«Nunca fuimos pobres, los colonizadores nos llevaron a esta situación», afirmó el líder aborigen Marcos Terena este jueves en esta ciudad brasileña, en el marco de una de las presentaciones del informe de la ONU sobre el estado de la población indígena mundial. A pesar de que suman 370 millones de personas, apenas cinco por […]
«Nunca fuimos pobres, los colonizadores nos llevaron a esta situación», afirmó el líder aborigen Marcos Terena este jueves en esta ciudad brasileña, en el marco de una de las presentaciones del informe de la ONU sobre el estado de la población indígena mundial.
A pesar de que suman 370 millones de personas, apenas cinco por ciento de la población mundial, los aborígenes constituyen cerca de un tercio de los 900 millones de indigentes que habitan las zonas rurales.
En Brasil, el censo de 2000 apuntó que 38 por ciento de los autóctonos vivían en la extrema pobreza, más del doble del índice general que era de 15,5 por ciento, destacó Giancarlo Summa, director del Centro de Información de las Naciones Unidas (UNIC) en Río de Janeiro. «Nada indica mejoras significativas en la década», acotó.
Sobreviven en el país 230 «sociedades indígenas» que hablan 180 lenguas y ocupan 14 por ciento del territorio nacional, cumpliendo el papel de conservar la naturaleza, pero con fuertes limitaciones políticas, señaló Terena, director del Memorial de los Pueblos Indígenas de Brasilia.
«No participamos en las decisiones sobre las Tierras Indígenas», que son identificadas y demarcadas por el gobierno, con estudios de antropólogos, la autonomía es un sueño aún lejano, observó. En otros países la lucha por autodeterminación avanzó más, aclaró.
«Nosotros no logramos que un indígena sea presidente de la Fundación Nacional del Indígena» (Funai, el organismo gubernamental de protección a la población autóctona), a diferencia de los negros que si presiden las instituciones que tratan de su promoción, acotó.
Terena, piloto de aviación de la misma Funai, lleva como apellido el nombre de su etnia, distribuida por varias aldeas en el centro-oeste de Brasil. Se destaca desde los años 70 como un líder de la Unión de las Naciones Indígenas y luego de otras entidades y foros de lucha por los derechos de los pueblos originarios.
Por esa destacada trayectoria de activista social a favor de su pueblo es que fue invitado a presentar en la sede del UNIC de Río de Janeiro, junto a Summa, el estudio titulado «La situación de los pueblos indígenas del mundo», elaborado a pedido de la ONU (Organización de las Naciones Unidas).
Los indígenas de Brasil sumaban 734.127 en 2000, según el censo oficial, instancia en la que cada habitante identifica la etnia o color que entiende le corresponde. Pero Terena estima que hoy ya hay cerca de un millón que se auto-identifica como aborigen, lo cual representa cinco por ciento de la población nacional.
Es una minoría en rápido crecimiento desde los años 80, cuando tuvo inicio un movimiento de afirmación étnica y muchos, incluso en las ciudades, pasaron a asumir su condición de indígena.
Entre los censos de 1991 y 2000, el total de los que se declararon indígenas se duplicó, indicando un aumento anual de 10,8 por ciento, ciertamente sumando natalidad y personas que asumieron su condición étnica antes negada.
La mayoría de esa población vive en la Amazonia, cuya naturaleza inexpugnable salvó sus a indígenas del genocidio que sufrieron los pueblos del litoral del sudeste brasileño y de otros países como Estados Unidos. Aún hay tribus amazónicas aisladas, sin ningún contacto con la civilización blanca.
Un cuadro similar al mundial y de varios otros países viven los indígenas brasileños, en salud, educación y derechos humanos, además de la marginación económica y social.
La situación más grave se da en el estado de Mato Grosso del Sur, que tiene fronteras con Bolivia y Paraguay, donde especialmente el pueblo guaraní kaiwoá enfrenta un permanente conflicto con hacendados por la tenencia de la tierra, sufre asesinatos de sus líderes y jóvenes, numerosos suicidios de sus adolescentes, alcoholismo y hambre.
Apretados en tierras insuficientes para su modo de vida, al lado de ciudades prósperas por los monocultivos de soja y de caña de azúcar, los indígenas reclaman la demarcación o ampliación de sus territorios, ante el aumento de sus poblaciones. Las perspectivas no son prometedoras.
Hay una fuerte resistencia de los terratenientes protegidos por títulos de propiedad legales y algunas tierras indígenas ya demarcadas y homologadas por el gobierno nacional tuvieron su proceso de suspensión de entrega por acción judicial. Los militares se oponen a las «reservas» indígenas en las fronteras, alegando amenaza a la soberanía nacional.
En los últimos años la salud se volvió una cuestión dramática, con epidemias de hepatitis, malaria y otras enfermedades en algunas regiones. Varios organismos gubernamentales se sucedieron en la prestación de asistencia médica a los indígenas, sin superar la precariedad.
Brasil tiene una buena legislación sobre derechos indígenas, pero muestra problemas para aplicarla, lamentó Terena. Políticas «paternalistas», que no reconocen la autodeterminación indígena, también traban soluciones, sostuvo.
Mientras organismos multilaterales, como el Banco Mundial, condicionan financiamientos al respeto de los derechos indígenas, «con departamentos en que nos escuchan», en Brasil los aborígenes siguen sin tener influencia en las políticas que los afectan directamente. No cuentan con un solo representante en los 594 escaños que componen la Cámara de Diputados y el Senado.