«Dirty Money» (Dinero sucio) es una serie de Netflix de 2018. Su tema principal es la corrupción corporativa, pero de paso topa a veces la corrupción pública como encubridora de la primera. La corrupción pública no existiría sin la privada, porque sabemos de dónde viene el financiamiento. Pero esta serie de TV no habla de […]
«Dirty Money» (Dinero sucio) es una serie de Netflix de 2018. Su tema principal es la corrupción corporativa, pero de paso topa a veces la corrupción pública como encubridora de la primera. La corrupción pública no existiría sin la privada, porque sabemos de dónde viene el financiamiento. Pero esta serie de TV no habla de la corrupción más conocida en Latinoamérica: la de los contratos gubernamentales y los sobornos. Aquí se describen casos de corrupción organizada, algo semejante al crimen organizado pero más sutil en su accionar y, además, mucho más tolerada y bien vista por el sistema.
El éxito de la serie se entiende por tratar un aspecto tan actual y mencionar nombres que llaman la atención del público. Por eso empiezo por el sexto y último episodio de la primera temporada, que es sobre Donald Trump. Aquí se pone al desnudo la carrera anterior del actual Presidente de Estados Unidos, su verdadero papel en el sector de bienes raíces. El quinto episodio se ocupa del jarabe canadiense de maple, producto cotizado por su valor medicinal. En 2012, hubo un robo de 3.000 toneladas del precioso jarabe. La investigación reveló pormenores extraños sobre una industria «inocente».
El cuarto episodio se llama «Banco del Cartel» y desenmascara al grupo financiero HSBC, que pretendía aparecer como el banco más pulcro. Resultó el peor, pues lavaba dinero del narcotráfico mexicano. Eran cientos de millones de dólares los lavados y aquí había un claro enlace con el crimen organizado, responsable de miles de muertes en México. Los mayores clientes de HBSC eran los carteles de Juárez y Sinaloa. Lo increíble fue que nadie cayó preso, solo hubo multas por 2.000 millones de dólares y el compromiso de no volver a hacerlo.
En el tercer episodio nos encontramos con una empresa conocida: la farmacéutica Valeant. Esta empresa, a diferencia de las típicas farmacéuticas, no gastaba casi nada en investigación. Solo se dedicaba a comprar compañías pequeñas que tenían alguna medicina exclusiva. Una vez en sus manos, con la seguridad de que Valeant poseía el único alivio de una enfermedad incurable, aumentaban el precio en proporciones exageradas. Un caso típico fue el de Glumetza, una pastilla para los diabéticos. En 2015 Valeant adquirió la empresa fabricante Salix y subió 800% el precio de la pastilla (2015-10-04 New York Times). Era un asalto a mano armada. Valeant prometió bajar el precio, pero no lo hizo hasta que fue obligada.
«Payday» (Día de pago) es el segundo episodio. Allí una empresa ofrecía hasta hace poco préstamos a trabajadores pobres, a cambio de tener acceso a sus cuentas bancarias. Terminaban estafados los trabajadores y ninguno tenía suficiente fuerza para oponerse. Hasta que intervinieron grupos de defensa ciudadana. Una prueba más de cómo un Estado capitalista necesita regulaciones; de lo contrario, deja abiertas muchas puertas al abuso.
El primer episodio es uno de los más indignantes. Se trata de la artimaña que usó Volkswagen en Estados Unidos. Este fabricante de vehículos introdujo hace pocos años un modelo a diesel muy económico y limpio. Pero la agencia estadounidense de protección ambiental descubrió que VW había puesto un aparato que hacía aparecer más bajas las emisiones de CO2, un software que reducía en 40% las emisiones detectadas. Pese a las pruebas evidentes, los ejecutivos de Volkswagen negaron hasta el último. En Alemania dijeron que eso era común para todos los fabricantes, porque así decían defender la industria de su país.
Hasta ahí la serie de Netflix. Pero este primer episodio me trajo a la memoria el origen mismo del nombre Volkswagen. En 1931 la empresa checa de automóviles Tatra sacó su primer modelo enfriado por aire, con motor trasero, y lo fue perfeccionando en los años siguientes. En Alemania, vecina de Checoslovaquia, Adolf Hitler llegó al poder en 1933. Perdió la cabeza al ver el Tantra de 1934 (paradójicamente su diseño aerodinámico era obra de un judío húngaro) y encargó una copia al ingeniero Ferdinand Porsche. Así nació el Volkswagen, carro del pueblo en alemán, que empezó a fabricarse en 1938. De inmediato, Checoslovaquia demandó a Alemania por no respetar sus patentes. La respuesta vino en pocos meses con la invasión alemana. Después de la II Guerra Mundial, Checoslovaquia insistió en la demanda, la cual se zanjó en 1965 con un pago de VW a Tatra, reconociendo la infracción (ver Schmarbeck, Wolfgang, 1997. Hans Ledwinka: Seine Autos – Sein Leben. en alemán. Graz: H. Weishaupt Verlag. p. 174).
En este caso de 1938 no solo hubo corrupción corporativa del fabricante alemán, sino corrupción estatal respaldando a una corporación. 80 años después, esas prácticas no se han desterrado.
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