Recomiendo:
0

Cronopiando

Junumucú

Fuentes: Rebelión

Les invito a que pongan a trabajar su memoria en busca de alguna remota aldea, de alguna recóndita región en algún inaccesible país, en cuyo honor no se haya compuesto una de esas deplorables cancioncillas que suelen ser pasto de borrachos, cada vez que se les inflama el hígado patriótico. No queda ninguna. Usted va […]

Les invito a que pongan a trabajar su memoria en busca de alguna remota aldea, de alguna recóndita región en algún inaccesible país, en cuyo honor no se haya compuesto una de esas deplorables cancioncillas que suelen ser pasto de borrachos, cada vez que se les inflama el hígado patriótico.

No queda ninguna. Usted va a encontrar ciudades que carecen de escuela, de iglesia, de ayuntamiento, incluso de bar, pero para su mayor gloria seguro que ha de contar con una de esas inmortales canciones con las que los ciudadanos que tuvieron la desgracia de aprenderlas y, lo que es peor, cantarlas, se torturan entre sí en cada despedida, boda, bautizo o funeral al que asistan.

Según sus letras, generalmente de una precisión descriptiva desbordante, todas las ciudades y pueblos homenajeados disfrutan la suerte de contar con las mujeres más bellas, los hombres más valientes y el sol más radiante, amén de los correspondientes paisajes incomparables y los oportunos cielos azules y verdes mares.

Todo mortal que haya sido bendecido con la gracia de poder visitar esas ciudades, únicamente es capaz de irse y abandonarlas por el placer de volver a ellas, porque siempre van a añorar la tradicional hospitalidad de sus gentes y la alegría de la que hacen gala.

Y es que como México no hay dos y de Madrid al cielo. Y no te vayas de Navarra, que Valencia es la tierra de las flores y Asturias la patria querida, tan querida como Buenos Aires y Granada, la tierra soñada por mí, mientras Santiago, la dominicana, es la ciudad corazón y Puerto Plata la novia del atlántico y Samaná la querida…

Coincidencialmente, la mayoría de los autores de estas geográficas lambonadas no vivieron nunca en el lugar cantado, ni tuvieron tampoco la más remota intención de pasar por las inmediaciones, por lo que cabe deducir que, a pesar de la pompa y el boato, no son más que chuflas y recochineos en venganza por quien sabe qué afrentas.

A pesar de ello, a todos estos autores se les ha nombrado hijos predilectos de las ciudades cantadas y han erigido a su memoria hermosos monumentos que inmortalicen la afrenta en el mejor lugar de la ciudad.

Yo, por si acaso se quedaba alguna ciudad sin su necesaria mención, o para no contrariar la costumbre, voy, con su permiso, a plasmar para la historia un canto de amor filial a Junumucú, bello pueblo de la montaña dominicana, que compita en armonía y belleza con otras famosas ciudades y que acaso me valga en el futuro un busto a mi memoria en la única plaza de ese bendito pueblo.

A la simpar Junumucú

«Junumucú, Junumucú

que suerte el haber nacido

a la sombrita de un pino

en Junumucú, Junumucú.

Que tu inmortal galanura

hace de tu tierra una

que en mi memoria perdura

hermosa Junumucú».

(El coro repite: «ucú, ucú»)