A finales del siglo pasado se desarrolló un debate sobre los estrategias de control social que se establecerían en el siglo XXI. Para sintetizarlo se acudió a las novelas de referencia de George Orwell «1984» y Aldous Huxley «Un mundo feliz». Orwell previó la llegada de sofisticados medios tecnológicos que se utilizarían para vigilar y […]
A finales del siglo pasado se desarrolló un debate sobre los estrategias de control social que se establecerían en el siglo XXI. Para sintetizarlo se acudió a las novelas de referencia de George Orwell «1984» y Aldous Huxley «Un mundo feliz». Orwell previó la llegada de sofisticados medios tecnológicos que se utilizarían para vigilar y reprimir a las poblaciones -cámaras, armas sintéticas, biológicas, drones-. Por su parte Huxley señaló que no harían falta estos dispositivos ya que las poblaciones se «desconectarían» de la realidad mediante la tecnología y el consumismo -espectáculo, televisión, videojuegos o Internet- mientras la catástrofe ocurriría a su lado (goo.gl/wStxRw).
Ambos tuvieron razón, todo depende del origen social y de dónde nos encontremos situados dentro del sistema-mundo. En los países centrales del capital, a las sociedades se les adormece principalmente con el uso de la realidad virtual. Pueden ver por sus pantallas cómo miles de personas mueren en el Mediterráneo y quedarse tranquilos porque la Cruz Roja, ACNUR o la Agencia Frontex «ya se están encargando de la situación». Apagan sus aparatos y a cenar. Otros muchos, después de décadas de propaganda, lo de rescatar a refugiados ni les viene ni les va.
En los países periféricos, aquellos que sirven para expoliarse sistemáticamente se aplica preferencialmente la técnica Orwell, pura y dura represión, tirar a matar. Es por eso que Raúl Zibechi recuerda que toda lucha de liberación implica una continua lucha de descolonización. Siguiendo a Frantz Fanon, señala que para el colonialismo, «el otro» es el «no-ser». No vale, es «la nada». Por eso, se puede torturar, desaparecer, matar. Similar a la suerte que corren las personas migrantes y refugiados en el Mediterráneo (goo.gl/KVMlEp).
En paises semi-periféricos, como México, aunque ocurre en todo el mundo con diferentes intensidades, podemos observar cómo se aplican los dos mecanismos. Por una parte, una campaña mediática de propaganda y terror – o guerras de cuarta generación-; entre sus objetivos se encuentran infundir miedo y desánimo, el uso emocional sobre la razón e imponer políticas antisociales; entre sus herramientas, la repetición masiva e incesante, construcción de realidades mediáticas, manipulación y censura, cortinas de humo e intimidación de periodistas. Por otra parte, una brutal represión hacia los grupos que viven parcialmente o fuera del mercado, como pueblos indios y grupos organizados o disidentes, así como a todas y todos aquellos que pertenecen a la zona del «no-ser» -mujeres, indígenas, migrantes o personas discapacitadas-.
Las dos técnicas dominantes de ingeniería de control social en el siglo XXI son el tronco principal de las modernas «guerras irregulares» o «guerras de baja intensidad». Sus principales impulsores han sido los Estados Unidos tras el fracaso en la ocupación de Vietnam y los altos costes que han supuesto mantener las guerras de Afganistán e Irak. Así, guerras no-convencionales llevan a su máxima expresión la lógica industrial del capitalismo neoliberal -generar más ganancias al mínimo costo-.
Rafael Barajas -El Fisgón- en «Narcotráfico para inocentes» (2011) analiza el modus operandi en profundidad. Mientras la guerra tradicional busca derrotar militarmente al adversario, el objetivo principal de la guerra irregular es dominar e influir sobre la población civil de un país. Según el Pentágono «es la estrategia de guerra que tiene como objetivo la credibilidad y/o legitimidad de la autoridad política relevante, con la finalidad de minar o sostener esa autoridad». En 2010, EU operaba con fuerzas especiales encubiertas en 75 países como Irán, Bolivia, Ecuador, Colombia o México, pero también en aliados como Turquía, Bélgica, Francia o España.
Las guerras de baja intensidad, a pesar de contar con presupuesto americano formal, son secretas y no están sujetas a la legalidad ni al escrutinio del Congreso o del público. El campo de batalla no tiene límites, las tácticas y estrategias son no-convencionales. La contra-insurgencia y la subversión, además del uso de fuerzas especiales para ejecutar operaciones clandestinas de guerra, son las principales técnicas empleadas para lograr desestabilizar al adversario desde dentro. Es común el uso de fuerzas paramilitares o empresas privadas como Blackwater (goo.gl/6CjRgg).
El Washington Post publicó en 2010 testimonios de «altas fuentes del ejército americano» en el que señalaban que Obama, premio Nobel de la Paz, «firmó la Doctrina de Guerra Irregular que da prioridad a esta forma de guerra sobre la guerra convencional» y que «ha expandido considerablemente una guerra, en gran parte secreta, de EU contra al-Qaeda y otros grupos radicales»(http://goo.gl/jVq7u2). En este sentido, reconocer la responsabilidad de Occidente como fábrica de terrorismo y refugiados, es fundamental ante los últimos atentados terroristas en Europa (goo.gl/zKi5HD).
La Doctrina de Guerra Irregular valida a EU a invadir países, como ha ocurrido recientemente en Irak, Afganistán o en México con el argumento de la supuesta guerra contra el narcotráfico. Anabel Hernández, «Los Señores del Narco» (2010), documenta ampliamente con nombres y apellidos los nexos históricos entre políticos de alto nivel mexicanos, la agencia antidrogas americana y el Cartel de Sinaloa en su interés por mantener el flujo constante de la droga a los Estados Unidos y hacerse del monopolio. El Comando Norte americano señaló en 2010 que participa «en el ámbito de las fuerzas de seguridad mexicanas y entrena a militares mexicanos en contra-insurgencia con tácticas utilizadas en Afganistán e Irak». Así mismo, se ha destapado que los gobiernos de México y EU intentan mantener estas misiones en secreto ante posibles violaciones a las leyes o de la soberanía (http://goo.gl/9soQ8Q).
La llegada de las distopias conjuntas de Orwell y Huxley y la mutación de las guerras convencionales a guerras irregulares son resultado del éxito del capitalismo salvaje. Restablecer el tejido social y la defensa de la vida es el primer paso para enfrentarlo. Como señala el Fisgón, para acabar con el narcotráfico -y podemos agregar el terrorismo- es necesario combatir las lógicas, los valores, las redes de interés y corrupción que alimentan el sistema.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.