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Reseña de Rock para principiantes, de Miquel Amorós (Corazones Blindados, 2024)

La banda sonora de la contracultura

Fuentes: Rebelión

Aquella generación que en los 50 elevaba su voz en Norteamérica y buscaba caminos al margen del pensamiento impuesto encontró su evangelio en una música electrizante heredera de los ritmos africanos, y fue así como el rock se convirtió en banda sonora de las revoluciones de los años locos que vinieron después.

Las nuevas melodías, compañeras inseparables de psicodelia y ruptura de tabús sexuales, fueron parte esencial de aquel mundo en ebullición y hoy siguen trayéndonos algo de su espíritu, por lo que ofrecen una vía privilegiada para comprenderlo y empatizar con él.

Miquel Amorós es conocido sobre todo por sus trabajos sobre la historia del movimiento libertario y por ensayos en los que estudia y discute las estrategias de actuación posibles en la fase enloquecida del capital que vivimos. Rock para principiantes (Corazones Blindados, 2024, en 2ª edición revisada y aumentada) ausculta el carácter revolucionario de una música que surgió para expresar rebeldía y metas transgresoras de una generación, pero acabó convirtiéndose, como todo en nuestro mundo, en objeto de consumo mercantilizado.

Nace una música revolucionaria

Amorós describe cómo en los 50 la confluencia de crisis que afectaban a jóvenes, negros y trabajadores, en un mundo que había entronizado el dinero, propició el nacimiento de un género capaz de encauzar la rabia acumulada. La nueva música, rítmica y obsesiva, impugnaba el marbete de “subcultura” reservado hasta entonces a los movimientos marginales del sistema para convertirse en una auténtica “contracultura”. No se trataba ya de música de diversión o pasatiempo, complaciente con el orden social, sino de una que traía consigo un germen transgresor, con la “hierba” de compañera de viaje y develadora de secretos

Los orígenes de la revolución son negros, a través de una fusión de rhythm’n’blues y country, pero el sonido frenético va a seducir enseguida a los jóvenes blancos y alentar su rebeldía, revelándoles que “Había vida más allá del trabajo, fuera del instituto y lejos del sofá frente al televisor.” Ike Turner, Chuck Berry o Little Richard fueron profetas del nuevo culto, pero el mayor éxito sería para Elvis Presley, que no despertaba recelos raciales en las alturas. Guitarras eléctricas y amplificadores hacían innecesaria la orquesta y la rock’n’roll band, en general de cuatro miembros, devino célula autosuficiente.

Sin embargo, la revolución “mental” no tenía vías para expresarse socialmente y fue rápidamente captada por el sistema; Amorós dictamina que a partir de 1957 el rock es un montaje para amenizar películas intrascendentes de Hollywood. Las viejas estrellas van apagando su brillo, pero cuando parece que llega el fin otras nuevas demostrarán que el estilo aún es capaz de dar guerra.

Segunda fase en los 60

En Norteamérica los 60 supusieron una efervescencia de géneros e intérpretes, de las cadencias negras del soul o el funk al resurgir del folk. Así, pronto la inquietud puso su impronta en las luchas sociales con la “canción protesta”, a la que Bob Dylan aportó su poesía, deudora de la generación beat. Mientras tanto en Europa los mensajes que llegan del otro lado del Atlántico fructifican en un rock que pierde sus raíces rurales y alumbra dos fenómenos de masas de magnitud nunca vista: los amables Beatles y su contrapartida agresiva y cañera, los Rolling Stones.

Las movilizaciones por los derechos civiles y contra la guerra de Vietnam coexisten en los Estados Unidos con una búsqueda espiritual en la que se recurre generosamente a las drogas. Es tiempo de marchas de protesta y festivales donde circula LSD y se escucha a grupos como Greateful Dead. El sonido que surge de aquella es una síntesis de todo que se beneficia de nuevos instrumentos y técnicas de grabación y anima a romper las reglas, experimentar y disfrutar. La psicodelia alcanza su clímax y Amorós recuerda a los que realizaron contribuciones esenciales a todo esto, de los Beatles y los Rolling a los Byrds, los Doors, Janis Joplin, Jefferson Airplane o los emblemáticos Dead.

California, y concretamente San Francisco, era un polo de peregrinación, y allí en 1967 el “Verano del Amor” reunió a cientos de miles de personas que compartieron todo, gonorreas y malos viajes de ácido incluidos, mientras la música volvía al entretenimiento, los conciertos a ser de pago y todo el tinglado se convertía en objeto de consumo. Sargent Peppers (1967) de los Beatles puede ser un emblema de esta “psicodelia de orden” o “contracultura domesticada”; ellos proclamaban: “Si habláis de destrucción, sabed que no contáis conmigo.” Sin embargo las luchas sociales no daban tregua y algunos grupos se solidarizaban; tras la violencia policial que sufren en Londres manifestantes contra la guerra de Vietnam, los Rolling responden con una canción que los reivindica: Street fightin’ man (1968), y el mismo año Graham Nash compone Chicago contra la brutalidad de la policía y el sistema judicial. En 1969 el festival de Woodstock (Nueva York) congrega a medio millón de entusiastas bajo la lluvia y muestra a las claras el nuevo rostro de la juventud americana, para Amorós un compendio de “rebeldía tópica y éxtasis ficticio”.

Y en los 70, el fin del sueño

El certificado de defunción del buen rollo hippie puede considerarse que llegó poco después de lo de Woodstock con otro festival, éste en Altamont en el norte de California, donde el descontrol alcohólico y psicodélico se alió con un nefasto servicio de orden, a cargo de los Ángeles del Infierno, para producir cuatro muertos e incontables heridos. En los meses siguientes empieza a notarse que Nixon ha llegado a la Casa Blanca, y las protestas antibélicas son reprimidas con asesinatos a mansalva, pero apenas hay músicos que sumen su arte a la indignación. Amorós los recuerda y describe luego la estela de festivales que se siguen organizando, eventos con regusto para él a fin de era: Cincinnati, Rotterdam —donde se dan a conocer T-Rex y Pink Floyd— Goose Lake, Toronto o la isla de Wight. En estos macroconciertos, la psicodelia es tolerada por el sistema porque busca ya sólo una ebriedad que no lo inquieta y ha dejado de perseguir nueva conciencia social. Se trata de una transición del régimen del conservadurismo a otro de permisividad hedonista y supuestamente transgresora, pero dócil a los intereses de un poder que acepta incluso ser cuestionado, sabiendo que al que cuestiona no se le ofrecen alternativas.

En los 70, con este ambiente impregnándolo todo, las viejas bandas se disuelven (Beatles, Doors) o caen en la copia de sí mismas (Stones). El libro repasa el panorama de una época de claudicaciones en la que el country resucita con grupos como The Eagles, y surgen el heavy metal y el glam. Reinan para Amorós narcisismo, frialdad y falta de convicción política, hermanadas con afanes de sofisticación y crematísticos, y en los reflejos identitarios del reggae, el punk o el ska naufraga la dimensión universalista de la revuelta que alguna vez fue posible. Muchos artistas se confiesan de derechas mientras el mundo se escinde en tribus urbanas; las clases peligrosas han devenido masas consumistas.

Rock para principiantes sirve a Miquel Amorós para poner de manifiesto cómo en el cénit de su trayectoria este estilo fue capaz de expresar la rebeldía contra la degeneración unidimensional de la conciencia impuesta por el capital. El milagro fue posible cuando los ritmos frenéticos de los africanos esclavizados en América fueron convenientemente revestidos de una osadía eléctrica y armónica que se adaptaba formidablemente a ellos. Al final la utopía contra el mercado feneció devorada por el mercado, pero la historia de auge y ocaso nos dejó, en cada uno de sus momentos, testimonios musicales que nos siguen conmoviendo.

Blog del autor: http://www.jesusaller.com/. En él puede descargarse ya su último poemario: Los libros muertos.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.