Sin que esté ni mucho menos resuelta, la actual crisis está proporcionando ya algunas enseñanzas. Una de ellas está siendo casi generalmente admitida, incluso por los más fervientes defensores del sistema capitalista: la necesidad de establecer mucha más transparencia, más seguridad, más rigor y menos favoritismos en la regulación de las finanzas internacionales. Efectivamente, les […]
Sin que esté ni mucho menos resuelta, la actual crisis está proporcionando ya algunas enseñanzas.
Una de ellas está siendo casi generalmente admitida, incluso por los más fervientes defensores del sistema capitalista: la necesidad de establecer mucha más transparencia, más seguridad, más rigor y menos favoritismos en la regulación de las finanzas internacionales.
Efectivamente, les guste o no a los defensores a ultranza del mercado, lo que está ocurriendo desde hace meses va a obligar a que haya de hablarse de nuevo de controles y de «represión financiera», por utilizar la expresión que utiliza el catedrático Antonio Torrero Mañas en su último y una vez más magnífico libro («Revolución en las finanzas. Los grandes cambios en las ideas. represión y liberalización financiera». Marcial Pons 2008).
Por muy cuantiosos que sean los planes de rescate, por muy generosas que sean las inyecciones de liquidez de los bancos centrales (y al mismo tiempo que generosas, inmorales cuando se comparan con las cifras mucho más modestas que se necesitaría movilizar para acabar con la pobreza o el hambre), va a ser completamente imposible terminar con la crisis si no se modifica la regulación hoy día existente del mundo financiero.
Y el cambio tendrá que venir necesariamente por otra vía del control y la represión de las finanzas especulativas, de los movimiento erráticos y volátiles que solo crean beneficios para pocos e inestabilidad para todos.
Todo lo que no sea empezar por ahí será en vano.
Pero de otra enseñanza de la crisis se habla mucho menos, porque a los culpables de la crisis (que también controlan el sistema de comunicación social) no les interesa que se hable de ello.
Me refiero a que se ha demostrado una vez más que el mercado, en este caso el financiero y bancario, se ha mostrado incapaz de proporcionar por sí mismo los flujos de financiación que necesita cualquier economía. Y esa es precisamente la razón por la que una crisis inicialmente financiera ha terminado por afectar al conjunto de la actividad productiva en los términos tan graves que estamos viendo.
Esa incapacidad del mercado financiero está hundiendo a las economías por falta de la financiación suficiente para que los empresarios y consumidores alimenten la actividad económica creando riqueza y empleo. Y es por tanto ahora cuando se echa gravemente en falta la existencia de una banca pública potente, dedicada a garantizar el flujo de financiación a la actividad productiva y no a la especulación y a hacer beneficios fáciles pero muy arriesgados.
La banca comercial que tradicionalmente estaba orientada a llevar a cabo esa tarea se ha convertido en banca de inversión, pero de una inversión financiera muy arriesgada y volátil y que no tiene apenas nada que ver con la actividad productiva, haciendo así una dejación fatal de su función como prestamista para que los sujetos económicos puedan emprender nuevas actividades y negocios.
Mientras que los bancos españoles como el Santander se dedican a comprar entidades en medio mundo o a acumular fondos en mercados secundarios, las asociaciones de jóvenes empresarios denuncian que casi el 70% de los emprendedores reciben una negativa cuando solicitan préstamos para abrir negocios y miles de operaciones comerciales se frustran, hundiendo así la actividad económica, por falta de financiación.
Es evidente, pues, que la desaparición de la banca pública fue un error, una renuncia solo justificada para que la banca privada dejara de tener competencia. Y, por supuesto, un error que ahora estamos pagando caro.
Es imprescindible volver a disponer de una potente banca pública pero no de cualquier tipo de ella, como también nos está enseñando la crisis.
Nuestras cajas de ahorro, que podrían y deberían haber desempeñado ese papel, se han convertido en un clon de la banca privada, y ahora reproducen sus carencias y limitaciones. Lo que demuestra que lo que se necesita no es cualquier tipo de banca pública, sino un nuevo tipo de intermediación bancaria obligada a estar al servicio de la creación de riqueza y de actividad productiva, no a financiar pelotazos o burbujas especulativas, como ha estado ocurriendo.
A los que en estos últimos años hemos defendido el control social de las finanzas, la represión de la actividad especulativa y, sobre todo, la nacionalización de la banca nos han llamado extremistas, radicales, utópicos y anclados en el pasado. ¡De todo!
Ahora que los negocios se paralizan porque los banqueros han dilapidado los depósitos de sus clientes se puede comprobar quién tenía razón y quién estaba en lo cierto. No será fácil que se le de la vuelta a la situación porque el poder de los banqueros es inmenso pero hagan lo que hagan no podrán cambiar la realidad: saldrán de la crisis y evitarán tenerlas de este tipo en el futuro los países que aprovechen la oportunidad para crear y consolidar un nuevo tipo de banca pública.
Juan Torres López es Catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Sevilla. Su web personal: http://www.juantorreslopez.com