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Je suis l’autre

Fuentes: Rebelión

Sumando las dos guerras de Irak el saldo de víctimas mortales iraquíes asciende a más de un millón. El conflicto contra el régimen talibán de Afganistán causó 20.000 civiles más 30.000 militares y policías muertos y 500.000 personas desplazadas. Desde 2001, tras los atentados de las Torres Gemelas neoyorquinas, se han registrado 150.000 muertos por […]

Sumando las dos guerras de Irak el saldo de víctimas mortales iraquíes asciende a más de un millón. El conflicto contra el régimen talibán de Afganistán causó 20.000 civiles más 30.000 militares y policías muertos y 500.000 personas desplazadas. Desde 2001, tras los atentados de las Torres Gemelas neoyorquinas, se han registrado 150.000 muertos por violencia en Pakistán y en territorio afgano, de ellos 50.000 civiles. Durante la guerra en Libia, los cálculos aproximados dan 50.000 muertos y 50.000 desaparecidos. Ya en la rabiosa actualidad, Siria, la guerra a múltiples bandas se ha cobrado 310.000 vidas, de las cuales 105.000 son civiles y 11.000 menores de edad, con una legión de 1,5 millones de heridos de diversa consideración.

Todas las víctimas apelotonadas en el olvido son anónimas en su inmensa mayoría, meros datos estadísticos, una enormidad por encima de 1,5 millones de muertos por causas bélicas directas o indirectas y casi 5 millones de refugiados o desplazados fuera de sus hogares habituales. Cuatro millones corresponden a la crisis siria, que se encuentran ubicados en Turquía, la mitad, Jordania, Líbano y Egipto principalmente. Y la civilizada Unión Europea no sabe qué hacer con 200.000 personas que llegan a sus costas.

Esta multitud vive en tales condiciones de extrema penuria y necesidad gracias a la civilización del bien liderada por EE.UU. y secundada por la OTAN, Francia, Reino Unido y Australia como actores secundarios de mayor relieve.

La maldad terrorista

El terrorismo del mal, por su parte, ha segado la vida en el Occidente opulento y rico de unas 3.380 personas, solo teniendo en cuenta los atentados del 11S de 2001 en Nueva York, el 11M de 2004 en Madrid, el 7 de julio de 2005 en Londres y el reciente en París. Execrables e injustificables actos de terror urbano indiscriminado que están siendo usados y utilizados por el poder para crear un estado de ánimo emocional y de pánico colectivo que sirva de base a nuevas escaladas militares y restricción de libertades civiles en los países occidentales.

Los mismos dirigentes que han urdido los recortes neoliberales contra sus propios conciudadanos son los que ahora pretenden erigirse en defensores de la libertad y la democracia universal. Es la treta de siempre: inventarse un enemigo externo sin rostro para establecer un espacio público de pánico que les permita maniobrar en nombre de intereses estratégicos secretos a la orden de los mercados y las multinacionales en la sombra. El fantasma de un adversario intangible y difuso hace que la gente se repliegue en el calor sentimental del patriotismo y de los cantos nacionalistas a la defensiva. De este modo, los líderes y sus camarillas eluden la crítica más que razonable sobre otros puntos esenciales de sus políticas sociales y económicas.

A Occidente le viene bien que cunda el caos en los países árabes y otros enclaves importantes del mundo, sobre todo si alberga recursos (petróleo y materias primas para la industria y la tecnología) fundamentales para su modus vivendi. Ninguna de las guerras libradas en Afganistán, Irak, Libia o ahora en Siria servirá para instalar sistemas democráticos genuinos en estos países. A EE.UU., la Unión Europea y la OTAN les importa un bledo la democracia ajena, lo que pretenden es dominar a través del caos a los países árabes mediante títeres de ocasión con el propósito de que no surjan movimientos de liberación de izquierdas que terminen con su hegemonía colonial en dichos territorios.

Tiranías «buenas» a favor de Occidente

Occidente es tan remiso a la verdadera democracia que sus aliados más señeros en la zona son tiranías edulcoradas en toda regla: Arabia Saudí en primer lugar y también el resto de los pequeños países petrolíferos del Golfo regentados por jeques antediluvianos, dictadores con imagen exótica para salvar las apariencias. Y, por supuesto, que nunca falte el extremismo de los imames para acogotar al pueblo fiel que sigue al pie de la letra los preceptos coránicos. Las diferencias doctrinales son también resortes imprescindibles para mover los hilos del sectarismo a conveniencia de cada coyuntura concreta. Eso sin hablar de Israel, el estado artificial armado hasta los dientes, amigo hasta la muerte de Washington: una pieza esencial para la desestabilización permanente del mundo árabe.

La familia del archifamoso Bin Laden hizo fortuna en Arabia Saudí. Allí lo captó la CIA y lo entrenó como «luchador de la libertad» (Reagan dixit) contra la URSS en la primera guerra de Afganistán de los años 80 del siglo pasado. De la derrota soviética emergieron los temibles talibán y Al Qaeda. De hecho, los textos yihadistas para captar nuevos prosélitos se redactaron e imprimieron en la Universidad de Nebraska.

Como en el tablero árabe las amistades siempre son peligrosas y variables, pasado el tiempo Bin Laden se convirtió en el ogro de Occidente, aunque nunca se sabe donde está ahora mismo ni en cuerpo ni en espíritu. EE.UU. jamás ha mostrado su cadáver. ¿Por qué? Tal vez, como algunas tesis sugieren, Osama disfrute en estos momentos de una justa jubilación en algún paraje de difícil acceso, después de haberse transformado en el icono del mal por excelencia o chivo expiatorio a conciencia con el que justificar la guerra total contra el terrorismo global a través de recortes en libertades básicas en la órbita occidental.

¿Quién financia al Estado Islámico?

Y si Al Qaeda fue un fruto ambivalente de la creatividad de los servicios secretos de la inteligencia estadounidense, sobre Isis (Daesh, Estado Islámico) recaen sospechas más que fundadas de haber sido instigada por la CIA, el Mossad israelí y el MI6 británico con fondos financieros procedentes de Pakistán, Arabia Saudí, Catar y Kuwait. La OTAN y el Pentágono están utilizando a Isis como pieza versátil contra el presidente sirio Bashar el-Asad, que por el momento solo cuenta con Rusia como aliado de mayor relieve y quizá el punto de mira más acertado de todos los intervinientes en el conflicto. Moscú sabe que el enemigo a batir es el extremismo de Isis para que no se produzca un vacío de poder en Siria y la subsiguiente lucha fratricida al igual que sucede en Afganistán, Irak y Libia. EE.UU., en cambio, juega con vaguedad y alevosía: un día bombardea posiciones de Isis y otro les vende armas para derribar el régimen sirio. El caos, pues, está servido a propósito.

En realidad, los objetivos occidentales pretenden conseguir la división controlada de Irak y Siria. Divide y vencerás es su lema silencioso de campaña. Según algunos análisis, Washington quiere lograr que del campo de batalla surjan tres nuevos estados formales y homogéneos: un Kurdistán independiente, una república chiíta y un califato sunita. Esto es, que lo étnico y lo religioso primen por encima de los valores de la democracia que dice alentar. Con esta nueva segregación geográfica, las tensiones continuarán y el área seguirá débil en el plano político asegurando disputas fronterizas constantemente. La inestabilidad diseñada en los cenáculos políticos de la elite permitirá mantener la sartén por el mango a Washington. Lo importante es que jamás tomen cuerpo en la zona poderes laicos y autónomos que se desmarquen de los intereses estadounidenses en particular y de los occidentales en general.

Objetivos de largo alcance: Rusia y China

Esta inestabilidad forzada por el declive comercial de EE.UU. y la Unión Europea puede ser también los conatos de nacionalismo en Ucrania y los todavía incipientes en la república de Uigur. Con ambos escenarios en ebullición, en la frontera rusa y en el vasto interior chino, Occidente quiere crear ciertas dificultades a dos competidores en alza: Rusia y China. Todo ello forma parte de una estrategia para recuperar el liderazgo mundial incontestable por parte de Washington.

París no es un acontecimiento casual, como tampoco lo fueron los sucesos de Nueva York, Madrid y Londres, por solo mencionar a los más espectaculares o mediáticos. No es descabellado señalar que el odio terrorista tenga sus fuentes en transacciones e inducciones anónimas del adversario que dicen combatir con tanta saña.

El odio hacia todo lo occidental emana de la impotencia democrática para alumbrar un mundo más justo y solidario. Y la semilla de los últimos actos en París y otros anteriores indica que ha germinado en suelo europeo, en barrios y arrabales de las grandes ciudades, donde los inmigrantes de segunda y tercera generación no logran revertir su suerte contraria y sin futuro alguno dentro de los esquemas rígidos del capitalismo neoliberal.

Además de vejados como diferentes, asisten a diario al maltrato televisado de los asesinados como daños colaterales en la tierra de sus antepasados y de los refugiados sirios rechazados como animales irracionales o humanos de tercera categoría. Eso sin reseñar a los que viven hacinados en los campos de distintos países árabes.

¿Qué es barbarie? ¿Qué el bien? Ante las masacres indiscriminadas de civiles y la destrucción sistemática de cientos de miles de hogares provocadas por los drones y los misiles inteligentes de EE.UU. y los países miembros de la OTAN ninguna mente moral puede sentirse civilizada y buena poniéndose, sin más argumentos que los meramente emocionales al calor de la sangre derramada, al lado del discurso caliente, manipulador y sesgado de Washington, París, Londres o Berlín.

La maldad es un asunto complejo y está muy repartida en el mundo. No existen ni el mal ni el bien absolutos y definitivos. Lo importante sería mirar al otro, tener empatía para sentir sus propias emociones, angustias y esperanzas.

Decir no al terrorismo yihadista exige también decir no a las atrocidades militares de Occidente. Eso es lo que desea la elite, que la atmósfera bélica lo invada todo para dividir al mundo en un maniqueísmo guerrero de odio recíproco: si no estás conmigo, estás con ellos.

Sin embargo, hay una alternativa razonable, radical, ética y coherente: je suis l’autre, el que quiere escucharte, el que quiere disentir para encontrarse contigo y conocernos ambos mucho mejor.

Fuentes: Global Research, Nueva Tribuna, Wikipedia e internet en general.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.