Inspector de Trabajo y Seguridad Social, Doctor en Derecho y activista incansable por los derechos sociales, Héctor Illueca ha desarrollado en estos últimos tiempos una intensa actividad orientada a la presentación y consolidación del Frente Cívico Somos Mayoría. Es autor de numerosos artículos y libros y prologuista de un libro imprescindible: Manuel Monereo y Enric […]
Inspector de Trabajo y Seguridad Social, Doctor en Derecho y activista incansable por los derechos sociales, Héctor Illueca ha desarrollado en estos últimos tiempos una intensa actividad orientada a la presentación y consolidación del Frente Cívico Somos Mayoría. Es autor de numerosos artículos y libros y prologuista de un libro imprescindible: Manuel Monereo y Enric Llopis, Por Europa y contra el sistema euro, Barcelona, El Viejo Topo. En su texto de presentación -«El regreso del Estado»– se centra nuestra conversación.
***
Te pregunto por tu prólogo, por tu magnífico prólogo al libro de conversaciones entre Enric Llopis y Manuel Monereo –Por Europa y contra el sistema euro– que ha publicado El Viejo Topo. Su título: «El regreso del Estado.» ¿El Estado tiene que regresar? ¿Es bueno que regrese?
Veamos. En mi opinión, la principal victoria ideológica obtenida por el neoliberalismo fue instalar en la sociedad la convicción de que el Estado y la esfera pública constituyen una fuente de ineficiencia y corrupción, mientras el mercado y el sector privado se presentan como el súmmum de la racionalidad económica. Este argumento ha sido utilizado para arremeter contra el Estado y justificar todo tipo de privatizaciones, desregulaciones y liberalizaciones, con las consecuencias que ya conocemos. Indudablemente, había mucha retórica en este mensaje, que apenas podía ocultar la intervención selectiva del Estado para propiciar una gigantesca redistribución de la riqueza en detrimento de las clases populares y trabajadoras. Pero desde el punto de vista ideológico, la satanización del Estado y la diatriba permanente contra el sector público constituyen un aspecto nuclear del proyecto neoliberal y un factor explicativo de su predominio cultural.
En este contexto, hablar del «regreso del Estado» significa constatar que el neoliberalismo ha provocado una grave dislocación social y ha multiplicado las demandas populares, reclamando la intervención urgente del Estado para atender necesidades impostergables en casi todos los ámbitos: la nacionalización de la banca y la creación de una banca pública; una política de inversiones públicas para diversificar y renovar nuestra capacidad productiva; una reforma fiscal progresiva que permita la expansión del gasto público en sanidad, educación y otros servicios sociales; el reparto del empleo para combatir el paro; el incremento del SMI o la implantación de una renta básica para compensar las brutales desigualdades que nos ha dejado el neoliberalismo. En definitiva, se trata de iniciar una trayectoria de crecimiento diferente caracterizada por la intervención pública en la economía, la colaboración de un sistema bancario público y el respeto al principio de sostenibilidad ecológica. A eso me refiero cuando hablo del «regreso del Estado».
Abres con una cita del Machado de Juan de Mairena, la de los ojos abiertos. Con tus ojos más abiertos y en diez líneas como máximo, ¿cómo ves la situación en esta Europa neoliberal?
Con una mezcla de esperanza y de preocupación. La construcción del mercado único ha provocado una guerra comercial que ha devastado las economías de los países periféricos, provocando la mercantilización acelerada de todas las esferas de la vida social. Estamos ante una catástrofe social que ha desgarrado el continente europeo, engendrando un doble movimiento de respuesta para resistir los efectos del mercado autorregulado: por una parte, el avance de la izquierda y de los movimientos sociales en países como Grecia o España, que supone un motivo de ilusión y de esperanza para muchísima gente; por otra, el ascenso de la extrema derecha en países como Francia, que debe contemplarse con preocupación. Lo importante es comprender que constituyen dos caras de un mismo proceso: la respuesta de la sociedad para resistir los efectos más nocivos del mercado único autorregulado, en un contexto de profunda crisis de legitimidad de los partidos y del sistema político en su conjunto.
Señalas en el primer punto de tu presentación que las tesis de Milton Friedman son el referente más importante de la teoría política monetarista, que a su vez orienta e inspira la política económica adoptada en muchos países del mundo y especialmente en la UE. ¿Es así? ¿Friedman, hablas también de Hayek, es un referente de la actual política económica europea? ¿Hay consistencia en su tesis (aparente o real) de separación absoluta de la política y de la economía?
Milton Friedman y Friedrich Hayek son, junto a Robert Nozick, los principales exponentes del pensamiento neoliberal. Más allá de las diferencias que existen entre ellos, les une su compromiso con un mercado libre de interferencias estatales que se aproxime lo más posible al «laissez-faire» de Adam Smith. En realidad, se trata del viejo capitalismo despojado del ropaje keynesiano, que pretende erradicar cualquier atisbo de intervencionismo y entregarse abiertamente al proyecto liberal de un mercado autorregulador. Pues bien, eso es la Unión Europea: un marco político que reduce a la mínima expresión la gestión de la economía a través de las políticas macroeconómicas y despoja a la soberanía popular del control sobre la economía. La desaparición de las monedas nacionales, la creación de un Banco Central Europeo independiente y la disciplina fiscal establecida en el Tratado de Maastricht definieron un espacio económico a salvo de interferencias políticas y una institucionalidad amarrada a un capitalismo desbocado. Cuando hablo de «interferencias» políticas me refiero, obviamente, a «interferencias» democráticas. En el contexto europeo, el verdadero dilema no se plantea entre el mercado y el Estado, sino entre el mercado y la democracia. La democracia es el auténtico objetivo del ataque neoliberal contra el Estado que ha supuesto el proceso de construcción europea.
Por cierto, ¿de qué deberíamos hablar? ¿De Europa o de la Unión Europea?
Hay un europeísmo débil que insiste en identificar las dos cosas y presenta este desastre como la única Europa posible. No es más que un artefacto publicitario. La actual Unión Europea es la antítesis de los principios que tradicionalmente se han asociado a la idea de Europa. El Tratado de Maastricht y el euro no tienen nada que ver con los valores emanados de la Ilustración que fueron instituidos por la Revolución Francesa. Al contrario, se trata de una nueva colonización caracterizada por la hegemonía alemana que atenta contra el progreso social y amenaza la diversidad cultural de Europa. Aunque a alguno se le erice el pelo, la actual Unión Europea es capaz de destruir Europa y reeditar las páginas más negras de nuestra reciente historia. Por eso el título del libro de Monereo y Llopis me parece tan bien traído: «Por Europa y contra el sistema euro».
El imperio del mercado, afirmas, es la consagración de la ley del más fuerte, el darwinismo social sin máscaras. Déjame insistir en este nudo. ¿Es esa la cosmovisión social que impera en la UE actual?
En efecto. La construcción europea no se limita al establecimiento de un mercado unificado, sino que apunta a la conformación de una sociedad de mercado. Debemos a Karl Polanyi, el gran historiador de la economía, la formulación original de este concepto, que designa una sociedad plenamente mercantilizada en la que los derechos sociales aparecen fagocitados por el mercado, abocando al desamparo a millones de trabajadores. Como he dicho antes, en Europa, y muy especialmente en los países del sur, esta transición se está produciendo por la vía de neutralizar las capacidades de intervención pública en la economía, convirtiendo a nuestros pueblos en rehenes del mercado autorregulado. La capitulación del Estado social y la mercantilización de las relaciones sociales alumbran un darwinismo social despiadado que selecciona a los más aptos en detrimento de los más débiles: parados, pensionistas, enfermos, trabajadores precarios… El resultado es un paisaje aterrador caracterizado por una precariedad galopante, obscenas desigualdades sociales y un dramático aumento de la pobreza.
¿Hay o no hay democracia en la UE actual? ¿No hubo elecciones hace pocos días? Luego, dicen algunos, la UE es una «cosa», sistema o régimen democrático.
La Unión Europea es la negación de la democracia. El poder económico se ha sacudido el control de los parlamentos nacionales, sustrayendo a la soberanía popular las decisiones económicas fundamentales. Trataré de explicarlo con un ejemplo: la revalorización de las pensiones con arreglo al IPC no se cuestionó seriamente hasta que las instituciones comunitarias empezaron a exigir recortes drásticos en materia de política social. Ningún gobierno se habría atrevido a derribar este baluarte de no mediar el chantaje de la troika comunitaria. Ningún partido lo había propuesto hasta entonces, por más que algunos acariciasen la idea desde hacía tiempo. ¿Qué sentido tiene hablar de democracia cuando nuestra capacidad de regir la realidad social y económica ha sido violentamente confiscada? ¿Podemos hablar de soberanía cuando la política económica ha sido sustraída a cualquier proceso de decisión democrática? La convocatoria rutinaria de procesos electorales apenas disimula la abolición soft del sufragio universal que se ha producido en Europa.
Puestos en el tema electoral: ¿qué te sugieren los resultados de las elecciones europeas del 25M?
Confieso que viví esa noche con mucha alegría. Los buenos resultados cosechados por Izquierda Unida y la irrupción de Podemos evidencian que el movimiento popular ha adquirido una capacidad inédita para construir una alternativa política capaz de derrotar al bipartidismo. En los últimos años los movimientos sociales han exhibido una creatividad impresionante y han acumulado fuerza social y política. Si me lo permites, junto a los resultados electorales me gustaría destacar dos aspectos que me parecen muy importantes
Te permito desde luego.
El primero, la gigantesca movilización del pasado 22 de marzo, que involucró en su dinámica a amplios sectores sociales movilizados y politizados; el segundo, que una organización como el Frente Cívico, con implantación en todo el Estado, ha asumido la bandera de la recuperación de la soberanía, planteando abiertamente la necesidad de salir del euro para superar la crisis económica. Estos hechos, unidos al avance electoral de las posiciones democráticas, hacen pensar que estamos ante una oportunidad única para iniciar un proceso constituyente que alumbre un nuevo Estado republicano, plurinacional y democrático, que refleje un nuevo equilibrio de poder entre las clases.
Citas en tu escrito una reflexión de Manuel Monereo: «El soberano actual de la Europa del euro son los poderes económicos y las constituciones de los países del Sur (Grecia, Portugal, España, parcialmente Italia) han sido de facto suspendidas.» Un comentario de texto: ¿Qué poderes económicos son esos? ¿Por qué vías y procedimientos consiguen su dominio?
Monereo alude certeramente a la intervención de poderes fácticos que dominan la vida pública corrompiendo a la clase política: bancos, grandes empresas, grupos de presión… La corrupción constituye un elemento inseparable del proyecto neoliberal, atravesando todas las estructuras del Estado mediante diversas formas de parasitismo. Compromete a todos los partidos y organizaciones que sustentan el sistema neoliberal bipartidista: PP, PSOE, CIU y PNV. El espectáculo que venimos contemplando en España resulta tan obsceno como previsible: cuando finaliza el acto electoral, los poderosos van por la otra ventanilla a exigir sus prebendas, mientras los políticos se aprestan a gobernar en su beneficio. Por utilizar la expresión de Monereo: la corrupción es el instrumento que permite gobernar a los que no se presentan a las elecciones.
Ahora bien, conviene apuntar que el poder económico no constituye la única instancia que influye y controla la política europea.
¿Y cuáles son los otros poderes, las otras instancias?
El Tratado de Maastricht y la aparición del euro han hecho emerger otros poderes soberanos detentados por las grandes potencias europeas, singularmente Alemania, que no están controlados por los mercados y ejercen un poder materialmente constitucional, con capacidad para imponer reformas sustanciales en las constituciones de otros países. Te recuerdo que la crisis de la deuda soberana fue auspiciada por Alemania y por el Banco Central Europeo, creando las condiciones para desmantelar el Estado social mediante planes de ajuste impuestos a los países del sur de Europa. Hasta que no se reformó el artículo 135 de la Constitución Española, Mario Draghi no anunció la intervención del BCE en los mercados secundarios de deuda para estabilizar la prima de riesgo. Eso se llama chantaje.
Creo que sí, que se le llama así. ¿Constituciones en suspenso? ¿Qué significa eso que «de facto» están suspendidas? ¿Qué tipo de sistema político rige entonces en nuestros países?
Significa que asistimos a una involución política en la que el constitucionalismo social de posguerra está siendo materialmente desplazado por un nuevo orden que pone en cuestión el control democrático de la economía y la existencia de derechos sociales. Significa que vivimos un estado de excepción en el que los poderes fácticos a los que me refería están subvirtiendo los fundamentos del Estado Social de Derecho y pervirtiendo la idea de democracia social. Significa, en definitiva, la emergencia de un nuevo constitucionalismo de matriz neoliberal que otorga todo el poder al mercado y constituye una amenaza para la supervivencia de la democracia tal y como la hemos conocido hasta ahora.
Te pregunto ahora por la Unión Europa y las colonias
Cuando quieras.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.