Lisa, militante comunista, había debatido con Gramsci durante el período que coincidieron en la cárcel. Los debates son de fines de 1930: el informe es de 1933. [Texto íntegro del informe enviado en 1933 al Centro del Partido.] Habiendo pasado dos años desde el momento en que el compañero [Gramsci] nos incitaba a reflexionar sobre […]
Lisa, militante comunista, había debatido con Gramsci durante el período que coincidieron en la cárcel. Los debates son de fines de 1930: el informe es de 1933.
[Texto íntegro del informe enviado en 1933 al Centro del Partido.]
Habiendo pasado dos años desde el momento en que el compañero [Gramsci] nos incitaba a reflexionar sobre el tema del cual me dispongo a hablar, no podría garantizar la reproducción exacta de la multiplicidad de conceptos que él [Gramsci] aportaba para sostener su tesis.
De cualquier manera, admitiendo que no me falta la objetividad necesaria para que el planteo y el desarrollo del tema resulten deformados lo menos posible, cualquier deficiencia que pudiese haber en esta exposición, me parece imputable sobre todo al tiempo y a los demás pequeños problemas materiales que me impidieron fijar, por medio de algunas notas, y aunque fuera en sus líneas generales, el pensamiento de [Gramsci].
Estábamos al final de 1930, cuando en las horas del paseo, el compañero [Gramsci] nos presentaba lo que él se complacía en definir como «el dedo en la llaga», es decir el tema de la «Constituyente».
El rudo planteamiento, el tratamiento esquelético y separado de una serie de problemas que, en mi opinión, no podían omitirse sin transformar a un problema de sutil orden político en una argumentación formal y académica, me produjo entonces la impresión de una boutade, lanzada adrede para alimentar nuestras cotidianas discusiones.
Pero luego advertí, en cambio, que el pensamiento de [Gramsci] había fecundado con consciente sabiduría el … «dedo en la haga», y una serie de problemas políticos por él tratados antes y después se me aparecieron aunados por un mismo espíritu, movidos por una misma ley, apuntando a un mismo objetivo. Después de todo, [Gramsci] nos decía que había meditado y estudiado largamente esta cuestión a la que atribuía una importancia y un valor político de primer orden, puesto que, según él, la táctica del partido debía inspirarse en estos criterios.
La exposición hecha por [Gramsci] sobre la «Constituyente» había sido precedida por dos conversaciones sobre los temas: «Los intelectuales y el partido» y «El problema militar y el partido», cuyos conceptos fundamentales trataré de reproducir, porque me parecieron, después de la exposición misma, estrechamente vinculados con esta o al menos, creí discernir en ellos la línea consecuente de su pensamiento.
Respecto de «Los intelectuales y el partido» sostenía lo siguiente: los intelectuales representan para el proletariado una necesidad absoluta, ya sea en el momento histórico en que es una clase en sí o cuando es una clase para sí. Sin los intelectuales el proletariado no puede conquistar el poder, consolidarlo y desarrollarlo. ¿Quiénes son los que deben ser considerados como intelectuales? ¿Cuáles son los intelectuales sobre los que el partido debe ejercer su acción?
Gramsci decía que los intelectuales de la clase trabajadora son los elementos que constituyen la vanguardia del proletariado, o sea el partido. Para demostrarlo se servía de un paralelo entre algunas ramas de la organización estatal burguesa y el partido. En este caso utilizaba para su análisis el lugar de producción y la organización militar.
Tanto en la primera como en la segunda forma de organización, clasificaba entre los intelectuales y semintelectuales a elementos de los cuales se requiere una función particular, distinta de la que se reserva para el ejecutor material. Es decir, incluía entre los intelectuales, a todos aquellos a quienes, en el campo de la producción, se les asigna la tarea de concretar el proyecto fijado en las líneas generales por el estado mayor o por el patrón de la fábrica, tales como ingenieros, directores, etc.; entre los semintelectuales, aquellos a quienes se asigna la supervisión técnica y administrativa para la adecuada ejecución del trabajo, tales como jefes de sección, jefes de oficina, capataces y empleados inferiores en concepto y en categoría.
En el campo de la organización militar consideraba como intelectuales a todos los oficiales de grado superior, a los cuales el estado mayor asigna la efectivización del plan táctico y estratégico; entre los semintelectuales, a todos aquellos a quienes se les exige, muy especialmente, ejercer la supervisión directa para que la tropa ejecute adecuadamente dicho plan, es decir oficiales subalternos y suboficiales.
La organización del partido, con su CC en la cumbre y sus organizaciones periféricas, ofrecía la misma imagen si se lo comparaba con la forma de organización antedicha y de acuerdo con la exposición de [Gramsci].
Con este análisis, que calificaba a los intelectuales partiendo de determinada actividad, entendía también hacer una distinción neta entre determinadas categorías sociales, con el fin de no confundir el tipo de intelectual que podía interesar al partido con los elementos burgueses propiamente dichos. Así, según el análisis de [Gramsci], el administrador delegado, el director general de una fábrica, los generales, el jefe espiritual de una escuela filosófica, etc., deben ser considerados como los representantes más puros de la burguesía.
Respecto al «problema militar y el partido» [Gramsci] fijaba los siguientes conceptos: la conquista violenta del poder exige del partido del proletariado la creación de una organización de tipo militar, que a pesar de su forma molecular, se difunda en todas las ramificaciones de la organización estatal burguesa y sea capaz de vulnerarla y de asestarle fuertes golpes en el momento decisivo de la lucha. Pero el problema de la organización militar debe entenderse como parte de una acción más amplia del partido, en el sentido de que esta particular actividad presupone una estrecha interdependencia con toda la acción del partido mismo y con el desarrollo ideológico de éste. Esta forma particular de actividad no debe ser considerada como una parte puramente técnica, siendo el factor político el elemento fundamental que determina su grado de eficiencia y su capacidad.
De los elementos encargados de dirigir esta actividad se requieren siempre cualidades poco comunes que, en cierto sentido, están en relación con el nivel ideológico del partido.
La revolución proletaria –decía– implica, en definitiva, el desplazamiento de las relaciones de fuerza militares en favor de la clase trabajadora.
Pero por relaciones de fuerza militares no se debe entender exclusivamente el hecho de la posesión de las armas o de los contingentes militares, sino la posibilidad para el partido de paralizar los resortes principales del aparato estatal. Por ejemplo: una huelga general desplaza en favor de la clase trabajadora las relaciones de fuerza militares.
Como condición indispensable para la guerra civil consideraba necesario tener un exacto conocimiento de las fuerzas enemigas.
Respecto de las fuerzas militares italianas, examinadas globalmente, enumeraba las siguientes: el contingente militar y los cuerpos especiales, tales como los carabineros, la milicia, la PS y los oficiales retirados. A estos últimos cuerpos les atribuía un gran valor como fuerza militar y política. Catalogaba a los trenes blindados como uno de los más importantes medios técnicos ofensivos del adversario, teniendo en cuenta la conformación geográfica de Italia.
Un tren blindado -decía– que recorre el litoral adriático o jónico inmoviliza y puede sembrar el terror en poblaciones enteras, donde el partido no haya creado una organización militar, capaz de oponer a estos poderosos instrumentos de la burguesía, toda una acción que paralice en parte su eficiencia.
He dicho ya que la exposición sobre la «Constituyente» fue hecha por [Gramsci], puesto que él mismo había expresado su deseo de conocer nuestra opinión acerca del tema.
Conjuntamente con los demás compañeros que asistieron a dicha exposición, tuve la impresión de que el compañero [Gramsci] otorgaba gran importancia al juicio que emitirían los compañeros sobre este tema.
En efecto, no se cansaba de repetir que el partido estaba afectado de maximalismo, y que el trabajo de educación política que él realizaba entre los compañeros debía conducir, entre otras cosas, a crear un núcleo de elementos que habrían debido llevar al partido una contribución ideológica más sana. Decía también que, muy frecuentemente, en el partido se temen todas aquellas denominaciones que no forman parte del viejo vocabulario maximalista. Se piensa en la revolución proletaria como en una cosa que en cierto momento se nos presenta toda acabada. Cada acción táctica que no concuerde con el subjetivismo de los soñadores se considera, en general, como una deformación de la táctica y de la estrategia de la revolución.
Así, se habla frecuentemente de revolución sin tener una noción precisa de lo que es necesario para llevarla a cabo y de los medios para alcanzar ese fin. No se saben adecuar los medios a las diversas situaciones históricas, y, en general, se siente más propensión a hacer discursos que a la acción política o sea, se confunde una cosa con la otra. Por eso él definía la cuestión de la «Constituyente» como «el dedo en la llaga».
La exposición sobre el tema de la «Constituyente» establecía estos conceptos: 1) táctica para la conquista de los aliados del proletariado; 2) táctica para la conquista del poder. [Gramsci] los desarrollaba más o menos así:
La reacción italiana, al privar al proletariado de la activ[idad] de su partido, de sus organizaciones de clase, de su prensa, de toda posibilidad legal de reunión y de huelga, le ha quitado los medios de lucha más indispensables para el logro relativamente rápido de su propia hegemonía de clase.
En un país predominantemente agrícola como el nuestro, en el que existe y subsiste una neta demarcación de la estructura económica entre el norte y el sur y aun entre los mismos estratos sociales de la clase trabajadora; un país en el cual el desarrollo industrial del sur está retrasado con respecto al norte, aun en el período de concentración del capital, y donde por razones históricas continúa subsistiendo una cierta subordinación ideológica de los estratos campesinos con respecto de los elementos pequeñoburgueses –los cuales constituyen, por otra parte, el mejor medio del que se sirve la burguesía agraria para contener a los campesinos– la acción por la conquista de los aliados se transforma para el proletariado en algo extremadamente delicado y difícil.
Por otra parte, sin la conquista de estos aliados es imposible para el proletariado un auténtico movimiento revolucionario. Si se tienen en cuenta las particulares condiciones históricas dentro de cuyos límites se ve el grado de desarrollo político de los estratos campesinos y pequeñoburgueses, y se considera que actualmente en Italia, las posibilidades del partido de modificar a través de una acción en profundidad este atraso político y organizativo son relativas, es fácil comprender que la conquista de estos estratos por parte del partido presupone una acción particular que, desarrollándose gradualmente, la vuelva comprensible y accesible a dichos estratos sociales.
El campesino y el pequeño-burgués, sobre todo el rural, dadas las actuales condiciones de vida y de lucha que existen en Italia, no están en condiciones de ver en el partido comunista, y en las reivindicaciones finales que éste propone a través de sus consignas, a su propio partido. La lucha por la conquista directa del poder es un paso al que estos estratos sociales sólo podrán ascender paulatinamente, es decir, en la medida en que la táctica del partido los conduzca lentamente a comprobar la justicia de su programa y la falsedad del programa demagógico de los demás partidos políticos, en los cuales el campesino y el pequeño-burgués creen todavía.
Hoy sería fácil hacerle comprender al campesino del Mezzogiorno o de cualquier otra región de Italia, la inutilidad social del rey. Pero no es tan fácil hacerle comprender que el trabajador puede remplazarlo, de la misma manera que no cree posible sustituir al patrón. El pequeño-burgués o el oficial subalterno del ejército, descontento porque no asciende, por las condiciones precarias de vida, etc., estará más dispuesto a creer que sus condiciones de vida puedan mejorar en un régimen republicano que en uno de tipo soviético. El primer paso a través del cual hay que conducir a estos estratos sociales, es aquel que los lleva a definirse sobre el problema constitucional e institucional. Todos los trabajadores, inclusive los campesinos más atrasados de la Basilicata o de Cerdeña, comprenden ya la inutilidad de la corona.
En este terreno, el partido puede desarrollar una acción común con los partidos que en Italia luchan contra el fascismo, pero no debe ser arrastrado por éstos.
El partido tiene como objetivo la conquista violenta del poder, la dictadura del proletariado, lo que debe realizar usando la táctica que mejor corresponda a una determinada situación histórica y a la relación de fuerzas de clase existentes en los diversos momentos de la lucha.
De la aptitud del partido para maniobrar en estas fases de la lucha y del grado de su capacidad política, dependerán las posibilidades de superar las consignas intermedias que señalarán las etapas de desbloqueo de los estratos sociales a conquistar y la modificación de las relaciones de fuerza.
Ahora bien, aun admitiendo que la presión reaccionaria en Italia disminuya en los próximos años, de todas maneras la acción del partido deberá desarrollarse en medio de grandes dificultades, lo que nos lleva a concluir que aun en las condiciones más favorables para nosotros, el partido sólo podrá contar con un máximo de 6 000 miembros activos.
Si se divide esta cifra por el número de provincias italianas, es evidente para todos nosotros que nuestra eficiencia es limitada. En estas condiciones no es posible hablar de conquista del poder sin atravesar un período de transición, aunque sea de duración relativa.
En Italia las perspectivas revolucionarias deben fijarse una doble alternativa, es decir, la más probable y la menos probable. En este momento, para mí, es más probable la del período de transición, por lo tanto, este objetivo debe ser el que guíe la táctica del partido, sin temor de parecer poco revolucionario. Debe hacer suya, antes que los demás partidos en lucha contra el fascismo, la consigna de la «constituyente», no como fin en sí, sino como medio.
La «constituyente» representa la forma de organización en cuyo seno pueden incluirse las reivindicaciones más sentidas de la clase trabajadora y en cuyo seno puede y debe desenvolverse, a través de sus propios representantes, la acción del partido, que debe orientarse a desvalorizar todos los proyectos de reforma pacífica, demostrando a la clase trabajadora italiana que la única solución posible en Italia, es la revolución proletaria.
A este respecto [Gramsci] se complacía en recordar el episodio de la «Asociación de la joven Cerdeña» en Turín 1919, con lo cual intentaba demostrar que la acción oportuna y políticamente justa del partido, había provocado la movilización de los pobres contra los ricos y la inscripción de aquellos en el Circulo Educativo Socialista Sardo, en el ámbito de la Cámara del Trabajo. Y como consecuencia directa, la movilización de los militares de la brigada Sassari en favor de la clase trabajadora turinesa.
Así decía: ésta es en cierta medida una pequeña «constituyente». Por otra parte, agregaba, en Rusia el artículo 19 del programa de gobierno del partido bolchevique incluía la «constituyente».
Es necesario que el partido haga suya esta consigna que hará posible el acuerdo con los partidos antifascistas; acuerdo que nos debe colocar en condiciones de independencia política y de supremacía frente a ellos. En este sentido nuestra táctica nos conducirá, independientemente de cualquier preocupación sobre las denominaciones, a realizar los objetivos que el partido se propone.
Después de una discusión contradictoria con el suscripto, el compañero [Gramsci], que no había dicho en qué momento de la lucha podía realizarse la consigna de la «constituyente», agregaba: pienso que con el empeoramiento de las condiciones económicas de Italia tendremos una serie de agitaciones populares callejeras, de carácter esporádico, pero con una cierta continuidad. Esta fermentación de la clase trabajadora señalará el momento en que la «constituyente» será realizable en Italia, pero el partido debe lanzar esta consigna inmediatamente. El análisis del compañero [Gramsci] prescindía de toda valoración sobre las relaciones de interdependencia entre la economía italiana y la de los demás países capitalistas; sobre las consecuencias inherentes a la agudización de la crisis económica mundial –tales como los fenómenos de radicalización de la clase trabajadora y el desmembramiento de las categorías sociales que constituyen la base de algunos partidos políticos seudo proletarios (socialdemocracia)– y sobre la influencia del desarrollo de la economía soviética, etc., ya que él consideraba que las condiciones objetivas para la revolución proletaria existían en Europa desde hace más de 50 años.
Es necesario -decía– ser más políticos, saber usar el elemento político, tener menos miedo de hacer política. Y deteniéndose a examinar incidentalmente la consigna «gobierno obrero y campesino» decía que dicha consigna estaba históricamente superada y debía ser sustituida por esta otra: «República de los sóviets obreros y campesinos en Italia».
El compañero [Gramsci] no desarrolló más este tema, y, por lo que puedo recordar, me pareció entonces que las razones históricas de la superación de esta consigna consistían en el hecho de que partidos seudo proletarios y democráticos la habían hecho suya, lo que atestigua un desplazamiento en los estratos sociales sobre los cuales se apoyan estos mismos partidos. No podría decir –puesto que Gramsci no expresó su opinión a este respecto– si él quería decir con esto que dicho desplazamiento había empujado hacia la izquierda a estos partidos o la causa misma los empujaba a usar una terminología más demagógica.
Después de la exposición del compañero [Gramsci], sobre la cuestión de la «constituyente» se requirió la opinión de los demás compañeros. Cada uno de los presentes, dentro de los límites de su propia preparación, dijo lo que pensaba, y, en líneas generales, todos estuvieron de acuerdo con la tesis de [Gramsci]. Estos compañeros fueron, Tulli, Lai, Piacentini, Ceresia, Spadoni, Lo Sardo y algún otro cuyo nombre no recuerdo exactamente. En la oposición, es decir, contra la tesis sostenida por [Gramsci], se manifestaron el suscripto y Scacchia de Roma. Sin embargo, por expreso deseo del compañero [Gramsci], todos los participantes de la reunión fueron invitados a reexaminar la cuestión para volver a opinar unos quince días después. Este re examen del problema no fue posible porque [Gramsci], influido por falsas informaciones, creyó que las discusiones realizadas por los compañeros en sesiones separadas, se habían deslizado hacia el terreno fraccionista.
Hubo una breve reunión en la cual [Gramsci] adujo que a causa de la insuficiente educación política de los compañeros, suspendería por seis meses las conversaciones, tal como se venían desarrollando hasta ese momento.
Así nació y … murió la cuestión de la «constituyente» en Turi de Bari, pero quedó viva en el pensamiento del compañero [Gramsci], hasta el punto que en octubre de 1932, me hablaba de ella con el mismo convencimiento profundo y el mismo entusiasmo que en 1930.
Al día siguiente de la exposición de [Gramsci] le propuse que expresara sus ideas sobre el fascismo, enumerándonos cuáles serían, según él, las razones históricas que le habían dado origen, qué intereses representaba y cuál era su composición social.
Me pareció entonces que las perspectivas sobre la situación italiana no podrían ser analizadas objetivamente sin tener una visión exacta de las cuestiones que yo proponía tratar.
El compañero [Gramsci] estuvo de acuerdo con mis propuestas, y al día siguiente hizo la historia retrospectiva del fascismo, que trataré de exponer de la manera más sucinta, para evitar que los detalles puedan deformar el pensamiento del expositor. He aquí lo que dijo: el fascismo, tal como se nos presenta eri Italia, es una forma particular de reacción burguesa que está en relación con las peculiares condiciones históricas de la clase burguesa en general y de nuestro país en particular.
No puede valorarse exactamente el fascismo en Italia sin encuadrarlo dentro de la historia del pueblo italiano y de la estructura económica y política de Italia.
Por lo menos debemos remontarnos a las razones históricas que marcan las etapas de la unificación del estado italiano, a la influencia nefasta de la iglesia, a la acción de la democracia y de la socialdemocracia, para tener una explicación más real de los caracteres particulares de esta forma de reacción, que en Italia se denomina fascismo.
La misma falta de unidad política de la burguesía italiana, que está en relación con la estructura económica de nuestro país, y cuyos rasgos más particulares se destacan durante el período de la lucha por la independencia italiana, nos explica en parte el origen y el desarrollo del fascismo. A éste le estará reservada la función histórica del reagrupamiento de las fuerzas burguesas, en el momento en que existen todas las premisas históricas para realizarlo.
Además, la ausencia de una revolución democrático-burguesa propiamente dicha en Italia, que deja sin resolver toda una serie de problemas que, de haberse resuelto, habrían facilitado una mayor cohesión de la burguesía italiana, agudiza y acelera, por oposición, la lucha de clases y el desarrollo de la clase trabajadora.
Por lo tanto, si con la participación de Italia en la guerra mundial, la burguesía italiana parece realizar aquella unidad que antes no había conocido, la posguerra reanimará todas las contradicciones que la guerra había mitigado parcialmente y replanteará, más exasperados, todos los viejos problemas de la sociedad italiana.
Lo característico de la posguerra en Italia es un momento histórico peculiar que puede definirse como el paralelismo de las fuerzas.
Por un lado, las fuerzas burguesas que luchan sin una unidad de acción política para descargar sobre la clase trabajadora el peso de la guerra; por otro lado ésta última que, guiada por el partido Socialista, lucha por la conquista del poder sin haber realizado la unidad de clase.
Pero mientras el proletariado italiano diluye, por la posición históricamente errónea del PS, su propia eficiencia revolucionaria en una táctica que no lo lleva a la conquista del poder, la burguesía logra agrupar sus fuerzas para luchar contra la clase trabajadora.
El movimiento fascista de la primera hora que se inicia con los pistoleros a sueldo de los propietarios de algunas zonas agrícolas, particularmente en el valle del Po, es la manifestación de la lucha de la burguesía contra los trabajadores en general, y en particular de la burguesía rural contra las asociaciones de los braceros agrícolas.
La táctica de la burguesía italiana tiene dos directrices: contra la Cámara de Trabajo y contra la Federterra. Pero la resultante de estas dos directrices se origina en el campo para hacer blanco en los centros urbanos.
La conversión de las fuerzas rurales hacia los centros urbanos repite la táctica del estrangulamiento de la ciudad por el campo.
Los grupos sociales que constituyen los elementos operantes en los cuadros de las organizaciones fascistas provienen en un primer momento del hampa y, en un segundo momento, es decir, después del apoyo del gobierno Giolitti, de la pequeña burguesía rural y urbana que piensa que ha llegado para ella el momento histórico de decidir el destino de Italia.
Este momento coincide con el ensanchamiento de las bases sociales del fascismo y con la disminución del empuje revolucionario en Italia, cuyo índice es el movimiento de ocupación de fábricas.
Todas las fases ulteriores de la lucha política en Italia reflejan –a través de la acción tumultuosa y contradictoria del partido fascista– por un lado las fases de la lucha de clase y por el otro, el proceso de acción y reacción de estratos sociales que la burguesía italiana utiliza para su lucha contra el proletariado. Este proceso se desenvuelve casi simultáneamente con el de la concentración del capital en Italia, que como consecuencia impone el predominio del capitalismo financiero, a cuyos intereses se subordina toda la política del fascismo.
Así, en cierto momento, el fascismo se convierte en la forma de organización destinada especialmente a defender los intereses de esta parte de la burguesía italiana, logrando al [mismo] tiempo, y por medio de particulares formas de organización, moderar, aunque Sea en forma relativa, los dispares intereses de la burguesía.
Este hecho se vio facilitado en Italia por formas institucionales de base antidemocrática, vinculadas a una legislación que inhibe toda posibilidad de reacción contra el exceso de poder de reagrupamientos burgueses económicamente más fuertes. Por ejemplo, el parlamento, cuya vida, en definitiva, está subordinada a los poderes discrecionales del Rey; la Magistratura que no es electiva, etcétera.
Paralelamente a este proceso de centralización de las fuerzas burguesas, se asiste al proceso de radicalización de la clase trabajadora, el cual, sin embargo, se desarrolla con un ritmo mucho más lento que el primero.
El partido comunista con su grado de formación ideológica expresa en parte la extensión de este proceso.
El fascismo, cuyo presupuesto era resolver la crisis económica, si bien no cumplió en absoluto su cometido, dio en cambio a la burguesía italiana algunas posibilidades de superar, sin demasiados sobresaltos, la profunda crisis de posguerra en un período de relativa estabilización.
Naturalmente, todo esto redundó en perjuicio de la clase trabajadora.
La crisis económica italiana, contenida dentro de ciertos límites, no dejará de agudizarse, y las repercusiones de esta agudización ya se perfilan en el horizonte con la agitación proletaria y campesina que atestiguan su grado de impaciencia económica y política.
Para el proletariado italiano hoy están dadas todas las condiciones objetivas para la conquista del poder.
Pero esto no basta. El grado de madurez política de vastos sectores de las masas, especialmente campesinas, está más atrasado que el del proletariado, y la influencia de los partidos políticos seudo proletarios, aún no ha sido destruida.
El problema más urgente del partido es lograr la hegemonía del proletariado, sin la cual no puede hablarse de conquista del poder.
Es necesario que el partido se encuentre preparado para la más extrema defensa de la burguesía, la cual todavía puede llegar a ceder la tierra a los campesinos.
El problema fundamental es, y sigue siendo, el de las relaciones de fuerza de clase. La acción del partido debe tender a realizar rápidamente estas relaciones usando la táctica que, teniendo en cuenta la particularidad de las fuerzas en nuestro país, sea más adecuada para desplazarlas rápidamente en favor de la clase trabajadora.
He fijado sumariamente, confiándome en la fidelidad de mi memoria, los conceptos expuestos por [Gramsci] separando de ellos los elementos sectarios y tratando de no invalidarlos con mis propios puntos de vista.
No podría garantizar que he reproducido con exactitud todo lo expuesto por el compañero [Gramsci] hace dos años. Debe tenerlo en cuenta quien lea y esté interesado en discutir los elementos expuestos en este informe.
Si algún día el compañero [Gramsci] leyera mi informe, que he desarrollado gustosamente con el fin de hacer algo útil para el partido, me perdonará si no me fue posible repetir con exactitud todo lo que él expuso.
PORTO
22 de marzo de 1933 www.gramsci.org.ar
Fuente: Joan Tafalla, La llibertat dels antics