Las guerras y la propaganda son las dos grandes armas de destrucción masiva del imperalismo capitalista.
Dicho de otra manera: vivimos en sociedades jerarquizadas de ordeno y mando donde el consenso social, político, ideológico y cultural, la denominada normalidad, se consigue preferentemente a través de la publicidad y el control mental de la masas mediante sugerencias sibilinas o abiertas repetidas machaconamente hasta la saciedad.
Escapar de la jerarquía y la propaganda, que actúan de un modo dialéctico y combinado, resulta prácticamente imposible. Vayamos donde vayamos, siempre nos toparemos con un sistema más o menos cerrado, más o menos obvio o evidente, que nos impondrá la sociedad jerarquizada. Igualmente no será factible escapar de un mensaje ubicuo de carácter comercial, cultural o ideológico que nos conmine a comprar un producto tangible o no o a pensar lo que fuere dentro de la normalidad impuesta por el consenso social del régimen capitalista o regímenes autoritarios asimilados.
Fuera de la normalidad habitan los métodos correctivos o disuasorios: el sistema judicial, la cárcel, el manicomio, la tradición secular, el miedo religioso…
Sobre la sociedad jerarquizada y la propaganda política el general estadounidense Smedley Darlington Butler sabía mucho, sobre todo tras reflexionar acerca de su vida militar una vez retirado del servicio activo.
En realidad, Butler, el oficial más popular y laureado de EEUU entre los años 20 y 40 del pasado siglo XX, no es citado nunca por el establishment como héroe nacional debido a sus posiciones críticas contra el capitalismo imperialista y nacionalista de su país. Roma no paga traidores ni Washington tampoco. Es un marine olvidado en el santoral USA por no ser políticamente correcto. Donde esté John Wayne que se quite Butler.
El marine Butler, tras más de 30 años de servicio militar con diversos rangos en el escalafón, una vez jubilado se puso a reflexionar muy en serio sobre sí mismo y su vida militar. Había participado en campañas imperialistas en China, México, Haití, Cuba, Nicaragua, República Dominicana, Filipinas, Honduras… Sabía de lo que hablaba, escribió un libro. La guerra es una estafa (1935), y dio conferencias por todo el territorio USA donando sus honorarios a las personas desempleadas.
Dejó para la posteridad comentarios más que jugosos señalando que el verdadero fin de las guerras imperialistas es el beneficio de las élites financieras a costa de las masas y que el ejército de su país es el músculo agresivo de Wall Street.
Calificó al militar de pandillero del capitalismo, comentando con ironía y sorna que podía haber asesorado a Al Capone, ya que el famoso gánster había operado en tres distritos de Chicago y él en tres continentes.
Una frase del Smedley crítico con el imperialismo USA lo dice todo: “la bandera sigue al dólar y los soldados yanquis a la bandera.” Más claro el agua clara.
En línea con el segundo Smedley después de su jubilación, merece destacarse la opinión del gran escritor británico H.G. Wells, conocido sobre todo por sus obras de ciencia ficción, La guerra de los mundos adaptada por Orson Welles para la radio como la invasión de la Tierra por marcianos, etc. (el osado Orson creó una ola de pánico indescriptible entre sus oyentes de entonces).
Wells también transitó por el ensayo y en su Breve historia del mundo dejó un ataque demoledor para lo militar que da para pensar largo y tendido. Tras rastrear por los vericuetos del ser humano en el planeta azul su opinión categórica sobre los ejércitos es terminante: el cerebro de los militares profesionales carece de cualidades elevadas o superiores porque ningún humano con cualidades intelectuales mínimas se sometería de forma libre y voluntaria a la prisión mental de la jerarquía y el proceder del ejército. Es decir, dicho a lo coloquial, para ser militar de carrera hace falta tener menos de dos de frente. La frase de Wells es desmenuzada hasta sus detalles más pequeños desde que la dejara por escrito en todas las academias militares del mundo.
Junto al científico Albert Einstein, Wells estaba a favor del desmantelamiento definitivo de todos los ejércitos. Tanto uno como otro, además del sufrimiento y muerte que provocan las guerras, sabían que los métodos jerárquicos son enemigos acérrimos del pensamiento libre y la creatividad humana.
Lo militar entra en liza cuando el consenso de la normalidad falla y también sus mecanismos o métodos institucionales o bajo cuerda de corrección política y social, esto es, cuando la contestación de los de abajo supera los límites de lo permitido poniendo y pone en peligro el orden establecido por los de arriba. Marx lo llamó lucha de clases pero dejamos a la inteligencia de la persona lectora que ella misma lo defina según su propio pensar.
El segundo gran pilar de la estructura capitalista es, como dijimos al principio del artículo, la propaganda o industria de la relaciones públicas, enorme y genial eufemismo donde los haya, inventada por el publicista Edward Bernays en EEUU, Bernays nació en Europa y era sobrino de Sigmund Freud.
Bernays fue un teórico muy práctico de la propaganda. Siempre permaneció en la sombra pero se sabe que sus ideas hicieron que la mujer empezara a fumar y que sus campañas más o menos visibles ayudaran a crear ambiente favorable durante numerosas guerras imperialistas de su país de adopción, EEUU. Bernays jamás salía de la trastienda que distorsionaba los hechos y manipulaba la mente de sus contemporáneos.
Sus opiniones, cínicas al tiempo que realistas, no dejan espacio a la duda. Dijo que ”quienes nos gobiernan, moldean nuestras mentes, definen nuestros gustos y nos sugieren nuestras ideas”. Queda claro, por tanto, que el margen de maniobra para la libertad es muy reducido o casi inexistente. Eso sí, el capitalismo no cesa de colocar en un pedestal las libertades de elección, de expresión y de pensamiento como los grandes objetivos y logros de su credo ideológico. Dime de lo que presumes y te diré de lo que careces. El refranero tiene respuesta para todo (o casi).
Pero Bernays fue más allá. Leamos atentamente su pensamiento y miremos luego la realidad (consenso político, normalidad social, consumismo acrítico) que nos rodea. “La manipulación consciente a la vez que inteligente de los hábitos, costumbres y opiniones de las masas es un elemento crucial en las sociedades democráticas.” ¡Y tanto que sí!
Y apuntala lo dicho de la siguiente manera: “Quienes manipulan ese dispositivo oculto constituyen el gobierno invisible que detenta el verdadero poder que rige los destinos de los habitantes de cualquier país democrático.” Añadir algo resultaría banal.
Bernays no ha dejado jamás de ser un autor muy actual desde su genial invento para las élites gobernantes a la sombra de las relaciones públicas vulgo propaganda que rige las verdades incontrovertibles de las sociedades capitalistas democráticas de ayer y de ahora mismo.
Miles de preguntas suscitan los pensamientos cínicos de Edward Bernays…
¿Por qué voto lo que voto?
¿Compro lo que necesito o lo que me sugieren que compre?
¿Pienso libremente lo que pienso o piensa por mí el sistema que habito y me habita?
¿Digo lo que pienso pero no pienso lo que digo?
¿Soy yo o yo es un resultado de lo que debo ser según el gobierno seductor e invisible de todas las cosas?
¿Existe verdaderamente la libertad de expresión o no es más que un señuelo para seducirme de que yo soy yo y nadie más que yo?
¿Elijo lo que quiero o lo que debo elegir para no salirme de la normalidad de la opinión pública mayoritaria?
Pensemos la vida cotidiana que millones de personas llevamos en casi todo el mundo debidamente occidentalizado por el colonialismo de antaño y el imperialismo militar y cultural imperante en la globalidad del neoliberalismo capitalista.
Trabajamos a las órdenes de un jefe.
Aprendemos en sistemas bancarios estudiados por el pedagogo de los oprimidos Paulo Freire donde unos saben (los maestros, las profesoras) y otros parten de la ignorancia (el alumnado o elemento discente).
Tenemos enfermedades y necesitamos el diagnóstico oficial de los profesionales acreditados de la medicina o la psicología o la psiquiatría.
Así, suma y sigue.
Estamos supeditados a vivir dentro de sistemas jerárquicos, lo queramos o no, vayamos donde vayamos. Lo tenemos asumido de modo automático. Estos automatismos culturales se afianzan en nuestra mente a través de las pautas de conducta sugeridas por la propaganda omnipresente de nuestros días. La publicidad crea consensos invisibles que nos hacen actuar y ser como somos.
Por supuesto, no hay sistema social, político, cultural e ideológico que sea inatacable, completo y perfecto. Siempre hay grietas, Siempre queda el grito como principio de la rebeldía, cuando nos pisan, cuando nos sentimos asfixiados por la sumisión de la masa, cuando nos matan de hambre o sed, cuando somos capaces de pensar, a pesar de todos los condicionantes culturales, por nosotros/as mismos/as.
Hablamos de pensar no de forma aislada tal y como nos prescribe el régimen capitalista. Para el capitalismo utilitarista sólo existe el ente individual y egoísta que busca el máximo beneficio sin reparar en lo social o colectivo. El infierno es el otro, según el filósofo existencialista Jean Paul Sartre.
La fuerza bruta de la guerra sigue siendo el argumento principal de la dominación capitalista en el mundo actual. Cuando la propaganda falla, todo se dirime a palos: palo policial contra la rebeldía interior y palo militar contra los pueblos-ellos que no son como nosotros. Los bárbaros interiores son las feministas, los migrantes y las gentes de izquierda en general y los bárbaros foráneos son los países periféricos, la negritud, los países no cristianos y los países independientes que quieren salirse del consenso básico del neoliberalismo y crear por su cuenta contextos de convivencia basados en la igualdad entre naciones y el respeto mutuo.
El general Butler y el propagandista Bernays son preciosos faros de pensamiento, uno desde la reflexiva sinceridad y el otro desde el cinismo intelectual, que pueden iluminar el peligroso devenir que asoma por la esquina geopolítica de nuestros días.
Manos a la obra, que el tiempo fascista nos está pisando los talones a velocidad supersónica.
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