Tal vez se nos había olvidado lo que era el capitalismo puro y duro. Pero ya lo tenemos aquí de nuevo, tan auténtico como lo fue a principios del siglo XX, tan canalla como lo pintó Bertold Brecht en su Ópera de dos centavos; o incluso más: la clase dominante, una banda de delincuentes asaltando […]
Según la teoría económica liberal clásica las empresas incompetentes deben hundirse y desaparecer del mapa; para eso sirve el mercado. ¿Por qué no se ha aplicado esa teoría a los bancos en quiebra? ¿Tal vez porque en realidad no se aplica nunca? En realidad, esa ciencia neoliberal no es más que un galimatías imposible de descifrar para la gente de la calle -hipotecas sub prime, ingeniería financiera, bonificaciones fiscales, leasing,…, un argot de hampa de lujo-; y nos ofrece una parafernalia de números que suena a fábula de otro mundo -50.000 millones de euros para los bancos, cinco millones de parados, un millón de casas vacías, millones de toneladas de excedentes agrícolas, etc.-. Mientras que las mentiras de la ‘eficiencia de los mercados’ y la ‘disciplina de mercado’ se hacen dogmas de fe, se imponen a sangre y fuego -como se hace siempre con las verdades indemostrables-. ¿Cómo imaginar lo que eso significa, cuando apenas se dispone de unos pocos euros en el bolsillo? Para el trabajador ‘disciplina de mercado’ suena a rebaja de sueldos; y la ‘eficiencia de los mercados’ a tiendas llenas con escaparates de precios inalcanzables custodiados por polizontes armados.
La política de la estafa y el robo viene disfrazada con grandes palabras: ‘democracia y libertad’ son las favoritas de los políticos y los multimillonarios cuando todo va bien; cuando se utiliza la palabra ‘solidaridad’, cuando las cosas se ponen feas, es para decirnos que debemos recortar nuestro nivel de vida por el bien de la sociedad. El argumento del bastón demuestra su eficiencia, cuando el trabajador se pone rebelde; pero no suele hacer falta: la gente acostumbrada al miedo está tranquila; para eso los curas y las beatas les explicaron el infierno a los niños, para que de niños se porten como los mayores deseen y de mayores como los jefes quieran. La teoría del capital es una historia de vampiros, explicaba Marx hace ciento cincuenta años. Y ahora podemos añadir que la economía posmoderna o neoliberal se parece al monstruo de Frankenstein: un engendro que se vuelve contra su amo y creador.
Los enterradores de Marx deberían al menos sonrojarse, pues la crisis vaticinada por el científico honesto ha vuelto a suceder, el pronóstico se ha hecho realidad. ¡Qué lejos quedan los tiempos en que Popper decía que las predicciones de Marx no se habían cumplido! ¡Ojalá hubiera tenido razón! Lo malo es que este ideólogo de la derecha no tenía otra intención que preparar lo que ahora nos ha llegado: una crisis comparable a la del 29, con su espantosa guerra mundial a continuación. ¿Se volverá a repetir el ciclo mortífero de crisis, depresión y guerra, como en el siglo pasado?
¡Qué lejos los tiempos en que Horkheimer decía que la teoría de Marx se había equivocado al predecir que las crisis del sistema capitalista eran inevitables! ¡Ojalá y fuera cierto! Pero el filósofo de Frankfurt no sabía que los neoliberales iban a desmantelar el Estado de Bienestar, eliminando los controles estatales del mercado. No podía imaginarse que se volvería a imponer la locura del capitalismo desregulado -¿tenía tal vez demasiada confianza en la razón humana?-. Horkheimer, a lo largo de su vida había trabajado en una dirección precisa: primero, conjurar la barbarie fascista, consecuencia de las crisis económicas de principios del siglo XX; e impedir su vuelta tras la guerra mundial, después. ¿Y ahora que la crisis ha vuelto, nos encaminamos hacia una nueva forma de fascismo posmoderno, copiado del Estado de Israel y sus técnicas de dominación genocida?
¿En qué aspecto no se han cumplido las predicciones de la teoría marxista? En la construcción del socialismo, en el fracaso de la Unión Soviética. Pero un nuevo modo de producción no se saca de la chistera de un mago, es algo que tarda siglos en presentarse; comienza poco a poco y se va desenvolviendo conforme demuestra su superioridad. Pero debemos conocer las causas del fracaso. Primero, un factor clave de la victoria del capitalismo sobre el llamado ‘socialismo real’ en el siglo XX ha sido su capacidad de innovación científica y tecnológica: el desarrollo de la informática que las empresas capitalistas fueron capaces de desarrollar, mientras que los Estados del campo socialista adoptaban una versión falsificada del marxismo, como si fuera una ideología dogmática y no el principio mismo de la crítica filosófica. También en el campo de las ciencias sociales, donde el marxismo se consideraba superior al positivismo, la ‘ciencia capitalista’ fue capaz de desarrollar una nueva metodología analítica y formal en ciencias sociales, la teoría de juegos, de cuya eficacia hoy nadie puede ya dudar. ¿Y qué decir del psicoanálisis al servicio de la publicidad, como técnica de control sobre las conciencias de los ciudadanos? Por si fuera poco, ahora y en los próximos años veremos cómo avanza una nueva revolución tecnológica a partir de la ingeniería genética y cómo afectará a la producción agrícola y la alimentación y salud de la humanidad. Se trata de crear la vida artificialmente -seréis como dioses, dijo la serpiente a Eva en el paraíso-. La próxima confrontación mundial por un nuevo modo de producción tendrá en la vida, en la realidad vital, uno de sus principales campos de batalla.
El capitalismo ha vencido, porque todavía desarrolla las fuerzas productivas -esto también lo dijo Marx en su Contibución a la crítica de la economía política-, y el nuevo esquema del desarrollo, los nuevos principios de economía política que han de regir el socialismo, todavía no se han desarrollado lo suficiente. Pero hay muchos capitalismos, ¿por qué ha tenido que imponerse el más obsceno y despiadado? ¿Tal vez por la ley de Murphy: ‘todo lo que pueda ir mal, irá mal’? ¿Tal vez porque la entropía es demasiado poderosa para que podamos contrarrestarla? ¿Tal vez porque el socialismo, la historia, requieren de toda tragedia para poder realizarse (Hegel dixit)? La situación es en cierto sentido tan desesperada que muchos se han arrojado ya exhaustos fuera del campo de batalla. No obstante, ahí están las nuevas experiencias hacia el socialismo, en Cuba o en China, en diversos países y regiones, buscando un camino por el que realizarse dentro de la historia humana; una esperanza de que no todo se ha perdido.
El capitalismo es un modo de producción en franca decadencia, que dilapida recursos productivos, destruye los ecosistemas terrestres y aniquila el futuro de la humanidad. Es evidente que necesitamos superarlo. Pero si la vía revolucionaria parece desacreditada tras el fracaso de la U.R.S.S., la evolución hacia el socialismo a través del Estado del Bienestar fue eliminada tras la crisis del petróleo en 1973, precisamente cuando se visualizaron los límites del desarrollo capitalista con el Informe del Club de Roma de 1971. Ese punto de inflexión en la historia moderna, mostró que necesitamos nuevas formas de entender la evolución humana: el progresismo racionalista que estaba en la raíz del marxismo no tenía instrumentos para pensar la novedad descubierta entonces: los límites del desarrollo. Y este es el segundo factor clave de la derrota del socialismo. Pues la crítica ecológica hubiera debido ser una prueba complementaria de la necesidad del socialismo, pero se convirtió en un obstáculo para el mismo. Y hoy en día, ¿hemos conseguido ya integrar la visión ecologista en la necesidad del socialismo? En mi opinión, podemos responder sí a esa pregunta, si tomamos en cuenta el modelo cubano, que ha conseguido grandes logros de desarrollo humano con un coste ambiental moderado, como muestran diversos informes ecologistas y de la ONU; pero no en la mentalidad de la clase obrera de los países desarrollados que sigue soñando en la abundancia consumista.
Por eso, es verdad que están dadas las condiciones para un salto evolutivo hacia el socialismo, como el que se produjo en 1917 con la revolución rusa -y esperemos haber aprendido de los errores, para que no se reproduzcan las terribles consecuencias de aquella gesta gloriosa-. Pero lo que parece ser una constante en la historia de la humanidad, la transformación social tendrá como trampolín unas cuantas guerras pavorosas. Una nueva guerra mundial, fría y caliente, se perfila en el horizonte histórico, una guerra por los recursos escasos que ya ha empezado en Oriente Medio: es el Norte contra el Sur, el Imperio posmoderno contra la humanidad sufriente, el kaos ambiental contra la vida natural, la corrupción capitalista ahogando las nuevas formas de organización social que se están desarrollando en los países de la periferia capitalista. Una guerra desigual, de poderosísimos ejércitos tecnificados con los últimos adelantos de la ciencia, robots asesinos y armas de destrucción masiva utilizadas contra poblaciones indefensas, frente a combatientes criminalizados originarios de los sectores oprimidos de la población mundial. Campos de concentración, genocidios, asesinatos selectivos, secuestros policiales, atentados disfrazados de accidentes, terrorismo de Estado, bandas fascistas organizadas en organizaciones paramilitares semilegales,…, son los instrumentos de una guerra de baja intensidad permanente que viene desarrollándose desde hace décadas en los puntos calientes de la confrontación política: Oriente Medio, África, América Latina. Paralelamente, se produce una tensión estratégica por la hegemonía mundial entre el Imperio posmoderno ‘occidental’ y las nuevas potencias emergentes del Sur, China, India, Sudamérica, África,… Por tanto, hemos heredado el esquema de la guerra fría, pero redimensionando el problema a una escala mayor, planetaria, con una población humana en crecimiento constante, cada vez más estrechada en las dimensiones planetarias.
No nos engañemos. Aquí en ‘occidente’, por mucho que no lo queramos, formamos parte de ese imperio criminal y resulta muy difícil escapar a él. Cuando utilizamos un móvil o un ordenador que tiene coltán extraído en el Congo oriental entre sus componentes esenciales; cuando cogemos el coche o incluso un cómodo transporte público que funciona con derivados del petróleo; cuando compramos zapatillas de marca o ropa barata importada; cuando comemos alimentos cultivados en los campos de esclavitud de América Latina o Asia o África -una sabrosa piña o un buen café-; cuando repetimos las mentiras de la televisión o el periódico casi sin darnos cuenta; etc. Reproducimos el esquema del poder imperial en los actos más banales, en los gestos más intrascendentes de nuestra vida cotidiana.
Por tanto no nos hagamos ilusiones. Conviene saber en qué mundo vivimos para orientarnos en él. Ahora más que nunca tenemos que saber dónde estamos y qué es lo que queremos. Sabiendo eso, tal vez podamos construir el socialismo a partir de nuestras pequeñas tareas cotidianas bien realizada; sabiendo también que nos puede costar muy caro cumplir con nuestro deber, pero que merece pagar el precio de la coherencia personal.
Tal vez algún día pase a nuestro lado una oportunidad para el heroísmo.
¡Ojalá que sepamos aprovecharla!