Los que conocen Brasilia, la bellísima y moderna capital brasileña, cuentan que el Palacio Itamaraty -o Palacio dos Arcos) es considerado la obra maestra de Oscar Niemeyer, el arquitecto comunista con quien tuve el privilegio de conocer personalmente, en el edificio Rio Branco de la capital carioca, el 21 de octubre de 1961. El fue […]
En realidad, se trata de una construcción monumental, integrada por tres edificios, el Palacio y sus dos anexos; y fue inaugurado hace casi 50 años, el 20 de abril de 1970 por el entonces Jefe de Estado brasileño, el general Emilio Gasrrastazú Médici en los que podría denominarse los «años de gloria» de la dictadura brasileña instaurada en marzo de 1964.
En verdad, el edificio de Brasilia heredó su titulo del antiguo Palacio de Itamaraty, que aún funciona en Rio de Janeiro; y que fuera sede del gobierno republicano del Brasil en la última década del siglo XIX. Hoy ese edificio sigue siendo un centro turístico, y una importante dependencia del Estado en el sector de Relaciones Exteriores. El traslado de la capital al interior, ocurrido en 1960, no varió la denominación de la sede de la Cancillería brasileña, que conservó no sólo el nombre, sino también el prestigio de su servicio diplomático.
Todo esto -lleno de historia y de leyenda- pareciera ahora, estar en peligro. Y es que ocurre que al hoy titular del portafolio, el pomposo Ernesto Herrique Fraga Araujo, le ha picado el mosquito del servilismo, y le ha dado por arrodillarse sin tapujos ante la administración yanqui; haciendo insólitos meritos ante la Casa Blanca
El bien aventurado caballero, conocido como uno de los más conservadores especímenes del oscuro Gabinete en funciones, -distinguido profesor de lingüística y literatura- tiene ideas locas: piensa, por ejemplo, que el cambio climático, no existe, que es apenas, un invento y un dogma creado artificialmente por una conspiración del «marxismo cultural» en boga y que no tiene más propósito incentivar el poderío de China en el mundo. Sostiene, además, la importancia de desplegar una guerra abierta contra los homosexuales, las carnes rojas y el petróleo, a los que juzga algo así como los culpables del atraso del Brasil en el mundo de nuestro tiempo incluidos sus debacles, registradas en el futbol recientemente.
Pues bien, este mismo pintoresco Canciller, ha tenido la desfachatez de cursar una «ordenanza» dirigida a las embajadas de Brasil en el mundo, conminándolas a unirse a los Estados Unidos, y condenar al alimón con ese país, «el apoyo militar y la inteligencia ofrecida por La Habana a la sustentación de Nicolás Maduro«, como Presidente en el gobierno Bolivariano de Venezuela.
Pareciera que, como los yanquis han llegado finalmente a la conclusión que no podrán echar del Palacio de Miraflores al sucesor de Hugo Chávez, luce indispensable impulsar contra él una suerte de ofensiva global considerando lo que, según Araujo, sería un inmenso e imperdonable delito: ser «aliado de Cuba«.
Este Canciller instruye a sus embajadores para que se pongan en contacto con los gobiernos ante los que estén acreditados, para informarles que Maduro «recibe protección directa de consejeros militares y de servicios de inteligencia cubanos en varios niveles» Y asegura luego estar persuadido que «una campaña internacional de presión diplomática sobre Cuba, podrá contribuir al cese de la ayuda de La Habana«.
También sostiene que los embajadores del Brasil deberán instar a las autoridades extranjeras a «condenar con vehemencia el protagonismo de Cuba en la prolongación de la crisis venezolana» y añade que la «condena» a esa ayuda, «deberá hacerse por medio de declaraciones en foros regionales y multilaterales e incluso en tratativas directas con el gobierno de Cuba«. Como si esto fuera poco, en el punto final de su «nota instructiva», este casi improvisado diplomático señala que sus embajadores deberán cumplir sus instrucciones nada menos que «en coordinación con la embajada de los Estados Unidos en cada capital«.
En otras palaras, el sorprendente inquilino transitorio de Itamaraty pretende que Brasil abandone la neutralidad -carta básica de su política exterior- y se sume a las demandas de Washington, que nos habla de La Habana, Caracas y Managua como los integrantes de un supuesto «eje del mal«, que debe ser erradicado por la fuerza.
La misiva cursada por este Araujo a los embajadores brasileños en distintos países, ha causado, por cierto, mucho revuelo y gran alarma incluso entre los destinatarios de la carta. En primer lugar, porque sale largamente de los límites usados antes por el Ministerio de Relaciones Exteriores del Brasil; incluso en las peores épocas del gobierno militar, cuando el escuadrón «Teseo» brillaba en todo su esplendor y Dilma Rousseff era salvajemente torturada por los esbirros de la dictada castrense en la Patria de Castro Alves, el Cantor de los Esclavos, como lo bautizara Jorge Amado.
El documento de Araujo es burdo. Tanto, que los embajadores brasileños en distintos países han mostrado su contrariedad por la nota y han puesto en tela de juicio su origen. Algunos sostienen incluso, que su fuente original no sería el Palacio de Itamaraty, sino quizá la oficina parlamentaria del diputado Eduardo Bolsonaro, el hijo del Presidente; o tal vez la oficina de Olavo de Carvalho, «consejero presidencial en materia de política exterior»; o más precisamente de Langley, Virginia, donde funciona la oficina principal de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos, la tenebrosa CIA.
Cualquiera sea el origen de la circular de Araujo, ella sienta un precedente en extremo peligroso: Ni Independencia, ni Soberanía; ni política propia, ni decisiones nacionales. Sometimiento al dictado del Imperio y servilismo inagotable. ¿A eso se marcha el Brasil de hoy?
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