Mećavnik
Entrar en Mećavnik (ciudad de madera) es un poco como entrar en el país de las maravillas. La aldea está en el medio de las montañas de Serbia a la frontera con Bosnia. Tras ser construida por el director Emir Kusturica para su película La vida es un milagro, hoy la aldea es donde Kusturica ha elegido vivir y donde se celebra otros de su hijos, el festival de Kustendorf. La que se acaba de celebrar ha sido la 17esima edición de un happening donde no solamente es el cine que prima, sino que – gracias al contexto informal e acogedor – mas que en un festival parece que estamos con un grupo de amigos en el monte para disfrutar (eso sí, con las mejores condiciones tecnológicas) de películas que restituyen lo que es quizás el objetivo principal del cine, como de la literatura, contar historias que te hacen cuestionar, reír, llorar, soñar.
Durante cinco días se instaura una rutina entre los huéspedes del festival – que se llama No Surveillance, CInematography (No control, cinematografía) – que reproduce la belleza de una ciudad pluricultural, multilingüe, donde el hilo conductor es la humanidad, las historias de las personas, sus emociones, fragilidades, luchas, que son las nuestras, que se ven reproducidas en las gran pantallas de las salas Stanley Kubrick y Jardín Maldito (por el titulo de una novela del escritor bosnio Ivo Andric).
Entre peli y peli una caminada en el silencio de las callejuelas y placitas cubiertas de nieve que se llaman Abbas Kiarostami y Bruce Lee, Che Guevara y Jean Vigo, Bergman y Fellini… Una comida colectiva alegre y ruidosa en el Restaurante (lleno de perritos y gatos que comparten el mismo espacio que las personas) Luchino Visconti, al lado de la casa La dolce Vita, y de vuelta al cine. La selección es muy bien calibrada, los cortos en competición son de los directores mas jóvenes, “materia prima” como la llama Kusturica, pelis que vienen “desde un profundo sentido de humanidad”, y que todavía no han estado ‘debatidas con gran productores’ porque sino no habrían visto la luz’.
Al lado de los jóvenes están las pelis de algunos más veteranos, los nuevos autores, que cuentan historias de migración, guerra, identidades, fragmentación, explotación ambiental…
Y luego están las pelis de la sección ‘Tendencias contemporáneas’ que también cuentan historias de migración y guerra, pero desde el punto de vista del otro, como es el caso de Io, Capitano del italiano Matteo Garrone, que abrió esta edición del festival, ganadora del Leon de Plata al Festival de Venecia 2023. O de la mágica-ancestral-electrónica (en el sentido de la música firmada Vitalic) Disco Boy (Orsode Plata en la Berlinal 2023), de otro italiano, pero radicado en Francia, Giacomo Abbruzzese. Un trabajo largo 10 años, sin muchos fondos, que el director quiso con determinación porque, dice a Berria, “en las películas de guerra el otro existe sólo por un minuto, como víctima o como enemigo, nunca existe plenamente con su propia dignidad emocional y su propia historia. Yo quería dárselas y, en un mundo lleno de narrativas unidireccionales, reiterarle que el poder del cine reside en saber encontrar las miradas.”
Vladimir Perišić con Lost Country, lleva los espectadores (muchos eran niños entonces) atrás, en la Serbia de 1996, después de la devastadora guerra que desintegró Yugoslavia, en el periodo del gobierno Milosevic. Una peli llena de dolor y heridas todavía abiertas.
El tema de la identidad lo aborda Luka Popadić, joven director serbio, oficial del ejercito suizo, que realiza un documental (My Swiss Army, Mi Ejercito Suizo) con sus compañeros militares, ‘migrantes’ de segunda generación, como protagonistas. Es un film que abre muchos interrogantes, sobre todo a una izquierda que ha sido incapaz de trabajar en pro de sociedades realmente multi-culturales tanto que para muchos entrar en el ejercito es la manera de probar su pertenencia a la “identidad suiza”.
Extremadamente poético, con una fotografía espectacular es el viaje de Roman en un rincón remoto de Rusia para encontrar la casa de sus bisabuelos, en el documental The last motorship (La ultima motonave), del director Iliya Zheltyakov. Por llevar el sello, entre los patrocinadores, del ministerio de cultura rusa, el documental no ha pasado en ningún festival europeo. Y eso también hace pensar.
Entre los mas jóvenes, el corto de la serbia, radicada en Finlandia, Jelica Jerinić, con su exhilarante Duck Roast (Pato Asado), sobre las dificultades de los migrantes en otros países, Silhouette del ruso, radicado en Praga, Savva Dolomanov, que aborda el tema de la violencia domestica, y Hikuri de la mexicana Sandra Ovila León, sobre la explotación de las multinacionales en las comunidades indígenas huicholes, los guardianes del peyote.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.