No hay ninguna referencia en torno a la petición de militancia o de mayor aproximación de Jaime Gil de Biedma en el PSUC en las memorias que Miguel Núñez publicó con el título La revolución y el deseo. Probablemente no diera importancia a lo sucedido o bien pensó que no era ocasión ni momento para […]
No hay ninguna referencia en torno a la petición de militancia o de mayor aproximación de Jaime Gil de Biedma en el PSUC en las memorias que Miguel Núñez publicó con el título La revolución y el deseo. Probablemente no diera importancia a lo sucedido o bien pensó que no era ocasión ni momento para transitar por un terreno que continuaba estando minado.
Tampoco hay ningún comentario en las memorias de Alberto Oliart a pesar de que son frecuentes las observaciones sobre los jóvenes Gil de Biedma y Sacristán. Ni que decir tiene que a este último no lo deja bien parado [1].
Carlos Barral y Jaime Gil de Biedma fueron íntimos. Probablemente la amistad más profunda y «a lo largo» entre miembros de la llamaba Escuela de Barcelona. No hay, y es altamente significativa la ausencia en mi opinión, en las memorias del primero ninguna referencia al tema, al deseo del poeta barcelonés de militar en el PSUC y al papel desempeñado por Sacristán sobre este nudo. Sí que hay noticias, como se vio, de la detención de Gabriel Ferrater y del comportamiento de Sacristán. Es sabido que Barral es muy crítico, hasta la injusticia y la desinformación en dos o tres ocasiones, respecto a varios pasajes de la vida política e intelectual de Sacristán.
Sí que hay referencias al asunto en el reconocido ensayo de Gregorio Morán [2] sobre la historia del PCE. El paso no tiene desperdicio. Es el siguiente: «(…) [Manuel] Azcárate era hombre diplomático, hecho a contemporizar y servir al secretario general con la abnegación utilitaria del preceptor dieciochesco que jamás disgusta al alumno y que deja la impresión de honrarse con ello. Sacristán, por el contrario, era intransigente hasta lo enfermizo. Señalar sólo su lado heroico dejaría su figura descabalada, porque lo atractivo era también su papel de pontífice laico: tenía el saber de los dioses y la intransigencia de los profetas. Esta intransigencia se convirtió en proverbial durante los años sesenta y lo más curioso es que nadie le llegó a odiar por ello. Tenía una coherencia interna, porque era intransigente para consigo mismo. A él se debe principalmente que el poeta Gil de Biedma no fuera admitido en el PSUC porque sus gustos amatorios no eran «proletarios»; acusó a quien luego sería el secretario general del PSUC [Antoni Gutiérrez Diaz] de inclinaciones «equívocas» en el terreno sexual, sin entrar en otras consideraciones que le hicieron expulsarle de su casa porque «la contaminaba»; marginó a Manuel Vázquez Montalbán porque sospechaba que tenía concomitancias con la Central de Inteligencia Americana (CIA); en fin, Jordi Solé Tura pertenecía según él a un género animal que no puede trascribirse a letras de imprenta en su aceptación vulgar. Si todos llevamos dentro un mundo, Sacristán como mínimo contenía dos» [las cursivas son mías]
Ya está. Se vació Gregorio Morán en el pasaje. Aquí paz y en el mundo restante gloria. Intransigente hasta lo enfermizo, pontífice laico,… Morán se refiere a Antoni Gutiérrez Díaz cuando habla del que sería posteriormente secretario general del PSUC y de las «inclinaciones equívocas» que le atribuye Sacristán (primera noticia de ello, nadie más ha hecho referencia a este vértice). La expulsión del domicilio remite seguramente a que Sacristán no recibió al Guti ni a Gregorio López Raimundo cuando fueron a visitarle a su casa de Diagonal mientras ocupaban cargos de consellers en el Gobierno de Terradellas. Nada que tenga que ver con contaminaciones y sí con desacuerdos políticos profundos sobre el papel del PSUC-PCE en el tardofranquismo y sobre el insípido cuento de hadas que representó el eurocomunismo. El asunto Manuel Vázquez Montalbán ya ha sido explicado con detalle en otras ocasiones [3] y tiene poco que ver con la CIA y mucho que ver con tiempos de penumbra y clandestinidad. Es posible que Sacristán descalificase políticamente a Solé Tura en alguna ocasión, en más de una ocasión, pero no hay que olvidar su proximidad en momentos decisivos de la vida del segundo y la importancia que para uno de los padres de la Constitución española, como él mismo ha reconocido, tuvo la amistad, la ayuda y el magisterio de Giulia Adinolfi y Sacristán [4], sin ocultar, desde luego, su gran distanciamiento político durante los años de la transición [5]. Solé Tura fue uno de los redactores de una Constitución que Sacristán no apoyó. El autor de Sobre Marx y marxismo, también licenciado en Derecho, se abstuvo en el referéndum de diciembre de 1978.
Sobre nuestro asunto Morán afirma que a Sacristán se debió, principalmente, que Gil de Biedma no fuera admitido en el PSUC. Sus gustos amatorios, señala Morán, no eran «proletarios», término que parece poner en boca de Sacristán. No da para ello ninguna referencia, no apunta ninguna documentación. Su fuente: probablemente su recuerdo de lo que alguien le dijo o de lo que se comentó en el interior del Partido. Estos parecen ser los fundamentos de su apreciación. Muy, pero que muy difícilmente usaría Sacristán la expresión «gustos amatorios proletarios». No era su estilo ni su decir. No se sabe que la usara en ninguna otra ocasión. Que fuera él, sus consideraciones, sus comentarios, su valoración política la razón principal de la respuesta negativa del PSUC es altamente improbable. Su posición en el interior del Partido no tenía ese alcance en aquellos momentos, pocos meses después del inicio de su militancia.
No fue la única critica. Por aquel entonces, en 1956, Sacristán tradujo El Banquete para la editorial Fama [6]. Años más tarde se llegó a afirmar que Sacristán había alterado su traducción por prejuicios sexuales. Juan-Ramón Capella explica en su biografía [7] la siguiente conversación: «En cierta ocasión le gasté una broma deliberadamente provocadora a propósito de esta cuestión: explicité ante varios amigos que la reedición de su traducción de El Banquete de Platón en 1982 contenía expresiones de paidofilia que en la primera edición del libro, en 1956, habían quedado atenuadas tal vez por homofobia, dije. Manolo protestó enérgicamente que había sido la censura franquista y no él quien había impuesto la atenuación en 1956 (lo cual yo suponía), y añadió: ¿Cómo puedes acusarme de homofobia, si sabes perfectamente que dos de mis mejores amigos son homosexuales?» [las cursivas son de J.R Capella]. No fue una broma afortunada.
La aproximación que hace su discípulo y amigo al asunto es la siguiente [8]: el poeta solicita a Sacristán ingresar en el Partido. Éste deniega el ingreso en «razón de su no ocultada homosexualidad». La explicación que dio Sacristán posteriormente, la que probablemente, apunta J. R Capella dio al propio Gil de Biedma, era insostenible: la conocida homosexualidad del poeta era un flanco por donde podía tenderle trampas. En la cama se suelen hablar de muchas cosas y para una organización clandestina, la seguridad era esencial. La fuente de Juan-Ramón Capella parece ser alguna conversación personal o acaso la narración que seguramente correría entre las filas del PSUC en aquellos momentos o tiempo después.
En opinión de Juan-Ramón Capella era seguro que «la policía política se interesaba por la sexualidad de las personas sospechosas» y que los homosexuales en general se hallaban «particularmente expuestos a las extorsiones y bellaquerías» policiales, pero, añade, «es obvio que también los heterosexuales se van a la cama». Desde el punto de vista del autor de Los ciudadanos siervos, «en el discriminatorio e insostenible argumento esgrimido por Manolo hay que buscar sin duda el brusco distanciamiento hacia él por parte de Jaime Gil».
Quizá, prosigue Capella, Sacristán no diera una explicación completa. Entre los miembros de la dirección del PSUC de los años cincuenta, «como en toda la sociedad española, la homofobia era intensa y manifiesta». Nadie preguntaba a nadie sobre su orientación sexual, desde luego, pero, prosigue el discípulo y amigo de Sacristán, hay evidencia escrita entre la correspondencia de la dirección comunista de «desconfianza automática respecto de las personas con tendencias homosexuales conocidas, aunque fueran camaradas de probada lealtad».
Sacristán no podía ignorar la opinión de sus compañeros de militancia, la probable posición de la dirección del Partido. La homosexualidad de Gil de Biedma era bien conocida en la Barcelona de los cincuenta. Además, la militancia del poeta, con ubicación social muy destacada, hubiera significado para el nuevo militante una especie de apartheid interno que, apunta Capella, «Manolo, como responsable de los intelectuales comunistas, no podía considerar justa ni hubiera estaba dispuesto a administrar». La clave real del asunto, sostiene Capella, puede estar este último punto. Capella añade que tiene buenas razones para creer que Sacristán no «padecía personalmente de homofobia, ese síndrome neurótico pandémico». De todos modos, concluye su aproximación Juan-Ramón Capella, el Sacristán de aquellos años cincuenta «no percibía la relevancia política y cultural de este aspecto del sexismo ni entendía que la homofobia social podía despertar en los homosexuales el espíritu de rebelión»[9].
Por su parte, Carme Riera, ganadora del XVI Premio Anagrama de Ensayo, con La escuela de Barcelona [10], apenas habla del asunto. Según declaraciones para los documentales dirigidos por Xavier Juncosa [11], Gil de Biedma le habló de lo sucedido en algún momento, mucho tiempo después, mientras elaboraba su ensayo. La creencia del poeta era que el responsable de la decisión que se había tomado había sido Sacristán.
En la página 71 de su libro habla Riera del diario del poeta barcelonés, de la fuerte capacidad de seducción intelectual de Sacristán, pero no dice nada del intento de militancia de Gil de Biedma, si bien en páginas anteriores había explicado con detalle lo ocurrido tras la persecución y detención de Gabriel Ferrater.
En la página 58, Riera recuerda en 1950 Gil de Biedma admiraba a Sacristán por sus dotes dialécticas y argumentativas. Seis años más tarde, sumará a esa valoración, su militancia en «el Partido Comunista». Cuando finalmente el poeta barcelonés le confesó a Sacristán que lo que quería realmente era integrarse en el partido, este segundo no puede evitar la sorpresa, sostiene Riera, recordando luego el paso del diario de Gil de Biedma:. «Sospecho que me tiene por ser bastante frívolo», anunciaba unas páginas antes de constatar: «el sesgo que yo he dado a la conversación para decirle lo que no le dije el otro día, le ha sorprendido. En fin, que me he precipitado».
El inmejorable concepto que Gil de Biedma tenía de Sacristán en 1956, concluye Riera, «variará tras la detención de Gabriel Ferrater en febrero de 1957», a pesar de que, como ella misma comenta páginas después [12], con quien realmente se enfadó el autor de «Pandémica y celeste» fue con el poeta detenido por sus declaraciones a la policía. Gabriel Ferrater habló en comisaría de Laietana de la frivolidad de Gil de Biedma y lo tildó de políticamente inofensivo.
Riera recuerda más tarde un detalle de interés [13]. A través de los amigos de Castellet, a través de los asistentes a las tertulias del Bar Club, conjetura la escritora mallorquina, Sacristán organizó la primera célula universitaria del PSUC (ella escribe «del Partido Comunista en Barcelona»). La integraban Luis Goytisolo, Jordá y Octavi Pelliza. Fue este último quien, en 1957, después de su denegada petición de ingreso en el Partido, le pidió a Jaime Gil de Biedma un texto para informar, para agitar sobre la huelga de tranvías de Barcelona. El poeta no negó su colaboración, en absoluto. «Por lo visto», el texto que escribió, fue impreso en octavillas que fueron repartidas por la ciudad de López Raimundo, Montseny y Sacristán, por una ciudad que también fue suya. No parece que, a principios de 1957, poco antes de la detención de Gabriel Ferrater, las relaciones de Gil de Biedma con el PSUC estuvieran rotas [14].
Joan Ferraté, por su parte [15], escribiendo en 1993, no tiene ninguna duda sobre el tema: «(…) En fin, sólo en estos últimos años se han publicado referencias más o menos veraces acerca del intento de alistarse en el partido comunista en el que Jaime no tuvo éxito gracias al papel de ángel de la guarda suyo que en esa ocasión asumió Manuel Sacristán». «Alistarse», innecesario es apuntarlo, es un significativo y buscado término atribuible a Ferraté.
Más allá de este vértice tan visitado, hay otro sendero alternativo que vale la pena transitar y que muestra, sin dificultad, una perspectiva poco conocida que pone en duda la tesis más extendida: Sacristán recibió la petición de Gil de Biedma; decidió no admitirlo por homofobia o por seguridad partidista mal entendida en solitaria reflexión, comunicándole más tarde él mismo la decisión al poeta.
Notas:
[1] Alberto Oliart, Contra el olvido. Barcelona, Tusquets, 1998. El actual director general de TV1 habla de las ideas monárquicas de Gil de Biedma a mediados de los cuarenta: «[…] Recuerdo a Ainaud de Lasarte diciendo, con un aire de seguridad que no admitía ni replica ni duda: «Lo sé de buena tinta. Gil Robles y Prieto se han puesto de acuerdo, los ingleses les apoyan: Franco se retira a un rancho que tiene en Argentina». Como ya he contado, monárquicos militante en mi curso eran Antonio Senillosa, José Antonio Linati y, por estética según decía, Carlos Barral. También lo era Jaime Gil de Biedma» (p. 250). Un poco más adelante añade: «[…] Quizás esa falta de ideas políticas precisas, unida al férreo control político-policial y a la inexistencia de partidos o grupos democráticos organizados dentro de la UB en los años cuarenta, fue la causa de que algunos de mis amigos, Carlos Barral y Jaime Gil de Biedma, por ejemplo, se sintieran fascinados, en el despertar de su conciencia política, por el comunismo. El Partido se convertiría, además, ya en los años cincuenta, en la organización clandestina más eficaz, que parecía resolver todos los problemas con sus sistema cerrado de soluciones y su bien manejado y retórico utopismo». No es imposible que el señor Oliart, el ex ministro de Industria con Suárez, situara en el exterior de esos «partidos o grupos democráticos» al PSUC.
[2] Gregorio Morán, Miseria y grandeza del Partido Comunista de España. Barcelona, Planeta, 1986, pp. 480-481.
[3] Salvador López Arnal, «La veracidad de una información. A propósito de Manuel Vázquez Montalbán, Manuel Sacristán y el PSUC», El Viejo Topo, nº 218, marzo 2006, pp. 103-111.
[4] Véanse sus declaraciones para los documentales «Integral Sacristán» de Xavier Juncosa, El Viejo Topo, Barcelona, 2006.
[5] Hay varias huellas de ello en Manuel Sacristán, Pacifismo, ecologismo y política alternativa, Icaria, Barcelona, 1987.
[6] Se reeditó, sin censura, por Icaria en 1982. Fue Fama el nombre de la editorial donde se editó en 1956. Para la reedición, Sacristán escribió el siguiente prólogo:
«La primera edición (1956) de ese volumen llevaba una nota preliminar en la que se decía, entre otras cosas: «La presente traducción querría ser una introducción a la lectura de Platón. Con eso se determina a sí misma un público relativamente caracterizado; a las circunstancias de éste pretenden corresponder:
1. Las características del prólogo (…)
2. El haber añadido a la versión un breve vocabulario de términos filosóficos, mitológicos e históricos».
Esta segunda edición revisada se dirige también a estudiantes de enseñanza media. Precisamente ha sido sugerida por profesores de ese ámbito, a los que agradezco su interés».
[7] Juan-Ramón Capella, La práctica de Manuel Sacristán. Una biografía política. Madrid, Trotta, 2005, p. 60, nota 77.
[8] Ibidem, pp. 59-60.
[9] Sobre este punto, pueden verse M. Sacristán «Nota sobre la contradictoriedad de la vida sexual en la cultura». Papeles de filosofía, Barcelona, Icaria, 1984, pp. 422-426, un escrito de 1969, y su conferencia «Tradición marxista y nuevos problemas» (M. Sacristán, Seis conferencias, Barcelona, El Viejo Topo, 2005, pp. 115-156.
[10] Carme Riera, La escuela de Barcelona. Anagrama, Barcelona, 1988, pp. 58 y 71
[11] Xavier Juncosa, «Integral Sacristán». El Viejo Topo, Barcelona, 2006.
[12] Carme Riera, La escuela de Barcelona. Anagrama, Barcelona, 1988, p. 63.
[13] Ibidem, p. 103
[14] El aumento de la persecución al PSUC y de la misma caída de Ferrater estuvieron directamente relacionadas con la reacción policial ante la huelga barcelonesa de tranvías.
[15] Juan Ferraté, Jaime Gil de Biedma. Cartas y artículos, Quaderns Crema, Barcelona, 1994, pp. 16-17.
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