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La cineasta argentina, autora de "La ciénaga", presenta "La mujer rubia"

«La clase media está educada en la ceguera», dice Lucrecia Martel

Fuentes: El Mundo

«¿Diego? Mientras esté ocupado en algo, por lo menos está tranquilo». No hay forma de evitarlo. Cualquier manual del buen entrevistador debería incluir una serie de prohibiciones. Por ejemplo: no preguntar a un sueco por Ikea, a un estadounidense por Obama ni, ya puestos, a un argentino por Maradona. Sí, pero ¿cómo no caer en […]

«¿Diego? Mientras esté ocupado en algo, por lo menos está tranquilo».

No hay forma de evitarlo. Cualquier manual del buen entrevistador debería incluir una serie de prohibiciones. Por ejemplo: no preguntar a un sueco por Ikea, a un estadounidense por Obama ni, ya puestos, a un argentino por Maradona. Sí, pero ¿cómo no caer en la tentación?

Lucrecia Martel es argentina (de Salta) y lo es desde hace 42 años. Ergo, la frase de arriba responde a la pregunta por el antes jugador de fútbol y ahora ser ocupado en labores de seleccionador nacional.

Prueba de que la pregunta por Maradona es improcedente es que la directora de cine de películas como La ciénaga o La niña santa se encuentra en estos momentos muy lejos de su país, en el Festival de Cine de Gijón, y con faena que hacer. La más relevante de ellas es su último trabajo, titulado, precisamente, Una mujer sin cabeza. La cinta fue presentada en el pasado festival de Cannes y el próximo viernes se estrena en España. Eso sí, no la busquen en la cartelera con ese nombre. En España se llamará La mujer rubia. «Fue un problema de derechos. Ya existe un libro con el título original. Me gustaba más el original: recuerda a las películas de serie B de toda la vida. Pero no me disgusta el nuevo. De hecho, me hace mucha gracia la costumbre española de traducir los títulos. Es genial que After hours, de Scorsese, aquí se llame Jo, qué noche».

La mujer rubia es la historia de una recuperación. Un golpe y, como el destello de la navaja de Camus en El extranjero, todo se vuelve ajeno. «La protagonista tendrá que recuperar su conciencia a través del juego familiar y social», dice la directora. De repente, aquello que parece normal se descubre raro, al principio, luego incómodo y, finalmente, hasta violento. De otro modo, un retrato crudo y muy lúcido, de la sociedad que nos asiste y (después de ver la cinta) nos asusta.

«Ojalá», continúa Martel, «fuera sólo un mal de Argentina. Si fuera así, bastaría con vallar el país y listos. Se trata en realidad de un mal que recorre todas las sociedades, puesto que la falta de responsabilidad, la ausencia total de capacidad para reconocer el sufrimiento de los que viven con nosotros (me refiero, por ejemplo, a la inmigración) son comunes a eso que podemos llamar clases medias. Las clases medias están, estamos, educadas para la ceguera, para no ver determinadas cosas».

La directora no tiene ningún empacho en calificar su película de política. No habla de golpes militares ni desaparecidos, pero es política. «Creo que es un mal de nuestra época pensar que de la política se puede entrar y salir. De hecho, pensar así es un buen ejemplo de la derechización de nuestra cultura. Todo es política. La política lo invade todo. Si un hombre decide quedarse en casa viendo la televisión y sin hablar con nadie, él también está haciendo política. No tener interés por la política es una posición política».

Cine político pues. Pero resulta extraña esta encendida reivindicación de la política en una directora que, de algún modo, pertenece a una generación a la que se le suponía cierto cansancio de la jerga revolucionaria de sus padres que, al fin y al cabo, perdieron la batalla. «En realidad», precisa, «esto no es así. Al revés: nosotros no hemos tenido la opción de reaccionar a nada porque durante la dictadura no hubo nada. Lo que sí ha habido es una reacción más profunda, digamos cultural».

Pausa de reflexión. «Lo que hubo antes de nosotros fue una desvalorización absoluta de la palabra». La directora echa mano de un ejemplo tan gráfico como triste. «Durante la Guerra de las Malvinas, en Argentina se prohibió la emisión de cualquier canción en inglés».

Eso produjo la urgencia de buscar música en castellano. Digamos que fue un beneficio involuntario. En el cine, sin embargo, esto mismo derivó en la creación de un español neutral del que nos avergonzábamos y que no significaba nada a nadie. Fueron tantas las mentiras que el idioma que se hablaba en la tele provocaba rechazo o sospecha. Los directores, en los primeros años de la democracia, se inventaban cualquier excusa para filmar en inglés. Más tarde, nació la necesidad de buscar un lenguaje, un español nuevo, con registros particulares, que sí fuera significativo y en el que nos reconociéramos». Y ésa fue la tarea de Martel, entre otros.

Ahora, tras girar por medio mundo de la mano de su mujer rubia y sin cabeza, la cineasta se dispone a dar un salto. Y no precisamente al vacío, sino al hiperespacio. Se ocupa de la adaptación al cine de un cómic que en Argentina es mucho más que un tebeo. «Para nosotros es un icono. Cualquier taxista sabe perfectamente quién es El eternauta». Con ustedes, un extraterrestre creado a finales de los años 50 por el guionista Héctor Germán Oesterheld y el dibujante Francisco Solano López. Un marciano con el aspecto de un tótem pop. ¿Como Maradona? La directora de La mujer rubia se ríe.