A propósito de «Aurora», Nietzsche se autodefinió como lector de la siguiente manera: «…tanto yo como mi libro somos amigos del ritmo lento. Por algo hemos sido filólogos, y quizá todavía lo somos, lo cual significa ‘amigos de la lectura lenta’; y, así, uno termina por escribir lentamente. Hoy no sólo es uno de mis […]
A propósito de «Aurora», Nietzsche se autodefinió como lector de la siguiente manera: «…tanto yo como mi libro somos amigos del ritmo lento. Por algo hemos sido filólogos, y quizá todavía lo somos, lo cual significa ‘amigos de la lectura lenta’; y, así, uno termina por escribir lentamente. Hoy no sólo es uno de mis hábitos sino que además forma parte de mis gustos, ¿gustos maliciosos quizá?, no escribir nada que no lleve a la desesperación a todo tipo de ‘apresurados'». Filología es el arte que exige distanciarse, darse tiempo, hacerse silencioso, mimetizarse con el texto, volverse lento. Nietzsche se define a sí mismo como un escritor que fue forjado por su experiencia como lector. La Filología, ayer y hoy, enseña a leer bien, a leer lentamente y horadando las primeras intenciones. Por eso Nietzsche reclamaba para sus libros lectores perfectos y filólogos: «¡Aprended a leerme bien!» ¿Podemos invertir la fórmula e intentar entender a Nietzsche a través de su biblioteca? ¿Es necesario vigilar obsesivamente las lecturas de los filósofos? Habitualmente no se les exige confesarlas. Esto es en cierto sentido perjudicial, pues el conocimiento de lo que leen o han leído facilitaría a menudo la inteligencia y el sentido profundo de lo que dicen. A veces un giro sorprendente en el discurso, una «coupure épistémologique», un concepto nuevo o extraño, una metáfora imprevista, nos hace sospechar que, sin aviso previo, se está retomando la palabra de otro, que se encuentra detrás (muchas veces muy atrás) y antes del que estamos leyendo. Al ser transpuesta, la palabra se convierte en un eco quebrado, en un jeroglífico de la razón o en la apariencia de un pensamiento novísimo que bloquea su génesis. Sólo si tenemos la posibilidad de encontrar el texto original, el enigma de las fórmulas huérfanas puede despejarse y con ello se redibuja la imagen total de los filósofos.
Nadie más adecuado para esta vigilancia que Nietzsche, el filósofo del martillo. Según su propia confesión: «…desde 1876 y desde diversos puntos de vista, tantos físicos como anímicos, he sido un campo de batalla más que un hombre…» y este escenario conflictivo se transformó, después de su derrumbe y muerte, en un escenario de intrigas, manipulaciones, tergiversaciones y ocultamientos. No sólo el escandaloso «Nietzsche-Archiv», sino amigos, editores aventureros y fanáticos impidieron una reconstrucción fidedigna de su pensamiento y, en especial, de sus lecturas. Uno de los más grandes biógrafos de Nietzsche, Curt Paul Janz, que llegó al filósofo por Wagner, concluía su monumental hagiografía de 1979 con un epílogo de inocultable «pathos» pesimista: la biografía del filósofo se quedaba «tan sólo» en lo que promete, en una «imagen de la vida» de Nietzsche y, aunque había intentado todo lo posible, lo suyo era la base para que pudiera comenzar constructivamente una interpretación digna de ese nombre. Janz reconocía que su trabajo era una «obertura» hacia la correcta comprensión del hombre y del filósofo, un acercamiento sin prejuicios a su obra integrada en el mundo. Se esperanzaba en que su labor de zapa hubiera desmalezado el sendero hacia un entendimiento de Nietzsche en «su» contexto. Uno era, sin lugar a dudas, sus influencias y el «uso» de la biblioteca. Ya Borges afirmaba que a lo largo del tiempo nuestra memoria va formando una biblioteca dispar, hecha de libros o de páginas y artículos, cuya lectura fue una dicha para nosotros y que nos gustaría compartir.
Pero esta es una ilusión: el obstáculo narcisista hace imposible el reconocimiento transparente de las influencias de un autor. Como Coleridge, que tomaba versos prestados y se los achacaba a su extraordinaria pero amoral memoria. Debemos violentar la puerta de la biblioteca íntima, cuyos textos no son forzosamente famosos ni clásicos, incluso algunos son vergonzosos para el propio influenciado. Se trata de reconstruir la biblioteca imaginaria de un autor, que pueda incluir, no sólo hábitos y rutinas de la gimnasia del oficio filosófico, sino las lecturas marginales o insólitas, incluso las de puro goce. Un filósofo por dentro, a través de un recorrido por su biblioteca siguiendo el Hilo de Ariadna de sus comentarios, marginalia, subrayados, en sus marcas de lectura. El proyecto borgiano es posible con Nietzsche, ya que en el momento de su derrumbe mental pudieron conservarse, además de sus libros, sus cuadernos, papeles e inéditos, luego catalogados por el teósofo Rudolf Steiner. En otros casos esta tarea es imposible, por ejemplo con Marx, quien perdió su primera biblioteca personal y a su muerte sus libros se desperdigaron entre sus hijas y Engels (es curioso saber que «El general» era muy generoso con visitantes y amigos regalando ejemplares de Marx). O el mismo Coleridge, quién dependía de préstamos de libros de sus amigos, los cuales puntualmente jamás devolvía, pero que olvidaba en su vida trashumante.
Lo cierto es que pudo reconstruirse la biblioteca ideal de Nietzsche, pero: ¿con qué meta? Poseer un instrumento hermenéutico único. ¿Cuál es la idea? Se trata de fisgonear no sólo la cubierta de lo que Nietzsche leía, sino detrás de sus hombros, hacía los anaqueles más recónditos. Una biblioteca que incluye libros propios y prestados (bibliotecas públicas, etc.). El proyecto podría componerse de dos partes distintas: la biblioteca concreta en sí y la virtual, aquella compuesta de citas y lecturas. La primera comprende todos los libros que Nietzsche usó y que poseía, que eran de su propiedad. Se encuentra conservada en la Herzogin Anna Amalia Bibliothek en Weimar. La segunda comprende todo el universo virtual (ya no del catálogo físico) de libros, manuales y revistas que el autor mencionó o citó, pero que nunca fueron de su pertenencia. Estos recursos públicos también están establecidos en los archivos de la Goethe-Schiller Archiv. Un proyecto de este tipo lo llevó a cabo Paolo D’Iorio, colaborador del extraordinario Mazzino Montanari (junto con Giorgio Colli los responsables de la edición crítica más completa de las obras completas de Nietzsche, las «Kritische Gesamtausgabe Werke»). D’Iorio ya había establecido un texto curioso y poco conocido, nunca editado fuera de Alemania, las lecciones sobre los filósofos pre-platónicos, dadas por Nietzsche entre 1872-1873. Además ha iniciado un ambicioso proyecto hipertextual sobre Nietzsche. Creemos que en su trabajo sobre la biblioteca ideal, D’Iorio sabiamente comprobó que una lista exhaustiva de todos los libros «ideales» de un autor, es un universo compuesto de un número indefinido y tal vez, infinito. Pero el término «ideal» está pensado en un sentido kantiano: principio heurístico para seguir el rastro y reconstruir una galaxia aproximativa (un Nietzche «Open Source»).
Este fabuloso catálogo que recoge todas las «señales» del escritor como lector (editado en CD-ROM,) tiene la delicadeza de reproducir, en imágenes digitalizadas, los subrayados, trazos y comentarios de puño y letra del mismo Nietzsche sobre sus libros y revistas. La descripción de cada obra «leída» fue organizada en cinco espacios: 1) el espacio del Wer und Was (quién y qué), quien es el autor, su título y subtítulo, el editor, la edición, la fecha de publicación, número de páginas, formato (en centímetros) y la colección; 2) el espacio del Wie (comment), las condiciones físicas del ejemplar; 3) el espacio del Woher (de dónde y cómo), indicaciones relativas al origen del libro; 4) el espacio del Wo und Lesespuren (cuando y anotaciones), acerca de dónde se encuentra actualmente el libro, así como lista de páginas donde se encuentren «traces» de lectura y descripción de su naturaleza (anotaciones, marginalia, signos de connotación semántica, marcas de doblez, etc.); 5) el espacio de Sonstiges, observaciones de carácter general (como la trascripción de dedicatorias). Podemos morbosamente seguir el trabajo de escritura y la génesis del pensamiento filosófico a partir de los diferentes degrés de apropiación de otros textos (citación con o sin comillas, indicación de la fuente o no, citación de apellido de autor entre paréntesis, paráfrasis, resumen, re-escritura, montaje). Para que nos demos una idea: las páginas de libros que presentan intervenciones de la mano del filósofo son 18.511, publicarlas en soporte papel (con todas las limitaciones) significaría dieciocho volúmenes de más de 1.000 páginas cada uno. Las conclusiones son sorprendentes y revolucionan nuestra imagen familiar del filósofo (heredada de la interpretación escolástica de Heidegger). Las reales preocupaciones en intereses filosóficos surgen desde ángulos imprevistos: obsesionado por la historia moral, por la etnología y, en especial, por la extensión de los principios de la termodinámica a la filosofía trascendental (las tesis sobre la disipación de la energía y la muerte térmica del Kosmos).
El filósofo de formación autodidacta, se exhibe sin pudores….. Su biblioteca confiesa que nunca tuvo la suerte de encontrar un maestro de filosofía, que su camino fue ecléctico, con lagunas increíbles: no había leído los escritos fundamentales de Aristóteles (sólo la «Retórica»); se saltaba toda la patrística, la escolástica, el racionalismo, pasando directamente al neokantismo de su tiempo. Ahora sabemos que entró en contacto con Schopenhauer (en ese tiempo un «perro muerto») de casualidad, tras comprar a un anticuario «Die Welt als Wille und Vorstellung». Que Stendhal y Dostoievski fueron descubrimientos decisivos. Que conoció la mayor parte de los filósofos a través del manual «Geschichte des Materialismus und Kritik seiner Bedeutung in der Gegenwart» de Friedrich Albert Lange («…un libro que da infinitamente más de lo que promete el título y que se puede volver a leer continuamente como un verdadero tesoro…»), con quien estaba tan entusiasmado que quería conocerlo para expresarle su gratitud. Lange, otro neokantiano, divide toda la historia de la filosofía occidental en «antes de Kant» y «después de Kant», lo que explicaría las continuas tomas de posición de Nietzsche con respecto a él. A Kant lo conoció a través de las lentes neokantianas de todas las obras de Kuno Fischer; en original sólo leyó la «Critica al Juicio», sobre estética. Un aspecto inusual es su ampliación al ámbito de las ciencias naturales y a la matemática intentando reforzar su formación sobre el origen de los cometas, historia de la química, mecánica del calor, física termodinámica. Tres autores a los que vuelve una y otra vez , hoy justamente olvidados, son: un matemático/astrónomo jesuita, Ruggero Giuseppe Boscovich o Boscovici, autor de una «Philosophiae naturalis Theoria»; Afrikan Alexandrovich Spir, filósofo ucraniano, neokantiano también, autor de «Denken und Wirklichkeit» y Gustav Teichmüller, su libro «Die wirkliche und die scheinbare Welt», que intentaba combinar darwinismo con filosofía trascendental. De ellos, de su combinación crítica, surgirá su teoría del conocimiento y el error. ¡Y hasta una teoría atómica del tiempo nietzscheana! Además mucha literatura contemporánea o posclásica, de poco valor a nuestros ojos. Una curiosidad: adquiere y lee con detenimiento los libros del filósofo-economista (y antisemita) Eugen Karl Dühring, en especial su «Curso de filosofía considerada como configuración vital y cosmovisión estrictamente científica», el mismo que demolió Engels y luego Lenin. Dühring calificaba al marxismo como una aberración racial hebrea. Nietzsche terminará sus días absorbido por las ciencias naturales y por una variante «fisiologista» del neokantismo, de moda en Alemania. Esta nueva arqueología del saber ha permitido, sobre el filósofo más manipulado de la historia, acercarnos a mirar el monumento-Nietzsche con la misma seriedad con la que él hizo su propia vida y su obra, tal como suplicaba Janz hace casi treinta años. Y hurgar en sus apuntes y libros. Acercarnos a un Nietzsche humano, demasiado humano, que en su refugio de la Alta Engadina pedía con urgencia «embutidos de cualquier tipo, jamón (pero no peras), píldoras laxantes, guantes de punto, calcetines de lana, cuadernos para escribir y ¡Spinoza!».