En los últimos años, al igual que Tomás Olasagasti, autor de dos breves reflexiones, Estado de la cuestión de Dios y Otras noticias de Dios, ambas hechas libro, también yo, por interés y motivos de traducción, me he visto obligado a profundizar en los estudios en torno a la Biblia y su mundo, hasta llegar […]
En los últimos años, al igual que Tomás Olasagasti, autor de dos breves reflexiones, Estado de la cuestión de Dios y Otras noticias de Dios, ambas hechas libro, también yo, por interés y motivos de traducción, me he visto obligado a profundizar en los estudios en torno a la Biblia y su mundo, hasta llegar a las conclusiones en nuestros días.
Son básicos a día de hoy los resúmenes y argumentaciones ofrecidas en «La Biblia desenterrada» por Israel Finkelstein y Neil Asher Silbermann, y Quién escribió la Biblia por Richard Elliot Friedmann. Reflexiones de hombres de determinadas épocas (entre los siglos VIII y Vantes de Cristo) contenidas en el Antiguo Testamento sobre distintos temas con una visión, hoy catalogada, como acientífica y mitológica, más anhelo que realidad, más deseo, ética y reflejo de intereses bastante rastreros y locales de grupos, enfrentados las más de las veces a otros, que reflexión serena, humana, de alcance universal. «Habitualmente cuando se estudia un libro en una clase universitaria y de escuela superior, se aprende algo sobre la vida del autor, lo que, en general, contribuye a la comprensión del libro en cuestión», sostiene Elliot Friedmann. Y también en la historia del esclarecimiento de la Biblia se ha jugado con los autores, mitificando y atribuyendo escritos a autores imposibles, al mismo dios o, como el Pentateuco, a Moisés, o viendo unidad donde había graves diferencias y versiones o relatos muy o bastante divergentes de hechos, situaciones o acontecimientos.
Si en la explicación científica del mundo los estudiosos se han topado a lo largo de los siglos con el anatema de la cristiandad, y en especial, con la inquisición de la Iglesia católica, se observa que los estudiosos de la Biblia, las más de las veces religiosos y sacerdotes, han tenido a su Satán en casa, entre sus propias filas. El padecimiento, el estorbo, la calumnia y el muro han sido con mucha frecuencia y a lo largo de los siglos compañeros inseparables de los mejores analistas e investigadores de la Biblia. La Iglesia católica ha sido sobre todo rémora, freno e impedimento en el avance de su estudio. Y es que la Iglesia, en sus asuntos doctrinales y de visión global del mundo, parte de un prejuicio, de una verdad ya dada, revelada: de un dios sabelotodo y todopoderoso. En definitiva, de un dios que ella se lo crea así, a su imagen, para luego, desde esa figura así creada por ella, imponer su propia visión recurriendo al dios por ella creado. «Me fabrico una idea de dios para, desde ese dios que me he fabricado, imponer mi santa voluntad».
Los estudiosos de la Biblia han ido desbaratando, desmontando esa idea primigenia, absoluta, divina, creada desde la ignorancia y el interés del hombre; la han relativizado, ubicado en un tiempo, atribuido a autores con unos intereses determinados de grupo, fruto de una reflexión provocada por unos acontecimientos. Verdades basadas en la ignorancia, en el desconocimiento, en el interés y, muchas veces, en los bajos instintos éticos de determinados grupos de gentes, sostenibles en base al miedo, al terror y al castigo en el aquí y en el más allá.
En definitiva, la Iglesia ha sacralizado y divinizado la Biblia para favorecer la sumisión del hombre y frenar la importancia y el papel de la capacidad humana en la explicación del mundo: algo dado, inmutable, creado.
Y precisamente las mentes pensantes, los obreros de la investigación y el análisis, los humanos por excelencia que jamás renunciaron a ser lo que son, han ido descubriendo a través de la historia que es falsa e interesada esa concepción, ese principio de eternidad en manos del poder eclesial. El mundo, la gente, la sociedad, la ética humana se hace, se crea, se desarrolla, se deshace; avanza, se para, degenera, retrocede… Es dinámica, depende de diversos factores. Es el hombre el que ha creado las diversas versiones y narraciones de la Biblia, el que ha dejado en ella su huella e interpretación sobre acontecimientos; el que ha novelado a lo largo de los siglos su ética, unas veces de venganza, otras imperial, las más de la veces sectaria, según sus intereses y grandeza.
Hoy, para nosotros, la Biblia se ha convertido en una serie de libros de estilos diversos, de calidad literaria desigual, reflejo de la mentalidad de diversos grupos, que se sintieron pueblo especial dentro del mundo que les tocó vivir. Pero que, desde un punto de vista científico y de ética y altura humana, nada tienen que enseñar al mundo actual sobre formulación de derechos humanos. Muy al contrario. Diríamos que sus autores y el mismo dios debieran aprender a respetarlos.
Pero, como nos enseña el obispo Rouco Varela y su cohorte, una cosa es conocer los derechos humanos y otra distinta respetarlos y cumplirlos.
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