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Inmigrantes, las otras víctimas

Fuentes: AIN

El rejuego de las potencias imperiales no cambia. Con poblaciones mayormente envejecidas, y en tiempos de relativa bonanza, la llegada de extranjeros desde el Tercer Mundo para ocupar empleos mal remunerados y considerados «sucios» por los locales, se constituye en bendición. Cuando los cinturones aprietan, la crisis económica lo abarca todo y el descontento social […]

El rejuego de las potencias imperiales no cambia. Con poblaciones mayormente envejecidas, y en tiempos de relativa bonanza, la llegada de extranjeros desde el Tercer Mundo para ocupar empleos mal remunerados y considerados «sucios» por los locales, se constituye en bendición.

Cuando los cinturones aprietan, la crisis económica lo abarca todo y el descontento social mayorea, entonces los foráneos se convierten en «culpables», porque «roban» a los nacionales las oportunidades de trabajar y constituyen carga social ajena e indeseable.

Es la hora entonces de entronizar enmiendas y muros contra la llegada de inmigrantes desde zonas geográficas que deben su pobreza y depauperación, precisamente, a la histórica orgía explotadora de las grandes potencias industriales. Así de sencillo.

Otras veces, como en el caso de Cuba y por sobre toda consideración legal o humana, se estimula por Washington el abandono subrepticio y hasta riesgoso del país natal (pies mojados, pies secos) para satisfacer los requerimientos de intereses políticos y propagandísticos de quienes solo reconocen como válidos sus pujos hegemonistas e interventores.

Pero es el caso que en los últimos tiempos, a raiz del descalabro económico capitalista que arrancó por los Estados Unidos en 2008 y aún se enseñorea por el universo capitalista global, las grandes metrópolis han colocado en el punto de mira la represión a los inmigrantes como cortina de humo para desviar la atención pública de las verdaderas causas del desastre que atraviesan.

La más reciente decisión restrictiva en ese sentido corresponde al gobierno del controvertido primer ministro italiano Silvio Berlusconi, quien acaba de aprobar la ley que obliga a todos los extranjeros que aspiren a radicarse en el país a hablar el idioma local.

Para ello se exige a los foráneos obtener más de 80 puntos en el examen obligatorio que debe efectuarse en comisarías policiales u otras dependencias oficiales.

Se trata, en suma, de otro nuevo y poderoso obstáculo a la entrada y radicación en la península italiana de extranjeros, y que se suma a la criticada legislación anti inmigrantes aprobada hace pocos años atrás por la Unión Europea, la cual impone largas penas de cárcel y expulsión definitiva a los foráneos que intenten hacer nueva vida en el Viejo Continente.

Sin olvidar, desde luego, las medidas de represión violenta que se aplican en las fronteras de los Estados Unidos, con variantes fascistas incluso en algunas de sus regiones, y cuya expresión más tangible es el muro cargado de sofiscticados detectores y ruidosas alarmas que se levanta frente a las caras de los mexicanos.
En pocas palabras: la inmigración impulsada por la explotación imperial continúa como objeto de manipulación de aquellos intereses que la han promovido a lo largo de la historia, y la utilizan a coveniencia propia para respaldar sus permanentes apetencias de poder global.