Primer día de clase. El profesor de «Introducción al Derecho» entró al aula con precisión suiza. -¡Buenos días! -¡Buenos días, profesor! Respondieron los alumnos con la emoción propia de un inicio universitario -Les pido encarecidamente que apaguen sus celulares durante la clase y que cada vez que deseen hablar, háganlo con la señal de costumbre, […]
Primer día de clase. El profesor de «Introducción al Derecho» entró al aula con precisión suiza.
-¡Buenos días!
-¡Buenos días, profesor! Respondieron los alumnos con la emoción propia de un inicio universitario
-Les pido encarecidamente que apaguen sus celulares durante la clase y que cada vez que deseen hablar, háganlo con la señal de costumbre, es decir, levantando la mano.
El profesor, sumergido en su rol de catedrático de temple, vio a cada uno de sus alumnos e inmediatamente pidió el nombre de un estudiante que estaba sentado en la primera fila y que lucía algo distraído por coquetear con una agenda nueva:
– ¿Cuál es su nombre?
– Mi nombre es Fidel, señor.
La cara del profesor, cual transfiguración del Dr. Jekyll en Mr. Hyde, al escucharlo se tornó en la máxima expresión de la repulsión y profirió estruendosamente, aprovechándose de una exacerbada autoridad, la siguiente orden:
– ¡Fuera de mi clase y no vuelva nunca más! -.
Por espacios de unos infinitos 5 segundos reinó un silencio aterrador en el salón. Fidel, quien no salía del desconcierto, al observar que el profesor lo veía con mirada penetrante cerró su agenda, se colocó el bolígrafo en el bolsillo de su camisa, se levantó rápidamente, recogió sus cosas y salió del aula notoriamente perturbado. Sus pasos arrítmicos oscilaban entre la tristeza y la molestia propias de la incomprensión. Los demás estudiantes mostraban indignación y susto, manifestados en murmullos, quejas, gestos y movimientos de cabeza, pero nadie levantó la mano, nadie habló.
– ¡Muy bien!, continuó el maestro, ¡vamos a empezar la clase! Hoy quiero hablarles de las leyes ¿Para qué sirven las leyes? preguntó al voleo.
Los estudiantes estupefactos seguían asustados, pero poco a poco se fueron incorporando a la clase y empezaron a responder la pregunta:
– ¡Para tener un orden en nuestra sociedad!
– ¡No! – Respondió categóricamente el profesor.
– ¡Para cumplirlas!
– ¡No!
– Para que las personas equivocadas paguen por sus acciones.
– ¡No! – ¿Alguien sabe la respuesta a esta pregunta? Imploró el catedrático.
– Para que se haga justicia – contestó con timidez una muchacha.
– ¡Por fin oigo una respuesta digna de una universidad! ¿Cómo se llama usted, señorita?
– Érika, profesor.
– Muy bien, Érika, ¡por la justicia!, Y ahora, ¿qué es la justicia? preguntó el profesor a los estudiantes, aunque con los ojos fijos en la tímida muchacha.
Érika dubitativa no hacía otra cosa que pensar en la actitud tan sínica del profesor.
– A fin de salvaguardar los derechos humanos, dijo alguien.
– Bien, ¿qué más?
– ¡Para diferenciar el bien del mal!, dijo un muchacho.
-¡Para recompensar a aquellos que hacen el bien!
– Ok, no está mal, pero ahora respondan esta pregunta: ¿Actué correctamente al expulsar a Fidel del aula?
Todos se quedaron petrificados en sus pupitres. Nadie respondió.
– ¡Quiero una respuesta por unanimidad!
– ¡No! contestaron todos en una sola voz tardíamente solidaria.
– ¿Se podría decir que he cometido una injusticia?
– ¡Sí!
– ¿Y por qué nadie levantó la mano y habló? ¿Por qué nadie hizo nada al respecto? ¿Para qué queremos leyes y reglas, si no tenemos la voluntad necesaria para practicarlas? Cada uno de ustedes tiene la obligación de hablar cuando es testigo de una injusticia. No olviden las palabras de un médico argentino que en un momento difícil escribió a sus hijos esta carta que a continuación les leeré:
A mis hijos
Queridos Hildita, Aleidita, Camilo, Celia y Ernesto:
Si alguna vez tienen que leer esta carta, será porque yo no esté entre ustedes. Casi no se acordarán de mí y los más chiquitos no recordarán nada. Su padre ha sido un hombre que actúa como piensa y, seguro, ha sido leal a sus convicciones. Crezcan como buenos revolucionarios. Estudien mucho para poder dominar la técnica que permite dominar la naturaleza. Acuérdense que la revolución es lo importante y que cada uno de nosotros, solo, no vale nada. Sobre todo, sean siempre capaces de sentir en lo más hondo cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Es la cualidad más linda de un revolucionario.
Hasta siempre hijitos, espero verlos todavía. Un beso grandote y un gran abrazo de
Papá
Hubo un silencio propicio para la reflexión. El maestro continuó su pedagogía crítica
-¡No vuelvan a estar en silencio, nunca más! Esta lección de esta primera clase de Introducción al Derecho de nuestro programa de formación nos debe enseñar algo vital: cuando no defendemos nuestros derechos, se pierde la dignidad y la dignidad no puede ser negociada. ¿Han ustedes leído el perfil del egresado en Derecho? Por si acaso no lo han leído, hoy en día los estudiantes leen poco, les he fotocopiado esta hojita para que la lean.
-¡Érika!, ¿podrías ayudarme a repartirla?
-Sí, profesor.
– Muy bien, ahora podrías leerla.
– Seguro.
-¡Haz énfasis en la parte que he subrayado, por favor!
«El profesional egresado de esta área, desarrolla una visión crítica y analítica frente a las ciencias jurídicas, asumiendo una posición reflexiva de la realidad bajo una formación integral para el ejercicio de su profesión, con alto sentido ético, de honestidad y responsabilidad de su misión social hacia lo justo y el respeto por la dignidad humana«. Los estudiantes escuchaban cabizbajos y llenos de incertidumbre.
– «Basta ya de tutela odiosa, que la igualdad ley ha de ser: no más deberes sin derechos, ningún derecho sin deber»- cantó a sotto voce el profesor. Tarea para la casa, ¡escriban una cuartilla sobre el autor de la carta y otra sobre la canción que he cantado! Ah, otra cosa, se me olvidaba algo importantísimo. ¡Vayan a buscar a Fidel, por favor! Después de todo, él es el maestro, yo soy sólo su tesista y estudiante del último período.
Prof. Dr. Alí Ramón Rojas Olaya (Ph.D). Rector de la Universidad Católica Santa Rosa. Profesor del Departamento de Matemática y Física. Instituto Pedagógico de Caracas.
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