De no haber sido por la inmediata reacción popular, la masacre de los 43 estudiantes en Ayotzinapa podría haber sido sepultada bajo un silencio conveniente para el sector político mexicano, como sucedió con el horrendo asesinato de los 72 inmigrantes centro y sudamericanos perpetrado por los Zetas en 2010 y los miles de víctimas de […]
De no haber sido por la inmediata reacción popular, la masacre de los 43 estudiantes en Ayotzinapa podría haber sido sepultada bajo un silencio conveniente para el sector político mexicano, como sucedió con el horrendo asesinato de los 72 inmigrantes centro y sudamericanos perpetrado por los Zetas en 2010 y los miles de víctimas de la indetenible violencia en el país vecino. En Estados Unidos, Europa y el resto del mundo, un gran porcentaje de medios de comunicación -cuya misión es informar de manera objetiva- ha ido decantándose cada vez más hacia una actitud de tolerancia con los abusos y excesos de los grupos de poder, así como por sus evidentes actos de corrupción en el ejercicio de la gestión pública. A su vez manejan a voluntad el tono editorial con la habilidad suficiente para bajar o aumentar el impacto de ciertos acontecimientos de relevancia, de tal modo de no afectar los intereses de su grupo de afinidad.
Esta tendencia ha provocado, por ejemplo, situaciones de extremo racismo y xenofobia en países como Estados Unidos, en donde la gran mayoría de la población respaldó la invasión de Irak basada en argumentos falsos de su entonces presidente, George W. Bush, inmediatamente después del ataque del 11 de septiembre a las torres gemelas. Y cuando se demostró la falsedad de las excusas para tal proceder, en lugar de desatarse un escándalo capaz de generar una revisión de sus políticas bélicas, medios como CNN y FOX continuaron generando ese apoyo gracias a campañas nacionalistas de un fanatismo de corte fascista.
Es evidente que esas grandes cadenas noticiosas, de cuyo material nos nutrimos a diario, no cederán espacios a sus eventuales oponentes -en la mayoría de casos, estos son los grupos de ciudadanos capaces de emprender una lucha en defensa de sus derechos- y fortalecerán su influencia en relación directa con el poder de sus patrocinadores en los círculos económicos y políticos.
En el caso de los medios independientes, cuyos espacios se reducen en la medida que pierden acceso a los grandes capitales publicitarios, su recurso más eficaz ha sido montarse en las plataformas digitales para captar esas audiencias jóvenes que les ayuden a reproducir los mensajes hacia públicos cada vez más extensos. Sin embargo, esta es una lucha contra el Goliat de los imperios mediáticos, cuya palanca está fincada en los centros de poder desde donde emanan las decisiones más trascendentales para la humanidad.
Los crímenes de Iguala escaparon a ese mecanismo mediático. A pesar del bajo tono de CNN y otras cadenas, la población alzó la voz. Las protestas contra el gobierno de Peña Nieto surgieron desde quienes se manifestaron desde los lugares más alejados de México, hasta esa reunión en donde, cara a cara con su presidente, un padre le exigió la renuncia. Esto debe convertirse en una lección para todos aquellos países aplastados por la impunidad, la corrupción y los abusos de poder.
La lección es que no es posible esperar soluciones mágicas para situaciones extremas. Tal como corre por las redes, debemos tener conciencia de que Iguala no es solo México. Iguala somos todos.