Si Juan Gelman tuviera que hacerse una entrevista, se enfrentaría a dos dificultades. La primera, obtenerla; la segunda, la voz, «porque hablo muy bajo». Pero en esta oportunidad se ha sometido al encuentro con resignación. Sabe que el mal trago es parte de un paquete que incluye su designación como profesor honorario de la Universidad […]
Si Juan Gelman tuviera que hacerse una entrevista, se enfrentaría a dos dificultades. La primera, obtenerla; la segunda, la voz, «porque hablo muy bajo». Pero en esta oportunidad se ha sometido al encuentro con resignación. Sabe que el mal trago es parte de un paquete que incluye su designación como profesor honorario de la Universidad de Buenos Aires, Doctor Honoris Causa de la Universidad de Quilmes y embajador cultural de la ciudad de Buenos Aires.
La elección del momento no es arbitraria: se cumplen cincuenta años de la edición de su primer volumen de poesía, Violín y otras cuestiones, y otros tantos de su iniciación como periodista. En cuanto a la voz, de a ratos inaudible, Gelman tomará sus precauciones y mantendrá muy cerca el micrófono.
Es una mañana soleada, a metros de la Plaza San Martín; el lobby del hotel es tranquilo y Gelman está de buen humor, esto es, filoso, irónico, burlón, aunque aproveche los tramos iniciales para clavar una pica en Flandes y recordar que aún queda por recuperar el cuerpo de su nuera, María Claudia García Iruretagoyena, una tarea que se ralentiza en los cuarteles uruguayos. «Y todo muy bien», dirá con desencanto.
La charla, involuntariamente, llevó a otro descubrimiento: también hace 50 años, cuando Juan Gelman tenía 26, nacía el mayor de sus dos hijos, el varón, Marcelo, secuestrado y asesinado por la dictadura militar. La hija, Nora, vendría al mundo un año después. El hallazgo periodístico, sin embargo, no había sido sino una secuela de la distracción. Porque el dato estaba escrito allí, en uno de los últimos poemas de Violín… que dice «Talvez el mundo cabe en la cocina/donde hablamos del hijo./El futuro es un rostro, un dulce nombre,/una sangre en camino a este camino».
-Viene poco, últimamente.
-En realidad, hasta el año 2000, cuando encontramos a mi nieta, yo venía a la Argentina dos o tres veces por año, siempre en función de la investigación. Después, en el 2001, 2002, volvimos tranquilos, de vacaciones. En el 2003 estuvimos una semana, para ver a Kirchner por el tema de los restos de mi nuera.
-Despreocúpese del micrófono. Lo importante es la respuesta, no la pregunta. Yo no soy Victoria Ocampo.
-Tenés suerte… Y encima te quejás.
-Hablábamos de los regresos.
-En ese tiempo se creó una situación delicada. Kirchner se enfrentó con Batlle, hubo tensiones muy fuertes. Tampoco quise ir a la asunción de Tabaré, aunque la gente del Frente me lo insinuó. ¡Bah! Me dijeron directamente: «Tenés que venir». No lo hice. Preferí ver cómo evolucionaban las cosas. Bueno, ya sabemos cómo está el asunto de los derechos humanos en Uruguay.
-O cómo no está.
-Sí, más bien cómo no está. Tabaré quitó el caso de mi nuera de la Ley de Caducidad. Todo muy bien, pero la Justicia uruguaya volvió a archivarlo. Y todo muy bien. Igual, hay ciertos hechos positivos: por ejemplo, que estén buscando en los cuarteles. Claro que el ex comandante en jefe Bertolotti (¿te acordás de ese programa de radio que popularizó lo de «Bertolotti, no me mientas»?) llevó a mi nieta al Batallón 14 y le dijo: «Acá, en un radio de cinco metros cuadrados, están los restos de tu madre». Cinco metros cuadrados.
Ya llevan cavados dos mil quinientos. La otra cosa positiva es que encontraron e identificaron a dos personas desaparecidas. Una la ubicó el jefe de la Fuerza Aérea, que contó que «en una chacra de Pando están enterrados dos desaparecidos». En el Batallón 13, donde se suponía que no había nada y donde nosotros insistimos en que están los restos de mi nuera, apareció una osamenta completa, que se identificó y es el padre de Javier Miranda.
Después encontraron restos que se supone son de mujer pero no sabemos todavía a quién corresponden. Esto sirve en el sentido de que la sociedad uruguaya está empezando a saber públicamente -suponiendo que antes no lo supiera- qué barbaridades se cometieron durante una dictadura de la que se decía era una dictadura buena porque no secuestraba niños ni fusilaba.
En el informe de la Comisión para la Paz, los que murieron por tortura «fallecieron». Dicen que no hubo ejecuciones y el caso de mi nuera demuestra lo contrario. Y está el llamado «segundo vuelo», del que el propio comandante en jefe de la Fuerza Aérea dijo que había existido y estuvo a cargo de la OCOA, del ejército. En ese vuelo, más de veinte uruguayos secuestrados en la Argentina fueron trasladados al Uruguay y fusilados.
-Sin ese objetivo concreto, ¿cómo siguió la relación con Buenos Aires?
-Hubo dos años en que volvimos, como siempre. Luego vino esta situación delicada. Yo no podía aparecer presionando a Kirchner. El tema ya está ubicado a nivel de gobiernos.
-¿Qué tal se vive tan lejos de Dios?
-Yo creo que Dios estuvo lejos de mí desde hace mucho. De manera que… éste es el lado del asunto que no tiene solución.
-Si lo prefiere, tan cerca de Estados Unidos.
-Bueno, yo no sé qué lugar queda lejos de Estados Unidos. Fijate vos lo que está pasando en Irak, que parecería estar tan lejos de Estados Unidos. En México estoy cómodo. Tengo una vida recoleta, leo, trabajo, escribo…
-…De noche, como casi todos los de su generación.
-Sí, en general, sí. ¿Eh, qué querés decir?, que toda mi generación escribía de noche?
-Bueno… era una mala costumbre.
-A falta de… ¿O vos lo decías por la edad? Porque… sí, lo decías por la edad. Con el tema de la edad, ¡qué te puedo contar! Me distraje. Llegué a los 75 sin darme cuenta. La única ventaja es que el tiempo envejece con uno. Así, no hay problema.
-Cincuenta años con la poesía o con el periodismo, es un número…
-Por eso te digo, me distraje. No encuentro otra explicación.
-Fue una vida, digamos, movida. ¿Queda alguno de los amigos de Villa Crespo?
-Mirá, algunos hay todavía. Otros fallecieron, por causas naturales y de las otras. Cada vez que vengo a Buenos Aires, voy para allá.
-A la casa de sus padres…
-La casa de mis padres ahora es un negocio. Vivíamos en Canning al 300. Ahí, en esa misma cuadra, nació Pugliese.
-Era el escritor del grupo.
-Yo fui el único que salió escritor y lo tenía que ocultar cuidadosamente. Pero los muchachos fueron cariñosos conmigo. Como éramos todos de Atlanta había una cierta solidaridad en la desgracia. Y fijate que en Atlanta me hicieron el homenaje más grande de mi vida: inauguraron una biblioteca y le pusieron mi nombre. Claro, después de todo lo que Atlanta me hizo sufrir, me lo debían, fue una especie de compensación.
-A la esquina de Canning y Vera le siguió El Pan Duro.
-El grupo inicial de El Pan Duro éramos Héctor Negro, Hugo Di Taranto, Juan Hierba, que en realidad se llama Nemirosky, que se exilió en España y se quedó, Carlos Somigliana, que después derivó a la dramaturgia, y yo.
Había un sexto, del que no acabo de acordarme. Muy poco después se agregaron Juana Bignozzi, Atilio Castelpoggi. Eramos gente de la Juventud Comunista y alrededores, nos reuníamos en cafés y, como nadie nos publicaba, decidimos autopublicarnos. Empezamos a hacer actos, lecturas.
A una de ellas, la que hicimos en el viejo teatro La Máscara, asistió Raúl González Tuñón y de algún modo nos apadrinó. El orden de publicación de los libros lo decidíamos entre todos, en votación secreta. A mí me tocó ser el primero con Violín y otras cuestiones. Necesitábamos sello editorial y por intermedio de González Tuñón llegamos al viejo Gleizer, Manuel Gleizer, que era un viejo absolutamente extraordinario. Era de Odessa.
-Como su madre…
-Sí, mi madre era de un pueblito muy cercano a Odessa. Gleizer tenía en Triunvirato, que entonces era Corrientes, un bolichito donde vendía ropa. Era un lector empedernido y empezó a vender libros también. Ese lugar se convirtió en una peña donde iban pintores, intelectuales. El editó los primeros libros de los desconocidos de entonces: Borges, Marechal, la generación del 22.
Cuando llegamos nosotros, Gleizer ya no editaba más, pero generosamente nos prestó el sello y se ocupó. Fue uno de los primeros editores que tuvo la Argentina, porque antes los libros los editaban las imprentas. El tuvo esa audacia.
-¿El oficio de periodista cuándo arranca?
-En el 56. En Orientación, que era un semanario, órgano oficial del Partido Comunista. Escribía de todo, porque era un semanario donde, que yo recuerde, se tocaban temas obreros, temas sociales, temas internos a veces.
-¿Y en la prensa comercial?
-Empecé en el año 1966 en Confirmado. Después trabajé en Panorama y en La Opinión.
-Si no recuerdo mal, en Panorama, al caer la tarde, se escapaba con Paco Urondo a tomar calvados a un boliche del Bajo que mantenían en secreto. Paco decía que el calvados le recordaba a Ingrid Bergman y Charles Boyer. Eran muy peliculeros ustedes.
-Si vos lo decís… Y también a mediodía nos escapábamos a una parrilla que estaba en Belgrano y Costanera Sur. Ibamos con El Moro (Edgardo) Da Mommio, Edmundo Eichelbaum y Paco, a comer vacío del ala. El boliche era de un asturiano muy simpático y pedíamos «del ala» porque era el más tierno.
-Entre esos compañeros de trabajo estaban algunos de sus grandes amigos…
-Claro. El Moro Da Mommio, Paco Urondo. Los otros eran José Luis Mangeri, Juan Carlos Portantiero, Andrés Rivera. Con algunos de ellos habíamos formado el grupo Nueva Expresión y después La Rosa Blindada, un invento de Mangeri y de Brocato. Ellos nos editaban. La Rosa Blindada jugó un papel político en ese momento. Eramos gente que se había ido del PC. En mi caso, me echaron porque me fui. Una medida higiénica necesaria: si un tipo se va, hay que echarlo.
-Será porque el que se va sin que lo echen, vuelve sin que lo llamen.
-Sí, debe haber sido así, me echaron por las dudas. Pero lo de la Rosa Blindada fue muy interesante, escribía gente como el gordo Cooke, era un esfuerzo transversal, como se dice ahora, de la izquierda. Después Mangeri se dedicó a una tarea editorial muy importante.
-Por esos años volvió a militar.
-Sí, después de años de no andar en nada. Porque del 64 al 67 hubo un vacío tremendo en la izquierda. Vos dirás si ese vacío sigue o no…
-¿Quién fue el contacto con las FAR, si se puede saber?
-Paco y yo teníamos un pacto: el primero que se enteraba de algo le avisaba al otro. El se enteró primero por la hija y me avisó. Antes de eso, en el 64, se había producido el intento del Comandante Segundo, que fracasó.
Después, cuando también falla lo del Che en Bolivia, gente que estaba relacionada con ese proyecto y había quedado suelta, sin organización en la Argentina, forma lo que se llamó las proto FAR y luego dio origen a las FAR.
-¿Y el pasaje a Montoneros?
-Después del triunfo de Perón tratan de fusionarse Descamisados, Montoneros y FAR. Digo tratan porque en realidad esa conducción, que constituían dos hombres por organización, nunca se fusionó realmente. Era una especie de sincresis, no de síntesis. En las FAR, que eran guevaristas antes del regreso de Perón, existía la preocupación por llegar a una clase obrera que era en su mayoría peronista pero, ante todo, era clase obrera. Nunca pudimos resolverlo. La fusión con Montoneros permitía eso, de algún modo.
-¿Cuántos años tenía al nacer su primer hijo?
-Cuando nació mi hijo yo tenía… 26.
-O sea que también de eso hace medio siglo…
-Así es, hace cincuenta años del nacimiento de mi hijo también. Nora, mi hija, nació un año después.
-Este 2006 tiene su…
-… su densidad. Sí, tiene su densidad.
-¿Cómo compatibilizó la vida familiar con la militancia?
-Bueno, no eran demasiado compatibles.
-La poesía tampoco.
-Mirá, la poesía es una situación más o menos inevitable. Afortunadamente, para el lector es evitable. Para el que la escribe, no. A mí me admiraba lo de Rodolfo Walsh o lo de Paco Urondo, que seguían escribiendo. Y eso que Paco tenía una responsabilidad grande en la organización, yo no.
-Urondo admiraba a René Char. Siempre que lo nombraba agregaba: «el comandante Alejandro»
-… que era el nombre de guerra de Char en la Resistencia francesa. Paco dejó un libro inédito, que desgraciadamente se perdió y del cual se publicaron sólo algunos poemas en la revista Crisis: Poemas de Batalla. Paco escribió hasta último momento y Rodolfo igual.
-¿Y usted?
-Yo también, ¡cómo no!
-Había un puñado de poetas militantes. Miguel Angel Bustos, del PRT, desaparecido en 1976, era un poeta exquisito. Sin embargo, la poesía no se cotizaba bien en las organizaciones. Quizá fuese porque las direcciones no eran muy cultas en ese aspecto. ¿Usted qué cree?
-Bustos era muy bueno, ya lo creo. En cuanto a lo de las direcciones, sos generosa, muy generosa con eso. En todos esos organismos había el mismo obrerismo que en el Partido Comunista. El intelectual, de entrada, era sospechoso. Paco me hacía reír contándome de las reuniones que él tenía y donde «te hacían la autocrítica». Cuando la autocrítica le tocaba a él, decía: «Yo no tengo ningún defecto pequeñoburgués… porque yo soy un gran burgués».
-¿Se sorprendió cuando las radios difundieron que habían incautado el Diario del Che y Juan Gelman figuraba en él como uno de sus hombres en la Argentina?
-Yo no sabía nada. Esa mañana estaba trabajando en Panorama y me llamó Pajarito García Lupo para decirme, «Juan, figurás en un best-seller».
-¿Resultó tolerable el exilio?
-Yo, en realidad, no me exilié, la organización me mandó al exterior para hacer relaciones políticas y denunciar la situación de los derechos humanos en la Argentina, con Isabel. Salí en el 75 por esa razón. La salida se convirtió en exilio con el golpe de Estado. Conseguimos la primera condena de la dictadura militar. Yo trabajaba en una agencia de noticias, en Interpress. El dueño, Savio, decidió trasladarla y se aprovechó esa circunstancia para que yo viajara.
Aprovechando mi trabajo entrevisté a Mitterrand, a Palme e hicimos firmar una declaración que, en verdad, era para denunciar lo que pasaba con Isabelita. Ocurrió el golpe y los términos seguían vigentes. Fue lo primero que apareció en el campo internacional sobre la dictadura militar.
No teníamos dinero, el Tata Cedrón hizo un concierto y con eso publicamos un avisito en Le Monde.
-En ese entonces Pinochet tenía más prensa que Videla.
-Es verdad y, además, en el exilio cada quien tenía su internacional: la demócrata-cristiana, la socialista, la comunista. ¿Y nosotros qué internacional teníamos? Ninguna.
-En Roma le preocupó la posibilidad de contaminación lingüística.
-Mirá. Fue una casualidad porque en el 63, en el gobierno de Guido, me metieron preso. Estaba en el pabellón de castigo de Villa Devoto y no dejaban pasar libros. El único que me permitieron fue una gramática italiana. Y no tuve más remedio que aprender gramática italiana. Eramos cuatro en el calabozo. Me miraban como pensando «este tipo tiene la mandarina oxidada», así dice mi nieto.
Después me tocó ir a Italia y, efectivamente, el italiano me jorobaba porque es muy líquido; me molestaba la oreja porque yo venía con todo el sentimiento, la derrota, las pérdidas familiares, la muerte de los compañeros. Entonces, para
sacármelo de encima escribía sonetos pornográficos.
-¿Sería capaz de recitarme alguno?
-Hice un soneto sobre Romeo y Julieta explicando por qué murió Julieta. Decía, para rimar con Romeo, que tenía «un cazzo /lungo come magnifico corteo» y que Julieta «Non murio da tristizia/ma da cazzo». Se los recitaba a los muchachos que trabajaban en la sala de teletipos.
-¿Quién es su padre poético?
-César Vallejo. Y Raúl González Tuñón, también. Yo creo que hay, sobre todo, cercanías, afinidades, miradas parecidas. Y en el caso de Vallejo lo que más importó fue esa voluntad de destruir los límites de la lengua, de trascenderlos, en especial en Trilce, pero no sólo en Trilce.
Después lo que pasa es que uno trata de hablar por uno mismo… con la ayuda de los padres.
-¿Nunca se animó con la narrativa?
-Mirá, una vez intenté escribir una novela que se llamaba «Diario de un poeta». El personaje era un tipo que escribía poesía por holgazán, porque era cortito. Hice treinta páginas y la dejé, porque yo también soy fiaca.
Luego escribí cuentos, pero tuvo más que ver con una suerte de experimentación verbal.
-Bailaba tango en los años de Villa Crespo, ¿no?
-Uno iba a los bailes para muchas cosas, sacabas a las mujeres con el cabeceo y preguntabas «¿vino sola o acompañada?», preparabas el terreno para después. Y escuchábamos tango. Me acuerdo de una confitería que se llamaba Las Violetas, que no es la de Medrano. Ahí tocaba Pracánico. Cuando terminaba el tema, Pracánico se daba vuelta y una vez de espaldas al público agarraba de un platito la dentadura postiza. Se la colocaba y volvía a darse vuelta y saludaba. Le gritaban «Pracánico, ponete la sonrisa».
-¿Piensa devolverme alguna vez el libro de Stephen Spender que le presté hace 38 años?
-Y… si querés, te compro uno.