Aferrarse a la supervivencia es el título del bello folleto de la monja Elija Bossler, luego de entrevistas y conversaciones con algunos de los supervivientes del campo de concentración de Dachau, sito a pocos kilómetros de la bella ciudad alemana de München, apodada en italiano la Mónaco de Baviera (München significa monjecito). Esta risueña monja […]
Aferrarse a la supervivencia es el título del bello folleto de la monja Elija Bossler, luego de entrevistas y conversaciones con algunos de los supervivientes del campo de concentración de Dachau, sito a pocos kilómetros de la bella ciudad alemana de München, apodada en italiano la Mónaco de Baviera (München significa monjecito). Esta risueña monja carmelita vive en el convento Heilig Blut de Dachau, edificado en antiguos terrenos del campo de concentración nazi, y su trabajo, iniciado en los años sesenta ha consistido en acercar aquella historia inhumana y vital a las gentes de nuestro tiempo, que en muchas partes sigue tan bestial e inhumana como entonces.
En 1995 Jean Kammerer publicó un libro: «Mémoire en liberté. La baraque des prêtes à Dachau», que era el diario que este cura católico francés había ido escribiendo en el llamado «barracón de los curas» (Priesterblock), el bloque 26 de los 34 del campo de concentración de Dachau.
Jean Kammerer fue uno de los más de 2700 religiosos (2579 curas católicos, 109 pastores protestantes, 22 ortodoxos griegos, 8 viejos católicos maronitas y 2 musulmanes) que padecieron la bestialidad de aquel campo de concentración, que se erigió el 22 de marzo de 1933 para presos políticos, duró 12 años y en el que penaron (en él y en sus numerosos campos dependientes de él y denominados Aussenlager) más de 200000 personas de toda Europa, falleciendo más de 41500. Los que aún vivían fueron liberados el 29 de abril de 1945.
Jesús Martínez Gordo nos recuerda que este cura francés, Jean Kammerer, que el 29 de octubre de 1944 y con sotana raída de cura comprometido traspasó aquella puerta de hierro con la mendaz leyenda Die Arbeit macht frei (el trabajo hace libres), la conocida Jourhaus -la única entrada al campo-, murió este invierno de 2013 a los 94 años tras dejarnos un relato amargo, en el que también su diario de cura deja pruebas evidentes de que la sociedad concentracionaria, los campos de concentración y las cárceles del mundo, han sido concebidas para que los prisioneros terminen volviéndose todos contra todos, para embadurnasrse de miseria e instinto de supervivencia, para la deshumanización de sus habitantes. El agarrarse a la vida con uñas y dientes, allí donde a diario morían entre 100 y 150 personas de hambre, de tifus, tristeza, soledad y desesperanza, tiene estas consecuencias inhumanas, bestiales, salvajes.
Otro libro ilustrativo sobre el mismo campo de Dachau, «Cuentos de Dachau» de Joseph Rovan, relata también su experiencia y recalca la misma constatación: «Un domingo por la mañana, varias semanas después de la llegada de los grandes convoyes franceses, los fieles que querían ir a misa se encontraron la puerta cerrada y detrás de ella, armados con garrotes, a los pastores protestantes, a quienes sus colegas católicos habían pedido que se transformaran en policías. El asunto tuvo gran repercusión: sacerdotes protestantes empleados por curas católicos para impedir que los creyentes franceses cumplieran con su deber dominical…». Y ambos autores, ironías del destino, nos narran que en Dachau vivió también su calvario el obispo francés de Clermont-Ferrand, monseñor Piguet, a su juicio, un hombre excelente sin demasiadas luces políticas, incondicional de Pétain pero que, mezclado con miembros de la resistencia francesa, terminó encerrado en el campo de concentración de Dachau.
Jean Kammerer narra cómo, una vez liberado, pudo hablar con el cura de Dachau sobre el grado de conocimiento que tenían de lo que estaba sucediendo en aquel recinto. Éste le comentó que «se sabía y no se sabía. En cualquier caso, no se hablaba de ello».
Ese eterno mirar a otra parte en asuntos comprometidos y de calado humano, constatación que uno percibe a diario y que como tam tam machacón nos recuerda el escritor Miguel Sánchez-Ostiz en su excelente libro «El escarmiento»