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Presentación del libro Fidel Castro, Biografía a dos voces, de Ignacio Ramonet

La confianza en el ser humano

Fuentes: Rebelión

Si yo quisiera permanecer en casa, viendo pasar por la televisión cadáveres de miles de personas que no son mis enemigos. Si quisiera esperar hasta que un día el agua de los barrios marginales de Madrid salga marrón del grifo, y contaminada, y haya que poner verjas como las de Melilla en las calles del […]

Si yo quisiera permanecer en casa, viendo pasar por la televisión cadáveres de miles de personas que no son mis enemigos. Si quisiera esperar hasta que un día el agua de los barrios marginales de Madrid salga marrón del grifo, y contaminada, y haya que poner verjas como las de Melilla en las calles del centro. Si no me importaran nada el futuro, ni el presente, ni la justicia, ni el frío ni morirse, entonces sé bien qué haría con este libro: Miraría el índice, hojearía un par de capítulos, buscaría dos o tres frases normales y corrientes que, a ser posible, no me gustaran y volvería a cerrarlo, y no tardaría ni dos segundos en convencerme a mí misma de que ya lo había leído.

Si yo creyera que Fidel Castro es un loco, un maniático, un hipnotizador de multitudes y la revolución cubana un espejismo que en realidad no existe, cuatro generaciones y los famosos logros y las personas que han estudiado allí y todo lo que se ha hecho pero también todo lo que ese país no ha hecho, lo que no ha traicionado, las causas que no vendido, los principios que no ha pisoteado, si yo creyera que todo eso es en realidad fruto de los delirios de un solo hombre, de un ogro, por mejor decir, entonces también sé lo que haría con este libro. Sacaría tres frases de contexto, buscaría un error, elegiría una anécdota que me hubiera chocado y resumiría las seiscientas páginas del libro en esas tres frases, ese error, esa anécdota chocante, y tampoco me costaría nada convencerme a mí misma de que ya lo había leído.

A veces preferí quedarme en casa, viendo pasar cadáveres, a veces quise pensar que todo este asunto de la revolución y la dignidad humana era un gran equívoco y que nada puede hacerse. Pero las personas somos animales políticos, llevamos el futuro en las yemas de los dedos y si podemos traicionar nuestros principios es porque alguna vez hemos tenido principios, y si nos encontramos un libro como Fidel Castro, biografía a dos voces nos cabe la oportunidad de leerlo entero, capítulo a capítulo, porque en bien pocas ocasiones la inteligencia de la especie humana aparece condensada en un libro dibujando la senda por donde esa especie podría transitar.

Al hilo de las preguntas de Ignacio Ramonet, se desgrana en el libro el proceso de formación de un revolucionario y el aprendizaje que se deriva de cada uno de los planes que Fidel Castro, nunca solo, emprende en busca de un país en donde llegue a «parecer inconcebible», cito, «un abuso, una injusticia, una simple humillación». Pregunta a pregunta, capítulo a capítulo, la historia de la revolución cubana se entrelaza con asuntos tan cruciales como la función del marxismo, el valor de la estrategia, el azaroso pero ineludible papel de los factores subjetivos, el mantenimiento de una conducta a lo largo de todo el tiempo, el control y el autocontrol, las sorpresas, las cosas que se van descubriendo en el camino y que vuelven, cito, «el problema de la construcción de una sociedad nueva mucho más difícil de lo que pueda parecer».

Una de las formas de ver que la revolución cubana existe de verdad, que no es un espejismo ni un capricho, consiste en comprobar hasta qué punto la historia de los últimos cincuenta años pasa por ella, y hay décadas enteras en las que nuestra reconstrucción del siglo veinte puede olvidar la existencia de Paraguay, de Perú, de Sudáfrica, de Nicaragua, aun de Chile, pero cuando la historia obliga a detenerse en Chile entonces tiene también que pasar por Cuba, o cuando obliga a detenerse en Sudáfrica o en la Unión Soviética o en Nicaragua, o en Venezuela, entonces también es preciso detenerse en Cuba. Esa historia compartida se entrevera en el libro junto al pulso diario de la isla con el imperio de los Estados Unidos. No pretendo, sin embargo, carecería de sentido, condensar ahora cada una de las cuestiones que se tratan en la obra, y voy a limitarme a abordar tres.

Empezaré de fuera a dentro, de lo que rodea al libro a su interior. Hoy, en 2006, rodea la aparición de este libro, entre otros hechos, el resurgir de la izquierda en América Latina. Y es la existencia de Cuba, la permanencia de su revolución la que permite, de algún modo, ese resurgir. Durante décadas ha habido en América Latina escarmientos, castigos brutales para aquellos pueblos que quisieron ser realmente de izquierdas. El escarmiento persigue que alguien no vuelva a cometer la falta por la que se le castiga, la falta de aspirar a la justicia, a la soberanía, a la igualdad. Si los pueblos han vuelto a cometerla es también porque Cuba les ha permitido vencer el miedo, porque se ha alzado frente al castigo y lleva más de cuarenta años alzada, de pie. De manera que este libro aparece cuando el ejemplo de Cuba y su apoyo simbólico y diario, minucioso, a los proyectos de izquierda en América Latina, empieza a germinar.

En los días más oscuros, como en los días más claros, la historia que se cuenta en este libro va a permanecer. Pero siendo tantas y tan cotidianas las mentiras que sobre Cuba divulgan en España las empresas privadas de difusión, es bueno e importante que, cuando menos, algunos hechos inocultables acompañen su lectura. Es bueno que el libro se lea no con el sonido de fondo de la campaña mediática desatada contra Cuba en el año 2003, sino con la pregunta de fondo que amanece ahora, la pregunta sobre por qué los hombres y las mujeres no se rinden, no sucumben y vuelven después de diez, veinte, treinta años a luchar otra vez para que la educación, la sanidad, la cultura, sean comunes y no se otorguen en distintas dosis a quienes disfrutan de más o menos privilegios.

La segunda cuestión tiene que ver con el, digamos, formato del libro. No con la parte editorial del formato que es clara al presentarse bajo el rótulo Biografía a dos voces, sino con el formato imaginario que se superpone o va a superponerse en la lectura de quienes, en vez de asistir a una larga conversación con Fidel Castro, quisieran asistir a un interrogatorio, dicha esta palabra con todas las connotaciones que remiten a un juicio y al momento en que la presunción de inocencia ha derivado hacia la presunción de culpabilidad. No es este libro un interrogatorio. Hay en él preguntas incisivas o incómodas pero no es un interrogatorio y debo decir que, al menos yo, ya estoy un tanto cansada de que se interrogue, presumiendo culpabilidades, a la revolución cubana. A veces me ocurre como a aquel antropólogo mexicano, quien vino a España y trataba de explicar el asombro que le producía tener que defender esa revolución. Desde numerosos lugares de México y de América Latina, decía -y también, por cierto, de España, digo-, Cuba no es algo que haya que defender o cuestionar: Cuba es sencillamente un horizonte, un país sin desempleo, sin mendicidad, sin mafias, con un número de profesionales, hombres y mujeres, altísimo, un país sin explotación infantil, sin desaparecidos, con un nivel de cultura y educación que en muchos casos supera la media europea. A aquel antropólogo mexicano le pedían que defendiera Cuba y era como si le pidieran que defendiese la salud frente a la enfermedad, voces soliviantadas le desafiaban exigiéndole que se atreviera, que fuera capaz, que osara defender y argumentar ante ellas en voz alta que la salud era mejor que la enfermedad. Muchos y muchas compartimos el desconcierto del antropólogo por el hecho de que siga habiendo interrogatorios en donde se pide a los presuntos culpables que justifiquen por qué la salud es mejor que la enfermedad.

Otros son, en fin, los interrogatorios que quisiéramos hacer y, por lo que respecta a la revolución cubana, saludo la existencia de un libro en donde Fidel Castro explique, cuente, diga de vez en cuando simplemente cómo fueron las cosas en vez de tener que estar en todos los momentos desmintiendo infundios. Esto no significa que se eludan preguntas incómodas, que Ramonet eluda abordar si Fidel Castro es o no un dictador, o las circunstancias en qué ha sido aplicada en Cuba la pena de muerte, o si el consumo de bienes en la isla es tan irresponsable como en una ciudad europea, o es prudente, o es escaso. Lo que significa es que, aun con estas y otras preguntas incluidas, el libro sobre todo es una conversación, y agradezco desde aquí a Ignacio Ramonet que en este tiempo de experiencias virtuales anodinas vaya a permitir a muchas personas pasar varias horas virtuales con un personaje histórico fundamental.

La cuestión del personaje es la última que abordaré. Habiéndose elegido a una escritora para presentar este libro habrá quien haya pensado que mi tarea acaso consistiría en dar pábulo a la novela, o las novelas, que contiene el libro. Y hay en efecto muchas novelas dentro de él pero lo que hace imprescindible al protagonista del libro no es, a mi parecer, lo novelesco, sus cualidades extraordinarias, las cosas que le singularizan. Pues cualquier adjetivo que se aplicara a estas cualidades «no tendría importancia», cito, «si uno no cree que hombres como él existen por millones y millones y millones en las masas. Los hombres que se destacan de manera singular no podrían hacer nada si muchos millones, iguales que él, no tuvieran el embrión o no tuvieran la capacidad de adquirir esas cualidades». Estas palabras que Fidel Castro dice en relación a la lección que deja Che Guevara le son también aplicables, pero son además, a mi entender, la espina dorsal del libro, el núcleo de una teoría y una práctica que irá aflorando en diferentes momentos.

Los factores subjetivos median en los acontecimientos y pueden cambiar la historia, pueden acelerar el progreso o atorarlo. El factor subjetivo Fidel Castro sin duda medió en el hecho de que pudiera llegar a producirse y durar y no ser decapitada la revolución cubana. Pero al mismo tiempo el alimento de ese factor subjetivo, la vida que lo impulsa y que permanecerá es, precisamente, la creencia en el ser humano, en su capacidad de, cito de nuevo, «concebir las más nobles ideas, albergar los más generosos sentimientos y, superando los poderosos instintos que la naturaleza le impuso, dar la vida por lo que siente y lo que piensa».

Llama la atención a lo largo de este libro que el sentido del humor de Fidel Castro se ha replegado, como si voluntariamente Castro hubiera querido retirarlo a un quinto, sexto o séptimo plano. Como si hubiera querido retirar los rasgos más personales dejando en cambio sólo lo común, lo que se puede explicar, la experiencia transmisible, no el yo privado sino el nosotros y nosotras. Hay en el libro nociones de estrategia, análisis del estado actual del capitalismo que ya no es, se nos dice, ni siquiera capitalismo, hay indicaciones y sugerencias y diagnósticos. Dijo Bertolt Brecht de Lenin: «El hecho de haber acertado muchas veces daba, sin duda, peso a sus consejos; a pesar de todo, seguía acompañándolos de razones». Creo que también habría aplicado esas palabras a Fidel Castro. En el libro están los consejos y las explicaciones. Están cinco páginas estremecedoras que responden a la pregunta sobre qué argumentos opondría Castro a quienes acusan a la revolución. Estremecedoras porque, junto con los argumentos, Fidel Castro opone los actos, los hechos, pues a estas alturas de la historia y por encima de todos los libros la revolución cubana ha escrito con los actos, que no se borran nunca. Y opone Castro, por cierto, también las cifras. Las cifras, ya se sabe, son frías y no recogen la realidad entera de las cosas. Pero, no es malo recordarlo, la vida de los 28 niños por cada mil que en Guatemala podrían no haber muerto si ese país hubiera tenido la misma mortalidad infantil que Cuba, esa vida tal vez no hubiera sido fría ni incompleta, sino completamente cálida.

No obstante, cuando el libro se cierra, aún por encima de todas estas cosas, va escribiéndose en el cuerpo una certeza, cito: «Yo parto de una confianza grande en que este ser humano, con todos sus defectos y limitaciones, tiene capacidades suficientes para preservarse y tiene inteligencia suficiente para mejorarse. Yo, si no creyera eso, no lucharía», fin de la cita. Por esa certeza vale la pena luchar. Y porque da vida, sentido y existencia histórica a esa certeza vale la pena no saltarse páginas de este libro. Para terminar acudo de nuevo a Bertolt Brecht: «Cuando no hay respuesta», dijo, «cesan las preguntas». Nos cabe hoy agradecer a Ramonet que haya formulado las preguntas, y nos cabe también pedir a la revolución cubana y a Fidel Castro que sigan dando respuestas para que la humanidad no cese en su pregunta de cómo mejorar.

Muchas gracias por su atención.