El fenómeno Obama ha supuesto una importante novedad en la política internacional, y no me refiero a su programa político, que nadie conoce -ni él mismo-, ya se lo irán explicando, sino a la existencia de mítines electorales fuera de su país. Su presencia en Israel no era tan relevante puesto que, probablemente, sus palabras […]
El fenómeno Obama ha supuesto una importante novedad en la política internacional, y no me refiero a su programa político, que nadie conoce -ni él mismo-, ya se lo irán explicando, sino a la existencia de mítines electorales fuera de su país. Su presencia en Israel no era tan relevante puesto que, probablemente, sus palabras allí estaban dirigidas a la comunidad judía estadounidense y sus poderosos lobbys. Pero la situación de un candidato presidencial estadounidense dando una arenga ante 200.000 personas en Berlín con frases como «pueblo de Berlín y pueblos el mundo, nuestro desafío es grande» evoca una escena de película futurista de emperador/candidato haciendo campaña por todo el mundo. Esa podría ser la faceta más inquietante del asunto, pero habría otra más esperanzadora, y es la impresión de que cualquier gobierno y cualquier presidente, por muy estadounidense que sea, necesita ganarse también el apoyo de la opinión pública internacional. Es verdad que otros presidentes estadounidenses habían protagonizado actos públicos precisamente en Alemania, pero estaban haciendo política exterior, mientras que Obama está haciendo campaña electoral. La globalización ha supuesto que las consecuencias de las decisiones de un determinado jefe de Estado siempre traspasan las fronteras de su país, los medios de comunicación extranjeros también influyen en los ciudadanos de una nación, de ahí que algunos en su versión en Internet hayan renegado de su origen nacional para calificarse de globales. Y eso que llaman terrorismo, en bastantes ocasiones, es también el resultado de políticas de abuso y atropello en países y culturas lejanas, blowback [1] lo llaman los analistas geopolíticos y los militares. El discurso de Bin Laden es de una absoluta coherencia criminal. Si en nuestros países hay democracia y el pueblo elige a sus gobernantes, ese pueblo es responsable de los crímenes de sus dirigentes y objetivo lícito de la guerra santa. Por lo que habrá que pensar en eso a la hora de votar.
No es ningún descubrimiento afirmar que en el mundo actual la opinión pública internacional es fundamental para legitimar, por ejemplo, un golpe de Estado. Es lo que se puso en práctica en Venezuela en abril de 2003. En aquellas fechas ni la derecha ni la izquierda no venezolana tenía una buena imagen de Chávez, su derrocamiento ilegal no despertó apenas indignación fuera de su país porque el proceso venezolano no había trabajado el frente internacional. Aunque aquel golpe lo tramaron importantes poderes económicos nacionales e internacionales, la ciudadanía internacional apenas se movilizó. Es verdad que falló el golpe, pero fue gracias la valiente reacción del pueblo venezolano, ninguna ciudadanía se movilizó fuera de Venezuela. ¿Acaso la opinión pública internacional asistiría impasible a un golpe similar en México por ejemplo o en Brasil? Tampoco ya en Venezuela, donde Hugo Chávez ha tejido una red de apoyos sociales y de movimientos de solidaridad en todo el mundo.
Por su parte, el ministro de Defensa colombiano Juan Manuel Santos, afirma que lo principal que le queda a las FARC son sus redes de apoyo en el exterior. De nuevo un poder de una opinión pública fuera de las fronteras del país que influye en la política doméstica.
Tampoco tenemos muchos ninguna duda de que el principal motivo que ha disuadido a Estados Unidos para intervenir militarmente en Cuba desde que desapareciera la Unión Soviética es la reacción que se provocaría entre las grandes masas de ciudadanos que apoyan la revolución cubana.
Es evidente que el mundo se ha hecho pequeño, y que, de alguna manera, los líderes necesitan ganarse no solo a la opinión pública de su país, sino también a la del resto. Tomemos nota, que algunos ya lo han hecho.
[1] Blowback es un término inventado por la CIA para describir la probabilidad de que las acciones encubiertas de la agencia en países extranjeros pudieran provocar represalias contra norteamericanos civiles o militares, dentro o fuera de sus fronteras. Se podría traducir, por tanto, como contragolpe, repercusión, reacción, efecto bumerán, represalia, etc…