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Expediente X: ¿por qué lo llaman Política internacional cuando quieren decir Relax?

Infortunios de la virtud

Fuentes: Rebelión

Algo para no perderse: La edición de El País Semanal del 2 de diciembre de 2008 (http://www.elpais.com/suple/eps/). Nuevo diseño con maquetación minimalista. Contenidos aún más atrayentes. Magnífico el artículo de Maruja Torres «De putas» (en la línea del De Caelo de Aristóteles: las esencias eternas, la circularidad de los ciclos cósmicos del nacimiento, prostitución, crecimiento […]

Algo para no perderse: La edición de El País Semanal del 2 de diciembre de 2008 (http://www.elpais.com/suple/eps/). Nuevo diseño con maquetación minimalista. Contenidos aún más atrayentes.

Magnífico el artículo de Maruja Torres «De putas» (en la línea del De Caelo de Aristóteles: las esencias eternas, la circularidad de los ciclos cósmicos del nacimiento, prostitución, crecimiento de la prostitución, reproducción de la prostitución, etc.).

Bellísima y oportuna -coincidiendo con la aparición de una espléndida monografía dedicada a Vanessa del Río publicada por una conocida editorial alemana (pura casualidad)- la reseña «La tigresa del porno» de Lola Huete Machadoi.

Viene también un reportaje sobre los «comedores de basura» –freegans-, unos americanos que andan por ahí cogiendo cosas en los cubos pero que, a diferencia de sus colegas de todo el mundo «no buscan bocadillos mordisqueados, sino setas italianas» y todo tipo de productos «perfectamente empaquetados y limpios» -y especialmente los procedentes de la sección gourmet– en los contendores de los supermercados; y que lo hacen no para sobrevivir sino como manera de oponerse al consumismo imperante: «‘Cada persona decide su grado de compromiso’, explica esta mujer de 50 años. Ella vive en el corazón del West Village, en un amplio apartamento lleno de libros; trabaja como portavoz de una ONG, y antes, para una multinacional. ‘Lo mío es una decisión consciente: desobedecer la orden de comprar. Es un boicot a la sociedad de consumo. Se gasta en exceso, y eso está matando al planeta. Por eso he minimizado todas mis compras'».

Otro reportaje de Malén Aznárez está dedicado a las tribus de África; «África. El tiempo detenido» (¿sólo en África?)ii. «Tribus que viven como hace dos mil años. Pueblos anclados en el tiempo. El desierto y la globalización avanzan y cercan a los últimos indígenas del Sahel. Toc, toc, toc, el golpear del palo sobre el mortero…Un fuerte movimiento de brazos y cintura, una gimnasia cotidiana que les proporciona (a las mujeres pelus), junto con el no menos enérgico ejercicio de sacar agua de los pozos, unas figuras esbeltas y brazos torneados que envidiaría cualquier mujer occidental». Un antropólogo y una psicóloga recorren el Sahara y estudian a las tribus indígenas para conocer «dos aspectos esenciales: calidad de vida y satisfacción conyugal en las familias poligámicas». Para ello preguntan a los nativos y nativas acerca de su grado de satisfacción, y estos les contestan señalando unos dibujos que representan «cuatro caras con gestos de felicidad, contento, rechazo o indiferencia» (¿!). «El patriarca sesentón, sonríe. Está contento con su situación acomodada, sus 3 mujeres y 13 hijos. Y ellas también. No hay problemas de competencia y la armonía es perfecta … Naima también dice estar contenta, y casi siempre señala en sus respuestas la cara que exhibe una gran sonrisa». Pero, a pesar de ello, la psicóloga «se considera personalmente tocada por la situación de la mujer africana» y por el hecho de que ésta sea «un simple producto de la economía, un mero objeto que se compra y se vende, cuando es ella la que hace todo el trabajo». Un anciano indígena se lamenta: «Estamos perdiendo la generosidad, todo empieza a estar mediatizado por el dinero» -en efecto, una mujer vale ya entre 200.000 y 500.000 cefas (entre 300 y 750 euros), más la obligatoria compra de un buey (unos 380 euros) para invitar a todo el poblado (afortunadamente a eso no hay que sumarle la hipoteca)-, etc.

Luego ya viene la gloria humana hecha carne en su versión (a) político juvenil y deportista (Sócrates o el Zapatero luso) y (b) arquitecto con inquietudes artísticas (Calatrava o la especulación urbanística trascendida). Por último Javier Marías con sus temas de actualidad. Esta vez es el «Cantar del Mío Cid». El novelista confiesa que: «Una de las mayores sorpresas del Cantar (para quien no lo había leído desde la infancia, y entonces, sin duda, en edición modernizada) es lo mucho que en él se habla de dinero -mucho más que del honor, y a menudo con cifras concretas-, de ganancias, de mejora de posición, de riquezas y recompensas; y cómo, a la hora de luchar, lo que mueve al Cid y a sus huestes, lo que los enardece, no es el odio al enemigo ni la gloria del triunfo, ni la perspectiva de congraciarse con el Rey (aunque eso esté presente; pero normalmente se le envían unos caballos de regalo y Santas Pascuas), ni el ansia de ganar territorios para una supuesta «Reconquista», sino el beneficio tangible que confían en obtener. El Cid y los suyos no son mercenarios como se entiende hoy el término, pues no se ponen al servicio de nadie. Pero sí son hombres fronterizos, cuya única posibilidad de supervivencia y de medro reside en pelear y conquistar, para ellos mismos». En fin, qué gran vasallo si hubiera tenido un buen rey (como el de Redonda).

Pero volviendo al principio. El profundo e incisivo «De putas» de Torres, no sólo trae a la memoria otras grandes obras clásicas (recordemos el De oficiis de Cicerón, sin ir más lejos, o el De Causis Corruptae Eloquentiae de Quintiliano -igualmente dedicado a uno de los oficios más antiguos del mundo, el de periodista-), sino también los recientes y polémicos artículos de Pérez Reverte y Marías dedicados a sus mitos privados adolescentesiii, y con los que comparte lo grato del ambiente de confidencia viril que arrastraba a aquellos a sus evocaciones y a Torres y su amigo a sus fantasías relativas al ámbito prostibulario («Chismorreaba de literatura con un conocido mío, sentados los dos al amparo de la lluvia junto al ventanal de una cafetería del centro de Barcelona», etc.). Quizás por eso Torres comienza directamente tratando de ponerse a salvo de la bicha, a saber: «Las susceptibilidades melindrosas y recelos de los integrismos varios, incluido el feminista extra radical atravesado» cuyas iras van a ser, nuevamente, suscitadas; y eso a pesar de que -aunque no lo parezca- va todo de política internacional: de «la prohibición en Irán de Memoria de mis putas tristes, de García Márquez».

A partir de aquí, y en sólo tres pasos, Maruja lleva a cabo un salto de lo particular (un caso de censura en Irán) a lo universal (la expulsión del campo de todo aquel que no respete al elemento dominante en el mismo) de considerable altura.

Primero: Make your mind up. En este caso Torres, a pesar de su sexo, se elije, en cuanto a su género, varón varón. Quiero decir de esos auténticos -«cuajados» por decirlo con Pérez Reverte-, aquellos cuyo libro predilecto es La isla del tesoro y que realizan su esencia ya «rescatando explotadores» ya «yéndose de putas»: «Si algo lamento de no ser hombre -dice Maruja-, es haberme perdido el ir de putas, en especial por la conversación, las copas, las confidencias, esos ratos en la barra» (falta, quizás, lo del otro lado de la barra: esos doce clientes en una noche, esos cuatro matones vigilando, esa pelma de reportera que se pone a contarte lo mucho que te envidia a la cinco de la mañana, y que no hay manera de sacársela de encima, etc.). Todo parece, pues, una sutil pieza de literatura freudiano-metafórica en la que puede, quizás, rastrearse, incluso, lo que alguien llamaría cierta envidia del barrilillo -aquel que el amigo de turno parecía portar ya vacío bajo sus ojos de San Bernardo al exclamar con voz entrecortada que echaba de menos ir de putas-.

Segundo: Put your panties down. Ciertamente Torres y su amigo están en contra de «la prostitución como red de delincuencia organizada y controlada por las mafias con la colaboración de funcionarios corruptos; la prostitución como única salida a la pobreza, que sume a las mujeres en la esclavitud y en el averno de las drogas; la figura del chulo o proxeneta», etc., etc., etc. «Pero, sobre todo-sigue diciendo Torres- estamos en contra de la hipocresía de las autoridades, que pasan de considerar como trabajadoras reguladas, con derechos y deberes, a las profesionales del sexo, y además no persiguen con mayor saña a quienes las utilizan» etc.«, etc., etc. iv. De lo que se trata, por tanto, es de ese derecho de la mujer a elegirse mujer mujer lo que, al parecer, pasa por el siguiente dogma: «creemos a pies juntillas en el eslogan feminista ‘Mi cuerpo es mío’. Y ello incluye que lo puedas dedicar a los negocios, precisamente si te lo pide el cuerpo» -por ejemplo en el caso de que seas «una puta, con P mayúscula» (por decirlo con del Río)-. En efecto, se empieza cuestionando el derecho de la mujer a prostituirse… y se acaba censurando las emotivas delicadezas de García Márquez o criticando la demencia viril de Pérez Reverte. De este modo queda explicitado también el motivo por el cual se arrojaba del campo a las y los así llamados: «feministas/os atravesados/as», a saber: su «radicalidad», o mejor dicho -dado que condenar algo por «radical» podría parecer demasiado conservador- su carácter «extra radical», ese extremismo y ese integrismo que las/les lleva, incluso, hasta el absurdo de poner en cuestión la ley suprema del Capitalismo Triunfante: el derecho de toda persona a explotarse a sí misma.

Tercero: Relax and enjoy yourself. Una vez expuesto el principio regulativo ultra-capitalista y anti-extra-feminista del campo, se procede a su validación política o pública: «Cuánto mejor no les iría en Irán, y en más sitios -dije-, si en vez de tanta policía de la moral y de las costumbres o como se llame, tuvieran putas. Putas, putas, muchas buenas y nada tristes putas que pudieran ejercer su oficio sólo porque les gusta, o al menos les gusta más que fregar suelos y estando mal pagadas; y que distribuyeran placeres entre los caballeros de torvos semblantes hasta destorvarlos del todo. Ahmadinejad luciría otro talante, de haberse iniciado a las picardías con señoras así». En fin, según parece, en Irán no hay prostitutas, ni tristes ni -mucho menos- alegres; y eso explica la triste política de sus líderes que no es sino síndrome del barrilillo vacío. Esto, ciertamente, contrasta con las informaciones publicadas al respecto por los periódicos localesv, pero eso es lo de menos ya que el argumento, verdaderamente, es el sabio, agudo, y reflexivo argumento de que: «más vale puta bienpagá que fregona muertadehambre«. Al fin y al cabo ya lo decía un personaje de Stevenson (y otro de Sade): de la virtud «nunca nos viene nada bueno». El principio regulativo en cuestión se parece mucho, por tanto, al de las leyes del mercado autoregulado.

Por último, queda el regreso, desde esta extrapolación global aberrantemente descontextualizada, y el aterrizaje en el suelo, no ya de lo particular, sino de lo singular: «A mí, cuando era estudiante, más de una vez me vieron con hambre y me dieron de cenar» -suspira el del barrilillo-, «De pequeña me invitaban a café con leche en los bares del barrio en donde esperaban a su clientela»-añade Maruja-. «El primer dólar que vieron mis ojos me lo enseñó una puta que vivía en una pensión vecina. Lo sacó de la carta que le mandaba un marine negro de la VI Flota que le había hecho un hijo mulatito que era una preciosidad». Dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar y dejarse dar en el Barrio Chino de Barcelona para destorvar al torvo. Hasta los marines negros de la VI Flota tienen su lugar en este bonito y hogareño Belén en el que se crió Maruja Torres. Obviamente, como decía el antropólogo de las tribus saharauis: «No se trata de volver a las cavernas, sería absurdo, pero sí de aprender de los valores que conservan: la hospitalidad, la amistad, la familia o la relación armónica con la naturaleza» (léase «el mercado»).

Al final, por si no ha quedado suficientemente clara la cuestión -y porque siempre es bueno cuando se habla de negocios, tratar los asuntos humanos reduciéndolos a cláusulas bien claritas- el resultado puede verse como una mera consecuencia de las siguientes cláusulas pertenecientes a esa especie de «contrato sexual» pragmáticamente consensuado (como lo es el contrato social mismo) que parece que ha de firmar cualquier mujer que quiera escribir en los medios mayoritarios:

Cláusula primera o del respeto al barrilillo: La parte contratada de la primera parte estará obligada a manifestar su respeto y -a poder ser- su complaciente veneración por aquellos atributos con los cuales se identifique de forma mayoritaria la parte comprataria de los productos publicados por la parte contratante de la primera parte.

Cláusula segunda o de la virtud de la parte contratante: La parte contratada de la primera parte limitará sus críticas a la profesión de inofensivas sentencias como: «Qué lástima el tráfico salvaje de carne humana, qué lástima de ucranias que estudiaban en el conservatorio gratuitamente y hoy han de tocar el violín en lugares de alterne», y no cuestionará, en ningún momento los millonarios ingresos procedentes de los anuncios de la sección «Relax» -ni de la sección de «Reseñas»- de las publicaciones editadas por la parte contratante de la primera partevi.

Cláusula tercera o del principio de realidad que rige el curso del mundo: La parte contratada de la primera parte deberá aceptar el marco básico de ejercicio de los derechos y libertades por el que se rigen tanto este contrato, como todas las actividades de la parte contratante de la primera, y que no son sino los de «un mundo en el que todo está en venta y en el que todo se compra -lo primero, la honradez-«, renunciando, para ello, a cualesquiera puritanismo retrógrados o meapilas y venenosos aspavientos de la virtud.

Sobrecogedor final hegeliano, la bicha «atravesada», aquella que era presentada como «feminista extra radical», resulta no ser otra que «la virtud» y los infortunios a los que ésta nos expone a las mujeres en ese mundo en el que «todo está en venta y en el que todo se compra».

Me encanta: «la virtud», esa «feminista extra radical atravesada». Parece que en esto estamos Maruja y yo de acuerdo. Al fin y al cabo, ya lo decía Santa Teresa: «No son buenos los extremos aunque sea en la virtud».

i Véase el siguiente extracto: «Llegó causalmente en 1974 a un plató para pagarse el alquiler: había hecho la calle, era escort; rodó 18 horas sin pausa y dejó atónitos a todos con su fuerza, sus curvas, sus gestos, su voluptuosidad… Lástima que era latina, de piel oscura… y aquel mundo aún era sólo cosa de blancos: ‘Siempre tenía papeles menores… pero no importaba’. Tampoco el dinero: ‘No lo hacía por él, lo hacía también por placer. ¿Por qué se acepta que una mujer tenga sexo por dinero y no porque le guste o por ambos?’. 150 dólares por el primer trabajo. Hacerlo ante la cámara la excitaba. Mucho. ‘Sí, soy una puta, con P mayúscula’, ha dicho y dice en la entrevista de la editora ‘más sexual’ de Taschen, Dian Hanson».

ii «Las niñas, desde los cuatro años, comienzan a jugar a la molienda imitando a sus madres. Cuando apenas han dejado la primera infancia es ya una obligación. Igual que acarrear el agua». Compárese con esta cita del artículo de la tigresa: «Vanessa siempre fue exuberante (‘desbordante de excitación y de entusiasmo’, la define Dian Hanson, editora de Taschen), exhibicionista y excesiva, de obra y palabra; moviéndose o expresándose. Aún hoy. ‘Lo vi claro de adolescente cuando miraba pelis de la argentina Isabel Sarli, mi madre me llevó a verlas: yo quería ser como ella'».

iv No se entiende, obviamente, por «utilizar» el adquirir esos servicios, por más que sean ofertados por mujeres esclavizadas o para las cuales ésa es la única salida a la pobreza, o que están sumergidas en el averno de las drogas o explotadas por un chulo, etc. Se da por hecho que Torres y sus amigos, cuando se van «de putas» llevan consigo el preceptivo cuestionario al que deben contestar todas las aspirantes a prestarles servicios para garantizar la voluntariedad de su dedicación o lo «desbordante de excitación y de entusiasmo» (por decirlo con Dian Hanson) de la misma.

v «En la actualidad, hay 84,000 prostitutas que operan en las calles de Teherán, y 250 burdeles, incluso algunos con enlaces a oficiales altos. Cada día, unas 60 muchachas fugadas de sus hogares se suman a las que trabajan las calles de Teherán -un incremento del 12% sobre el año pasado-. El 40% de las drogadictas en las prisiones iranias tienen SIDA. Recientemente, dos jóvenes hermanas, de dieciséis y de diecisiete años de edad, contagiaron de SIDA a 1,100 personas en el lapso de dos meses. Sufren de depresión cuatro millones de jóvenes de menos de veinte años de edad. El desempleo, ya alrededor del 30%, se incrementa constantementePublicaba el periódico iranio Entekhub, de tendencia centrista. ¡84,000 prostitutas en una población de 6,758,845!

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