Recomiendo:
0

Jesús Mosterín

Fuentes: Rebelión

Hoy, 5 de octubre de 2017, nos recordaba Salvador López Arnal en Rebelión que el bilbaíno Jesús Mosterín, nacido en 1941, falleció la madrugada del pasado miércoles en Barcelona (28 de setiembre) a los 76 años. Desde 1982, fue catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Barcelona y, desde 1996, […]

Hoy, 5 de octubre de 2017, nos recordaba Salvador López Arnal en Rebelión que el bilbaíno Jesús Mosterín, nacido en 1941, falleció la madrugada del pasado miércoles en Barcelona (28 de setiembre) a los 76 años. Desde 1982, fue catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia en la Universidad de Barcelona y, desde 1996, profesor de Investigación en el CSIC y Fellow del Center for Philosophy of Science (Pittsburgh), y nos relataba algunos jalones de su vida.

Yo me acordé de aquel artículo, que el 24.3.2015 escribió en El País titulado «Una cita con la parca». De aquello ha pasado poco más de dos años. Escribía Mosterin entonces:

«Todos tenemos una cita con la parca, pero no sabemos cuándo. La longevidad es en gran parte hereditaria. A ojo de buen cubero, la edad alcanzada por nuestros padres nos da una primera idea de lo que podemos esperar vivir nosotros en ausencia de accidentes, infecciones y sorpresas. Tanto mi padre como mi madre vivieron 90 años, así que pensaba que esa era la edad de mi cita con la parca. Pero hace unos meses se produjo una sorpresa.

Ya había hecho examinar mi genoma individual por la empresa 23andMe, escupiendo en un botellín enviado por ellos y devolviéndolo a California para su análisis. Aparte de comprobar curiosidades como mi porcentaje de genes de neandertal (un 3%), me enteré de que tenía una predisposición genética tres veces superior a la habitual a padecer trombosis de vena profunda, debida a la presencia de una variante (mutación G20210A) del gen de la protrombina que incrementa la probabilidad de la formación de trombos. Y, en efecto, este verano tuve una trombosis en la pierna izquierda, alguno de cuyos trombos dio lugar a una peligrosa embolia pulmonar. Esta embolia puede afectar a una arteria pulmonar y causar la muerte, que, en mi caso, de haberse producido, habría sido una muerte anunciada. La sorpresa mayúscula vino de un riesgo no previsto en los genes. Me ingresaron en el servicio de urgencias del hospital del Sagrado Corazón de Barcelona, donde me hicieron todo tipo de pruebas diagnósticas que, aparte de confirmar la embolia, detectaron lo que resultó ser un inesperado tumor en el pulmón izquierdo. Nunca he fumado, por lo que no se me había ocurrido pensar en un posible cáncer de pulmón, el que más gente mata.

El tumor y el lóbulo inferior izquierdo que lo contenía me fueron limpiamente extirpados por el cirujano Laureano Molins y su equipo. Una vez analizado, resultó ser un tumor muy raro, un mesotelioma bifásico, un tipo de cáncer producido por la exposición al amianto. El contacto con amianto facilita la inhalación de fibras minerales de asbesto, que acaban en la pleura, donde permanecen muy largo tiempo en estado de latencia, hasta que provocan algunas mutaciones en las células de la pleura que dan lugar al mesotelioma, palabra que significa cáncer del mesotelio. La pleura es un tipo especial de mesotelio que recubre los pulmones«.

Y reflexionaba: «¿Cuándo estuve yo en contacto con amianto? Hace seis décadas (a los 14 años), durante dos veranos que pasé en Begoña, barrio bilbaíno entonces arbolado y lleno de casitas y algunas pequeñas fábricas; nada que ver con la Begoña actual. En concreto, junto a nuestra casa había una modesta fábrica de amianto, que producía material aislante e ignífugo. Por sus puertas siempre abiertas entrábamos los chavales de vez en cuando a jugar. El amianto no se prohibió en España hasta 2002«.

El Estado español tardó 18 años en prohibir el uso del amianto pese a las advertencias de médicos. Otros estados lo hicieron antes. «El Estado español desoyó en 1984 las peticiones de los médicos de prohibir la utilización industrial del amianto, tras detectar los primeros casos en los años 70, con el objetivo de evitar el coste económico y laboral de su supresión, que finalmente se llevó a cabo en 2002«, dijo el neumólogo Juan Ignacio Camargo Ibarra durante su declaración como perito en el juicio por la demanda presentada contra Uralita por 47 ciudadanos afectados por amianto de las localidades barcelonesas de Cerdanyola del Vallés y Ripollet, que reclaman indemnizaciones por valor de cinco millones de euros.

El 30 de septiembre visité Gurs en un acto organizado por el Gobierno Vasco y el Navarro al lugar donde se encontraba el campo de concentración, destino de más de 6.500 vascos y navarros que, tras perder la Guerra Civil, huyeron a Francia. Lo que en un principio estaba destinado a ser refugio de las víctimas del régimen franquista, finalmente se convirtió en un campo de concentración. Allí penaron alrededor de 60.000 personas procedentes de 52 países. «Entre agosto de 1942 y febrero de 1943 seis convoyes transportaron a 3.907 de esas personas a Auschwitz. El campo se cerró el 31 de diciembre de 1945 y poco queda ya de él puesto que se destruyeron todos los barracones y en sus ochenta hectáreas se plantaron árboles».

En el autobús, organizado por Gogora desde Bilbao, viajó también un superviviente de aquel horror, Luis Ortiz Alfau de 101 años (nacido en 1916). Recorrió en bus los 235 km. de ida y los otros tantos de vuelta, en un asiento de autobús. Allí estaban, en el recuerdo y homenaje a aquellas gentes, entre otros el lehendakari Urkullu y el alcalde de Bilbao, Sr. Aburto, con sendos coches oficiales y sendos chóferes. Pero no hubo tampoco en el 2017 en ellos, y en su recuerdo, el detalle humano, serio, profundo y sincero, de reservar un asiento en el coche oficial para Luis Ortiz Alfau, superviviente de 101 años.

El amianto, Gurs, al igual que antes la heroína y la tardanza en la no suministración de agujas limpias… siguen mostrando un talente de falta de atención y humanidad en nuestras instituciones.

Jesús Mosterín reflexionaba aquel día en El País: «Podría haberme muerto ya. Y en algún momento me moriré. Espero no morirme demasiado pronto, pues todavía tengo proyectos que realizar; pero también espero no morirme demasiado tarde, después de una etapa de sufrimiento inútil. Por ahora, no tengo ganas de morirme. Pero tampoco tengo la intención insensata de vivir el mayor tiempo posible, por grande que sea el deterioro físico o la incapacidad intelectual. En la película de Ingmar Bergman El séptimo sello, Max von Sydow juega al ajedrez con la muerte. Si yo pudiera tener una entrevista con la parca, no le pediría la inmortalidad ni la vida larguísima, sino que me dejase a mí decidir el momento de la cita inevitable, comprometiéndome a no abusar de este derecho, sino a invocarlo solo en el momento oportuno. La muerte que yo preferiría sería el suicidio sereno y asistido«

Sit tibi terra levis!


Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.