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La construcción de la paz

Fuentes: Koinonia

Inauguramos el nuevo año en Brasil con la esperanza de un recomienzo del Gobierno Lula, más experimentado ahora, y con sentido de responsabilidad socio-ambiental en el proyecto macroeconómico. Pero también bajo un escenario mundial, sombrío de guerra y de amenazas contra el ambiente, debido al calentamiento planetario. ¿Cómo construir la paz en un contexto tan […]

Inauguramos el nuevo año en Brasil con la esperanza de un recomienzo del Gobierno Lula, más experimentado ahora, y con sentido de responsabilidad socio-ambiental en el proyecto macroeconómico. Pero también bajo un escenario mundial, sombrío de guerra y de amenazas contra el ambiente, debido al calentamiento planetario. ¿Cómo construir la paz en un contexto tan adverso? Seguramente necesitamos superar el viejo paradigma todavía dominante, cuyas raíces se encuentran en la cultura patriarcal. Su eje estructurador es la voluntad de poder-dominación.

Ese poder tiene como paradigma la conquista, bien representado por Alejandro Magno. Se trata de un proyecto ambicioso y prometeico de conquistar el mundo entero, someter a pueblos y dominar la naturaleza. Este proyecto no reconoce límites: ha penetrado en el corazón de la materia y ha invadido el espacio sagrado de la vida. Y es radicalmente antropocéntrico. Sólo cuenta el ser humano en guerra contra la naturaleza.

No es de admirar que, en su desenfreno conquistador, haya provocado el principio de la autodestrucción: ha construido una máquina de muerte, capaz de destruirse a sí mismo de muy diferentes formas -ése es su carácter suicida- y de dañar gran parte de la biosfera.

Ha sido la voluntad de poder-dominación lo que ha dado origen al ejército, a la guerra, a la actual forma del Estado, a la modernidad técnico-científica y a la mundialización. Sin frenos, ¿a dónde nos llevará? Seguramente, no al reino de la libertad, de los derechos, de la cooperación y del respeto. ¿Qué paz podemos esperar?

La paz sólo es posible como obra de la justicia. Ninguna sociedad tendrá futuro si se asienta sobre una injusticia estructural e histórica, como la nuestra. Lo básico de la idea de la justicia es esta afirmación, «verdadera declaración de amor a la humanidad»: para cada uno, según sus necesidades (físicas, psicológicas, culturales y espirituales), y de cada uno, según sus capacidades (físicas, intelectuales y morales). En ese sentido la justicia presupone la igual dignidad de todos y la búsqueda del bien común definido por el papa Juan XXIII en su encíclica Pacem in Terris (1963) como «el conjunto de las condiciones de vida que permitan y favorezcan el desarrollo integral de la persona humana».

Si no se da una reconstrucción de las relaciones, para que sean más justas, igualitarias e incluyentes, nos veremos obligados a convivir con los conflictos y las guerras. La paz exige reparaciones históricas, y políticas compensatorias que los dominadores históricos se niegan a introducir.

Esta paz tiene su fundamento en la naturaleza misma del ser humano. Si por un lado se da en él la voluntad de poder, también le habita la voluntad de convivir. Al lado del paradigma Alejandro Magno, existe el paradigma Francisco de Asís y Gandhi, el del ciudado y del espíritu de hermandad universal con todos los seres del universo. El ser humano puede ser cooperativo con sus semejantes haciéndolos aliados, amigos, hermanos y hermanas. Hay culturas todavía hoy existentes para las cuales es posible un trato humano y fraterno entre las personas y los ciudadanos. Las tensiones y los conflictos naturales son resueltos por el diálogo, por la negociación y por la capacidad de cada uno para asumir compromisos que lo responsabilizan y comprometen con todos los demás.

Dar primacía al paradigma del cuidado y mantener bajo severa vigilancia el de la conquista hará posible la paz y la concordia entre las personas y en la sociedad mundial.

http://servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=200.