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La historia de un combate épico acallado por la academia de cine estadounidense

«Ich bin ein Bil’iner!»

Fuentes: zope.gush-shalom.org

Traducido para Rebelión por LB.

Esto no sucede todos los días: todo un ministro de Cultura que se regocija públicamente porque una película de su país NO ha sido galardonada con un Oscar. Y no sólo una película, sino dos.

Sucedió esta semana. Limor Livnat, todavía ministro de Cultura del gobierno saliente, declaró a la televisión israelí que se congratulaba de que las dos producciones israelíes candidatas a los Oscar en la categoría de documental que llegaron a los cuartos de final acabaran siendo derrotadas.

Livnat, uno de los miembros del Likud más extremistas, tiene pocas posibilidades de ser incluido en el menguante grupo de ministros del Likud que formarán parte del próximo gobierno. Es posible que su exabrupto estuviera destinado a aumentar sus posibilidades.

No sólo atacó a las dos películas, sino que aconsejó a las fundaciones semipúblicas que financian las películas israelíes que ejercieran una «autocensura voluntaria y privaran de apoyo a películas tan antipatrióticas, asegurándose así de que no sean producidas en absoluto».

Los dos documentales en cuestión son de naturaleza muy diferente.

Uno, titulado Los porteros, es una colección de testimonios de seis jefes sucesivos de los Servicios Generales de Seguridad, la agencia de inteligencia interna de Israel conocida por sus siglas hebreas indistintamente como Shin Bet o como Shabak. En los EEUU sus tareas las desarrolla el FBI (el Mossad sería el equivalente de la CIA).

Los seis jefes del Servicio se muestran extremadamente críticos con los ministros y primeros ministros israelíes de las últimas décadas. Los acusan de incompetencia, estupidez y de cosas peores.

La otra película, Cinco cámaras rotas, cuenta la historia de las manifestaciones de protesta que se realizan semanalmente contra la valla de «separación» en la aldea [palestina] de Bil’in, mostrada a través de las cámaras de uno de los vecinos de la aldea.

Cabe preguntarse cómo dos películas como ésas pudieron llegar a la cima de los premios de la Academia. Mi conjetura personal (para la que carezco de pruebas) es que los miembros judíos de la academia [de cine estadounidense] votaron a favor de seleccionarlas sin haberlas visto antes, confiados en que una película israelí no podía no ser kosher. Pero cuando el lobby pro-israelí comenzó a armar alboroto, los miembros de la academia visionaron las películas, se estremecieron, y concedieron el primer premio a Searching for Sugar Man.

Todavía no he tenido la oportunidad de ver Los porteros, pese a lo cual me abstendré de escribir sobre ella.

Sin embargo, he visto varias veces Cinco cámaras rotas, tanto en el cine como sobre el terreno.

Limor Livnat la tildó de película «israelí», pero esa designación es bastante problemática.

En primer lugar, a diferencia de las demás categorías, los documentales no se clasifican por criterios de nacionalidad. Así que, oficialmente, no era «israelí».

En segundo lugar, uno de sus dos co-productores protestaron vehementemente contra esa designación. En su opinión se trata de una película palestina.

De hecho, cualquier designación nacional resulta problemática. Todo el material ha sido filmado por un palestino, Emad Burnat. Pero el co-editor, Guy Davidi, que dio forma final al material filmado, es israelí. Gran parte de la financiación provino de fundaciones israelíes. Por lo tanto, sería justo decir que se trata de una coproducción palestino-israelí.

Lo mismo cabe decir de los «actores»: los manifestantes son tanto palestinos como israelíes. Los soldados son, obviamente, israelíes. Algunos de los miembros de la Policía de Fronteras son drusos (árabes pertenecientes a una secta islámica marginal.)

Cuando nació el último hijo de Emad Burnat, éste decidió comprar una sencilla cámara para documentar las etapas de crecimiento del muchacho. Ni por asomo pensaba entonces en documentar la Historia. Pero tomó su cámara consigo cuando se unió a las manifestaciones semanales en su aldea. Y, a partir de ese momento, todas las semanas.

Bil’in es un pequeño pueblo situado al oeste de Ramallah, cerca de la Línea Verde. Poca gente había oído hablar de él antes de la batalla.

Oí hablar de Bil’in por primera vez hace unos ocho años, cuando Gush Shalom, la organización pacifista a la que pertenezco, fue invitada a participar en una manifestación contra la expropiación de parte de sus tierras para construir un nuevo asentamiento, Kiryat Sefer («La ciudad del Libro «).

Cuando llegamos al lugar sólo habían construido unas pocas casas nuevas. La mayor parte de la tierra estaba aún cubierta de olivares. En protestas ulteriores hemos visto crecer el asentamiento hasta convertirse en una gran ciudad totalmente reservada a judíos ultraortodoxos, los llamado haredim, «los que temen (a Dios)». La atravesé en varias ocasiones cuando no había otra manera de llegar a Bil’in, y jamás vi a un solo hombre que no vistiera el traje y sombrero negros característicos de la comunidad haredim.

Los haredim no son colonos per se. No se asientan ahí por razones ideológicas, sino simplemente porque necesitan espacio para su numerosa prole. Es el gobierno el que los empuja allí.

Lo que hizo que esta primera manifestación resultara memorable para mí fue que los ancianos del pueblo subrayaran en su resumen la importancia de la no-violencia. En aquellos tiempos la no-violencia no era algo que se oyera muy a menudo en los discursos palestinos.

La no violencia ha sido y sigue siendo una de las cualidades más sobresalientes de la lucha de Bil’in. Desde la primera manifestación, semana tras semana, año tras año, la no violencia ha sido el sello distintivo de las protestas.

Otra característica fue la increíble inventiva. Los ancianos hace mucho tiempo que han dado paso a las nuevas generaciones. Durante años, estos jóvenes se esforzaron por dotar a cada manifestación de un contenido simbólico específico. En una ocasión, condujeron a manifestantes dentro de jaulas de hierro. En otra, todos nos pusimos máscaras de Mahatma Gandhi. Otro día llevamos con nosotros a un renombrado pianista holandés que interpretó a Schubert en un camión en mitad de la refriega. En otra protesta los manifestantes se encadenaron a la valla. En otra ocasión jugaron un partido de fútbol a la vista del asentamiento. Una vez al año se invita a huéspedes de todo el mundo a participar en un simposio sobre la lucha palestina.

La lucha está dirigida principalmente contra la valla de «separación», que se supone ha de separar Israel y los territorios palestinos ocupados. En las zonas urbanas la valla es un muro y en zonas abiertas es una cerca protegida a ambos lados por una amplia extensión de terreno despejado por donde discurren carreteras de patrullaje y alambradas de espinos. El objetivo oficial es impedir a terroristas suicidas infiltrarse en Israel y hacerse estallar allí.

Si ese fuera el propósito real y si el muro se hubiera construido en la línea fronteriza no cabrían demasiadas objeciones. Cada Estado tiene derecho a protegerse. Pero eso es sólo una parte de la verdad. En muchas zonas el muro/valla se adentra profundamente en territorio palestino, supuestamente para proteger a los asentamientos pero en realidad para anexionar tierra palestina. Precisamente lo que ocurre en Bil’in.

La valla original separaba al pueblo de la mayor parte de sus tierras, que habían sido seleccionadas para la ampliación del asentamiento que ahora se llama Modi’in Illit («Modi’in Alto»). El Modi’in real es un municipio adyacente situado dentro de la Línea Verde.

En el curso de su lucha los habitantes de Bil’in apelaron a la Corte Suprema israelí, que finalmente aceptó parcialmente sus demandas. El gobierno israelí recibió la orden de desplazar la valla hacia un lugar más próximo a la Línea Verde. Eso deja aún mucho terreno al asentamiento.

En la práctica, la totalidad del muro/valla anexiona a Israel casi el 10% de Cisjordania (en total, Cisjordania constituye solamente el 22% del territorio de la Palestina anterior a 1948.)

Una vez que Emad Burnat comenzó a hacer fotos, ya no pudo parar. Semana tras semana, «disparó» [su cámara] a los manifestantes, mientras que los soldados disparaban (sin comillas) sobre los manifestantes.

Los soldados israelíes empleaban todas las semanas gas lacrimógeno y balas de goma. A veces utilizaron también munición real. Sin embargo, en todas las manifestaciones que presencié nunca vi un solo acto de violencia por parte de los manifestantes, tanto palestinos, israelíes como activistas internacionales. Las manifestaciones suelen comenzar en el centro del pueblo, cerca de la mezquita. Cuando concluyen las oraciones del viernes (el viernes es el día santo musulmán), algunos de los devotos se unen a los jóvenes que esperan fuera y comienza entonces una marcha hasta la valla, situada a pocos kilómetros de distancia.

En la valla tienen lugar los enfrentamientos. Los manifestantes avanzan y y gritan, los soldados israelíes lanzan gases lacrimógenos, granadas de aturdimiento y balas de goma. Los botes de gas impactan en la gente (mi esposa Rachel tuvo durante meses un gran moratón en el muslo debido al impacto de un bote de gas. Rachel ya padecía una grave enfermedad hepática y su médico le prohibió terminantemente acercarse al gas lacrimógeno, pero ella no pudo resistirse a tomar fotos de cerca.)

Una vez que se inicia el combate cuerpo a cuerpo, niños y jóvenes -no los propios manifestantes- apostados en los aledaños suelen comenzar a tirar piedras a los soldados. Es una especie de ritual, una prueba de coraje y hombría. Para los soldados es un pretexto para aumentar su violencia, golpeando y gaseando a la gente.

Emad nos muestra todo eso. La película nos permite ver cómo crece su hijo, de bebé a escolar, en medio de las protestas. También nos muestra a la mujer de Emad rogándole que pare. Emad ha sido detenido y herido de gravedad. A uno de sus parientes lo mataron. Todos los organizadores de la aldea han sido encarcelados una y otra vez, igual que sus camaradas israelíes. Testifiqué en varios juicios ante el tribunal militar, situado en un enorme campo militar de prisioneros.

En la película apenas se ve a los manifestantes israelíes, pero desde el principio los judíos jugaron un importante papel en las protestas. Los participantes israelíes más importantes son los «Anarquistas contra el Muro», un colectivo rebosante de coraje y creatividad. (En el documental hay un primer plano del activista de Gush Shalom Adam Keller en el que se lo ve probando una técnica de resistencia pasiva que aprendió en Alemania. Sin embargo, no parece funcionarle. Tal vez sean necesarios policías alemanes para que dé resultado.)

Si la película no hace justicia a los manifestantes israelíes e internacionales, la cosa es bastante comprensible. El objetivo [del film] es mostrar la resistencia palestina no violenta.

En el curso de la lucha a Emad le fueron rompiendo sus cámaras una a una. Ahora trabaja con su sexta cámara.

Esta es una historia de heroísmo, la heroica lucha de simples aldeanos en defensa de sus tierras y su país.

Mucho tiempo después de que Limor Livnat esté olvidado la gente seguirá recordando la Batalla de Bil’in.

El presidente Barack Obama haría bien en ver la película antes de su próxima visita a Israel y Palestina.

Hace algunos años me pidieron que pronunciara el discurso laudatorio en una ceremonia celebrada en Berlín en la que se condecoró por su valentía al pueblo de Bil’in y a los «Anarquistas contra el Muro».

Parafraseando levemente el famoso discurso del presidente John Kennedy en Berlín, propuse que toda persona decente del mundo debería proclamar orgullosamente: «Ich bin ein Bil’iner!»

Fuente: http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1362763452/