y subjetivas una organización internacional no puede pretender la homogeneidad ideológica que originalmente tuvieron la 2da, 3ra y 4ta. Por el contrario, en lo que hace a su heterogeneidad superaría largamente a la 1ra, aparte de que no resultaría del impulso consciente y organizado de una vanguardia obrera con aval de masas (subrayado ahora).
El punto de apoyo de una tal organización heterogénea sería la explícita decisión de lucha contra el imperialismo y por el socialismo del siglo XXI, asumiendo como punto de partida las incógnitas y ambigüedades que esa definición supone.A la heterogeneidad ideológica, le correspondería un criterio organizativo que, obligando en términos de estrategia general a cada partido u organización integrante, permitiría la participación de diferentes organizaciones en un mismo país y no daría lugar a criterios unánimes de accionar político.
No obstante, la internacional no podría asimilarse al concepto de Frente. Más próxima al criterio de partido de masas, con heterogeneidad ideológica y homogeneidad política en cuestiones centrales que hagan a una estrategia hemisférica, y con toda la flexibilidad que requieran las diferencias de participación en cada país.Esa contradicción se resolvería a favor de la cohesión, la homogeneidad política y la coherencia internacional a través del órgano de dirección internacional, que sólo podrá estar integrado por representantes de Partidos de aquellos países donde no exista más de una organización reconocida.
La organización de una internacional revolucionaria con estas características, lejos de ser una perspectiva lejana, es una necesidad inmediata. Defender los procesos revolucionarios en Venezuela, Bolivia, Nicaragua y Ecuador, es tan impostergable como esforzarse por la recomposición de las fuerzas sociales y revolucionarias en los restantes países de la región».
Parece innecesario insistir: no hay manera de procurar identidad ideológica y a la vez actuar como centro de unidad social y política en ningún país, tanto menos a escala mundial. De modo que la Vª Internacional será obligadamente diferente a las tres anteriores y, semejante en punto a diversidad interna con la Ira, irá todavía más allá de aquélla e integrará numerosos agrupamientos diferenciados dentro de cada corriente misma. Las múltiples definiciones marxistas, cristianas, nacionalistas, tendrán su punto de comunión en la determinación revolucionaria y la voluntad consecuente de confrontación con el imperialismo y las burguesías nacionales. Va de suyo que esto dejará mucho por fuera; pero a la vez incluirá una inmensa diversidad. Una fuerza desde el inicio poderosísima, en condiciones de crecer en progresión geométrica.
Inercia y fuerzas centrífugas
Aunque causara sorpresa, esta decisión de Chávez no fue un impulso de último momento. En 2007, al inicio mismo de la construcción del Psuv, en su intervención del 25 de agosto ante los propulsores que darían nacimiento al partido de masas de la revolución bolivariana, el presidente venezolano dijo que 2008 sería el momento para «convocar a una reunión de partidos de izquierda de América Latina y organizar una especie de Internacional, una organización de partidos y movimientos de izquierda de América Latina y del Caribe». Y abundó: «Hay un resurgimiento de la conciencia de los pueblos; deben seguir creciendo los movimientos, líderes y liderazgos de una izquierda nueva, de un proyecto nuevo».
La paradoja es que mientras ese resurgimiento ocurre en los cimientos de la sociedad, sus expresiones políticas raramente lo expresan y en ningún caso lo alientan y conducen. En cierta medida eso quedó plásticamente plasmado en el salón del Hotel en la cima del Guaraira Repano, cuando Chávez lanzó su proclama: al lado de quienes dieron un salto de liberadora alegría, pudo verse rostros consternados. Y hasta hubo quienes, advertidos a tiempo, se ausentaron antes de verse obligados a exteriorizar su postura. Más sagaces aún, hubo partidos que directamente estuvieron ausentes del encuentro. Y ni qué decir del otro flanco, el infantoizquierdista, ausente en el recinto, atónito ante el desafío. La inercia de estructuras y cuadros adheridos a diferentes instancias del Estado capitalista, se combina con la fuerza centrífuga transmitida a importantes franjas de vanguardia espontánea en el movimiento de masas, por parte de agrupamientos que, ajenos a una teoría consistente, esgrimen el nombre de Marx, Lenin o Trotsky para tomar posición con la sencilla técnica de repetir generalidades obvias y ubicarse 45 grados a la izquierda de cualquier fenómeno político que aparezca.
Protegerse de y a la vez incluir a las partes sanas de estos fenómenos objetivos será una tarea no menor en la agenda de la Vª Internacional. Demandará un enorme esfuerzo teórico y organizativo. E impar habilidad para la conducción política.
Aprisionado por la tenaza de reformismo e infantoizquierdismo, el renacimiento de la asunción de banderas estratégica por parte de millones ocurre en medio de otra estridente paradoja: la acción no sólo precede a la teoría, sino que va tan por delante que en los hechos resulta impracticable su entrelazamiento efectivo. El pragmatismo aparece así como una tercera amenaza encastrada en las propias filas.
Desde este complejo punto de partida se despliega ya la idea de una Vª Internacional. El plan apunta a la realización del Congreso fundacional en abril próximo, en coincidencia con la culminación del largo proceso congresal extraordinario del Psuv. Por si faltase algo para darle más entidad a este momento histórico, Chávez invitó al Congreso del Psuv a Fidel Castro. Horas después de ese acto hizo un viaje no anunciado a Cuba, donde se reunió por siete horas con Fidel y otras cinco con Raúl, del que informaría posteriormente. Lo dicho: aceleración de tiempos; hora de definiciones.
Lo que vendrá
Pero… ¿qué poder es ése que acorta plazos y pone exigencias perentorias? La pregunta sólo cabe a quienes no han asimilado la magnitud y el sentido de los cambios vertiginosos ocurridos en el último año. El sistema capitalista ha ingresado en la crisis más abarcadora y profunda de su historia. Lejos de remontarse en los últimos meses, los costos de una pseudo recuperación la agravaron aún más. Es sólo cuestión de tiempo (en ningún caso prolongado) el reinicio de derrumbes mayores a los ocurridos en 2008, que además, porque sucederán en el ámbito de la producción y el comercio, no podrán ser paliados siquiera temporalmente con nuevas montañas de dinero ficticio, como se hizo un año atrás.
Eso es sólo una parte de lo nuevo. La otra, visible para todo quien no decida taparse los ojos, es que Estados Unidos se ha lanzado a la guerra. La noción de que Washington está empantanado en Oriente y por ello no podrá emprender nuevas aventuras bélicas no sólo peca de simplista: desconoce que en situación de amenaza mortal un animal salvaje no mide riesgos. Atribuir racionalidad al desempeño histórico del capital es resultado del idealismo filosófico; o de la negativa por el temor cerval a lo que se tiene enfrente. Pero no hay modo de ocultarlo: un Presidente del partido Demócrata, culto, sagaz, con antecedentes progresistas y para mayor abundamiento afroamericano, es el vehículo de la maquinaria imperial y lleva la guerra a todo el mundo. Ahora mismo envía otros 35 mil soldados a Afganistán, mientras su secretaria de Estado teje la trama previa a ataques militares contra Irán y Suramérica. Barack Obama, flamante premio Nobel de la paz, monta bases militares en Colombia, Centroamérica y el Caribe, donde señorea ya la IV Flota. Realiza y sostiene el golpe en Honduras.
Entiéndase bien: el envío de 35 mil soldados más a Afganistán tiene como objeto acabar rápidamente con esa guerra que ya se ha extendido a Paquistán y deja al imperio en una ciénaga. Acabar rápidamente significa masacrar con mayor eficiencia a cientos de miles de seres humanos. Pero eso no es lo más grave: prueba con la contundencia de los hechos que Washington y su premio Nobel están acosados por la urgencia. En Afganistán u otro lugar, donde no esté planteado alcanzar los objetivos militares mandando más soldados, quedará sobre el tapete la utilización de armas atómicas, tácticas o de las otras.
Por lo demás, hay que ser voluntariamente ciego y sordo para no admitir que en el terreno de las comunicaciones la confrontación ya ha comenzado con carácter de guerra mundial: de manera alevosa, unificada como nunca antes en la historia, la prensa comercial, en todo el planeta y con apenas alguna excepción, se hunde en una campaña de mentiras, tergiversaciones y manipulación que no tiene precedentes en su ignominiosa trayectoria.
¿Para qué vino el presidente israelí Shimon Peres a América del Sur, sino para anunciar, desde Buenos Aires y con el mayor descaro, que «Chávez y Ahmadinejad desaparecerán en los próximos meses»? ¿Qué efecto tendría sobre América Latina el asesinato de Chávez? ¿Qué seguiría en el Medio y Extremo Oriente si Ahmadinejad fuese ultimado? ¿Y por qué el sionismo, con toda su parafernalia comunicacional, se ha puesto al servicio de tamaña provocación comprometiendo incluso a las comunidades judías de nuestros países?
Es preciso analizar con cuidado los textos publicados en esta edición: la reflexión de Fidel Castro, los fragmentos del discurso de Chávez, el Compromiso de Caracas.
No hay modo de eludir la respuesta: acosado por la crisis agónica que demuele sus columnas, el imperialismo se ha lanzado por el camino de la guerra.
Pero esa conclusión obvia no es ahora el dato más relevante de la realidad mundial. No hay punto de exageración al afirmar que el núcleo de mayor proyección es ya la decisión de fundar una nueva Internacional. Porque la locura guerrerista del imperialismo sólo puede ser detenida por cientos, acaso miles de millones de personas que en todo el planeta abracen la tarea, conscientes y organizados. Hasta ahora siquiera estaba planteada como estrategia la edificación de una instancia unificadora a esa escala. Infinidad de iniciativas con aristas humanitarias y positivas, se empeñaron y continúan empeñándose en eludir la única respuesta posible a la crisis del capitalismo. Que lo piensen bien los cuadros de grandes formaciones reformistas, políticas o sindicales; que lo piensen bien agrupamientos aguerridos pero encerrados en círculos de pequeñez y marginalidad; que lo piensen bien los intelectuales proclives a la comodidad del poder; que los piensen bien todos, antes de negarse a ser parte de esa tarea clave para la humanidad: ponerle freno a la locura capitalista. Ese objetivo resume hoy en una consigna: construir la V Internacional.
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