Recomiendo:
0

Intelectualines tuis [1] y trabajadores intelectuales a los que gustaba visitar talleres de imprenta (II)

Fuentes: Con-ciencia social nº19, 2015

Nota edición. Para la primera parte http://www.rebelion.org/noticia.php?id=208736   *** 3. Valores alternativos. «Cultura obrera y valores alternativos en la obra de Manuel Sacristán» [5] es el escrito que FFB presentó en el homenaje que Comisiones Obreras organizó en el décimo aniversario del fallecimiento del traductor de El Capital. Después de las verdades como puños que […]

Nota edición. Para la primera parte http://www.rebelion.org/noticia.php?id=208736

 

***

3. Valores alternativos.

«Cultura obrera y valores alternativos en la obra de Manuel Sacristán» [5] es el escrito que FFB presentó en el homenaje que Comisiones Obreras organizó en el décimo aniversario del fallecimiento del traductor de El Capital.

Después de las verdades como puños que acababa de decir Jordi Olivares, uno de los fundadores de la federación de enseñanza del sindicato con la que también ellos dos estuvieron más que comprometidos [6], FFB quería empezar agradeciendo, «de corazón y de verdad», la iniciativa de la CONC «al recordar a Sacristán y su obra en el décimo aniversario de su muerte». Estaba convencido de que éste era, tal como estaban las cosas en aquel momento, el mejor lugar en que podía recordarse la vida y la obra de Sacristán y «ni que decir tiene que me encuentro muy a gusto en este acto, en el que estamos en familia», aunque fuera una familia ampliada a la brasileña, «que, en fin, supongo que es lo que somos».

En su recuerdo, Sacristán no era simplemente un intelectual amigo de la clase obrera por motivos políticos y circunstanciales. Nada de eso. El ex miembro de la ejecutiva del PSUC se sentía, quería ser un trabajador intelectual en la producción, un trabajador que aprovechaba el privilegio de la formación intelectual para «ser útil a los de abajo, a aquellos otros, trabajadores también, que a veces sabiéndolo, y otras veces sin saberlo», habían dado su trabajo y su sudor para que fuera posible «un conocimiento superior, privilegiado, eso que seguimos llamando cultura superior», que no era desde luego toda la cultura.

En 1975, el lector/a disculpará este paréntesis, en un artículo sobre «La cultura popular» publicado en Jove Guàrdia, la revista de las juventudes comunistas del PSUC, el traductor de la biografía de Gerónimo apuntaba que una cultura era el conjunto de normas y valores de una manera de vivir,

[…] un conjunto de reglas de la conducta económica (de los modos de trabajar, consumir y poseer), social (comportamiento familiar, de grupo, estatal, cuando hay estado), en las ideas, en el conocimiento, en el arte, en el tiempo ocioso, etc., y un conjunto de valores correspondiente.

De este modo, una tribu de cazadores del Amazonas, sin lengua escrita, sin objetos de metal, pero con sus costumbres observadas por los miembros de la tribu, no sólo no era un grupo de incultos sino que era un grupo de seres humanos con «una cultura probablemente mucho más sólida, más organizada e integrada» que la nuestra en una gran ciudad, en una contaminada y ruidosa metrópolis industrial capitalista.

Si esto último, lo de una cultura obrera alternativa a la cultura dominante, había de ser o no una utopía, eso era algo que la historia ya diría, pero en cualquier caso, también creía que se puede decir con verdad «que ése fue el ideal de Manolo Sacristán.». Y también el suyo.

Voy a decirlo lo más brevemente posible: tal como yo lo veo en el recuerdo, Manolo luchó siempre por renovar y dar nueva forma a la vieja aspiración, una aspiración libertaria, socialista, comunista, a una nueva cultura de los trabajadores.

Aún más, por lo que él sabía

[…] muchas de sus alegrías, en la vida que le tocó vivir, tuvieron que ver con momentos en los que parecía que la cultura obrera alternativa tomaba cuerpo, o iba a tomar cuerpo en nuestra sociedad.

Y también varias de sus depresiones, que las hubo (como de otra manera en su caso, aunque no vividas del mismo modo), eran inseparables de decepciones «ante el choque entre aquel ideal de una cultura obrera alternativa y la realidad cotidiana del mundo del trabajo y del mundo obrero organizado». No hace falta apuntar aquí, por ejemplo, lo que pudo significar para el coautor de Redes que dan libertad la gran derrota y la permanente agresión contra las clases de trabajadoras de aquí y de casi todo el mundo en sus últimos años de vida.

Aunque no solo fue eso por supuesto. Así escribía en septiembre de 2011:

Querido Salva:

Muchísimas gracias por el mensaje y por la música. Eso ayuda a levantar el ánimo, que falta me hace. No te he contestado antes porque he pasado unos días bastante malos: anímicamente hecho polvo y con un problema urológico, que además de doloroso, pintaba mal, teniendo en cuenta los antecedentes. Por suerte, la cistoscopia que me hicieron el 26 ha dado que sólo tengo una inflamación importante y ya me han puesto en tratamiento. No hay reproducción del cáncer de vejiga. Un respiro. Así que me he animado a ir a Valladolid, con Eloy y mi hermana [Charo], para ver cómo está mi madre y pasar allí unos días con ella. Mientras tanto, se me cae la casa encima: cuarenta y tantos años viviendo con Neus aquí dejan muchos recuerdos y el sentimiento de pérdida aparece a todas horas y en todas partes. En fin, no sigo para no entristecerte… Te llamaré por teléfono. Y te mando ahora un abrazo grande, Paco

¿De qué cultura y de qué valores estaba hablando Sacristán, de qué valores nos habló también FFB? En el díptico que se había confeccionado para convocar «a la familia ampliada a este acto» se tenía una pequeña muestra. Era una reflexión que procedía de una entrevista que le habían hecho a Sacristán para El Viejo Topo, Jordi Guiu y Antoni Munné. «No se publicó entonces, en 1978, porque el propio Manolo, después de ver el resultado, no quiso que se publicara» [7].

El contexto, recordaba FFB, era bastante particular. Guiu y Munné habían hablado con él en un momento en el que estaba saliendo de una fase depresiva anterior. ¿Por qué no escribe, por qué lleva tanto tiempo callado (sin llevar, de hecho, tanto tiempo callado)? Su respuesta:

A partir de ese momento [FFB: a partir del momento de la comprobación de que las cosas para nosotros, para los que teníamos o tenemos el ideal de una cultura obrera alternativa, iban mal] me acerqué dice él-, a la comprensión y al amor de esa gente que se ha quedado en la cuneta intentando mantener, por otra parte, la voluntad de racionalidad del movimiento obrero, que es, en mi opinión, una voluntad de modestia

Estaba haciendo Sacristán la radiografía moral de la cultura del movimiento, apuntaba su amigo. A partir de un determinado momento de su vida, en 1975 y 1976, se había dedicado mucho a ello. Como él, como FFB, ambos compartieron con Neus Porta y otros amigos tareas de alfabetización en la escuela Can Serra de l’Hospitalet de Llobregat organizada y dirigida por su compañero Jaume Botey. El mismo habló de ello años después, en estos términos [8]:

Aquí [en temas de conocimientos científicos y filosóficos] hay un problema muy importante de información, que no lo resolvería todo, porque hay además un problema de moral, de valores y social, pero que sólo así permitiría plantear el problema de valores, es evidente. Esto, cuando se tiene experiencia directa, yo he tenido bastante durante años, puede causar angustia.

Recordaba lo sucedido en la escuela de adultos, en la «que trabajábamos bastantes personas», cada una en un determinado campo.

A mi, que aunque no soy realmente un economista soy de la Facultad de Económicas, me pidieron que hiciera una alfabetización económica para un público que eran sobre todo de inmigrantes jóvenes y bastante recientes.

Algunos, mediados de los setenta, todavía no habían encontrado trabajo. Era antes de la crisis de aquellos años, «antes de que estallara lo grueso de la crisis, ya en crisis pero sin que fuera tan visible como ahora». En una de las sesiones en la tenía que explicar qué eran, precisamente, las crisis cíclicas capitalistas y si la crisis en la que se entraba con el petróleo era o no una crisis cíclica

[…] cuando llevaba algo así como quince minutos explicándolo, una chica joven, una madre de familia pero muy joven, también recién inmigrada, extremeña, me dice «¿Y por qué ahora que empezamos a estar mejor el gobierno habla de crisis?». Esto, que podría hacer reír a algún pedante universitario, pensando «esta señora no entiende nada», es una patética muestra de hasta qué punto está indefensa para entender lo que pasa la mayor parte de la población.

Para esta trabajadora recién llegada, que acababa de encontrar trabajo, que había encontrado un piso en el barrio cercano a la escuela hacía pocos meses, ahora que empezaba a estar mejor porque todo el primer año de emigración había sido un infierno

[…] buscando piso, buscando trabajo, viendo donde dejar el niño, el marido buscando trabajo, buscando piso, ahora, decía ella, «que empezamos a estar mejor», desde la limitación de su punto de vista particular… y eso lo decía después de quince minutos de hablar de crisis cíclicas.

El problema de información de la mayoría de la ciudadanía en aquellos años, no había que hacerse ilusiones al respecto, era enorme y seguramente era el más importante. Pero no lo resolvía todo. Luego, las personas informadas, además, tenían que decidir, tomar posición, porque sobre los valores ninguna ciencia podía decidir nada por sí misma, sin más mediaciones. La poliética, como diría FFB, las finalidades, el proyecto vital de cada uno tenían que hacer acto de presencia.

FFB recordaba a continuación la reflexión de Sacristán en la entrevista con Guiu y Munné:

El militante obrero, el representante obrero, aunque sea culto, es modesto, porque reconoce que existe la muerte como lo reconoce el pueblo. El pueblo sabe que uno muerte; el intelectual, en cambio, es una especie de cretino grandilocuente que se empeña en no morirse [9[. Es un tipo que no se ha enterado y que intenta ser célebre, hacerse un nombre, destacar, y todas esas «gilipolleces» que son el trasunto ideal de su pertenencia a la cultura dominante.

En cambio, en la cultura, en las tradiciones obreras regía la modestia porque existía, y de qué manera, el reconocimiento de la muerte.

Cada generación muere y luego sigue otra y los héroes obreros son, en general, héroes anónimos mientras que los héroes intelectuales tienen, en general, dieciocho apellidos, cuarenta antepasados, influencias de escuelas y todas esas «leches» de los intelectuales tradicionales.

El paso acababa con una explicación de las razones del acercamiento a esa gente, a esos compañeros, que se habían quedado en la cuneta. Al hablar de gente que se había quedado en la cuenta, señalaba FFB, «Manolo está pensando, fundamentalmente, en Ulrike Meinhof [10], aquella liberal radical demócrata alemana, que se desespera y que acaba suicidándose o, tal vez, la suicidaron en la desesperación». que el propio Sacristán y su amigo Vicente Romano habían conocido durante su estancia en Münster, o también en los «indios metropolitanos» seguidores del indio Gerónimo y en otras gentes y colectivos que habían quedado fuera de circulación política. Para ese acercamiento, para su aproximación a esas víctimas entre las víctimas, existía una razón emocional que FFB también compartió en su alma y cerebro desde sus años palentinos de juventud

[…] el vivo convencimiento de que a mi me gusta intentar saber como son las cosas. A mí, el criterio de verdad de la tradición del sentido común y de la filosofía me importa y no estoy dispuesto a sustituir las palabras «verdadero» o «falso», por las palabras «válido», «no válido», «coherente», «incoherente», «consistente», «inconsistente. No, para mí, las palabras buenas son «verdadero» y «falso», como lo son en la lengua popular, como lo es en la tradición de la ciencia. Igual en Pero Grullo y en la boca del pueblo, que en Aristóteles.

Los del válido, no válido, añadía Sacristán, eran los intelectuales (tuis) que, en este sentido, eran gentes que no iban en serio.

La entrevista la iban a publicar, proseguía FFB, en un número monográfico de mientras tanto (el 63) dedicado a Sacristán, entre otras cosas porque «pensamos que las dos razones principales por las que él mismo se opuso a que la entrevista se publicara en su momento han caducado». Las dos razones que había aducido su amigo eran muy sencillas.

La primera está directamente relacionada con nuestro asunto: «¿qué van a pensar los demás cuando lean esto que digo yo?» Acaso, ¿»no pensarán que también yo soy un intelectual como los demás y que estoy contando otro disco parecido al que cuentan otros intelectuales»? Mejor callarse. «¿A quién le interesan mis neuras?»

La segunda era más política, más del momento: «Manolo no quería desmoralizar a los amigos naturales. Esas dos cosas eran en él razones profundas de su estar en el mundo». Pero FFB y sus compañeros de mt pensaron que había pasado ya tiempo suficiente como para que esta segunda razón dejara de tener el peso que tenía hacía veinte años. «Vamos a decirlo como él se lo decía a los amigos: ¿quién se va a desmoralizar hoy al leer u oír esto?»

La reflexión le servía para recoger unas observaciones que enlazaban con la idea que Sacristán tenía de una cultura obrera alternativa. La voluntad de modestia, la voluntad de humildad, tenía su reflejo, en el nombre mismo de la revista que ellos fundaron. Lo de mientras tanto tenía que ver con eso… y acaso con el poema lorquiano.

En 1978-79 mientras tanto evocaba la modestia, la humildad. Y un talante más bien lírico. Tengo que recordar esto aquí porque, tal como van las cosas, ese mismo nombre hoy casi evoca la épica. Recordad que en el 78 o 79 casi todo el mundo que empezaba a hacer una revista le ponía por título Adelante, A por ellos, Revolución bolchevique, Ganaremos, Venceremos, etc.

Mientras tanto era, en ese contexto, una publicación más bien lírica. La voluntad de modestia, de humildad, el reconocimiento de que existía la muerte y su vinculación con el anonimato obrero y el contraponerlo a la búsqueda constante de la celebridad, también le parecía a FFB, como no podía ser menos, uno de los rasgos de la mejor tradición del movimiento obrero de todos los tiempos. Valía la pena mantener esa idea, recuperarla, renovarla. El autor de Utopías e ilusiones naturales lo hizo hasta el final de sus días.

Finalizando su intervención, FFB esbozaba unos comentarios sobre la forma que «Manolo tenía de relacionarse con los trabajadores manuales». Podría dar muchos ejemplos de los que había sido testigo, pero se iba a referir a dos de ellos. De uno de ellos, de la experiencia de Can Serra, iba a hablar Jaume Botey, en la que se intentó combinar «la alfabetización de adultos y la formación político-cultural en condiciones muy difíciles para los trabajadores». Sacristán, junto con Neus Porta, la esposa-compañera de FFB, él mismo, Fariñas y otros compañeros, como se apuntó, hicieron allí un trabajo que se recordará. Que se recuerda.

El otro ejemplo al que quería referirse FFB era precisamente el de la presentación del primer número de la revista en los antiguos los locales de CCOO (los de la calle Padilla de Barcelona). Eran dos ambientes diferentes, pero que a FFB le traían a la memoria un mismo recuerdo sobre la forma de relacionarse con los trabajadores.

Manolo se consideraba uno de ellos, uno de los nuestros, no sé muy bien como decirlo: era uno más, allí en Can Serra y aquí, en CC.OO. No tenía ningún problema en mantener el mismo método, el mismo rigor, la misma profundidad de pensamiento, que siempre tuvo en sus clases, pero traducida al lenguaje de aquellos que tenía como interlocutores. No he visto nunca a nadie con la capacidad que él tenía para hacerse entender respecto a problemas difíciles de explicar.

¿A nadie como Sacristán con esa capacidad? Yo sí lo he visto: FFB, y en varios ocasiones. En la Universidad, en institutos [11], en escuelas, en locales obreros, en colectivos alternativos,.. Y esto era, seguramente, lo más difícil siempre para un intelectual, para un profesor: «cómo romper con nuestra forma normal de expresión, en nuestras clases o con nuestros colegas», para comunicar con personas que no eran letradas, que no eran letraheridos y con las que se compartía creencias, ideales, posiciones políticas, compromisos, riesgos, formas de entender la vida.

En esta relación con los obreros y obreras eran muchos los intelectuales que tendían a la pedantería o a edulcorar las cosas pronunciando las palabras que los otros querían oír.

Manolo no; Manolo no era así. Manolo podía ser muy negro y muy duro con la gente con la que compartía los mismo ideales, en este caso con las personas de CCOO. Muchas veces decía que hay que pintar la pizarra bien de negro para que destaque sobre ella el blanco de la tiza con que hay que escribir las propuestas alternativas.

Así se había comportado, por ejemplo, el día de la presentación de mientras tanto en los locales de CCOO (yo mismo fui testigo de su duro pero fraternal enfrentamiento con Francisco Frutos). En su recuerdo aquello había sido casi como una batalla campal dialéctica. Una polémica dura pero al mismo tiempo amistosa, «como cuando discutimos en la propia casa con un amigo o con una amiga». Sacristán odiaba el lenguaje diplomático de los políticos profesionales: no tenía pelos en la lengua a la hora de expresar opiniones diferentes «a las de los amigos naturales, pero al mismo tiempo pensaba -y así lo escribió en la primera carta de la redacción de mientras tanto– que había que mantener sosegada la casa de la izquierda». Un llamamiento, en su razonable lectura, a la discusión franca y racional de las diferencias.

El recuerdo de la entrevista del Topo y de estas anécdotas le permitía a FFB llamar la atención también acerca de otro rasgo de la personalidad de su amigo: la veracidad. Su proyecto en aquellos años era volver a juntar dos nudos que se estaban separando y que seguían (y siguen) en parte separados: ciencia y clases trabajadoras. Ese había sido un proyecto perseguido en el movimiento obrero de nuestro país de países desde Jaime Vera.

La dificultad está precisamente en renovar el viejo proyecto de juntar ciencia y proletariado en cada momento histórico nuevo, en función de los cambios que particularizan cada situación.

Así, con esa intención, había nacido también el proyecto de mientras tanto.

Había una cosa entonces poco conocida que le permitía ejemplificar lo señalado. En octubre de 1972, Sacristán propuso a la editorial Grijalbo, para la que entonces trabajaba, tres nuevas colecciones. La primera se llamaba Hipótesis, la que finalmente salió y codirigieron Sacristán y él mismo. No duró mucho «seguramente porque los tiempos ya no estaban entonces para esas cosas». La propuesta respondía fundamentalmente a la intención de Sacristán de dar primacía a la ciencia y al pensamiento racional.

La segunda se llamaba «Naturaleza y sociedad»; no llegó a publicarse. El proyecto incluía una de las cosas a las que más tiempo iba a dedicar Sacristán (y FFB) en sus últimos años. «Toda una serie de libros con temas medioambientales, ecologistas». Sacristán lo llamaba con un término que se había inventado: sociofísica [12]. Su intención «que esa fuera una colección de alta divulgación, en la que se juntaran temas sociales y temas de la naturaleza».

La tercera colección no sólo no llegó a salir sino que, además, recordaba FFB, se encontró enseguida con el ceño fundido de los editores cuando la presentó. Se trataba de unos cuadernos de iniciación científica (CIC, la segunda C permitía una fácil polisemia) que estaban dirigidos fundamentalmente al movimiento obrero organizado, a trabajadores cultos, a dirigentes sindicales. En la presentación que escribió para Grijalbo, Sacristán apuntaba que el propósito «era traducir conocimiento para gentes que podían leer folletos de no más de 50 páginas, bien escritos», textos que se pudieran leer en el metro o en el autobús y «que permiten renovar la preocupación cultural con el estado de los conocimientos en el momento en que se estaba».

Este proyecto que no llegó a buen término tuvo su reflejo parcial, fragmentario, en lo que luego iban a ser los distintos números de la revista mientras tanto.

Debo añadir que Manolo siempre dijo, creo que con toda la razón, que en la revista faltaban científicos de la Naturaleza, gente con conocimientos de ecología, de biología, de termodinámica, y con capacidad de comunicarlos a los trabajadores [13]. En cambio, el ideal de los colores rojo, verde, violeta y, más adelante, diríamos el blanco, sí que queda más o menos bien recogido en lo que fue su trabajo entre 1979 y 1985, en la revista.

Por el sitio en que se estaba, no quería terminar sin aludir a un problema importante. En la historia del movimiento obrero, y mayormente en la tradición marxista-comunista hispánica, había ocurrido a veces que, a diferencia del intelectual tradicional, del intelectual amigo circunstancial de los trabajadores, este otro intelectual en la producción, el intelectual comunista de nuevo tipo, resultaba ser, paradójicamente, un compañero incómodo. El intelectual de nuevo tipo no era, digamos, una flor en un elegante florero, alguien de nombre que hacía bonito y daba lustre… y presencia mediática.

Era alguien que tenía en la cabeza las mismas preocupaciones y los mismos problemas que los otros trabajadores, y que opina sobre ellos con conocimiento de causa y con constancia. Ese fue el caso de Manolo Sacristán. El intelectual que él quería ser no se permite las frivolidades habituales del literato tradicional, tan motivadas por los cambios de humor y por el ir y venir de las modas.

Pero, precisamente por ello, remarcaba FFB, «por esa constancia y responsabilidad del intelectual en la producción», podía y solía acabar resultando incómodo a quienes estaban acostumbrados a ver «en el intelectual sin más algo así como un adorno». Él, por supuesto, vivió situaciones muy parecidas.

Este tipo de incomodidad que algunos sectores del movimiento obrero organizado podían (y pueden) experimentar ante el intelectual crítico de nuevo tipo era muy distinto de «la incomodidad que experimenta ante su personalidad el colega que, por las que razones que sean, no hubiera tenido la experiencia vivida del movimiento obrero organizado». Un más que generoso, cortés y afable FFB creía que era por esa diferencia fundamental por lo que se seguía recordando en aquellas CCOO la obra y la figura de su compañero. En otros momentos se había ido imponiendo una previsión hecha al día siguiente de la muerte del traductor de Brossa y Raimon por Xavier Rubert de Ventós [14], en un artículo que había escrito tras la muerte de Sacristán en La Vanguardia. La traía a colación porque le había impresionado en el momento en que fue publicado y porque, en cierto modo, creía que XRV había acertado.

Decía Rubert de Ventós que «su falta», la ausencia de Manolo, «nos deja a todos un poco más libres para seguir no haciendo lo que debemos».

No haciendo lo que debemos. Era una previsión verdaderamente dura… que se había cumplido. También en su caso.

¡Cuántos intelectuales por entonces comprometidos con la causa de los de abajo habrán dejado de hacer lo que debían desde que Manolo murió! ¡Cuántos intelectuales se habrán sentido «liberados» para convertirse en pingos almidonados desde el día de la muerte de Manolo Sacristán!

De más de uno había oído él mismo una reflexión como la siguiente: ¿me hubiera atrevido a comportarme como me comporté en el momento del referéndum sobre la OTAN, o cuando la Guerra del Golfo, o cuando hubo que definirse acerca de las movilizaciones sindicales? Caben actualizaciones temáticas pensando en él y en su fallecimiento aunque los tiempos, por supuesto, fueran ya otros y el cinismo, el olvido, la reconstrucción, la desmemoria interesada y la identidad nacional-nacionalista sean ahora moneda corriente y extendida.

Manolo era, pues, uno de los nuestros y de los vuestros. Incómodo, sin duda, como lo son y lo serán siempre los intelectuales críticos, los intelectuales productivos que no se limitan a ser amigos circunstanciales, por política, del movimiento obrero cuando las cosas van bien sino que siguen estando ahí, con pensamiento propio y críticamente, también, y sobre todo, cuando las cosas van mal.

Un intelectual incómodo que, además, acostumbraba a visitar talleres de imprenta. Como Neus Porta, su esposa y compañera, que trabajó en uno de ellos. Como él mismo.

Notas

[5] Salvador López Arnal (editor), Homenajea Manuel Sacristán. Escritos sindicales y de política alternativa, Barcelona, Ediciones Universitarias de Barcelona, 1997, pp. 37-43.

[1] Junto a compañeros/as como Pere de la Fuente, Miguel Candel, Teresa Rodríguez, Joan Tafalla, Joaquín Miras, Josep María Domingo y tantos otros activistas inolvidables.

[6] Fue recogida muchos años después en el número 63 de mientras tanto y en Acerca de Manuel Sacristán, Destino, Barcelona, 1996. Puede verse ahora -merece ser leída con devoción critica, en De la primavera de Praga al marxismo ecologista. Entrevistas con Manuel Sacristán Luzón, Madrid, Los Libros de la Catarata, 2004 (edición de Francisco Fernández Buey y SLA)

[7] Coloquio de la conferencia (inédita): «La función de la ciencia en la sociedad contemporánea» dictada a principios de los ochenta en el Instituto Maragall de Barcelona. Para una excelente aproximación a esta conferencia (y, desde luego, a otros numerosos textos complementarios), véase la tesis doctoral de José Sarrión, «La noción de ciencia en Manuel Sacristán» (UNED, 2014, director Francisco José Martínez).

[8] F FB advertía: «son frases un poco duras pero las voy a decir porque era como hablaba Manolo cuando hablaba con los amigos, con la familia ampliada.»

[9] E n la que sería su penúltima conferencia, «Sobre Lukács» (Sacristán, Seis conferencias, Mataró, El Viejo Topo, pp. 157-193), comentaba emocionado: «[…] algunos otros personajes, sobre todo uno que a mi me conmueve mucho, y supongo que cuando sea muy viejo, y ya me esté muriendo, todavía la recordaré con dolor que es Ulrike Meinhof, a la que yo conocí en Münster, cuando empezaba a ser roja, todavía no lo era mucho, pues también fue alumna de él, de Adorno…» La grabación de la conferencia puede escucharse en los documentales de Xavier Juncosa, Integral Sacristán, Barcelona, El Viejo Topo, 2006.

[10] La conferencia que impartió FFB en 1983, con ocasión del primer centenario de Marx, en el Instituto Balmes de Barcelona, donde Sacristán, Castellet y Jesús Núñez, entre otros, estudiaron de jóvenes, ha quedado grabada en la memoria cultural del instituto… o cuando menos, debería haber quedado grabada.

[11] La definición: » El concepto de sociofísica es propio de director de la colección. No se ha utilizado nunca. Significa los temas en que la intervención de la sociedad (principalmente de la sociedad industrial capitalista) interfiere con la naturaleza (urbanismo, contaminación, etc).»

[12] E activista antinuclear franco-barcelonés, nacido en el campo de concentración de Argelès-sur-Mer, Eduard Rodríguez Farré, uno de los grandes científicos-intelectuales de nuestro país de países, colaboró en los primeros números de la revista. Su amistad con Sacristán, la militancia de ambos, junto a FFB y Víctor Rios, en el CANC, fue una de las causas.

[13] Ahora en las aguas del independentismo y en el colectivo de los aplaudidores entusiastas del «coraje político» del actual president de la Generalitat. Véanse en todo caso, y en un sentido muy distinto, sus declaraciones para los documentales dirigidos por X Juncosa, Integral Sacristán, ed cit

[14] El texto fue incluido en Del pensar, del vivir, del hacer (Joan Benach, Xavier Juncosa y Salvador López Arnal, eds), un libro que acompaña a los documentales de Xavier Juncosa, Integral Sacristán, ed cit.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.