La libertad de Internet está en juego. Me apuro a decir que este artículo no se refiere al zafarrancho del Poder Ejecutivo con Cablevisión. Se refiere a la organizada ofensiva que las proveedoras de Internet han lanzado en EE.UU. para terminar con la Internet que conocemos: libre e igual para todos. Esta ofensiva propone darles […]
La libertad de Internet está en juego. Me apuro a decir que este artículo no se refiere al zafarrancho del Poder Ejecutivo con Cablevisión. Se refiere a la organizada ofensiva que las proveedoras de Internet han lanzado en EE.UU. para terminar con la Internet que conocemos: libre e igual para todos.
Esta ofensiva propone darles a las grandes corporaciones de la comunicación la potestad de rechazar ciertos contenidos, darles paso a otros y cobrar precios diferenciales. En suma, crear una Internet especial, veloz y cara, que de hecho define a otra barata y pobre. Imaginen algo parecido a la TV por cable con paquetes premium y paquetes anémicos.
No es una campaña cualquiera. Tiene la fuerza de convicción de miles de millones de dólares y el apoyo de Google, hasta antes de ayer principal adalid de la Internet libre, hoy aliada con Comcast, primera operadora de cable y proveedora de Internet en EE.UU. Ambas acaban de difundir una propuesta a los legisladores.
Internet nació libre y se mantuvo así hasta ahora. Era la primera gran revolución cultural desde la invención de la imprenta. Porque era libre, llevó más lejos la difusión del conocimiento, la capacidad de conectarnos instantáneamente sin intermediarios. Esa libertad e igualdad (la llamada «neutralidad») permite aún hoy que todo lo transportado por Internet tenga igual tratamiento, no importa si lo emite una gran empresa, un gobierno o un individuo. Por eso Internet se ha convertido en una de las tramas esenciales de la vida y lo será cada vez más porque todos los medios convergerán en Internet.
Valiosísimo territorio. Por eso, precisamente, se abrió ahora este campo de batalla. Google y Comcast se esforzaron por disimular su uso abusivo de una posición de poder. Sostienen que su propuesta a los legisladores se limita a la Internet móvil. Un disimulo sin patas: casi todo será móvil en pocos años. Unos viajarán en primera y otros en segunda, tercera, etc. A los más pobres se les hará cada vez más difícil subir. Lo que se resuelva en EE.UU. influirá acá y en casi todo el mundo.
Algunos especialistas dicen que Internet no tiene por qué tener un estatus diferente del de otros servicios públicos (hay telefonía, TV por cable, salud, de distintos precios). Pero en EE.UU. sólo una pequeña parte de la población puede elegir entre más de dos prestadoras de servicios de Internet.
De todos modos, aunque hubiera una efectiva competencia que diera libertad de elección e impidiera la fijación de precios, me inclino por una Internet libre y «neutral», aquella que ya ha dado voz e influencia a movimientos sociales, a minorías, la misma que está dando nacimiento a nuevas formas de producción de contenidos y de riquezas. No digo que la lucha por el poder se resuelve en los medios. Los medios son una herramienta muy valiosa en esa lucha que se define en otros ámbitos: en la economía, sobre todo. No creo que Internet sea el gran nivelador. Los que más tienen más pueden, también en Internet. Pero, para quienes menos poder tienen, es una herramienta para pelear por esa nivelación.
Creo que la mayoría de los legisladores estadounidenses se pondrá a favor de esta ofensiva. Los empuja la vitalidad y, en algunos casos, el dinero de las grandes corporaciones. Es aleccionador ver ese dinamismo intacto después del golpazo que las corporaciones financieras le dieron al mundo con su imprevisión y su angurria (las hipotecas basura).
Este avance por la conquista y parcelización de Internet es un avance sobre la libertad de expresión. Por eso, también es una amenaza al periodismo que queremos construir. El acceso a Internet debe ser considerado un derecho humano, como ya se ha dicho. Si Google y Comcast se imponen, podrán decidir qué información reciben los usuarios y cuál no. Google y las prestadoras no están solas; las acompañan corporaciones relacionadas con ellas: los grandes bancos, entre otras. El futuro de Internet está en las manos de los legisladores estadounidenses. Y en los brazos forzudos de las grandes corporaciones mundiales; un desenlace que les ponga límite sería una revolución.
*Periodista (www.robertoguareschi.com).
http://www.perfil.com/contenidos/2010/08/21/noticia_0035.html