En mayo de 2004 tuve la gran oportunidad de entrevistar a tres voluntarios de la Brigada Abraham Lincoln, los brigadistas norteamericanos que participaron en la guerra civil española. La ocasión se produjo con motivo de un trabajo de investigación sociológica en la Universidad Estatal de California. La siguiente es una transcripción abreviada y traducida del […]
En mayo de 2004 tuve la gran oportunidad de entrevistar a tres voluntarios de la Brigada Abraham Lincoln, los brigadistas norteamericanos que participaron en la guerra civil española. La ocasión se produjo con motivo de un trabajo de investigación sociológica en la Universidad Estatal de California. La siguiente es una transcripción abreviada y traducida del inglés, de mi entrevista con los tres brigadistas.
Ted Veltfort
Ted Veltfort nació en Cambridge, Massachusetts, en 1915, hijo de un ingeniero civil y una maestra. Creció en una familia conservadora de clase media, que nunca invirtió en la bolsa, y que por lo tanto pudo prosperar durante la depresión de los años treinta. Veltfort adquirió su ideario político en la universidad, donde trabajó en favor de la República Española. Empezó a sentir que era su deber viajar a España cuando comprendió que Franco, con la ayuda de Hitler y Mussolini, estaba atacando la democracia. Se alistó, a espaldas de su familia, a través del Partido Comunista norteamericano, porque era la única forma de hacerlo, ya que los EEUU había promulgado un decreto de no intervención en la guerra civil. Su familia no supo dónde estaba hasta que Herbert Matthew, un corresponsal extranjero del New York Times, mencionó su nombre en uno de sus artículos.
Marchó a la guerra con otros cinco estudiantes, viajando en barco de Canadá a Francia. En París contactaron con los republicanos a través del Socorro Rojo Internacional, y como Francia también había decretado la no intervención, tuvieron que cruzar la frontera con España clandestinamente. Veltfort recordó cómo, en esa época, los compartimos de tercera clase de los trenes dirigiéndose hacia el sur, estaban llenos a rebosar de voluntarios entusiasmados con la idea de defender la República. Una vez allí tuvieron que cruzar los Pirineos a pie, en alpargatas, con una barra de pan y un poco de agua. Recordó que cruzaron la frontera el 4 de julio, día en que se celebra la independencia de su país. Una vez en España, el guardia que le dio un fusil con un grabado de la hoz el martillo le dijo que había sido donado por el gobierno de México. Más tarde supo, que en realidad, el armamento provenía de la Unión Soviética, pero debido a los convenios de no intervención, había sido canalizado a través de México, que fue uno de los pocos países abiertamente a favor de la República Española. En su primer destino, vino alguien pidiendo conductores de ambulancia y se apuntó a la Trece Brigada, compuesta por yugoslavos, franceses y alemanes, incluso recordó oír hablar en hebreo.
En uno de sus viajes por la península, fueron alojados en el palacio del Duque de Alba, en Torrelodones. Según Veltfort, el conde tenía una biblioteca maravillosa, de la cual ‘liberó’ un libro de Shakespeare. También utilizaron el Rolls Royce del duque para transportar suministros al frente, aunque enseguida se dieron cuenta, que este tipo de vehículo no era el más indicado para viajar por abruptos caminos. Veltfort comentó que esta fue la primera vez que los heridos en el frente eran trasladados en ambulancias. Hasta entonces los heridos eran transportados a grandes distancias en camilla, y el índice de mortalidad era muy elevado. Estaba orgulloso de esta mejora por parte de la República Española, que sirvió para salvar muchas vidas. Finalmente, fue transferido a la Quince Brigada; era donde mayormente se hablaba inglés y esto hacía que le fuera más fácil comunicarse.
Se fue de España cuando Juan Negrín, ministro de la República, anunció en la Liga de Naciones que los internacionalistas debían abandonar el país. Negrin también pidió a los alemanes e italianos que ayudaban a Franco que abandonaran el país pero, como es bien conocido, estos nunca lo hicieron. Los trenes donde fueron evacuados no pararon en París y los llevaron directamente al puerto de Le Havre. Fueron agasajados a su llegada a Nueva York.
A su regreso, trabajó por un tiempo a favor de la República Española, y así es cómo conoció a Constancia de la Mora, una aristócrata española que fue directora de la Oficina de Prensa Extranjera de la República, una mujer que, dijo, le afectó profundamente. La acompañó por Nueva York y Filadelfia recaudando fondos para la República aunque, más adelante, ella marchó a Guatemala, para reunirse con su esposo, Hidalgo de Cisneros, donde murió en un accidente de tráfico. Veltfort me recomendó leer su autobiografía «In place of Splendor» (Doble esplendor, en su traducción al español).
Una vez en los EEUU, Veltfort regresó a la universidad y se graduó en Economía. Se alistó en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial, pero nunca pudo llegar a ser oficial o viajar a Europa debido a su conexión con la Brigada Abraham Lincoln. Decidió abandonar el ejército y fue a Stanford a estudiar Física. Durante este periodo busco empleo en California, pero tuvo problemas ya que su nombre estaba en una lista negra como comunista.
En 1962 decidió viajar a Cuba. Cuando llegó a La Habana, tenía tres ofertas de trabajo y terminó colaborando en el departamento de Física de la Universidad de La Habana. Allí conoció a Che Guevara, que le pareció un hombre muy inteligente, aunque demasiado confiado. Por aquel entonces el Che era el ministro de industria y, según Veltfort, tenía mucha gente a su alrededor, que le seguían pero no podían hacer todos los trabajos que les asignaba. Viajo a Leningrado, con otros académicos, para recibir ayuda y establecer el primer laboratorio de investigación en la Universidad de La Habana. Después de vivir y trabajar en Cuba por un periodo de seis años, regresó con su familia a los EEUU a través de Canadá.
A pesar de las dificultades, pudo conseguir trabajo en el Hospital Mt. Zion, en Chicago, como ingeniero, para el departamento de cirugía. Veltfort también participó en la ayuda a Nicaragua durante la revolución sandinista y, a través de la organización de Voluntarios de la Brigada Abraham Lincoln, recaudó fondos para la compra de ambulancias para este país, recordando la gran ayuda que estas fueron durante la guerra civil en España. El y su esposa Leonora vivieron en Berkeley durante sus últimos años, donde me reuní con ellos para realizar esta entrevista.
David Smith
David Smith nació en una pequeña ciudad de Massachusetts, a diez millas de Boston. Sus padres eran inmigrantes rusos. Cursó sus estudios primarios durante la depresión, y fue a la universidad de Michigan entre 1931 y 1935. Durante sus primeros tiempos en la universidad recibió una llamada de su padre diciéndole que no le podía enviar más dinero, así que tuvo que empezar a trabajar para poder llevar a cabo sus estudios. Durante su segundo año en la universidad presenció grandes manifestaciones en una factoría de la Ford cercana a su facultad. Los guardias de seguridad mataron a tres trabajadores y los estudiantes se sublevaron. Después de esta experiencia, Smith, empezó a leer sobre temas políticos y se involucró más en las organizaciones estudiantiles. En 1935 se graduó en Biología. Se enteró del golpe de estado en España a través de los diarios y en cuanto tuvo noticia de las brigadas internacionales, supo que debía de alistarse. Por aquel entonces tenía 22 años.
Habló con un amigo, afiliado al Partido Comunista, para preguntarle cómo podría viajar a España. Tuvo que ir a Nueva York para alistarse y, desde ese momento, recordó que todo fue muy rápido. Tres días después de su llegada a España fue enviado al frente sin apenas entrenamiento militar. Durante su participación en el frente del Jarama, pensó, que la operación no estaba bien organizada, aunque los otros internacionalistas voluntarios le explicaron que no había tropas regulares luchando, solo gente del pueblo defendiéndose, en general gente muy pobre. Los campesinos tampoco tenían muchos conocimientos mecánicos y se podían ver muchas camionetas averiadas en las cunetas, porque no se sabía cómo repararlas. Otro problema que encontró fue la falta de cooperación entre las diferentes facciones políticas. Al principio de la guerra, cada sindicato tenía su propio batallón, aunque afortunadamente esto cambió más adelante, cuando todos fueron integrados en el ejército regular.
Durante su estancia en el frente del Jarama, los combatientes esperaban tropas y aviones que nunca llegaron. Los internacionalistas irlandeses le dieron instrucciones de cómo comportarse durante un ataque fascista y salir vivo, lo cual le fue de gran ayuda. Recordó que el asalto del 27 de febrero de 1937, en el Jarama, fue extremadamente duro, y la Brigada Abraham Lincoln, perdió muchos integrantes. Smith cayó enfermo y fue trasladado a un hospital de campaña. Una vez ahí, después de recuperarse y gracias a sus conocimientos de biología, empezó a ayudar al médico, por este motivo fue promocionado a sargento médico por un tiempo. A continuación fue trasladado al frente de Brunete, donde pensó que hubo una mejor estrategia, pero donde de nuevo sufrieron una derrota, ya que las tropas fascistas tenían más artillería, gracias a la ayuda alemana.
Después de esta experiencia en el frente, Smith fue enviado a Madrid a una escuela de entrenamiento para oficiales. El instructor era ruso y durante la capacitación se hablaba ruso, español e inglés, lo cual resultó no ser muy eficiente, pero sirvió para levantar la moral de los oficiales antes de regresar al frente. Como no había suficiente armamento, fueron entrenados con fusiles de madera. Les visitaron muchas delegaciones internacionales, entre ellas, una de norteamericana, encabezada por el agregado militar coronel Stephen Fuqua. La visita del coronel Fuqua fue estrictamente profesional, y su lealtad a los EEUU le previno involucrarse en la guerra civil.
Smith se quedó en España un par de años, donde recordó haber conocido gente maravillosa, como Paul Robeson, con el que colaboró en el frente. En su última acción fue herido y tuvo que regresar a los EEUU para ser intervenido de una operación en el hombro, a consecuencia de la cual, estuvo escayolado seis meses.
A su regreso trabajó en una factoría en Nueva York y se involucró en las luchas obreras a través de sus sindicatos. Escribió artículos para la CIO (congreso de organizaciones industriales). Recordó que por aquel entonces los sindicatos tenían mucha más fuerza que hoy en día, gracias a su poder de convocatoria para organizar huelgas y parar la producción. Trabajaba en una fábrica que abastecía al ejército y cuando el presidente Truman promulgó el Patriot Law (ley patriótica) él y sus compañeros fueron despedidos, por sospechosos de simpatizar con los comunistas. A partir de entonces tuvo muchas dificultades para encontrar empleo, ya que su nombre estaba en una lista negra. Smith y su esposa, que por ser judía también tenía problemas de empleo, acabaron dedicándose al magisterio.
A lo largo de sus vidas, ambos participaron en causas progresistas, como la recaudación de fondos para comprar ambulancias para Nicaragua durante el primer gobierno sandinista. En 1995 Smith y su esposa se trasladaron a California para estar más cerca de sus hijas y nietas. Durante este tiempo fue comandante de los veteranos de la Brigada Abraham Lincoln del área de la Bahía de San Francisco. Dio charlas en colegios y universidades y, con lo que le pagaban, compraba libros sobre la guerra civil española, que después donaba para las bibliotecas de estas mismas escuelas y universidades.
Milton Wolff
Milton Wolff, tal vez el más carismático de los tres entrevistados, nació en Brooklyn en 1915, fue el menor de cinco hermanos, de padre húngaro y madre lituana. Hemingway escribió sobre él: «Nueve hombres lideraron la Brigada Lincoln, cuatro murieron y cuatro fueron heridos. El noveno fue Milton Wolff, alto y delgado como Lincoln, valiente como cualquier oficial comandando un batallón en Gettysburg. Continúa vivo y sin heridas, por la misma suerte que una palmera queda de pie después del huracán.»
Durante la entrevista, recordó una infancia agradable en Brooklyn y Coney Island. Durante la depresión, se alistó al Civilian Conservation Corps, un programa estatal de ayuda laboral para jóvenes estadounidenses, creado en 1933 para combatir la pobreza. Antes de terminar sus estudios en el instituto, Wolff trabajo plantando árboles en Pennsylvania. Les pagaban treinta dólares al mes, de los cuales enviaban veinticinco a sus familias. Durante este tiempo, los trabajadores se dieron cuenta que existía un estipendio de 7,5 céntimos por comida, que no estaban recibiendo, y se pusieron en huelga hasta que lo consiguieron. También presenció la muerte de un amigo por falta de atención médica. A petición de los padres de este, escribió un informe sobre lo sucedido y, después de presentarlo, nunca más fue invitado a trabajar en el programa. Esta experiencia lo influenció en la decisión de alistarse en la Liga de Juventudes Comunistas.
Por aquel entonces estos jóvenes estaban ayudando a las personas que estaban siendo desahuciadas de sus viviendas por falta de pago. Cuando eran desalojados, ellos retornaban sus muebles y enseres a sus casas. También colaboró en una campaña reivindicando las primas prometidas a los veteranos de la Primera Guerra Mundial y que nunca recibieron. Otra de sus tareas era recoger ropa, comida y dinero para el bando republicano en la guerra civil española. Recordó que cuando empezó la campaña para reclutar voluntarios para la guerra, enseguida pensó que era su deber alistarse. Mintió a sus padres y les dijo que iba a reemplazar a un trabajador de una fábrica, para que así éste pudiera ir al frente. Tenía 21 años. Su primera acción fue en la batalla de Brunete, donde empezó transportando agua, que por aquel entonces era utilizada para enfriar las ametralladoras. Pero como Walter Garland, un oficial afro-americano, había instruido a todo el batallón en cómo utilizar la ametralladora, tres días después ya estaba detrás de una de ellas. Durante un periodo de descanso entre acciones, fue a Madrid donde conoció a Ernest Hemingway, Martha Gellhorn, Vincent Sheean, Herbert Matthews y otros corresponsales de guerra.
Llegó a Cataluña como comandante de batallón. Milton contó que el propósito de la batalla en Cataluña, fue distraer a los fascistas y alejarlos de Madrid. En la batalla de Teruel, fueron rodeados por los nacionales y durante la huida, accidentalmente, se dirigieron hacía las tropas franquistas. Al darse cuenta huyeron en diferentes direcciones. Wolff anduvo perdido durante nueve días y todos pensaron que había muerto o había sido capturado. Se reunió de nuevo con su batallón en el Ebro, cerca de Cataluña, donde lideró varias acciones. Como sus compañeros, también se fue de España cuando Negrín anunció, en la Liga de Naciones, que los extranjeros debían abandonar la guerra. Pensó que esta fue una buena medida, ya que, por aquel entonces, las brigadas andaban diezmadas. En España, se había afiliado al Partido Comunista, porque consideró que durante la guerra fue el partido que estuvo siempre en la primera línea del frente. Y puso como ejemplo a los cuatro generales, Lister, Campesino, Modesto y Galán, que siempre estuvieron en la vanguardia durante la defensa de Madrid.
A su regreso a los EEUU los brigadistas primero fueron recibidos como héroes, pero más tarde y a medida en que la guerra fría fue progresando, su destino cambió y estuvieron por mucho tiempo en listas negras debido a su afiliación comunista. Trabajando para el socorro de los refugiados españoles, Milton oyó decir que Ronald Reagan había dado 10 dólares por la causa. Pero cuando fue donde él para pedir ayuda, este le dijo que habían luchado en el bando equivocado de la guerra española. Más tarde se apuntó voluntario en el ejército durante la Segunda Guerra Mundial pero tuvo problemas para que lo enviaran al frente en Europa. Finalmente, conoció a un oficial del ejército que le ayudó a enrolarse en un regimiento de infantería que estaba siendo transferido a Northolt, Inglaterra. Una vez allí, supo que los iban a trasladar a la India. En cuanto se dio cuenta, llamó a su mujer, que por aquel entonces estaba embarazada, para que el médico, que era un amigo, se pusiera en contacto con el ejército y dijera que el parto iba ser difícil y pedir que lo dejaran regresar a casa. Pero el ejército no se lo creyó y acabó enviándolo a la India.
Después de un tiempo por Asia contrajo malaria y fue trasladado a un hospital. Allí lo encontró William Donovan, director de la oficina de servicios estratégicos (OSS por sus siglas en inglés). Este lo trasladó a Italia donde trabajó como espía para la organización. Quiso ir a España para espiar a los fascistas, pero el gobierno británico se lo impidió. Según Wolff, el gobierno británico tenía demasiados intereses económicos en sus minas en España y mantenía su política de no intervención. Luchó con la resistencia en Francia e Italia. Una vez terminada la guerra, y a su regreso a los EEUU, continuó sus actividades políticas junto con su esposa Frieda a través de la organización de veteranos de la Brigada Abraham Lincoln. Viajaron por todo el país hasta que finalmente se establecieron en San Francisco. Wolff dio conferencias acerca de la guerra civil española, en institutos y universidades de todo el país. Cuando yo le entrevisté tenía previsto un viaje, para dar una charla en la Universidad de Alcalá de Henares. Wolff murió en Berkeley en el 2008.
La Brigada Abraham Lincoln fue la primera formación militar norteamericana en la que hubo oficiales negros, y la brigada también fue conocida como los prematuros luchadores antifascistas. Asistí a varias de sus reuniones en Oakland y Berkeley, usualmente celebradas en febrero, en conmemoración de la Batalla del Jarama. En estas reuniones, era un ritual cantar Ay Carmela, Viva la Quince Brigada, y, como no, puño en alto la Internacional. Fue un gran privilegio el haber podido participar en algunos de sus últimos encuentros.
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