Sabíamos ya que en el debate sobre agricultura transgénica los argumentos a favor remiten al progreso objetivo que la nueva tecnología supone para la humanidad, al paso de gigante que prometen al conocimiento científico, a la sociedad y la cultura, a la economía a fin de cuentas. Sabíamos también que tales razones se ofrecen como […]
Sabíamos ya que en el debate sobre agricultura transgénica los argumentos a favor remiten al progreso objetivo que la nueva tecnología supone para la humanidad, al paso de gigante que prometen al conocimiento científico, a la sociedad y la cultura, a la economía a fin de cuentas. Sabíamos también que tales razones se ofrecen como argumentos científicos, es decir: inapelables. Queríamos confrontar esos datos con otros, no menos objetivos, que contaban que no, que si la mayor parte de cultivos no tiene que ver con las necesidades reales de alimentación, los transgénicos no dejaban de ser una solución de eficacia, amparada en la eficacia; que si la investigación científica no se hace responsable más que de ser ciencia, y no de lo que investiga, sus datos terminan diseñados por el sistema de mercado, igual que sus promesas; que ahora, aunque sorteando todavía costosos aranceles sociales y burocráticos para desarrollarse en plenitud, la agricultura transgénica vuela por encima de la brecha entre los millones de hambrientos y los millones de sobrealimentados, y que escoge a cambio ese mundo como campo de cultivo propio.
Nos preguntábamos si algún hombre de ciencia, a la luz de nuestros datos, estaría dispuesto a salirse de los suyos y lanzarse a hablar, con el mismo rigor con que defiende la eficacia y lo inocuo de las semillas, de la capacidad de los científicos para negociar el producto, para tomar parte en el efecto real de su trabajo. La ocasión: una conferencia sobre transgénicos que patrocinó el mes pasado la Residencia de Estudiantes, en su ciclo La ciencia como respuesta a los desafíos del siglo xxi: «Biotecnología de plantas: ¿contribuciones a paliar un déficit alimentario global?». Los locutores invitados: Jaime Costa (representante de Monsanto, multinacional distribuidora de semillas transgénicas) y los investigadores Pilar Carbonero (doctora en ingeniería agrónoma y catedrática de la Escuela de Agrónomos de Madrid, entre otros muchos cargos) y Pere Puigdomènech (director del Instituto de Biología Molecular de Barcelona, entre otros muchas instituciones).
Durante hora y media las ponencias fueron ilustrando lo que sabíamos más o menos: la evolución agrícola desde el neolítico, los hitos memorables en la historia de la biotecnología, el progreso en el rendimiento, la resistencia y la belleza de los campos transgénicos (proyección de foto ‘antes-sin/después-con’ incluida); el interés científico de las empresas distribuidoras, el beneficio para productores y consumidores; los prejuicios sociales y los escrúpulos electoralistas de la política científica europea… Aprovechamos la media hora de cortesía restante para abrir el coloquio. Éramos seis. Cogimos el micrófono desde el público en cuatro ocasiones:
1. Para hablar de las semillas ‘terminator’. Porque si la investigación que busca un tipo de semilla estéril es también (o sirve como) la investigación para que una multinacional se asegure de cosecha en cosecha su número de clientes, si eso es muy científico, muy real, y ha sido reprobado por las autoridades competentes, entonces cabe suponer la mayor: que el objeto de las investigaciones científicas, sin dejar de serlo, pueda venir dictado de hecho por intereses económicos (en forma de subvenciones, proyectos, retos o lo que se quiera), y reprobarse después o no. ¿Podían verlo así, por favor, y comentarnos?
2. Para señalar que esas prohibiciones y suspensiones cautelares también se valen de posiciones científicas, no menos que las de nuestros locutores, para denunciar los posibles perjuicios de tal o cual invención. Un ejemplo reciente: la variante Mon810 (‘Mon’ de Monsanto) sobre el maíz, que ha prohibido en enero de 2008 el gobierno francés con el informe de un comité científico bajo el brazo -y cuyo uso está ampliamente extendido en España. Porque si, como parecía por sus ponencias, nuestros locutores restan crédito a esas políticas, y por tanto los científicos que redactan esos informes obedecen a prejuicios nada objetivos contra la puesta en marcha… Pues nada, que ellos pertenecían a la misma ‘comunidad científica’, que si también podían verlo así y aplicarse el cuento.
3. Para intercambiar cifras. Porque como dicen que el área mundial de cultivo se reduce a ritmo constante y que, hoy día, sin transgénicos sería imposible soñar con alimentar a tantos… Pues que hoy día, con transgénicos, 850 millones se mueren de hambre y 1300 millones no, aproximadamente. Y si hablamos de alimentos y de hambre, como evocan la palabra ‘nutrición’, pues que hoy día los cereales con alto contenido nutritivo (arroz y trigo) no representan más que el 1% de la cosecha transgénica mundial, de la cual el 60% se recoge en Canadá y en Estados Unidos. Hoy día entonces, ¿cómo se dirigen los transgénicos hacia ese sueño de alimentar a tantos y a todos… o es sólo publicidad engañosa? Y
4. Para recordar al hilo otros productos de Monsanto, como el Agente Naranja que vendió esta multinacional a Estados Unidos en tiempos de Vietnam, y a propósito del que hay quien piensa, visto el resultado, que más les hubiera valido a los científicos opinar sobre el tema antes de recibir órdenes y sacar la artillería. Y claro, aprovechando también que había un representante de Monsanto…
(Hasta aquí las razones que nos movían y lo que dijimos de ellas. Ahora podemos contarlo de una vez, aunque durante el coloquio nuestras voces hablaran por turnos, cada una con sus quebraderos, perdida casi siempre por ahí… aunque no sonáramos entonces con tanta fuerza. Desde la tarima, en cambio, las de nuestros locutores parecían responder como una sola. Creemos que el efecto se dio gracias a que, uno a uno, los ponentes se complacieron más en responderse entre ellos y asegurar sus ponencias a cada turno, que en atender a la cuestión planteada. Pero esto de asegurarse y garantizar el producto también forma parte de la cuestión: tiene que ver con la habilidad para venderse. Con la elocuencia. Por ello, para no restársela a sus razones, preferimos apuntar literalmente lo que dijeron:)
Sobre la neutralidad del producto de investigación científica (o cómo pasar la bola hacia abajo). Pilar Carbonero: «Los que utilizan híbridos tienen que comprar más semillas, y están ahí, y no las llamamos ‘terminator’, simplemente están ahí: el que quiera las compra, el que no, no (…) como todas las tecnologías, se puede utilizar para el bien o para el mal». Jaime Costa (representante de Monsanto): «Los consumidores, que son los que finalmente deciden, quieren productos buenos, bonitos y baratos, y al final son ellos los que nos están indicando qué es lo que tenemos que ofrecerles (…) Nadie obliga a nadie a comprar una semilla de una multinacional: el mercado es libre y el agricultor podrá siempre elegir».
Sobre la neutralidad de los investigadores (o cómo pasar la bola hacia arriba). P.C.: «La ilusión que pusimos al principio en tratar de hacer algo práctico, una investigación dirigida, pues desde luego, ahora mismo en Europa… yo lo he borrado del mapa hace mucho tiempo. Yo me he decantado por la ‘ciencia básica'»; Pere Puigdomènech.: «Nosotros estamos muy orgullosos de la independencia intelectual que tenemos»; «Los científicos públicos, como nosotros, tenemos que responder a lo que se nos pide: aumentar el conocimiento, responder a las demandas de la sociedad y, como hemos visto, hay una demanda de producción mejor en cantidad, en calidad»; «Creo que tiene que haber investigación desde instancias independientes [para tratar aquellos asuntos en los que] la sociedad [quiere] saber lo que pasa»; «Hoy día los transgénicos están en manos de las empresas, como ocurre en tantas otras cosas, y por tanto yo creo que hay mucha menos investigación pública»; J.C.: «Si hay alguna cuestión que pueda afectar desde el punto de vista ético, la Unión Europea tomará cartas en el asunto y no lo autorizará».
Sobre la neutralidad de los efectos del producto (o cómo esconder la bola o el autopase). P.C.: «Vivimos así porque hay muchísima gente que pasa necesidades y lo que tenemos que aprender es a compartir lo que tenemos (…) Hay que aumentar los cereales, que es el alimento básico. Y nosotros nos tenemos que hacer mucho menos carnívoros, porque estamos todos en el mismo barco». P.P: «La razón por la que no hay trigo ni arroz es sencilla: el coste [que exige la UE para patentar modificaciones] (…) ¿Qué quieres que le haga?»; «La mejora genética nos ha permitido tener unos rendimientos y salvar unos problemas que se preveía que podían darse»; «La modificación genética preocupa mucho por razones ideológicas y tradicionales (…), hay gente que está preocupada por las multinacionales, por los efectos en el Tercer Mundo. Esto existe y son elementos que tienen que ver con la percepción». J.C.: «El tema del Agente Naranja: Monsanto es una empresa que fabricaba productos, que eran adquiridos por el gobierno en ese momento, y el gobierno lo usaba donde le parecía que debía usarlo para proteger a sus tropas»; «Pensamos que hay una justicia que tiene que velar para que estas cosas no ocurran y para que, si una empresa quiere desarrollar una actividad, pueda hacerlo libremente».
Se trata de la elocuencia, decíamos, por eso las comillas. Por lo demás, la ordenación en epígrafes no pretende añadir nada a lo que dijeron nuestros locutores sobre la cuestión, sino ejemplificar los modos y formas que emplearon para no responderla… no les fueran a coger con la bola encima. Sin embargo, así reunidas, sus declaraciones sí que parecen decir algo más entre ellas. Y lo que dicen suena más a contradicción y a bola que a razón científica. Veamos: desde la pluralidad y el espíritu de la libre enseñanza, la Residencia de Estudiantes elige a científicos y empresarios, y los invita (paga o reta) para que ilustren el estado de la cuestión y para que lo vinculen con el problema del hambre y la nutrición en el mundo (‘déficit alimentario global’). Entre ellos, científicos o empresarios, están de acuerdo en: 1. Que la ciencia que emplean y producen es básica o teórica, es decir: carece desgraciadamente de aplicación inmediata y/o, cuando por fortuna no es así y la tecnología transgénica se aplica, se trata de algo natural y científico (por ‘controlado’). Por tanto: 2. Sus productos son innovaciones muy naturales y seguras, 3. Cualquier responsabilidad sobre el vínculo que establezcan sus investigaciones con la realidad no hay que pedírsela a ellos, productores de riqueza pura (cultural o económica), sino a los que regulan el mercado, que son los consumidores y las instancias políticas nacionales e internacionales, y 4. En vez de sentirse responsables de las consecuencias reales de sus investigaciones, a los científicos-empresarios les basta con ocuparse de modificar la percepción social de los problemas acusados.
Nosotros ya sabíamos cuál era la percepción que interesaba y cuál era la nuestra: de ahí partíamos en el primer párrafo. Sin embargo, nuestros locutores no lograron modificar la percepción que traíamos pensada, ni la que nos hicimos de sus ponencias, ni la que tenemos ahora del acto. Al pasar la bola decidieron guardar las apariencias. Quizá ignoren todavía que esas apariencias les hicieron aparecer como invitados, antes que como imparciales hombres de ciencia. Sólo los que se sienten invitados lo celebran entre ellos y se felicitan de la celebración; sólo los invitados guardan el protocolo a toda costa. Y si lo que se celebra es la Ciencia, la ciencia pura, separada y enfrentada a los problemas del siglo que se nos viene encima, el protocolo exige pasar la bola de las impurezas y felicitar al anfitrión por la velada. También exige señalar gentilmente al aguafiestas la salida, retirarle el micrófono de las manos, sonreírle con todo el respeto del mundo… Hemos querido escribir nuestra réplica ahora, pasada la fiesta, para responder a esa sonrisa y contar lo que saben los invitados cuando dejan de serlo: que las apariencias engañan.