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Inmigrantes, la otra cara de la exclusión capitalista

Fuentes: Rebelión

Es una cuestión común observar cómo en cada país se ha llegado a descalificar a los inmigrantes, acusándolos de delincuentes y de usurpar derechos que no les corresponden, con lo que se crea una matriz de opinión favorable a quienes -desde posiciones de poder- expresan discursos de odio y asumen actitudes abiertamente fascistoides. Hoy se repite con los migrantes forzados, lo que fuera la antigua y nefanda historia de los africanos secuestrados en sus tierras y esclavizados en el continente americano, vendidos como cosas y explotados hasta su muerte y excluidos, además, como personas por la sociedad colonial fundada por españoles, portugueses, ingleses, franceses y holandeses en lo que comprende el territorio de nuestra América. A los africanos así tratados se les negó toda noción de humanidad; despojándolos de todo elemento que diera cuenta precisa de su origen, de sus credos y de su cultura, de manera que no tuvieran más opción que adaptarse y negarse a sí mismos para poder sobrevivir. Todo inmigrante aspira a vivir con dignidad en el país al cual se dirige. Sin embargo, la realidad que se le presenta es otra, amarga y humillante, llena de incertidumbres y temores ante la posibilidad de ser apresado y deportado; muchas veces, como ocurre en Estados Unidos bajo la presidencia de Donald Trump, engrillado como el peor de los criminales y dejando a la deriva la legalidad misma del proceso de deportaciones a terceras naciones como Panamá, El Salvador y Costa Rica, aparte de la cárcel habilitada en la ilegal base naval estadounidense situada en la bahía de Guantánamo. Con esta medida, en opinión de Muzaffar Chishti, investigador principal del Instituto de Política Migratoria en Estados Unidos, Estados Unidos se libró de su responsabilidad hacia los deportados. «Una vez que te llevas a esas personas fuera, las leyes, la Constitución y las regulaciones estadounidenses ya no aplican. Si esas personas tenían algún derecho bajo la ley estadounidense, al llegar a Panamá eso desaparece», dijo Chishti en conversación con BBC Mundo. Algo similar a la manera como se abordó la legalidad de las detenciones de los talibanes y sospechosos de serlo durante la invasión yanqui de Afganistán.

Esta es una parte de la historia que debe revisarse objetivamente, de manera que pueda comprenderse la verdadera idiosincrasia de nuestros pueblos, despojándola de esa colonialidad que aún se arrastra y que ubica a éstos en un falso y fabricado estado de inferioridad (genético, cultural, espiritual, intelectual y económico) que legitima la explotación y la dominación por parte de las naciones colonialistas, neocolonialistas e imperialistas. Contra la convicción fatalista que se extrae de ello, necesariamente habrá que entablar una batalla incesante por rescatar y valorar los aportes de quienes, desde su condición subordinada, son elementos constitutivos de nuestras nacionalidades. Adicionalmente, habrá que comprender que el trato discriminatorio dispensado a las personas por el color de su piel, la condición de extranjero, migrante o refugiado, el estado de salud, la identidad sexual (mujeres y LGBTI), rasgos culturales, y las creencias políticas y religiosas es parte resaltante de la herencia de la modernidad o eurocentrismo que, como moda reciclada, se halla presente en la cotidianidad de nuestras sociedades; en algunos casos, con poca diferencia de lo ejecutado por el régimen nazi en su época de apogeo. Lo que exige una amplitud de criterios y una conciencia revolucionaria, humanista en todo sentido, superior, por consiguiente, a las nociones de nacionalismo o de patriotismo que suelen invocarse para proteger la «idiosincrasia» y la soberanía ejercida sobre el territorio en que se vive.

Comprendamos -como afirma Jorge Majfud en su artículo «Contra la deshumanización de los inmigrantes pobres»- que «la lucha por los derechos de los inmigrantes es la lucha por los Derechos Humanos, eso que cada día se evidencia como irrelevante cuando no sirven los intereses de los poderosos. Pero la inmigración no es sólo un derecho; es, también, la consecuencia de un sistema global que discrimina de forma violenta ricos y pobres, capitalistas y trabajadores. Esta vieja lucha de clases no solo es invisibilizada a través de las guerras culturales, étnicas, sexuales como ocurre desde hace siglos con las luchas raciales y religiosas, sino con la misma demonización del concepto “lucha de clases”, practicada por los ricos y poderosos y atribuida a los ideólogos de izquierda como proyecto del mal. La lucha de clases, el violento despojo y la dictadura de los ultra millonarios sobre el resto de las clases trabajadoras es un hecho observable por cualquier medición cuantitativa». La situación creada, entonces, en torno a los inmigrantes refleja una condición en común, bastante evidente: Los ataques de la casta política y económica están dirigidos contra aquellos que no poseen ninguna riqueza que aportar a la economía de sus países más que su fuerza de trabajo; cosa que no ocurre con aquellos que, provistos de una cuantiosa cuenta bancaria en dólares, son bienvenidos, aún conociendo que las fortunas que exhiben son producto del narcotráfico o de la corrupción política; haciéndose ostensible la diferenciación de clases sociales consustancial a la existencia del sistema capitalista. Ésta es la otra cara de la exclusión económica que merece darse a conocer, de manera reiterada, con el propósito de preservar nuestra condición humana y así permitirnos que exista una mejor comprensión de las relaciones de dominación, evitando, como consecuencia, que la gente siga siendo manipulada según los intereses de los grupos dominantes de cada país, repitiendo falsedades y prejuicios oscurantistas que se creía que ya no tendrían espacio ni difusión en este siglo de grandes avances científicos y tecnológicos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.