Lo logró. Frente a la tormenta económica que afecta a los países latinoamericanos, se habla de precios, estructuras de costes, salarios, relaciones comerciales y productivas, tipo de cambio, y sin embargo, pocos hablan del papel del sistema financiero en la economía real. La banca es el gran actor invisible en el debate sobre la estabilidad […]
Lo logró. Frente a la tormenta económica que afecta a los países latinoamericanos, se habla de precios, estructuras de costes, salarios, relaciones comerciales y productivas, tipo de cambio, y sin embargo, pocos hablan del papel del sistema financiero en la economía real. La banca es el gran actor invisible en el debate sobre la estabilidad macroeconómica. Siempre ausente en las exigencias del FMI. Jamás aparece en ninguna receta neoliberal. Lo del ajuste y sacrificio, no va con ella. Así da gusto vivir.
Hace décadas que la banca se sumerge en las profundidades cada vez que viene una gran tormenta económica. Se esconde para evitar asumir responsabilidad alguna. Tira la piedra y esconde la mano. El sector financiero, altamente protagónico en el modo de acumulación, resulta ser el gran escapista en la nueva época económica en América latina.
La hegemonía neoliberal se impuso incluso en aquellos países que reman a contracorriente. La banca nunca aparece en la foto cada vez que se habla de política económica. Parece existir una suerte de veda para preguntarse por ciertos asuntos claves de la política financiera. Y no me estoy refiriendo a temas de justicia ni democratización financiera. No. La preocupación es por su ineficacia. Pero ni en ese sentido se puede cuestionar nada acerca del sector financiero.
Nadie puede discutir sobre el uso del dinero de la banca. Dinero, por cierto, que procede en gran medida del ahorro de la ciudadanía. Queda prohibido cuestionar la creciente burbuja crediticia dirigida al consumo a tasas de interés altísimas. Los créditos al consumo, en la región, llegaron a crecer cerca de 20% anual durante la última década . Imposible abrir la boca sobre este tema. Ni tampoco sobre el mal uso de las carteras productivas; ni del exceso de exigencias en garantías que ahuyentan a los pequeños y medianos productores; ni de las condiciones de retornabilidad en plazos e interés. También está vedado debatir sobre el spread bancario, esto es, el diferencial entre tasa de interés activa (préstamos) y pasiva (depósitos). No se puede poner el ojo tampoco en el excesivo encaje legal que inmovilizan ingentes cantidades de dinero que dejan de ser utilizados a favor de la economía real. Mucho menos revisar qué sucede en las elevadísimas reservas excedentarias líquidas bancarias, utilizadas con gran opacidad en operaciones de corto plazo con alta rentabilidad. Y que a nadie se le ocurra interrogar sobre la creación de dinero de la banca mediante simples ajustes contables. Por ejemplo: el 90% del dinero mundial, es creado por 28 bancos; solo el 10% es responsabilidad de los bancos centrales. No hay forma de saber qué ocurre al interior de esa caja negra llamada sector bancario. Tiene licencia para operar.
A pesar que el sector bancario es una pieza fundamental en el metabolismo de cualquier economía, pasa inadvertido cada vez que se abre un debate sobre la política económica. El miedo y la amenaza son sus principales argumentos para que nadie le pida explicaciones. Siempre amedrentan con la corrida bancaria. Es habitual también escuchar entre sus defensores que la buena salud financiera asegura estabilidad macroeconómica. Eso es cierto, pero siempre y cuando no sea a costa de la mala salud de la ciudadanía o de la economía real.
Nadie duda a estas alturas que la banca es el gran ganador en este siglo XXI en América latina. Decía un ex director para América Latina del Fondo Monetario Internacional (FMI), Claudio Loser, sobre el sector bancario, que «la ganancia, debo decir, es un poco sorprendente». Por ejemplo, en Brasil, en plena recesión económica, los beneficios conjuntos de los cuatro bancos principales aumentaron en un 46% en el primer semestre de 2015; en México, se incrementaron las ganancias casi un 14%; y en Venezuela, las utilidades de la banca en el primer semestre del 2016 creció en un 57%. Dicho en forma clara: es como si la banca fuese por un carril diferente al resto de la economía. Siempre cómoda en su salón VIP.
¿Eso es positivo? No. En absoluto. La banca debería obtener su ganancia mediante una intermediación eficaz entre ahorradores y prestatarios para reactivar la economía real. Los bancos recogen dinero de los agentes económicos (familias, empresas y Estado) y lo prestan de nuevo a los mismos agentes. Esa es su verdadera función. Y no otra. Todos los recursos disponibles deberían estar en funcionamiento en aras de una mayor inversión productiva. Estamos ante la necesidad de una nueva política financiera que impida que el dinero sea usado en modo especulativo y ocioso. La banca ha de remar a favor de la generación de nuevas riquezas. No queremos una banca creadora de burbujas, ni de capital ficticio. La banca se ha especializado en futuros y derivados, que multiplican en 126 veces el dinero actual en circulación. Esta banca es ineficiente para la economía real con base productiva.
O cambiamos al sector bancario con una nueva política financiera. O nos cambian ellos a nosotros, y nos condenan a una economía sin economía real. Y además, injusta.
Director CELAG, doctor en Economía, @alfreserramanci
Fuente: http://www.celag.org/la-banca-y-su-mano-invisible/