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Inflación verde, la disputa por los recursos naturales

Fuentes: Rebelión

La actual crisis de la inflación que sacude al mundo es distinta a las anteriores. Un grupo de grandes economías está intentando dejar atrás los combustibles fósiles para evitar el cambio climático. Ese viraje tuvo una incidencia determinante en los mercados globales de carbón e hidrocarburos, en muchos minerales y en la agricultura, y todos ellos contribuyeron a la inflación. Al mismo tiempo esa alteración climática que se quiere contener, ya tiene consecuencias, tales como sequías o inundaciones, que producen mayor volatilidad y precios en algunos alimentos, contribuyendo a la inflación. La invasión de Rusia a Ucrania aceleró y acentúo todas estas problemáticas.

Estamos ante reordenamientos y cambios en el uso de las materias primas. Unos cambios que no siempre son comprendidos por los economistas convencionales, pero que los inversores y analistas de mercado advirtieron desde el año pasado. Entendieron que el concepto de estanflación, esa combinación entre una alta inflación y bajo crecimiento económico o estancamiento, no era el más apropiado (1). Propusieron calificarla como una verdeflación, una inflación verde. Lo confirma el Banco Mundial, que acaba de advertir que nos encaminamos a los más altos precios de las materias primas en los últimos 50 años.

El proceso estaba en marcha desde hace más de un año, y se debe a distintos factores, varios de ellos operando en oposición. Muchos países industrializados, y en especial los de la Unión Europea, con el propósito de evitar el cambio climático impusieron planes de transición energética que pasan por abandonar los combustibles fósiles, como carbón o hidrocarburos.

En paralelo a esa intención, y en parte alimentado por ella, los precios de esos energéticos aumentaron. Los petróleos más accesibles y de mejor calidad se están agotando, y los que los reemplazan son más caros y difíciles de extraer y procesar. Los grandes inversores están abandonando ese sector sabiendo que tiene los días contados. Los países petroleros reaccionaron aprovechando sus condiciones de oligopolios pujando por los mayores precios posibles antes que se universalice la «despetrolización». El propio Gobierno ruso reconocía hace un año atrás que sus yacimientos habían traspasado el pico de petróleo, y por ello esperaban escalar su extracción y comercialización antes de que no fuera posible (2). Al mismo tiempo, ciertos sectores que queman combustibles fósiles se encarecen, en unos casos porque deben pagar tasas por emitir gases invernadero y en otros por impuestos transfronterizos. La guerra en Ucrania entreveró más la situación dadas las medidas europeas para reducir su consumo de carbón, petróleo y gas ruso.

Esa misma transición energética apostó a otras fuentes de energía, tanto en Europa como en Norteamérica. Además aprovecharon la caída en los costos; en la generación de electricidad ya son más baratas que las plantas convencionales que queman combustible fósil. Pero el consumo de energía es tan alto que se siguen consumiendo hidrocarburos, ya que el ritmo y escala del reemplazo hacia molinos de viento o cualquier otra alternativa de ese tipo, llevará unos cuantos años.

Esos cambios alimentaron la demanda por minerales que son esenciales para los molinos de viento, los paneles solares o las baterías. La voracidad por el cobre, litio, cobalto, níquel y otros minerales, hicieron subir sus precios; por ejemplo, en el litio el alza fue de aproximadamente un 1 000 % en los dos últimos años. A la vez, en muchos casos esa minería se hace en América Latina y otros países del sur, donde enfrenta una creciente resistencia ciudadana por sus impactos ambientales y sociales, lo que aumenta los costos de operación o vuelve a algunos yacimientos inexplotables. Entretanto, no pocos gobiernos quieren disputar una tajada más grande de esas ganancias y elevan las regalías. El resultado es que los precios de casi todos los minerales se ha disparado, y ello también alimenta la inflación.

El aumento del precio de los hidrocarburos afecta directamente a los sectores agropecuarios, desde los fertilizantes a los costos de operación de la maquinaria. El cambio climático que se quiere evitar, de todos modos ya tiene consecuencias que golpean a la producción agropecuaria, encareciendo los precios de algunos alimentos. Basta recordar la sequía que afectó a Paraguay y distintas áreas de Brasil y Argentina, impactando sobre sus cosechas. La guerra en Ucrania acentúo estos problemas, y ahora encontramos que el precio del trigo aumentó proporcionalmente más que el del petróleo, y los fertilizantes más que cualquiera de ellos. Hay productores rurales en el Cono Sur sudamericano que podrían festejar los altos precios por ejemplo de la soja que exportarán, pero los costos de sus insumos y combustible también se elevaron; sus márgenes de rentabilidad se estrechan, y cualquier problema climático podría tener consecuencias nefastas.

Por todas estas razones, la verdeflación es distinta a las anteriores. Se mezclan restricciones en la oferta, por ejemplo en hidrocarburos, con las consecuencias de mayor inversión, como ocurre con la expansión en la producción de baterías. El Banco Central Europeo lo reconoce, pero advierte que no solo no renuncia a la transición energética sino que desea acelerarla (3). Contempla medidas adicionales, tales como limitar el endeudamiento que pueden tener emprendimientos contaminantes o favorecer más a las inversiones en energía renovables. En cambio, en América Latina estas cuestiones casi no se discuten, y es una incógnita si nuestras autoridades financieras las conocen.

Como es una crisis de otro tipo, los ministros de economía y directores de bancos centrales no podrán solucionarla por sí solos. No está en sus manos resolver la guerra en Ucrania ni pueden decretar que mágicamente habrá mas yacimientos de cobre o litio. Esas son condicionalidades políticas a su vez insertadas en contextos y límites ecológicos inamovibles. Para abordarlas es indispensable pensar la economía de un modo radicalmente distinto. El primer paso es comprender que esta inflación es distinta a las anteriores.

Notas:

Notas

1. ‘Greenflation’ threatens to derail climate change action, R. Sharma, Financial Times, 2 agosto 2021, https://www.ft.com/content/49c19d8f-c3c3-4450-b869-50c7126076ee

2. Russia may have passes peak oil output – Government, The Moscow Times, 12 abril 2021, https://www.themoscowtimes.com/2021/04/12/russia-may-have-passed-peak-oil-output-government-a73558

3. Es la posición por ejemplo de I. Schnabel, integrante de la commisión ejecutiva del Banco Central Europeo; véase A new age of energyinflation: climateflation, fossilflation and greenflation, I. Schnabel, presentación del 17 marzo 2022, https://www.ecb.europa.eu/press/key/date/2022/html/ecb.sp220317_2~dbb3582f0a.en.html

Eduardo Gudynas es analista en el Centro Latino Americano de Ecología Social. Una primera versión de este artículo se publicó en el semanario Brecha (Montevideo) y es un adelanto de una sección en el libro Muy lejos está cerca, sobre los impactos de la guerra de Ucrania en América Latina que publicará la Red Peruana por una Globalización con Equidad. Redes: @EGudynas

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.