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La amenaza de Trump de establecer una barrera arancelaria

Fuentes: Rebelión

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

Donald Trump amenaza con utilizar los aranceles como arma contra otros países. Ya ha hecho tres declaraciones amenazadoras: primera, amenazó a los países BRICS con que si se atrevían a salirse del dólar, tendrían que hacer frente a aranceles del 100% en el mercado estadounidense. Segunda, amenazó a la Unión Europea con que a menos que esta compre más petróleo y gas estadounidense para reducir su superávit comercial con Estados Unidos (el superávit en el comercio de bienes fue de 208.700 millones de dólares en 2023), tendrá que hacer frente a altos aranceles en el mercado estadounidense. Tercera, Trump ha anunciado que de todos modos habrá un arancel del 10% sobre las importaciones mundiales a Estados Unidos y un arancel del 60% sobre los productos chinos (en 2023 China tenía un superávit de 279.400 millones de dólares en el comercio de bienes con Estados Unidos, un superávit que era inferior a antes, esto es, el superávit de 418.000 millones de dólares de 2018, pero que, en cualquier caso, es bastante considerable).

Cada una de estas medidas tiene importantes repercusiones económicas. Por ejemplo, aunque puede que la sustitución de la dependencia residual de la Unión Europea del gas ruso por medio de la compra de gas estadounidense no provoque una escalada de los costes en la Unión Europea, sin duda aumentará el precio del gas dentro de Estados Unidos; de hecho se ha calculado que en ese caso el precio del gas aumentará un 30%. La respuesta de Trump ha sido afirmar que aumentará la producción de gas en Estados Unidos para hacer frente al aumento de la demanda. Pero aumentar la producción de gas requiere inversión, y también inversión privada en Estados Unidos, algo que no se puede ordenar que ocurra. Además, dado el daño medioambiental asociado al gas y al petróleo, y debido a ello dado el compromiso general de abandonarlos, puede que de hecho no se produzca dicha inversión, y aunque se produzca, la preocupación por el medioambiente no hará sino aumentar. Asimismo, si se imponen aranceles del 100% a los países BRICS, sin duda estos tomarán represalias, cuyos efectos pueden ser bastante graves para las exportaciones estadounidenses.

No obstante, todo esto son meras posibilidades. Lo más seguro es el impuesto del 10% a las importaciones mundiales y el impuesto del 60% a las importaciones procedentes de China, y me gustaría abordar una repercusión obvia que estas medidas tendrían en la economía mundial. Supongamos que estos aranceles no llevan a represalias por parte de otros países (y si lo hacen, este hecho solo modificará el argumento que se propone a continuación, no negará lo que tiene de cierto). Estos aranceles aumentarían, sin embargo, la demanda de productos estadounidenses dentro de Estados Unidos, lo que debería elevar el nivel de producción y empleo en este país. De hecho, Trump se ha lamentado de que, aunque la ciudadanía estadounidense compra muchos coches europeos, lo contrario no es cierto; la imposición de aranceles a los coches europeos aumentará la demanda de coches estadounidenses en Estados Unidos y, por tanto, aumentará su producción (y el empleo en esa industria).

Frente a esto, sin embargo, el aumento del coste de la vida debido a los aranceles impuestos los bienes importados reducirá el poder adquisitivo de los consumidores, lo que tendrá un efecto de contracción del empleo, que sería aún mayor si el gobierno Trump adopta medidas antiinflacionistas de «austeridad» para contrarrestar la subida de los precios.

Pero supongamos que, como es más probable, haya un aumento neto del empleo y de la producción en Estados Unidos debido a esta medida arancelaria de Trump. En el resto del mundo, sin embargo, por la misma razón la pérdida de mercados estadounidenses reduciría el empleo al no haber medidas que contrarresten el aumento de la demanda. En ese caso, Estados Unidos simplemente habría exportado su desempleo al resto del mundo; a través de medidas arancelarias, habría adoptado respecto al resto del mundo una política de empobrecimiento del vecino. Es cierto que el resto del mundo no se vería realmente afectado negativamente si se impulsa su demanda interna por medio de la adopción de una política fiscal expansiva (la política monetaria para la expansión es un instrumento contundente); pero esto no es posible en economías que no sean la China.

Esta política fiscal expansiva debe adoptar la forma de un mayor déficit fiscal o de más impuestos a los capitalistas y ricos en general, que ahorran gran parte de sus ingresos; gravar a las personas trabajadoras que de todos modos consumen la mayor parte de sus ingresos, y utilizar los ingresos fiscales para aumentar el gasto público solo cambiaría la composición de la demanda agregada (menos consumo de las personas trabajadoras y más gasto público), pero no su magnitud. Pero estas medidas fiscales que aumentarían realmente la magnitud de la demanda agregada son precisamente aquellas a las que se opone el capital financiero internacional; se opone a déficits fiscales más allá de un límite estipulado (que suele ser el 3% del PIB) y obviamente se opone a cualquier impuesto a los ricos, porque esos impuestos recaen en gran medida sobre los propios financieros. Por consiguiente, una economía que adopte estas medidas de fomento de la demanda se convierte en víctima de la fuga de capitales y, por lo tanto, se desestabiliza, razón por la cual no se puede producir esa expansión fiscal dentro de un régimen neoliberal caracterizado por la hegemonía de las finanzas globalizadas.

Aunque la imposición de aranceles por parte de Estados Unidos supone un cierto alejamiento del neoliberalismo, la esencia de ese régimen consiste en la libre circulación transfronteriza de capital, sobre todo de las finanzas, y el capital financiero internacional no tolerará ningún acuerdo en este sentido. De hecho es significativo que aunque Trump es un acérrimo defensor del proteccionismo, no ha dicho una palabra a favor de controles de capital. La ausencia de controles de capital expone a los países a la amenaza de la fuga de capitales en caso de que haya una expansión fiscal que, por lo tanto, les preferirían evitar.

No obstante, el caso de China es totalmente diferente. Hace bastante tiempo que, de hecho, los sucesivos gobiernos estadounidenses protegen el mercado estadounidense de la entrada de artículos producidos en China, como evidencia el antes mencionado descenso del superávit comercial de bienes de China respecto a Estados Unidos. China ha logrado compensar en gran medida esta pérdida del mercado estadounidense aumentado su mercado interno. La razón por la que China ha podido hacerlo mientras que otros países no han podido es porque, a pesar de la «liberalización» que China ha emprendido, este país sigue siendo esencialmente una «economía dirigida» en la que la dirigencia política tiene la última palabra en las cuestiones económicas: en la economía china hay una importante presencia del sector público y de empresas que generalmente no son capitalistas y cuyas decisiones de inversión e incluso su política salarial pueden estar influidas por el gobierno. En efecto, no es de extrañar que aunque los salarios reales se han estancado en gran parte del mundo, incluidos los países del Norte Global, en China han aumentado los salarios reales debido a las directrices del gobierno. Por consiguiente, a diferencia de lo que ocurre en los países capitalistas, en China la expansión del mercado interno no esta constreñida por los dictados del capital financiero internacional.

Por consiguiente, aparte de China, donde en principio se pueden contrarrestarse los efectos del proteccionismo estadounidense, en el resto del mundo habría un agravamiento de la recesión debido a él (a menos que se aleje de un régimen neoliberal). Este efecto será especialmente grave en los países del Sur Global. Las instituciones de Bretton Woods que callan ante el proteccionismo de Trump sermonearán a los países del Sur Global acerca de las virtudes del libre comercio y les impedirán adoptar sus propias políticas proteccionistas; al mismo tiempo, se les obligará a seguir estrictamente las «normas de déficit fiscal» y evitar al mismo tiempo cualquier impuesto importante a los ricos (para no desincentivar la entrada de capital). Por lo tanto, se les obligará a hacer frente dócilmente al proteccionismo estadounidense y, por tanto, a llevarse la peor parte no solo de la tendencia recesiva que generará, sino también del agotamiento de la entrada de capital en sus costas para reubicar plantas para la producción de bienes de exportación.

La acentuación de la tendencia recesiva en el resto del mundo también supondría un fortalecimiento mayor de la tendencia neofascista que barre actualmente el mundo. Dado que el neofascismo recibe un impulso debido a la alianza entre el capital corporativo y los elementos neofascistas en períodos de crisis económica, cualquier empeoramiento de la crisis solo conducirá a un mayor fortalecimiento de la tendencia neofascista, de la «otredad» de algún desventurado grupo minoritario en cada uno de esos países afectados por la crisis en un intento de desviar el discurso de lo relacionado con la vida material.

De este modo, se hace realidad con toda su crudeza la afirmación de Rosa Luxemburg de que en última instancia el desarrollo del capitalismo lleva a un desenlace en el que a la humanidad se le presenta la disyuntiva entre socialismo o barbarie. El callejón sin salida que supone el capitalismo neoliberal, que es la última fase del capitalismo, está llevando a la humanidad a una situación de un omnipresente y bárbaro neofascismo, cuya única salida es una transición al socialismo efectuada por etapas.

Texto original: https://peoplesdemocracy.in/2024/1229_pd/trump’s-threat-tariff-wall

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.