La relación del cineasta Jaime Camino (Barcelona, 1936-2015) con la guerra española puede dividirse entre un prólogo (España otra vez), tres títulos capitales sobre dicha temática (Las largas vacaciones del 36, La vieja memoria, Dragon Rapide), más unc epílogos (El largo invierno y Los niños de Rusia). Del resto de su filmografía se salva poca […]
La relación del cineasta Jaime Camino (Barcelona, 1936-2015) con la guerra española puede dividirse entre un prólogo (España otra vez), tres títulos capitales sobre dicha temática (Las largas vacaciones del 36, La vieja memoria, Dragon Rapide), más unc epílogos (El largo invierno y Los niños de Rusia). Del resto de su filmografía se salva poca cosa, quizás Un invierno en Mallorca (1969), una fría (muy «británica») aproximación a la novela homónima de la escritora francesa George Sand (Lucia Bosé), controvertida socialista y feminista de la revolución de 1848.
Licenciado en Derecho, profesor de Música, crítico de cine (Nuestro Cine), pasó por la literatura(fue finalista del Premio Nadal de 1960 con la novela La coraza), debutó como director con Los felices 60, pero será con su tercera película de ficción, España otra vez (1968) que se acerca al tema de la guerra civil desde el punto de vista de los perdedores, componiendo algo así como el prólogo de un ciclo que cerrará con el documental Los niños de Rusia (2001)
Curiosamente, la idea del productor de España otra vez no iba más allá de una apuesta para promocionar a la bailaora Manuela Vargas. Pero cuando comenzaron a redactar el guión Román Gubern y Jaime Camino, tomaron la iniciativa de proponer a éste la incorporación de Alvah Bessie, ya que el film estaba centrado en las vivencias de un excombatiente norteamericano de las Brigadas Internacionales, un detalle hasta ahora inédito aunque un año antes Forn había introducido a un antiguo combatiente del V Regimiento en La piel quemada. Camino conoció a Bessie cuando este último era jefe de relaciones públicas del Festival de Cine de San Francisco. Alvah Bessie aportó una serie de rasgos inspirados en la vida de Norman Bethune al protagonista de un film convertido en un verdadera curiosidad.
Camino se adelantó a toda su generación con Las largas vacaciones del 36 (1976), escrita por el propio Camino y Manuel Gutiérrez Aragón, un filme que marca un antes y un después de todo el que se había producido en el país sobre la guerra y la revolución. La trama se desarrolla entre varias familias en un pueblo cercano a Barcelona a lo largo de los casi tres años que duró el conflicto. La sublevación fascista en torno a la iglesia local, su rápido aplastamiento, las persecuciones políticas, la escasez de alimentos, la pérdida del valor del dinero que los burgueses todavía podían suplir con sus joyas, etc., dan lugar a una serie de pequeñas historias sobre las que transcurrirá la película. Todos los personajes se mueven bajo un punto de vista cotidiano. Conviene apuntar que Jaime Camino veraneó durante su infancia en el pueblo barcelonés de Gélida y que pertenece a la generación venida al mundo con la guerra civil… En un principio, Camino tenía la intención de que, tras presenciar la retirada de las tropas republicanas, aparecieran en pantalla los turbantes triunfales de la caballería mora como avanzadilla del Ejército franquista. La película fue vetada por el gobierno de Arias Navarro. Según Camino, el antiguo franquista (luego homenajeado demócrata) Carlos Sentís, tuvo una gran parte de culpa. Fui a verlo a su despacho. Decía que todo era mentira, que no era cierto lo de la caballería mora, que era un abuso tanta bandera republicana. Cuando finalmente se estrenó se suprimieron las imágenes de los moros.
En este momento, Vázquez Montalbán escribió en nombre de todos nosotros: «Yo me creo en el derecho de jurar que es una película de urgente necesidad pública, por lo que tiene de normalización de derecho a la libertad de memoria histórica«. Es por ello que, más allá del análisis sobre su valoración crítica, Las largas … fue la primera película estrenada en la que los perdedores eran representado como seres humanos, con sus contradicciones, un criterio que se puede hacer extensible también a la humanización de los vencedores, convertidos en héroes idealizados hasta lo grotesco por el llamado «cine nacional». Desde entonces, estos héroes de cartón piedra desaparecieron como por ensalmo del cine sobre la guerra, y nos encontramos con personajes que ilustraban la afirmación de Jean Renoir según la cual «lo terrible de esta vida es cada cual tiene sus razones», incluyendo las de la barbarie.
La República de Camino tiene muchas caras, desde los pequeños burgueses que huyen de la guerra hasta el niño que quiere ser miliciano pasando por el variopinto pueblo llano que neutraliza al círculo golpista liderado por el capellán. Pero Camino muestra una mayor profundidad cuando se trata de representar a los burgueses, a una familia que va desde la izquierda hasta los parientes fascistas que, salvo la excepción de uno de ellos, el militar republicano fiel a su juramento (Vicente Parra que, recordemos, había sido un seráfico Alfonso XII), en buena parte gente bien que huye de las trincheras y de los conflictos, y cuya principal problema es el avituallamiento familiar.
Camino describe el lugar como microcosmo en el que tiene lugar los conflictos de la sociedad catalana, las propias contradicciones entre republicanos y fascistas en las mismas familias burguesas, las diferencias entre estas y el servicio, destacando en este último la toma de conciencia del personaje de la criada interpretada por Ángela Molina. Francisco Rabal interpreta magistralmente un viejo maestro de perfil machadiano, sin duda un homenaje al propio poeta. En una misma línea calurosa se sitúan detalles como la izada de la tricolor en el pueblo, la voz del presidente Lluis Companys, símbolos que engarzaban con la memoria histórica colectiva…También describe bastante bien el miedo de la pequeña burguesía catalana (con sus componentes diversos, de izquierda, vividores y fascistas) a los milicianos anarquistas que imponen su ley en una zona costera alejada de la guerra, y la toma de conciencia de los de abajo, singularmente de la criada (Ángela Molina), que toma partido por la revolución sin por ello dejar de estar ingenuamente enamorada del «señorito» liberal que no da la cara. El éxito popular de la películase debió, en gran parte, a la identificación que despertó en el público de la Transición.
Tras el éxito por Las largas… Ricardo Muñoz Suay en su función de productor de Profilmes, propuso a Camino que escogiera el proyecto que quisiera. Éste se decantó por filmar testimonios de las personas públicas participantes en la Guerra Civil española con la intención de ofrecer un balance lo más amplio posible de la República y la guerra. Sobre este punto de partida, Jaime Camino y Román Gubern retomaron un proyecto sobre el que habían empezado a trabajar en 1970 con el que pensaban reunir en una película el testimonio de personas que vivieron la guerra, algo que en aquel momento resultaba irrealizable, baste recordar los problemas que conoció Saura con La prima Angélica el mismo año.
No menos importante fue, en el momento de su estreno, La vieja memoria (1978), un documental-reportaje de Jaime Camino escrito junto con Román Gubern, y que supuso un cambio radical en las perspectivas del debate sobre el por qué de la guerra y el por qué de la derrota de los de abajo. Se trató de un verdadero tour de forcé. Camino entrevista a todo el espectro político de un bando y otro (aunque es sabido que en el PCE-PSUC no gustó a muchos que creían que Camino era «uno de los suyos»), sin excluir a nadie, ni a los cenetistas ni a los poumistas. El documental platea todas las cuestiones tal como ya se debatía en la historiografía más avanzada; planteaba abiertamente el significado central del movimiento obrero y situaba abiertamente el «asunto» de la revolución que había sido negado desde liberales y comunistas oficiales. La película se estrenó como una «película comercial» y se veía, no como un «rollo» sino como un producto atrayente que incitaba a debatir.
Pero todavía más importante si cabe es Dragon Rapide, (1986), la otra cara de La vaquilla en un 50 aniversario que el PSOE desde el gobierno trató de limar por todos los medios posibles. De ahí que mientras el peor Berlanga posible resultó ampliamente financiado, esta producción contó con unos presupuestos inferiores a las de cualquier telefilme. El resultado no fue un filme para figurar en la historia, aunque nadie le podrá negar un buen hacer, pero sí la película más rigurosa sobre la génesis de la guerra. Resulta con mucho la película más fiable como documento histórico del «alzamiento» militar que causó la guerra española y todo los desastres inherentes.
Con la ayuda minuciosa Ian Gibson deja muy claras las ideas, estrategias y acciones de Franco para convencer a sus compañeros de que deben apoyarle en el Golpe de Estado contra la República (el diálogo en la playa con el otro militar reticente resume perfectamente lo que he dicho anteriormente), las «escenas de un matrimonio» burgués que sopesa las ventajas e inconvenientes que se le pueden presentar de apoyar el golpe, el peso del miedo a acabar como esos jerarcas rusos convertidos en taxistas en París, la garantía ofrecida por Juan March, etcétera, resultan antológicas. Sobre todo considerando la pudibundez del cine español para tratar la barbarie nacional. Igualmente sugestiva resulta la descripción de la galería de personajes que aparecen en el film: personalidades importantes de la conspiración como el general Emilio Mola (Manuel de Blas), el periodista Luis Bolín (Santiago Ramos) o el político José Calvo Sotelo (José Luis Pellicena).
Otro capítulo fuerte es el de las interpretaciones. La caracterización de Juan Diego resulta excelente, aunque la palma se la llevó Vicky Peña como la que sería la «señora de Meirás», ambos resultan francamente insuperables. En el resto se distinguen notables altibajos. Algunos críticos han señalado lo poco apropiado de la presencia de Pablo Casals en un relato que al gran músico le debió ser tan ajeno, ante lo que cabría responder que la gente de entonces mantuvo un recuerdo especialmente caluroso de los conciertos populares del músico del Vendrell. En este punto, Camino declaró: «Acabar Dragón Rapide con el Himno a la Alegría era una tentación barata. Desde el guión hasta el último momento dudé en incluirla y lo que la salvó es su carácter de licencia poética. Román Gubern (coguionista) también insistió en conservarla como reflejo de la brusca interrupción de una actividad intelectual. Y quizá transmite la sensación de vivir el trauma que se avecina, porque la anécdota no sólo es cierta sino patética. De todos modos, reconozco que es discutible, aunque a lo mejor corresponde a mis tendencias melómanas. »
Película muy bien contada y con buen ritmo, Dragón Rapide fue estrenada el 18 de julio de 1986, erigiéndose de hecho como el acto «conmemorativo» más importante frente al gobierno de Felipe González que apostó radicalmente por el «olvido». A pesar de su escasa resonancia mediática, obtuvo un aceptable éxito de público.
Jaime Camino volvió a recuperar la memoria de la Guerra Civil española con El largo invierno (1991). En esta ocasión, el conflicto español sirve, no para hacer consideraciones respecto a la guerra, sino para mostrar el enfrentamiento de todos contra todos dentro de una lucha armada entre ciudadanos de un mismo país. El largo invierno es un film de reconciliación, ya que el joven Ramón Casáis, hijo (Sergi Mateu), cuando rememora el pasado perdona a todos porque, después de 40 años, la venganza ya no tiene ningún sentido. El conductor de la historia es Claudio (Vittorio Gassmann), un criado que ha servido en la mansión de la familia de los Casáis. El personaje de Gassmann está basado en un mayordomo de las mismas características que tuvo la familia Güell. La casa durante la guerra fue incautada por el Gobierno de la República y pasó a ser residencia de paso para personas ilustres como, por ejemplo, Antonio Machado. Para el prestigioso actor italiano, esta película no sólo representó la primera ocasión en la que trabajaba bajo las órdenes de un director español, sino que suponía la primera vez que rodaba en castellano, tarea que realizó magníficamente. Vittorio Gassman sabe reflejar un personaje misterioso, muy cerca del patetismo, con costumbres a la antigua, con alguna que otra manía y cuya obsesión del deber no sólo será testigo de lo que ocurre, sino que se verá obligado a tomar partido en una decisión que desencadenará una tragedia.
En cuanto Los niños de Rusia (2001), representa algo así como el epílogo del retablo de Camino sobre el ciclo. En este caso aborda el destino de millares -unos tres mil en total- de niños de familias republicanas que fueron llevados a la Unión Soviética con el fin de alejarlos de la barbarie de la guerra. Las declaraciones actuales de supervivientes ya ancianos de quienes fueron aquellos niños traen a la memoria aquél viaje que en principio iba a ser sólo temporal y que para muchos de ellos representó una estancia casi de por vida, ya que tanto la victoria de Franco como el inicio de la Segunda Guerra Mundial, hicieron inviables otras alternativas. El propio Camino contará en unas declaraciones: «Al poco tiempo de acabar el documental Los niños de Rusia en 2001, me descubrieron un cáncer de pulmón con metástasis cerebral, y me operaron, entonces salí bien, pero he ido perdiendo facultades. Estoy fuera de servicio como si fuera una gasolinera. El cerebro no te obedece para hacer lo que quieres. Podría escribir otra novela, sí, pero no tengo ganas«.
En otra mostró su disgusto con Tierra y Libertad, pero esta es ya otra historia. .
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