Un día leíste todo aquello de Hannah Arendt y la banalidad del mal, aquellas respuestas de Adolf Eichmann en su último juicio donde era capaz de defenderse de las peores acusaciones apelando a la ética de Kant o a cualquier otro razonamiento que se hubiera cruzado por su mecánica mental, porque eso es lo que […]
Un día leíste todo aquello de Hannah Arendt y la banalidad del mal, aquellas respuestas de Adolf Eichmann en su último juicio donde era capaz de defenderse de las peores acusaciones apelando a la ética de Kant o a cualquier otro razonamiento que se hubiera cruzado por su mecánica mental, porque eso es lo que tiene la banalidad, que es un estado de brutalidad normalizada, a caballo entre la idiocia, la irresponsabilidad y el daño producido.
Cuando leíste aquello pensaste en Gernika, bombardeada por la aviación del ejército nazi, e inevitablemente te acordaste del gran cuadro de Picasso, con su caballo, con su toro, el brazo del guerrero y la mujer del quinqué pidiendo una explicación que la banalidad del mal no puede ofrecer.
Y recordaste todo aquello cuando hace unos días una joven que había ocupado un puesto en Viena, como secretaria general de la unión internacional de las juventudes socialistas, recibió un obsequio: unas zapatillas multicolores con la imagen del caballo picassiano. Tenemos noticia de esto porque ella misma, imbuida por una alegría tan legítima como banal, se encargó de hacerle una fotografía a su nuevo calzado pintoresco y tuitearla con las siguientes palabras: «Caballo de Guernica! Ole ole y ole!!».
Imposible te parece entonces no suponer que la banalización de la historia y de la tragedia se mezcla con el fetiche de la mercancía. Y eso mismo te parece que ocurre unos días después, a pocos kilómetros de Gernika, cuando se celebra una cumbre internacional con la gente más representativa de la plutocracia, a la que se le rinde pleitesía con un aurresku. Allí estaban un ministro de economía procedente del consejo asesor de Lehman Brothers que impone sus criterios en un país arruinado, una directora del Fondo Monetario Internacional que cobra unos 324.000 euros netos anuales por recomendar rebajas salariales y un monarca cuyo currículum se ve afectado por casos de corrupción en su familia o por su estrecha relación con los jeques de los petrodólares árabes.
Al día siguiente de esa reunión, uno de los periódicos más leídos en el País Vasco abría su portada con el siguiente titular: «Los líderes económicos arropan en Bilbao la vuelta de España al crecimiento». En la misma página, abajo a la derecha, un recuadro de publicidad del mismo grupo de comunicación promocionaba un carro de la compra con alimentos: «El Correo y Carrefour te traen gratis este carro valorado en 70 euros».
Con casos como estos te preguntas si la banalización del mal es una cosa del pasado o si, por el contrario, nos hemos convertido en mercancías fetichizadas y capitalizadas, propias de estos tiempos de desahucios y vidas anuladas.
Fuente original: http://www.noticiasdenavarra.com/2014/03/09/sociedad/la-banalidad-del-capital