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Sobre el Premio Alfaguara 2008 de novela

La agenda va, de todas formas

Fuentes: Rebelión

La primera noticia acerca del Premio Alfaguara 2008 de novela, concedido al escritor cubano Antonio Orlando Rodríguez, me llegó por correo electrónico, el 28 de febrero. Se trataba de un reportaje de El Nuevo Herald, publicado el día 26 y firmado por Arturo Arias Polo. Se recogía en él el nombre de la obra (Chiquita), […]

La primera noticia acerca del Premio Alfaguara 2008 de novela, concedido al escritor cubano Antonio Orlando Rodríguez, me llegó por correo electrónico, el 28 de febrero. Se trataba de un reportaje de El Nuevo Herald, publicado el día 26 y firmado por Arturo Arias Polo. Se recogía en él el nombre de la obra (Chiquita), el del personaje en que se inspira (Espiridiona Cenda, «una artista cubana de 26 pulgadas de estatura, conocida como «la muñeca viviente» y que se dio a conocer en los teatros de variedades neoyorquinos a principios del siglo pasado»), el monto económico y cultural del premio ($175,000 y una escultura de Martín Chirino), los comentarios de Eliseo Alberto (el otro cubano que había recibido, diez años antes, el mismo galardón) y el de Zoe Valdés, sin que se diga a santo de qué se le interroga; y arrastra además el reportaje los nombres del jurado, la cantidad de obras que se presentaron al concurso, con su clasificación por países, y cuatro de los títulos que el premiado publicara antes. Me alegró la noticia, pues, aunque no tengo amistad con el autor, he leído con placer buena parte de su obra publicada en Cuba y he analizado su libro Strip-Tease, de Letras Cubanas 1985, una edición con magníficas ilustraciones de Roberto Fabelo aunque de una presentación poligráfica capaz de disuadir a más de un entusiasta lector.

Si mal no recuerdo, cuando algo de sus Cuentos de cuando La Habana era chiquita se llevó a televisión, mis hijas pudieron comparar la adaptación al reconocerlo como parte de las lecturas que, de pequeñas, habían escuchado de mi voz. También de voz del propio Antonio Orlando escuché uno de los primeros elogios públicos de escritor que recibí, cuando era aún inédito, sin que mediara, como he dicho, amistad entre nosotros. De modo que sí, es cierto que la literatura puede estar por encima (sin sentirse superior ni inferior) de cualquier otra diferencia social, ideológica, x ó y.

El 29 de febrero, recibí otro mensaje con el mismo tema, esta vez tomado de cubaencuentro.com: una entrevista realizada al autor por Armando López con fecha de ese mismo día. En sus declaraciones se aprecia una intención de despolitizar su obra. Incluso asegura, luego de una pregunta que acerca de plano sardinas y sartén, que no cree que «el éxito» (de jurado, por el momento, se deberá dar por entendido en esta expresión del entrevistador) se deba a la coyuntura del tema cubano tras la «renuncia» de Fidel Castro, tal como le ayudó a su personaje la enorme propaganda que había en EE.UU. acerca de la guerra que en tales circunstancias se llamó hispano-cubano-americana.

Estos mensajes provenían, no de amigos que desde el exterior se encargan de informarnos, burlando la cortina de bagazo de férreo control informativo, sino del Instituto Cubano del Libro, específicamente de la dirección electrónica de Pablo Vargas, quien no descansa en hacer llegar a un número amplio de usuarios dentro de Cuba reportajes, noticias y comentarios culturales (en su mayoría de interés literario) que aparecen en publicaciones electrónicas de habla hispana, no importa si cargadas de una rancia ideología de derecha. ¿Fundaba Vargas una nueva guerrilla de correos electrónicos? ¿Se arriesgaba a burlar las restricciones de quienes no pretendían que se divulgase el premio de un escritor que, si bien no baila los habituales zapateos con que se denuesta al proceso revolucionario cubano tampoco ha mostrado simpatías? Estas preguntas componen un proyecto de culebrón que se deshace apenas se insinúa, ni siquiera a partir de mi apreciación personal, sino porque el número 356 de La Jiribilla iba a incluir la noticia, tomada al parecer de La Jornada, e iba a ofrecer hipervínculos de fichas de otras dos obras publicadas por Antonio Orlando en Cuba. Si por demás se trata de un libro que parte de una persona y un contexto histórico para que predominen la farsa, el sentido del humor y la carga imaginaria sobre lo biográfico, y hasta sobre la fuente histórica primaria, aspectos que el autor resalta en más de un abordaje de los reporteros, no queda mucho que atizar en los rescoldos de la cada vez más ardiente «guerra fría».

Pero una vez que se prepara la ceremonia de entrega, el tono sube, y no solo se dice que la noticia no se ha divulgado en Cuba (supongo que debido a que descarten la idea de pinchar las direcciones electrónicas de La Jiribilla o Cubaliteraria, o de teclearlo antes -e. g.- en la barra de Google), sino que aparece el empaquetado mediante el cual se descarta que se apliquen, por parte del estado cubano, medidas que puedan mejorar la situación del país. El punto focal de la agenda ha maquinado un giro, es obvio, pues, en tanto se hacía circular una especie de top-ten de los cambios promovidos por Raúl Castro al asumir por sustitución la dirección del estado, ahora, cuando queda elegido y anuncia en público el proyecto de transformaciones, ciertos medios de prensa, cuyos puntos de coincidencia de intereses son marcados, se empeñan en el rumor de que nada cambiará en la Isla.

Poco antes, la agenda promovida por el grupo empresarial PRISA echaba mano a una bloggera a la que el hada madrina sufragaba con algo más que una carroza para el baile en palacio; ahora se recuesta a un verdadero escritor, a una obra que no brota marcada por estigmas de politización. No obstante, salta a la vista que, de la noticia del premio, que, según confiesa, recibió a las seis de la mañana de un día en el que ya no pudo dormir, al acto de la entrega y la preparación de la gira publicitaria, las variaciones de la opinión política acerca de Cuba se han ido endureciendo, se han ido colocando, respuestas mediante, en el sitio preciso a donde apuntan los reiterados objetivos de la «guerra fría». Llama además la atención el noble punto de vista del autor premiado acerca de la intervención de los EE.UU. en la guerra de los cubanos por independizarse de España, pues apuntó en entrevista a El País del día 17 de abril que «por chocante que sea», no solo fue «positivo», sino que actuaron apasionadamente a favor de nuestra desangrada Isla. Tan honda fue la pasión, que todavía hoy ocupan parte del territorio de Guantánamo con una base militar que se dedica a enseñarnos cómo se debe respetar mundialmente los derechos humanos, dando un ejemplo que nadie se explica por qué no fue asumido por la mismísima Madre Teresa de Calcuta. Desconozco si estos criterios son también parte de oportunas sugerencias, como las que confiesa le hiciera su agente literario acerca de la estrategia a seguir tanto con Chiquita como con la novela próxima, pero lo cierto es que el tránsito se asoma, acaso atormentado por tanto asedio de entrevistas, acaso con la mente en atinar con el modo mejor de conservar el dinero recibido, dado que el dólar cae peligrosamente y la recesión es un fantasma global de horrible aspecto.

Por consiguiente, si la literatura puede mantenerse fuera del vaivén intencionado de las ideologías que se disputan el poder, no se hallan los mismos grados de libertad en el contexto creado para promoverla, para garantizar sus fuentes de financiamiento.

La televisión cubana transmite con frecuencia un spot de propaganda ideológica en el que se denuncia ese delirio de financiar la guerra contra Cuba. No me gusta en esencia, porque, además de obvio, es reiterativo y hasta coquetea con cierto tono escatológico que no consigo disfrutar. Sin embargo, basta con panear por los focos bajo los cuales se muestra la agenda ideológica anticomunista, neoliberal sine qua non, para entender que el spot es exacto y que, desde el punto de vista de su superobjetivo (contrarrestar la agresión ideologizada que a nombre de una aconsejable desideologización nuestro país recibe a más de 24 por segundo), deviene, comparación, discreto. No entiendo bien si se trata de aceptar que ahora mismo desde EE.UU. fluye otra ola de apasionado fervor por ayudar a Cuba; de ser así, debían deducir que a mano tienen la más eficiente de todas las medidas: retirar de una vez y por todas el bloqueo, devenido cacería de global oeste en estos últimos tiempos.

Si con maní baila el mono, como la gente advierte a cada rato, tal vez es que se anuncian más bailes que aquellos que inundaban La Habana cuando era chiquita, o hasta unos centímetros más grande, en la época de Espiridiona Cenda. De cualquier modo, por esos tiempos, además de los bailes de Academia, de abolengo, abundaban los de mediano poder adquisitivo y, por supuesto, de mulatos y negros y hasta otros, de cabildos, de esclavos a los que sus amos solo permitían un domingo de bajar sus espíritus raigales, más allá de la rancia ideología que los dejaba pasar porque eran cosas de negros atrasados. Como la agenda va, de todas formas, los alumnos deberán aprender de esta lección, pues, con memorizar apenas «Los fenicios», sacarán excelente en el examen.