En el presente contexto de crisis global, la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), presentó su reporte anual sobre la inserción internacional del continente. Su abordaje es convencional, varios temas críticos están ausentes, y las alternativas de salida son tímidas, o incluso plantean un retroceso hacia formas de cooperación regional. Debido a […]
En el presente contexto de crisis global, la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), presentó su reporte anual sobre la inserción internacional del continente. Su abordaje es convencional, varios temas críticos están ausentes, y las alternativas de salida son tímidas, o incluso plantean un retroceso hacia formas de cooperación regional. Debido a esas y otras propuestas, parecería que este análisis de la Comisión no hubiese sido elaborado en tiempos de crisis global, y para una América Latina donde están en marcha cambios políticos profundos.
La reciente edición del «Panorama sobre la Inserción Internacional de América Latina y el Caribe 2008-2009», fue presentada en Santiago de Chile el pasado agosto. Un primer aspecto llamativo en ese reporte es que si bien se reconoce la seriedad de la crisis internacional, por otro lado se sigue apostando a una globalización convencional como vía de salida. La CEPAL vuelve a apoyar la actual arquitectura de gobernanza global bajo la OMC, e incluso reclama profundizar la liberalización comercial concluyendo la Ronda de Doha.
Un segundo aspecto destacado es que la CEPAL reduce la amplia problemática de la «inserción internacional» a las cuestiones comerciales. La geopolítica latinoamericana y mundial desaparece en tanto prevalecen los asuntos del comercio exterior, donde una de las principales vías de recuperación debería ser aumentar las exportaciones. El papel subordinado de América Latina como proveedor de materias primas, no se pone en discusión.
Por este tipo de posturas, el reporte de la Comisión expresa un cierto optimismo en la globalización, se admite que tendría sus problemas, pero se considera que a fin de cuentas puede ser gerenciada, manteniendo de esa manera su esencia. Entre esos cambios, y a tono con el momento actual, se espera un papel activo del Estado. Pero cuando se examina más atentamente esas propuestas, en muchos aspectos se parece demasiado a una socialización de las pérdidas empresariales que a un cambio sustancial en las estrategias de desarrollo.
Un tercer aspecto a subrayar es que la CEPAL admite que los procesos de integración regional enfrentan varios problemas, y que tienen síntomas de estancamiento. Como respuesta a esas dificultades, no se ofrecen alternativas para alcanzar las metas siempre repetidas de la integración, como pueden ser las políticas sectoriales comunes o una verdadera articulación productiva. Por el contrario, la Comisión da un paso atrás y propone enfocarse en acuerdos de cooperación, con lo que se renunciaría a las metas originales de la integración continental.
Esas posiciones indican que la CEPAL insiste en sus ideas de «regionalismo abierto», apuntando a un modelo regional de cooperación y liberalización comercial al estilo de APEC – la organización de cooperación de Asia y Pacífico. No entiende que esas ideas, y ese tipo de vinculación, no solo no han funcionado adecuadamente en nuestro continente, sino que la crisis actual las han puesto en jaque. Al contrario de esa perspectiva, un problema clave de la inserción internacional latinoamericana es superar su vinculación subordinada a la globalización y romper con la persistente primarización de sus economías, donde continuamos siendo exportadores de materias primas. Es así que la CEPAL debería apoyar otra integración regional, como paso indispensable para poder ensayar desvinculaciones selectivas con la globalización y recuperar la autonomía en diseñar estrategias propias de desarrollo que no dependen solamente de los mercados exportadores o de los inversores extranjeros.
Las secciones dedicadas a la dimensión ambiental ejemplifican otro tipo de distorsiones. Por un lado se enfatiza el cambio climático, pero no se advierte que en América Latina buena parte de las emisiones de gases con efecto invernadero provienen de las prácticas agropecuarias, la deforestación, o cambios en el uso del suelo. En otras palabras, en nuestra región el tema del cambio climático necesariamente implica discutir las políticas agropecuarias, y por lo tanto la inserción internacional de varios países como grandes exportadores de agroalimentos. La CEPAL se saltea todas estas cuestiones.
En contraste con ese discurso ambientalista, el reporte de la Comisión llama a resistir el proteccionismo verde, pero sin profundizar en esa cuestión. Es cierto que las medidas ambientales se pueden usar como trabas al comercio, pero también es hora de comenzar a reconocer que muchos gobiernos usan esas excusas para no aplicar medidas efectivas dentro de sus países.
A lo largo de las páginas del reporte sobre inserción internacional no emergen alternativas sustantivas. Por momentos la CEPAL defiende una reparación del capitalismo contemporáneo, y no se adentra más profundamente en los terrenos de su reforma sustancial o transformación. Mientras que muchos discuten la necesaria regulación sobre los flujos de capital, o cambiar la estructura y funcionamiento de organizaciones como el FMI, la CEPAL vuelve a apostar a ese sistema financiero internacional. Ni se mencionan diferentes propuestas en ese sentido, como las planteadas por la comisión especializada de Naciones Unidas comandada por Joseph Stiglitz.
Estos ejemplos muestran que desde varios flancos este reporte de la CEPAL maneja ideas convencionales y en buena medida minimalistas. Tampoco ayuda el estilo de redacción, ya que en muchas secciones es difuso y con distintas condicionalidades que matizan sus propuestas.
Finalmente, el reporte aparece desconectado de muchas discusiones y ensayos que actualmente están en marcha en América Latina. No se discuten en detalle los intentos del ALBA por otro tipo de integración regional, los primeros pasos con el Banco del Sur para lograr otra arquitectura financiera, instrumentos novedosos como el propuesto sistema de pagos recíprocos (SUCRE), o los primeros pasos en redefinir el desarrollo desde el «buen vivir» en marcha en Ecuador. Algunas secciones del documento cepalino parecerían haber sido redactadas en otro tiempo, y en otro continente.
Todo esto indica que el informe de CEPAL sigue profundizando la perspectiva neoestructuralista reciente, haciéndose cada vez más funcional a la globalización, pragmático, y aplicado a la estabilidad macroeconómica. Se insiste en el crecimiento económico a partir del aumento de las exportaciones y captación de inversiones, lo que lleva a que las políticas sociales y las medidas ambientales siempre queden subordinadas y nunca pueden poner en riesgo esas metas. Es, al fin de cuentas, una postura muy convencional, alejada de la originalidad que desplegaba la CEPAL en sus primeros años bajo la batuta de Raúl Prebisch.
Por lo tanto, el reporte de CEPAL sobre la inserción internacional no ofrece aportes sustantivos a los debates latinoamericanos sobre la crisis global, ni promueve alternativas novedosas. Este es un problema que se viene repitiendo en los últimos años, y por lo tanto cabe preguntarse si la CEPAL realmente está entendiendo la problemática actual del desarrollo latinoamericano.
– Eduardo Gudynas es analista en CLAES D3E, un centro de investigación en temas de desarrollo sustentable. El presente artículo se basa en un documento más extenso publicado en la serie Observatorio de la Globalización en www.globalizacion.org