Si se persiste en asumir que cada grupo o movimiento tiene la verdad revolucionaria, la autenticidad izquierdista, el proyecto salvador y el apoyo popular las izquierdas continuarán atrapadas en el ideologismo que siempre las dividió.
Hace una década escribí un artículo titulado “¿Hacia un nuevo socialismo?” (https://bit.ly/2OyeHKc) en el que esbocé algo de la trayectoria histórica de las izquierdas ecuatorianas. Sobre esa base voy a replantear algunos temas.
Como en otros países latinoamericanos, a inicios del siglo XX los anarquistas, socialistas utópicos y socialdemócratas (sin tajantes fronteras ideológicas), fueron los incipientes núcleos que inspiraron la lucha anticapitalista, cuando apenas aparecía la clase trabajadora urbana y asalariada. Pero solo el ciclo de los gobiernos de la Revolución Juliana (1925-1931) creó el espacio político de la izquierda, que posibilitó la fundación del Partido Socialista (PSE, 1926) del cual se escindió una fracción que creó el Partido Comunista (PCE, 1931), que fueron, hasta inicios de la década de 1960, los únicos partidos marxistas. Les diferenció la vinculación del PCE a la III Internacional (fundada por V. I. Lenin en 1919 y centrada en la defensa de la URSS), la interpretación del marxismo y la concepción sobre la naturaleza de la revolución proletaria, considerados como ejes fundamentales en la “lucha de clases”. Sin embargo, ambos partidos tuvieron importante papel en la defensa de los derechos laborales, la organización de los trabajadores en el campo y la ciudad (la Federación Ecuatoriana de Indios -FEI-, así como la Confederación de Trabajadores del Ecuador -CTE-, nacieron en 1944, vinculadas al PCE), la crítica política y la movilización contra las condiciones de la dominación interna y la explotación social.
La década de 1960 alteró esas pasadas trayectorias. Ante todo, por la Revolución Cubana (1959), tan impactante en América Latina, y también por el conflicto chino-soviético. Aparecieron varias organizaciones (URJE, VM, MIR) impresionadas por el camino guerrillero en Cuba; además, nacieron el Partido Socialista Revolucionario (PSRE, 1963) y el Partido Comunista Marxista-Leninista (PCML, 1964), identificado con el maoísmo. Pero todos continuaron disputando la verdad revolucionaria y la consecuencia política de la lucha por el “socialismo”, bajo un acentuado dogmatismo ideológico. Su utopía revolucionaria nunca logró partidos de masas. Sin embargo, bajo circunstancias adversas, derivadas de la guerra fría implantada en Latinoamérica, que hizo a toda izquierda sospechosa de “comunista”, los distintos grupos lograron influencia en las universidades públicas, sectores de clases medias, intelectuales y líderes sociales. Cultivaron la resistencia popular y alentaron la “lucha de clases” contra los capitalistas y el imperialismo. De todos modos, durante la década de 1970, progresivamente se redujo la multiplicidad de agrupaciones marxistas y quedaron como partidos más fuertes: PSE, PCE y PCMLE.
Durante esa década, fueron traumáticas las dictaduras terroristas del Cono Sur latinoamericano, (Pinochet, Videla, etc.), aunque, contrariamente, en Ecuador el gobierno Nacionalista y Revolucionario de las Fuerzas Armadas (1972-1976) se inspiró en el “socialismo peruano” del general Juan Velasco Alvarado (1968-1975). El Consejo Supremo de Gobierno (1976-1979) que le siguió, adquirió un carácter represivo y autoritario, aunque no pudo afirmar las políticas terroristas que procuró el “Plan Cóndor” en la región, destinado a exterminar el marxismo.
Como por lo general despreciaban la “democracia burguesa” (a pesar de que el PSE y el PCE hicieron, en el pasado, distintas y momentáneas “alianzas” electorales), los partidos marxistas tuvieron que adecuarse a las nuevas circunstancias históricas abiertas desde 1979 con el inicio de la “democracia burguesa” más larga en la historia nacional. Ese año el Movimiento Popular Democrático (MPD), que pasó a ser el instrumento oficial del PCMLE intentó participar en las elecciones presidenciales (Camilo Mena/Jaime Hurtado), pero fue desconocido por el tribunal electoral; en cambio sí participó la Unión Democrática Popular (UDP), etiqueta legal del PCE, que apenas obtuvo el 4.73% de los votos en la primera vuelta (René Maugé/Aníbal Muñoz).
El avance electoral en los siguientes años, la imposibilidad de la “revolución” por otros medios, el auge que tuvieron los partidos de “centro-izquierda” (Democracia Cristiana, 1964, que reivindicaba el “socialismo comunitario”; Izquierda Democrática, 1970, que postuló el “socialismo democrático”) y, finalmente, el derrumbe del socialismo de tipo soviético en el mundo (1985-1990), se convirtieron en factores que afectaron decisivamente a los partidos marxistas. Antiguos militantes pasaron a otras filas, otros se alejaron de la política, la misma teoría marxista perdió influencia académica y hubo la necesidad de revisar las prácticas políticas, convivir en el ambiente de una izquierda pluripartidista e incluso involucrarse en los procesos electorales. Al mismo tiempo, la izquierda dejó de ser exclusivamente partidista, porque los movimientos sociales más importantes, como el de los trabajadores y el indígena, igualmente consolidaron esa identidad y actuaron directamente en la vida nacional. Pachakutik (1995), por ejemplo, se convirtió en el “partido” de la CONAIE (1986) y del movimiento indígena, que postuló candidatos propios.
Tomando en consideración los resultados de las primeras vueltas electorales, en 1984, el Frente Amplio de Izquierda (FADI), el MPD y el PSE presentaron sus propias candidaturas presidenciales, obteniendo magros resultados: 4.26% (René Maugé/Humberto Vinueza), 7.33% (Jaime Hurtado/Alfonso Yánez) y 0.84% (Manuel Salgado/Elías Sánchez), respectivamente. En 1988, la “Unidad Patriótica del Pueblo” (Frank Vargas P./Enrique Ayala M.) logró el 12.63%; mientras el “Frente de Izquierda Unida” (Jaime Hurtado/Efraín Álvarez) obtuvo el 5.03% de la votación. En 1992 los resultados fueron: FADI, 0.46% (Gustavo Iturralde/Edison Fonseca); MPD, 1.95% (Fausto Moreno/Carlos Carrillo); PSE, 2.58% (León Roldós/Alejandro Carrión). En 1996: APRE, 4.93% (Frank Vargas/Leonardo Vicuña); MPD, 2.35% (Juan José Castelló/Lenin Rosero); Movimiento Unidad Plurinacional Pachakutik-Nuevo País (PCHK-NP) el 20.61% (Freddy Ehlers/Rosana Vinueza); pero, además, varias de las agrupaciones de izquierda apoyaron, en la segunda vuelta, a Abdalá Bucaram, quien triunfó. En 1998: MPD, 2.37% (María Eugenia Lima/Ricardo Ramírez); Movimiento Ciudadano Nuevo País, 14.55% (Freddy Ehlers/Jorge Gallardo); increíblemente, Liberación Nacional (LN) participó con Alfredo Castillo Bujase, exmilitante del PCE, como candidato a la vicepresidencia del magnate Álvaro Noboa. En 2002: Movimiento Indígena Amauta Jatari, 0.86% (Antonio Vargas/Modesto Vela); RED-ID (León Roldós/Dolores Padilla) el 15.4%; y “Sociedad Patriótica 21 de Enero” (PSP), con Lucio Gutiérrez/Alfredo Palacio, en alianza con PCHK-NP, obtuvo el triunfo en segunda vuelta, con 54.79% de los votos.
Como puede advertirse, desde 1979 ninguna de las izquierdas tradicionales logró ser alternativa de gobierno por la vía electoral y los mayores triunfos se obtuvieron con “outsiders”. En otros momentos, el MPD apoyó al “populista” Bucaram; y Gutiérrez (el PSE inicialmente proclamó su candidatura – https://bit.ly/2CGET2L) entusiasmó porque se vio en él a un líder comparable con Hugo Chávez, por el papel que tuvo ese coronel en el derrocamiento de Mahuad en 2000. Pero lo cierto es que, por sí mismas, las izquierdas normalmente alcanzaron votaciones presidenciales por debajo del 5% (excepcionalmente algo más); aunque si se examinan resultados para el legislativo y los gobiernos seccionales, se comprobará que lograban algunos éxitos, que garantizaron su supervivencia política.
Las elecciones de 2006 alteraron el rumbo de las izquierdas existentes. Si bien todavía en la primera vuelta presidencial -y con candidatos propios- el MPD obtuvo 1.33% de los votos (Luis Villacís/César Buelva); PCHK-NP, 2.19% (Luis Macas/César Sacoto), y Alianza Tercera República-ALBA, el 0.43% (Marcelo Larrea/Miguel Morán), las izquierdas y los movimientos sociales se unieron, en segunda vuelta, al binomio Rafael Correa/Lenín Moreno, que obtuvo el 56.67% de la votación nacional, frente al magnate Álvaro Noboa (43.33%). Con ese triunfo se inauguró un inédito proceso histórico, en el cual Alianza País y la Revolución Ciudadana representaron una nueva izquierda (pluriclasista y no necesariamente marxista); se abrió el espacio para la reconstitución de las izquierdas tradicionales; fue posible la Asamblea Constituyente y el referendo que aprobó la adelantada Constitución de 2008; y Ecuador pasó a formar parte del ciclo de gobiernos progresistas en América Latina.
Tan auspicioso momento duró poco. Ya en 2009, la “Izquierda Unida” (Martha Roldós/Eduardo Delgado), alejada del “correísmo”, apenas obtuvo el 4.33% de los votos; mientras el “Movimiento Integración y Transformación Social” (Diego Delgado/Ménthor Sánchez) logró el 0.63%. En cambio, el binomio Rafael Correa/Lenín Moreno obtuvo el triunfo en primera vuelta, con el 51.99% de votos. Sobrevino una época de confrontaciones: aquellos sectores que pasaron a la oposición, acusaron a Correa de traición, autoritarismo e “hiper-presidencialismo”; reivindicaron ser la auténtica izquierda y representar a los movimientos sociales. Correa los combatió como “izquierda infantil”. Además, el apoyo a su gobierno por parte del Parlamento Laboral (PL), la Central Unitaria de Trabajadores (CUT) y varias organizaciones indígenas, sirvió para acusar al régimen de dividir al movimiento popular y debilitarlo. La represión en algunas manifestaciones opositoras alimentó la idea de “criminalización de la protesta social”, levantada por las izquierdas anticorreístas. Además, como el “socialismo del siglo XXI” proclamado por Correa expresaba, en realidad, un tipo de economía social con mercado (o “capitalismo social”, como lo destaqué en otro artículo titulado “El ¨socialismo del siglo XXI¨ en Ecuador” – https://bit.ly/3fAOyqj), fue fácil concluir que el “correísmo” no es más que otra “forma burguesa” de “dominación capitalista”, según la sociológica expresión de algún intelectual.
En ese caldeado ambiente entre las izquierdas, las elecciones de 2013 pasaron a ser la oportunidad histórica para medir fuerzas. No solo las derechas políticas convergieron a derrotar a Correa, sino que todo el anticorreísmo de izquierda (partidos tradicionales, nuevas agrupaciones y dirigencias de los movimientos sociales) se unió en torno a la “Unidad Plurinacional de las Izquierdas”, que contaba con una candidatura ideal, encabezada por Alberto Acosta E., acompañado por Marcia Caicedo para la vicepresidencia. Apenas obtuvieron el 3.26% de la votación; “Ruptura-25” (Norman Wray/Ángela Mendoza) solo el 1.31%; mientras nuevamente venció el binomio Rafael Correa/Jorge Glas, en primera vuelta, con el 57.17% de votos. La “aplanadora” fue aún mayor, porque el correísmo logró, además, 100 de los 137 escaños a la Asamblea Nacional.
Y fue parecida la situación en las elecciones de 2017, cuando las mismas izquierdas tradicionales no apoyaron la candidatura de Lenín Moreno/Jorge Glas, a la que consideraron sucesora del “correísmo”; en tanto el “Acuerdo Nacional por el Cambio” (Paco Moncayo/Monserrat Bustamante) apenas obtuvo el 6.71%; si bien Moreno tuvo que pasar a segunda vuelta, para lograr un apretado 51.1% de votos frente al banquero Guillermo Lasso, con 48.84% de la votación.
Nadie esperó el giro que dio el gobierno de Moreno, que pasó a edificar un modelo empresarial de economía, sujeto a las consignas neoliberales movilizadas por las grandes cámaras de la producción y el acuerdo con el FMI. El correísmo perdió imagen al descubrirse sonados casos de corrupción, aunque también han sido demoledores el “lawfare”, la judicialización selectiva, el revanchismo político y la convergencia de poderosas fuerzas internas e internacionales contra todo “progresismo” latinoamericano. Pero el nuevo ambiente político sirvió para que sectores de aquella izquierda “auténtica”, resentida con Correa, también apuntalaran la “descorreización” y, sobre todo, apoyaran la reforma institucional diseñada por 7 preguntas en el referéndum y consulta popular de febrero de 2018, que reforzó la ruta tomada por el “morenismo”.
Cabe preguntarse, seriamente, si es correcta la afirmación de que Correa “liquidó” a la izquierda (tanto como supuestamente lo hizo con los movimientos sociales), porque las fuerzas de las “auténticas” izquierdas, ni antes, ni después, lograron levantar la adhesión social para llegar al poder, de modo que desde 2007 fueron rebasadas por una nueva izquierda, a la que no le han reconocido como tal, aunque en toda Latinoamérica el progresismo ha sido identificado como otra fuerza política de las izquierdas (https://bit.ly/32tAStw).
Ante este panorama (además con las elecciones presidenciales de 2021 en camino), la experiencia histórica podría servir de algo: 1. Desde el derrumbe del socialismo mundial, la izquierda es una esfera política que rebasó a los partidos marxistas. Hoy se define tanto por el cuestionamiento al capitalismo, como por el proyecto que logra frente al momento histórico concreto que se vive (como hoy: la urgencia de liquidar el modelo empresarial-oligárquico y reasumir la edificación de una economía social y ambiental, bajo un poder político de corte popular). 2. Aunque la utopía revolucionaria y anticapitalista es de largo plazo, si las izquierdas no se deciden a asumir los procesos electorales como instrumentos para acceder al gobierno, no parece quedarles otras alternativas viables, en una época que valora la participación democrática. 3. No tiene sentido volver a presentar candidaturas sin opciones triunfales (satisfaciendo así promociones personales, intereses de las cúpulas o consignas de dirigentes acostumbrados al clientelismo y las prebendas políticas), para simplemente quedar a la cola de procesos que, en cambio, otorgan el triunfo a otros partidos y sectores sociales. 4. Tampoco hay duda que la unidad de acción desde las izquierdas y la convergencia de sus distintos intereses es difícil; pero, como ha ocurrido en dos o tres momentos históricos del pasado, la unidad sí es posible y, además, sobre la base de privilegiar el programa y proyecto de consenso. 5. Si se persiste en asumir que cada grupo o movimiento tiene la verdad revolucionaria, la autenticidad izquierdista, el proyecto salvador y el apoyo popular, las izquierdas continuarán atrapadas en el ideologismo que siempre les dividió y que les impidió la adhesión social masiva, frustrando así las esperanzas colectivas.
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